Read La búsqueda del Jedi Online
Authors: Kevin J. Anderson
Kyp había suplicado a su memoria que divulgara algún detalle que sus interrogadores pudieran encontrar útil, aunque sólo fuera para detener el interrogatorio: pero Kyp Durron no era nadie, sólo un infortunado prisionero que había pasado la mayor parte de su existencia en Kessel. No sabía nada que pudiera revelar a aquellos monstruos imperiales, y al final habían acabado decidiendo que no les era de ninguna utilidad.
Kyp contempló la comida autopreparante que le había proporcionado el alimentador de la puerta. Le bastaba con levantar la tapa del paquete para que el plato principal de proteína texturada empezara a calentarse espontáneamente al tiempo que se iba enfriando el postre de fruta sintética: y pasado un rato los utensilios para comer sufrían un proceso de desmenuzamiento progresivo, y luego podían ser consumidos como acompañamiento. Pero Kyp no consiguió encontrar ni la más diminuta pizca de hambre en su interior.
Sus pensamientos volvieron a centrarse en la apurada situación de Han Solo. A diferencia de Kyp, Han sabía muchas cosas sobre la Nueva República y tenía muchos secretos que divulgar. El interrogatorio de Han habría sido mucho más prolongado y concienzudo que el suyo... y a pesar de ello las «atenciones» de que le había hecho objeto la almirante Daala habían resultado peores que cualquier experiencia vivida por Kyp durante todos los años que había pasado en la Institución Penitenciaria Imperial. En las minas de especia por lo menos sabía cómo evitar atraer la atención hacia su persona.
Kyp había vivido en Kessel desde los ocho años de edad, y había aprendido a salir adelante a pesar de las reglas, el agotador trabajo y las miserables condiciones de existencia que debía soportar bajo el antiguo control imperial o bajo la sucesión de usurpadores y esclavistas como Moruth Doole. Sus padres estaban muertos y su hermano Zeth había sido reclutado a la fuerza y llevado a la academia de las tropas de asalto, pero Kyp había aprendido a no destacar, a sobrevivir y a soportarlo todo.
Pero no había pensado en la huida hasta la llegada de Han Solo. Han le demostró que un pequeño grupo de hombres decididos a conseguir su libertad podían romper sus grilletes de prisioneros. Que se hubieran tropezado con una situación todavía peor una vez dentro de las Fauces parecía irrelevante.
Cuando pilotó la lanzadera robada, Kyp había utilizado sus poderes incipientes para llevarles sanos y salvos a través del cúmulo de agujeros negros. Durante los años transcurridos desde que la anciana Vima-Da-Boda le enseñó los rudimentos fundamentales de sus capacidades Jedi, Kyp apenas había utilizado su afinidad con la Fuerza.
Kyp recordaba el rostro de Vima-Da-Boda como una leprosa masa de arrugas resecas, y la anciana tenía la costumbre de acurrucarse en los rincones y acumular las sombras a su alrededor como si quisiera ocultarse de la vigilancia de unos ojos inmensos. La Jedi caída soportaba la tortura de una conciencia culpable que la asfixiaba como una manta de tinieblas, pero había dedicado una parte de su tiempo a enseñar unas cuantas cosas a Kyp antes de que los imperiales se la llevaran. «Posees un gran potencial», le había dicho durante una de sus últimas y breves lecciones.
Y hasta aquel momento Kyp le había prestado muy poca atención.
Clavó la mirada en la comida que no había tocado. Si se concentraba, si enfocaba sus capacidades en la manipulación de alguna cosa, en mover un objeto muy pequeño... Sí, entonces quizá podría convertir esa capacidad en una manera de huir.
¡Huir! La palabra resonó en su corazón conjurando imágenes de esperanza. Kyp no estaba muy seguro de cómo hacía lo que era capaz de hacer. Percibir cuál era la ruta más segura para moverse por los túneles de especia sumidos en las tinieblas era algo que le parecía totalmente natural. Cuando estaba pilotando la lanzadera a través de las nubes de gases llameantes, se había limitado a escuchar a la voz misteriosa que le daba instrucciones en susurros. Kyp había virado y había alterado el curso, desviándose repentinamente y haciendo bruscas maniobras cada vez que le parecía que había llegado el momento de hacerlas.
Pero ya no estaba en el espacio sino prisionero en una celda, y justo cuando más necesitaba utilizar la Fuerza... no sabía ni por dónde debía empezar.
Clavó la mirada en la delgada película plateada que cubría la comida instantánea, e intentó doblarla. Empujó con su mente, imaginándose cómo el fino metal se retorcía y se iba arrugando hasta convertirse en una bola..., pero no ocurrió nada. Kyp se preguntó qué parte de los confusos balbuceos de Vima-Da-Boda habían sido simplemente supersticiones y locuras.
