Read La búsqueda del Jedi Online
Authors: Kevin J. Anderson
—¿Qué puedo hacer por ti, Mon Mothma? —preguntó Leia.
Mon Mothma recorrió con la mirada los aposentos privados de Leia, y sus ojos acabaron clavándose en los paisajes de Alderaan que adornaban las paredes. La Jefe de Estado de la Nueva República contempló las llanuras cubiertas de hierba, las ciudades llenas de torres de aspecto orgánico y las urbes subterráneas, y una película de lágrimas tan delgada que resultaba casi imperceptible pareció velar sus ojos.
—Me he enterado de que tus hijos están enfermos, y quería decirte lo mucho que lo lamento. —Mon Mothma miró fijamente a Leia—. Y también me he enterado de que Han y Chewbacca no han regresado de la misión que les llevó a Kessel. Preferiría que no hubieras intentado ocultármelo, Leia. ¿Puedo hacer algo?
Leia bajó la mirada.
—No, Lando Calrissian y mi hermano Luke ya han ido a ver si pueden averiguar algo. Espero que no tarden en volver trayendo noticias.
Mon Mothma asintió.
—Y también quería felicitarte por el trabajo que estás haciendo..., aunque «consolarte» quizá sea una palabra más adecuada. Leia no pudo ocultar su sorpresa.
—¡Pero si la recepción del embajador Furgan fue un auténtico desastre!
Mon Mothma se encogió de hombros.
—¿Y crees que alguien podría haber tenido más éxito que tú? Hiciste un trabajo excelente con los caridanos. Hay batallas que son sencillamente imposibles de ganar, Leia... Dado el potencial para la destrucción galáctica que posee Carida, creo que el que me arrojen el contenido de una copa a la cara supone una debacle relativamente menor.
Los labios de Leia se curvaron en una débil sonrisa, y tuvo que admitir que la Jefe de Estado tenía razón.
—Bueno, si pudiera encontrar un sitio donde instalar la Academia Jedi de Luke, tendría la sensación de que por fin estoy logrando abrirme paso a través de toda esta maraña de problemas.
Mon Mothma sonrió.
—Yo también he estado pensando en eso desde que Luke pronunció su discurso. Creo que puedo hacerte una sugerencia.
Leia la contempló con sus oscuros ojos dilatados a causa de la sorpresa.
—¡Hazla, por favor!
Mon Mothma movió una mano señalando la terminal de datos instalada en la sala de estar de Leia.
—¿Puedo... ?
Leia le indicó que podía utilizarla. Mon Mothma llevaba toda una vida dedicada a la política, pero se instaló delante de la base de datos sin vacilar y su manera de utilizarla enseguida dejó bien claro que no era la primera vez que hacía sus propias investigaciones en los sistemas de ordenadores.
Las imágenes del nuevo planeta no tardaron en formarse dentro de la zona de proyección, y Leia sintió cómo el cosquilleo de la excitación se iba extendiendo por todo su ser. La certeza firme e inconmovible de que aquél era el lugar adecuado fue surgiendo en su corazón, y Leia se preguntó cómo había podido pasar por alto una solución tan obvia.
—¿Qué te parece? —preguntó Mon Mothma sonriendo—. Tiene todo lo que Luke puede llegar a necesitar: intimidad, un buen clima, las instalaciones imprescindibles...
—¡Es perfecto! No entiendo cómo no se me ocurrió pensar en él.
El centro de mensajes volvió a emitir un zumbido.
—¿Qué ocurre? —gritó Leia volviéndose hacia la imagen.
Era consciente de que tendría que haber reaccionado con más calma, pero estaba a punto de perder el control de sí misma. Mon Mothma permaneció sentada delante de la terminal de datos, contemplando a Leia desde fuera del campo de visión.
Su comunicante también parecía haber decidido prescindir del tacto.
—Necesitamos su informe ahora mismo, ministra Organa Solo. El comité de desperdicios orbitales está deliberando sobre el tratamiento que se debe dar a los restos de naves que siguen en órbita alrededor de Coruscant. Se suponía que debía asistir a nuestras discusiones esta mañana...
Leia ya había reconocido al funcionario: era Andur, el vicepresidente del comité.
—Mi ayudante ya ha cancelado todas mis citas para hoy. Lamento no haber podido asistir.
—Recibimos su aviso de cancelación, pero no hemos recibido su informe. Dijo que redactaría un resumen y que nos lo distribuiría durante esta sesión... ¡y todavía seguimos esperándolo! Unos niños enfermos no pueden hacer que la Nueva República deje de funcionar.
Leia lo vio todo rojo y recordó aquel momento en que había sostenido el detonador térmico entre sus dedos en el palacio de Jabba el Hutt, cuando había sentido su lenta vibración mientras esperaba que estallara y acabase con todos ellos. Cinco, cuatro, tres, dos...
No supo muy bien cómo lo había hecho, pero logró contenerse. Pasar un día al lado del embajador Furgan quizá había endurecido todavía más sus callosidades profesionales.
