Authors: Alfredo Grimaldos
Participa en varias campañas en el norte de África y, después del desembarco en Italia, se convierte en ayudante del teniente general Clark, que manda el V Ejército. Al final de la guerra, Walters ya es comandante. A partir de ahí resulta evidente que su meteórica carrera se está desarrollando dentro de los servicios de información norteamericanos. Es nombrado edecán militar del presidente Truman y destinado como agregado militar adjunto a Brasil (1945) y a Francia (1948).
En 1951, ya con el cargo de teniente coronel, acompaña al general Eisenhower en su visita a doce países de la OTAN. En su libro
Misiones discretas
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señala que, durante aquel viaje, uno de los principales temas que Eisenhower lleva en su agenda es el de convencer a los aliados de Estados Unidos de que «suavicen» su posición con respecto a España. Sólo dos años después se firmarán los acuerdos bilaterales hispano norteamericanos.
Cuando llegué a Europa en 1951, con el general Eisenhower, para establecer el mando de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, se percibía claramente una hostilidad contra España en muchos europeos, principalmente los socialistas. El entonces ministro de Defensa francés, M. Jules Moch, dijo a Eisenhower que en ningún caso se debía tener en consideración la posibilidad de que España participara en la defensa de Europa contra los soviéticos, y que no se podía permitir que España colaborase en ningún sentido con la OTAN. Eisenhower, un tanto irritado, preguntó a Moch: «Si los rusos se aproximaran a París, después de haber conquistado Alemania Occidental, y hubiese siete divisiones españolas disponibles, ¿usted las rechazaría?». En honor a la verdad, debo decir que esa actividad de exclusión de España rara vez era compartida por los militares de los países de la OTAN, incluso en el caso de que tuvieran un gobierno socialista, debido a que estos militares sabían las verdaderas dimensiones del problema de defender a Europa de un ataque soviético.
Poco después de ese viaje por Europa, Walters es destinado al Cuartel General Supremo de las Potencias Aliadas en Europa, con sede en París. Actúa como ayudante del presidente Eisenhower en la Conferencia de Ginebra (1953) y le acompaña en todos sus viajes al extranjero, entre ellos el realizado a España en 1959. Aparece en segundo plano, detrás de Franco y Eisenhower, en la conocida fotografía tomada cuando ambos se despiden, en el aeropuerto de Torrejón, al final de la visita del presidente norteamericano a Madrid. Antes, en 1958, Walters ha acompañado al vicepresidente Nixon durante su estancia en Sudamérica.
Walters está considerado un bastión de la inteligencia militar de los republicanos, aunque también sirve con Truman y Kennedy. Toda su carrera la hace enquistado en los servicios de información, sin que le afecte ningún cambio de administración política. En 1960 es destinado a Roma como agregado militar de la embajada de Estados Unidos en Italia. En este período toma parte activa, a través de la red «Gladio», en la transferencia de fondos de la CIA a la Democracia Cristiana italiana, que pasa graves apuros electorales ante una izquierda en pleno auge.
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Dos años después viaja a Río de Janeiro (1962), en un momento especialmente delicado para Estados Unidos en Latinoamérica, tras la consolidación de la revolución cubana, un espejo para otros países de su entorno. Walters ha tenido contacto con el clima antinorteamericano que se respira en los países situados al sur de la metrópoli en 1945, cuando asistió a la Conferencia Panamericana de Bogotá. Entonces se produjo una importante revuelta popular contra Estados Unidos, saldada con dos mil víctimas mortales. No trascendió cuál fue el papel de Walters en aquella masacre, pero sí se sabe que fue condecorado por su actuación.
Desde su llegada a Brasil, trabaja para sentar las bases del golpe militar que derriba al presidente constitucional Joao Goulart y abre un período de represión y tortura. El líder de los sublevados es Humberto Castelo Branco, a quien Walters había conocido años atrás, en Fort Leavenworth (Texas), cuando el futuro director adjunto de la CIA era todavía un oscuro instructor que entrenaba a oficiales brasileños. Después, durante la Segunda Guerra Mundial, Walters sería oficial de enlace con la Primera División de Infantería brasileña en Italia, donde llegó a compartir piso con Castelo Branco.
La mañana posterior al golpe contra Goulart, los dos personajes desayunan juntos y Walters convence al militar golpista para que asuma la presidencia de la República brasileña. Castelo Branco seguirá sus indicaciones. Durante todo el año 1963, la actividad de Walters en Brasil ha sido muy intensa. En aquellos momentos se sucedían los informes de la CIA sobre el «estado de opinión» en los cuarteles. Un documento del mes de mayo señala que «la oposición a Goulart está aumentando» y en julio, los papeles de la CIA registran «vacilaciones de los militares en derribar un régimen constitucional». Pero, poco después, otro informe de la Agencia afirma que ya existen posibilidades de «un golpe de derechas».