Sus padres no poseían ninguna clase de poderes especiales. Cuando vivían en la colonia de Deyer, en el sistema de Anoat, los dos habían sido destacados líderes políticos. Cuando se enteraron de que había surgido una rebelión contra la rígida política del Emperador y de que ésta se iba extendiendo, los dos decidieron trabajar desde dentro hablando contra Palpatine para hacer que se volviese más moderado en vez de dedicar todas sus energías a su derrocamiento. Protestaron enérgicamente contra la destrucción de Alderaan..., pero con sus esfuerzos sólo consiguieron que tanto ellos como sus hijos Zeth y Kyp acabaran siendo arrestados.
Kyp no había olvidado aquella noche de terror en que los soldados de las tropas de asalto fundieron la puerta de la morada familiar a pesar de que no estaba cerrada con llave. Los soldados armados entraron en las habitaciones y derribaron a patadas el frágil mobiliario orgánico de fibras vivas. El capitán del destacamento de las tropas de asalto leyó una orden de arresto a través del filtro-altavoz de su casco en la que se acusaba a los padres de Kyp de haber cometido delito de traición. Después los soldados desenfundaron sus desintegradores y dejaron inconscientes a los dos asombrados adultos con descargas aturdidoras de baja intensidad. Zeth, el hermano mayor de Kyp, había intentado proteger a sus padres, y el resultado fue que los soldados también dispararon contra él.
Kyp sólo pudo contemplar con incredulidad y con el rostro lleno de lágrimas los tres cuerpos caídos en el suelo mientras los soldados de las tropas de asalto le inmovilizaban las muñecas con esposas aturdidoras. Seguía sin ser capaz de entender cómo habían podido llegar a considerarle una amenaza para ellos, ya que por aquel entonces sólo tenía ocho años de edad.
Kyp y sus padres fueron llevados a Kessel, y Zeth, que ya tenía catorce años, fue enviado a la Academia Militar Imperial de Carida en calidad de recluta después de haber sido sometido a un lavado de cerebro. Nunca habían vuelto a saber nada de Zeth.
Después de poco más de un año Kessel pasó por una etapa de terribles desórdenes internos, con revueltas carcelarias, el derrocamiento de los imperiales y la toma del poder por los esclavistas. Los padres de Kyp habían muerto durante la conmoción, ejecutados por haber estado en el bando equivocado durante el momento equivocado. Kyp había sobrevivido únicamente gracias a haberse escondido, volviéndose silencioso e invisible. Después había pasado ocho años pudriéndose en la oscuridad de los túneles, y por fin había logrado escapar de ellos.
Y sólo para volver a ser capturado.
Los imperiales siempre parecían arreglárselas para surgir repentina e inexplicablemente de la nada y destruir todas sus aspiraciones. En Deyer los soldados de las tropas de asalto le habían arrancado de su hogar, y en Kessel le habían arrojado a las minas de especia. Él y Han por fin habían logrado escapar... y los soldados de las tropas de asalto habían vuelto a reducirles al cautiverio.
La ira de Kyp se concentró formando un proyectil, e hizo un nuevo intento de utilizar su capacidad sobre la bandeja de la comida. Empujó, y una gota de sudor le entró en un ojo nublándole la vista. ¿Se había movido la bandeja, había sufrido quizá una leve sacudida? Kyp vio una pequeña concavidad en la pasta de proteína texturada que era el plato principal de la comida. ¿La habría causado él?
La ira quizá fuese la clave a la hora de enfocar sus energías latentes.
Deseó que Vima-Da-Boda hubiera pasado más tiempo instruyéndole en las profundidades de las minas. Kyp se concentró en las paredes y en el diminuto recinto donde se hallaba prisionero.
Tenía que encontrar alguna manera de escapar. Han ya le había demostrado que podía hacerse.
Se juró que si conseguía salir de allí encontraría a alguien, que le enseñase a utilizar aquellos misteriosos poderes. No quería volver a verse tan impotente nunca más.
Han contempló a la delicada Qwi Xux, tan parecida a un pájaro, y se sintió incapaz de imaginársela como diseñadora de la
Estrella de la Muerte
. Pero trabajaba voluntariamente en la Instalación de las Fauces, y acababa de admitir el papel que había jugado en el proyecto con una considerable despreocupación.
—¿Qué hace una chica tan guapa como tú en un lugar como éste? —acabó preguntándole Han.
—Lo que hago es precisamente lo que te he explicado, y es lo que sé hacer mejor. —Qwi asintió distraídamente con la cabeza, como si estuviera meditando en su respuesta—. Aquí tengo una ocasión de enfrentarme a los mayores misterios del cosmos, y de solucionar problemas que otros han afirmado son insolubles. Puedo ver cómo mis ideas más disparatadas van cobrando forma poco a poco... Es muy emocionante.