—Soy la Ministra de Estado, señor Andur, pero también soy una madre. Tengo que hacer los dos trabajos... y no puedo sacrificar uno por el otro. En estos momentos mis hijos me necesitan. El comité puede esperar.
El vicepresidente se irritó visiblemente, y cuando volvió a hablar alzó el tono de voz.
—Si hubiera estado aquí en vez de quedarse en casa jugando a hacer de enfermera, nos habría resultado mucho más fácil completar nuestras deliberaciones... ¿Es que no podía hacer venir a un mediandroide para que se ocupara de las narices llenas de mocos de sus niños? ¡Estamos intentando encontrar una solución a un problema muy importante, y ese tema afecta al destino de todo el tráfico espacial que entra y sale de Coruscant!
Leia se envaró.
—¡Y yo también tengo un problema muy importante que resolver en mi casa! ¿Cómo puede esperar que me preocupe por toda la galaxia cuando ni siquiera soy capaz de preocuparme por lo que le ocurre a mi propia familia? Si quería una ciega devoción al deber sin la más mínima consideración hacia las personas, ¡tendría que haberse quedado con el Imperio! —Leia alargó una mano hacia los controles—. Mi informe le será enviado a su debido tiempo, señor Andur.
Después cortó la conexión antes de que Andur pudiera decir ni una palabra más.
Una vez finalizado su estallido de ira. Leia se derrumbó en su sillón autoamoldable..., y un instante después se acordó que no estaba sola. Se sintió tan avergonzada que la cara se le puso de color escarlata.
—Ese comité se reúne una vez a la semana, y no hay ninguna razón por la que no pudieran haber esperado hasta la próxima reunión —dijo en un tono de voz tensamente controlado y poniéndose a la defensiva—. No voy a permitir que ninguna negociación realmente importante fracase por mi culpa. Conozco muy bien mis deberes y mis obligaciones.
Mon Mothma asintió y compartió con ella una de sus afables y sinceras sonrisas que surgían directamente de su corazón.
—Pues claro que no lo permitirás, Leia. Lo comprendo, y no te preocupes más por ello.
La Jefe de Estado contempló a Leia con lo que parecía un nuevo y sorprendente respeto.
Leia suspiró y contempló las imágenes planetarias de la terminal de datos.
—Quizá debería ir a pasar unos cuantos meses en la Academia Jedi tan pronto como Luke la haya puesto en marcha..., aunque sé que nunca llegaré a hacerlo, claro. Tomarse unas vacaciones lejos de Ciudad Imperial es tan difícil como salir de un agujero negro yendo a pie. Los asuntos de Estado me mantienen ocupada durante todo el día.
Leia se dio cuenta de que se estaba quejando, y se apresuró a seguir hablando.
—Pero restaurar la orden de los Caballeros Jedi es una labor muy importante, desde luego —añadió—. Tengo el potencial para utilizar la Fuerza, al igual que lo tienen los gemelos. Claro que un adiestramiento a fondo exigirá mucho tiempo y mucha concentración..., dos cosas de las que no parezco disponer.
Mon Mothma la contempló en silencio durante unos momentos y después le apretó cariñosamente el hombro.
—No te preocupes demasiado. Tienes otros asuntos importantes de los que ocuparte.
Han se dio la vuelta en la celda de retención y dejó escapar un gemido ahogado. Los duros rebordes de la superficie de su catre —cuando pensaba en ellos Han los llamaba «tiras de incomodidad»— convertían el dormir en una auténtica pesadilla. Acababa de despertar después de haber estado soñando con Leia, lo que quizá fuese la única experiencia agradable que había tenido en tres semanas. La tenue luz rojiza seguía cayendo sobre él, irritándole los ojos sin que lograra proporcionar una iluminación útil.
Abrió los ojos, parpadeó y oyó ruido de movimientos al otro lado de la puerta de su celda: botas de soldados de las tropas de asalto golpeando el suelo, chirridos, voces ahogadas... La cibercerradura emitió un chasquido cuando alguien activó el código de acceso.
Han se irguió, repentinamente alerta. Le dolía el cuerpo y su mente todavía acusaba los efectos residuales de las drogas empleadas durante el interrogatorio, pero se tensó al ver abrirse la puerta. No tenía ni idea de qué iba a ocurrir a continuación, pero estaba seguro de que no le gustaría nada.
La luz del pasillo entró a chorros en la celda, y Han vio a Qwi Xux inmóvil al lado de un soldado armado. Parecía cansada y torturada por sus propios pensamientos, y eso hizo que Han se permitiera una sonrisita de satisfacción. Esperaba que hubiera perdido muchas horas de sueño después de haberse enterado de la forma devastadora en que habían sido empleadas sus invenciones. Quizá pudiera engañarse a sí misma, pero no podía engañar a Han.
—Vaya, doctora, ¿ha vuelto para discutir unos cuantos problemas morales más conmigo? ¿Se supone que he de ser su conciencia o qué?
Qwi cruzó sus delgados brazos azulados sobre el pecho.