Al final, el propio Walters describe el éxito obtenido en su muy especializado trabajo brasileño: «Un régimen básicamente hostil a Estados Unidos fue sustituido por otro mucho más amistoso. Estoy convencido de que si no hubiera habido revolución, en Brasil habría pasado lo mismo que en Cuba». A consecuencia del éxito de la operación, Walters es ascendido a general de brigada.
Y ya con ese cargo sirve en Vietnam (1967), antes de ser trasladado de nuevo a Francia. En 1969 acompaña al presidente Nixon en su recorrido por Europa y, durante su estancia en París como agregado militar, entabla negociaciones secretas con los comunistas vietnamitas y sirve de enlace en las negociaciones, también secretas, entre el Gobierno de Pekín y Kissinger.
En mayo de 1972, Nixon le nombra director adjunto de la CIA, con Richard Helms como director, y ese mismo año asciende a teniente general. Permanece en el cargo hasta 1976.
En esos cuatro años, la Agencia desarrolla una notable actividad y está implicada en hechos tan importantes como el derrocamiento de Salvador Allende en Chile, la ocupación del Sahara Occidental por Marruecos, la invasión sudafricana de Angola o el asesinato del político chileno Orlando Letelier en Estados Unidos. En los años ochenta, durante la era Reagan, se convierte en embajador de Estados Unidos en las Naciones Unidas, su último cargo público.
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Desde la dirección adjunta de la CIA, apoya al rey de Marruecos, Hassan II, en su política de anexión del Sahara Occidental. Su relación con el monarca alauí comienza a cultivarse en los años de la Segunda Guerra Mundial. En 1942, Walters desembarca, con las tropas de Estados Unidos, en Safi (Marruecos). Es la única acción bélica abierta que aparece en toda su biografía. A partir de entonces, sus guerras serán bastante más secretas y sucias. En ese lejano 1942, el subteniente Vernon Walters conoce al entonces joven príncipe heredero marroquí, a quien da un paseo en su carro de combate.
Una de las empresas «tapadera» que operan en Marruecos durante los años setenta y ochenta, con las que Walters tiene estrecha vinculación, es la Morocco Travel Advisers, dedicada, según sus propias palabras, al «inocente» trabajo de «ofrecer giras por Marruecos a agencias de turismo norteamericanas por cuenta de estas últimas», y añade que la empresa fomenta «el desarrollo del turismo en el extremo sur de Marruecos y en la zona en litigio». Obviamente, «el extremo sur» y «la zona en litigio» a los que se refiere son el Sahara Occidental. Extraña agencia de viajes esa que ofrece un supuesto turismo de placer por una zona de guerra. Antes ha participado, desde su cargo de director adjunto de la CIA, en la tarea de convencer a las autoridades franquistas de que deben ceder la colonia española a Hassan, aquel muchachito de trece años que subió a su carro de combate en 1942.
Ya durante la Segunda Guerra Mundial, Walters tenía clara la importancia estratégica de la zona. Escribe:
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La ocupación de los territorios franceses en Argelia, Túnez y Marruecos abriría el Mediterráneo a los aliados y aliviaría la presión sobre Malta, que llevaba largo tiempo sitiada. También permitiría atacar a los alemanes en Egipto por la retaguardia y constituiría una plataforma para llevar a efecto ulteriores operaciones contra lo que Churchill denominaba «el suave bajo vientre de Europa».
También confiesa que España es un país que siempre ha despertado en él especial interés: «De niño, pasé los años 1931 y 1932 en Biarritz, ciudad francesa muy cercana a la frontera española. Corrían los tiempos de la caída de Alfonso XIII, y, en aquella época, había muchísimos españoles en el citado balneario francés». Allí aprende a hablar perfectamente español, lo que le resultará muy importante para desarrollar sus actividades en Latinoamérica y España. A lo largo de toda su carrera, Walters siempre hace una encendida defensa del régimen del Caudillo: «Confieso, francamente, que me pareció muy rara la decisión adoptada por las Naciones Unidas, en 1945, calificando a España de amenaza para la paz en el mundo, y conduciéndola a un hostil aislamiento, como si fuera una nación que hubiera participado en la lucha armada contra Estados Unidos».
El interés geoestratégico primordial que los norteamericanos tienen por España, desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta hoy, queda plasmado, con toda claridad, en el siguiente párrafo de Vernon Walters: «Una España hostil, dueña del estrecho de Gibraltar, podía dificultar en gran manera la presencia de la VI Flota de los Estados Unidos en el Mediterráneo y, por ende, el apoyo a Italia, Grecia, Turquía e Israel. Tanto si se quiere como si no, entonces al igual que hoy, la posición estratégica de España era crucial, más aún, indispensable para todo tipo de defensa de Europa y de Oriente Medio».