—La almirante Daala me ha dado permiso para volver a interrogarle —dijo con voz gélida, aunque su lenguaje corporal no estaba nada acorde con el tono que había empleado. Se volvió hacia el guardia, y su cabellera perlina brilló en la penumbra del pasillo—. ¿Tendría la bondad de acompañarme dentro de la celda para el interrogatorio, teniente? Temo que el prisionero pueda no querer cooperar.
—Sí, doctora Xux —dijo el guardia.
La siguió al interior de la celda, y dejó la puerta parcialmente cerrada detrás de ellos.
Qwi sacó un desintegrador de un bolsillo de su bata blanca mientras el guardia le estaba dando la espalda, lo apuntó contra él y disparó un haz aturdidor. El cuerpo del guardia quedó rodeado por arcos ondulantes de fuego azul que se desvanecieron mientras caía al suelo.
Han se levantó de un salto.
—¿Qué estás haciendo?
Qwi pasó por encima del soldado caído. El día anterior había parecido más frágil, y la pesada pistola láser del modelo reglamentario de las tropas imperiales parecía enorme en su delicada mano.
—La almirante Daala va a movilizar a toda esta flota en menos de un día —dijo—. Planea sacar el Triturador de Soles y sus cuatro Destructores Estelares de las Fauces para acabar con la Nueva República. Aparte de eso, la eliminación de tu amigo Kyp Durron ha sido fijada para esta tarde. —Qwi enarcó sus plumosas cejas—. ¿Te parece que todo eso constituye una excusa suficiente para escapar tan pronto como podamos hacerlo?
Han sintió que le daba vueltas la cabeza. En aquel momento sólo era capaz de pensar en que volvía a reunirse con Kyp y Chewbacca, y que luego regresaba a Coruscant para estar nuevamente al lado de Leia y de los gemelos.
—No tengo ninguna cita que no se me pueda persuadir de cancelar.
—Estupendo —dijo Qwi—. ¿Alguna pregunta?
Han sonrió mientras empezaba a disfrazarse con la armadura del soldado.
—No, estoy acostumbrado a hacer este tipo de cosas —dijo.
Kyp pudo notar la diferencia en el aire, y ésa fue su primera indicación de que su esfuerzo por concentrar la Fuerza estaba obteniendo algún resultado. Estudió cada minúsculo cambio producido en las corrientes de aire, en los olores que flotaban perezosamente alrededor de la celda y en la miríada de sonidos casi imperceptibles cuyos ecos atravesaban las paredes metálicas.
Extendió su mente a través de redes invisibles hechas de la Fuerza y pudo sentir una emanación procedente de los guardias que pasaban por delante de su celda, y también pudo captar una especie de tintineo cada vez que alguien metía la bandeja de la comida en la puerta de una celda. Pero sus actitudes generales habían cambiado. Kyp pudo detectar débiles ondulaciones de actividad, tensión y creciente ansiedad que se estaban extendiendo por toda la nave.
No tardaría en ocurrir algo.
Y mucho más cerca de él había una verdad más profunda y que le produjo un nudo de tensión en las entrañas, y Kyp no tardó en comprenderla. Las emociones que se la revelaron habían sido perceptibles con toda claridad en la mente del guardia apostado al lado de su puerta durante el período de sueño anterior. Kyp Durron no iba a formar parte de la actividad que se estaban preparando para emprender los Destructores Estelares, fuera cual fuese ésta. Un joven procedente de las minas de especia de Kessel no podía proporcionar ninguna información útil, y en consecuencia no tenían ninguna razón para mantenerle con vida.
La almirante Daala ya había fijado la fecha de la eliminación de Kyp. No le quedaba mucho tiempo de vida. Los labios del joven se tensaron en una salvaje mueca de ira. El Imperio había estado intentando destruirle durante toda su existencia, y por fin estaba a punto de conseguirlo.
Cuando oyó voces al otro lado de su puerta, captó al instante el bombardeo emocional de la inquietud que las acompañaba y los planes de violencia a medio formar que se agitaban en la parte más superficial de las mentes de quienes hablaban. ¡No tenía ninguna forma de defenderse! Kyp, desesperado, deslizó la cabeza sobre la fría puerta metálica de su celda e intentó captar unas cuantas palabras de la conversación.
La ejecución se llevará a cabo esta tarde, ya lo sé. Tenemos... llevarle con nosotros. La autorización... almirante... Aquí está.
—... irregular. ¿Por qué... necesitan...?
—Prueba de armamento... objetivo... nuevo concepto... vital para los nuevos sistemas de armamento de la flota... ¡Ahora mismo! —... precisar la necesidad... Sólo... una autorización general. —¡No... suficiente!
Las voces subieron de tono, pero Kyp no logró entender ninguna palabra más. Estaba intentando descifrar una conversación en la que tres voces hablaban al mismo tiempo.
Kyp se preparó para atacar en cuanto se abriese la puerta. Sabía que caería bajo los rayos desintegradores en cuestión de segundos; pero por lo menos entonces todo habría terminado, y además moriría de una forma escogida por él y no como quisiera el Imperio.