Durante los años de la Segunda Guerra Mundial, España se convierte en un hervidero de espías. Las tramas urdidas por alemanes, soviéticos, británicos y norteamericanos, principalmente, se entrecruzan en un enloquecido mercado de información y contrainformación. La OSS, precursora de la CIA, comienza a desarrollar con relativa libertad sus actividades en nuestro país a principios de 1943. Serrano Suñer, declarado partidario del Eje, ha sido destituido del cargo de ministro de Asuntos Exteriores un poco antes, en septiembre de 1942. En ese momento, las cosas empiezan a ponerse mal para los nazis en Europa y el régimen de Franco considera que hay que llevarse bien con Estados Unidos, que cada vez tiene más papeletas para convertirse en el nuevo «padrino» del mundo occidental. «Con lo bien que íbamos», dicen los falangistas en los cafés. El servicio de inteligencia norteamericano creado por William J. Donovan empieza a sentar las bases de una red de información que seguirá ampliándose hasta hoy.
«Antes de finalizar 1945, un año y ocho meses después de empezar su labor en España, el contraespionaje norteamericano ya había fichado en Madrid, Barcelona y Bilbao a 28.000 "agentes enemigos y sospechosos"», escribe Eduardo Martín de Pozuelo.
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«Pese a esta labor de control, el responsable de este operativo secreto protestó a Washington por falta de libertad de acción para hacer trabajos sucios y de dinero para comprar confidentes en un país al que consideraba hostil para su cometido.»
A lo largo de todo el período que va desde la caída de Francia, en junio de 1940, hasta su liberación, más de cuatro años después, el territorio español es utilizado por los servicios de inteligencia aliados como base de operaciones de espionaje dirigidas contra los alemanes en los territorios franceses ocupados. «Estas operaciones difícilmente habrían podido llevarse a cabo sin, al menos, la colaboración pasiva de ciertas autoridades españolas», se señala en un memorándum secreto norteamericano.
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«Eran, además, de la mayor importancia para el desarrollo de la guerra, dado que se convirtieron en la fuente principal de inteligencia en lo referente a las disposiciones militares alemanas en el sur de Francia, sobre las que se basaron los planes de invasión aliados.»
Durante los primeros años cuarenta también actúa aquí Harold «Kim» Philby, posiblemente el agente más famoso de la historia del espionaje. Llega por primera vez a España en 1937, con la Guerra Civil en todo su apogeo, y de inmediato empieza a bombardear a
The Times
con artículos escritos desde el lado franquista. Así se convierte en un reportero respetado por los sublevados, mientras trabaja para la NKVD (Narodnyi Komissariat Vnutrennik Del) soviética y, tres años después, se infiltrará como agente doble en el servicio de inteligencia británico. Paradójicamente, Franco llega a recibirle personalmente, el 2 de marzo de 1938, y le prende en el pecho la Cruz Roja al Mérito Militar, tras haber sobrevivido, con heridas leves, a un bombardeo republicano.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Philby vuelve a España al frente de la Sección Ibérica del MI-6, que todavía en ese momento tiene más fuerza que la estación española de la recién nacida OSS norteamericana. A lo largo de los años siguientes se vivirá el proceso de traspaso de hegemonía de un servicio a otro, dentro del mundo del espionaje occidental. Philby relata que, durante su misión en España, un día recibe un mensaje interceptado «Ultra» donde se revela que el jefe del servicio militar de inteligencia alemán, el almirante Canaris, va a visitar Madrid. Después, se desplazará en coche hasta Sevilla con una parada prevista para pasar la noche en una localidad manchega, Manzanares. «Yo conocía aquel pueblecito bien, por mi estancia en España durante la Guerra Civil», relata Philby.
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«El único sitio donde podía alojarse Canaris era en el Parador. Envié un memorándum a mis jefes por si deseaban montar una operación de asesinato contra Canaris. Por lo que recordaba del Parador, no habría sido demasiado difícil arrojar un par de granadas a su dormitorio.» Pero no se da el visto bueno a la operación. «Sólo después me enteré de que Canaris estaba en contacto con nuestro servicio a través de una conexión con Suecia», añade Philby.
La antigua agente Aline Griffith, condesa de Romanones, que trabajó para la OSS y después para la CIA, también apunta que Canaris tenía conexión con los servicios occidentales. En su libro
La espía que vestía de rojo
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escribe: «Himmler está tratando de desacreditar a Canaris ante Hitler, asegurando que el almirante tiene influencia sobre Franco y éste no se une al Eje. Canaris respalda conspiraciones contra Hitler. ¡Tenemos que proteger al jefe del servicio de inteligencia de nuestro enemigo!».