Han seguía sin poder entenderlo.
—Sí, pero... ¿Cómo llegó a ocurrirte todo esto? ¿Por qué estás aquí?
—¡Oh, eso...! —exclamó Qwi, como si hubiera comprendido la pregunta de repente—. Mi mundo natal es Omwat, en el Borde Exterior. El Gran Moff Tarkin se llevó consigo a diez niños y niñas omwatianos de distintas ciudades. Nos internó en campamentos de educación obligatoria intensiva, intentando moldearnos hasta convertirnos en grandes diseñadores y especialistas en la resolución de problemas. Yo era la mejor de todo el grupo. Fui la única que consiguió llegar al final de todo el proceso de adiestramiento. Yo fui el orgullo y el trofeo de Tarkin, y me envió aquí como recompensa.
»Al principio trabajé con Bevel Lemelisk para convertir en realidad el proyecto de la
Estrella de la Muerte
. Cuando hubo terminado los planos, Tarkin se llevó a Lemelisk, y me dejó aquí para que fuese creando conceptos nuevos y mejores.
—De acuerdo, volveré a formularte la misma pregunta... —dijo Han— ¿Por qué haces lo que haces?
Qwi le miró como si pensara que Han se había vuelto repentinamente imbécil.
—Es lo más interesante que puedo llegar a imaginar —dijo—. Puedo escoger entre los desafíos, y normalmente siempre acabo saliendo triunfante. ¿Qué más podría desear?
Han sabía que no estaba logrando hacerse entender.
—¿Y cómo puedes disfrutar trabajando en estas cosas? ¡Son horribles!
Qwi dio otro paso hacia atrás, y pareció sentirse perpleja y herida.
—¿Qué quieres decir con eso? Si lo piensas bien, es un trabajo fascinante... Uno de los conceptos más interesantes que hemos desarrollado fue el de modificar los hornos moleculares convirtiéndolos en «Devastadores de Mundos» autónomos capaces de obtener materias prisas de la superficie de un planeta, introducirlas en gigantescas fábricas internas totalmente automatizadas y producir maquinaria útil. Estamos muy orgullosos de esa idea. Transmitimos la propuesta a Tarkin poco después de que Bevel se marchara con él. —La voz de Qwi se fue volviendo pensativa y se debilitó poco a poco—. Me pregunto qué habrá sido de esa idea...
Han la contempló parpadeando, cada vez más asombrado. La terrible flota de Devastadores de Mundos había atacado el mundo natal del almirante Ackbar, y los colosos automatizados habían devastado una buena parte del hermoso planeta acuático antes de acabar siendo destruidos.
—Los Devastadores de Mundos ya han sido construidos —murmuró—, y han sido utilizados de una manera muy eficiente.
Sus palabras hicieron que el rostro de Qwi se iluminara de placer.
—¡Oh, eso es maravilloso!
—¡No, no lo es! —le gritó Han a la cara, y Qwi retrocedió de un salto—. ¿Acaso no sabes para qué son utilizadas vuestras invenciones? ¿No tienes ni idea de qué se hace con ellas?
Qwi siguió retrocediendo, y acabó irguiéndose ante él en una postura defensiva.
—Sí, por supuesto. La
Estrella de la Muerte
fue utilizada para desmenuzar planetas muertos permitiendo el acceso minero directo a los metales pesados que había en sus núcleos. Los Devastadores de Mundos serían factorías autónomas que procesarían los asteroides o los planetas estériles para producir una amplia gama de materias prisas sin contaminar los planetas habitados.
Han soltó un bufido y alzó la mirada hacia el techo.
—Si crees eso, es que eres capaz de creer cualquier cosa... ¡Fíjate en sus nombres y escucha cómo suenan!
Estrella de la Muerte
, Devastador de Mundos... No parecen artefactos concebidos para acelerar el desarrollo económico en tiempos de paz, ¿verdad?
Qwi frunció el ceño y decidió olvidarse de aquel tema.
—Oh, ¿y qué más da cómo se llamen?
—El primer objetivo de la
Estrella de la Muerte
fue el planeta Alderaan... ¡El mundo natal de mi esposa! La
Estrella de la Muerte
mató a miles de millones de seres inocentes. Los Devastadores de Mundos fueron lanzados contra Calamari, un planeta habitado, y murieron centenares de millares de personas. Esas fábricas tan eficientes tuyas manufacturaban cazas TIE y otras armas de destrucción, y lo único que salía de ellas eran armas y más armas...
—No te creo.
La voz de Qwi no sonaba muy segura de sí misma.
—¡Yo estuve allí! Volé a través de los restos de Alderaan, vi la devastación de Calamari... ¿Es que no lo has leído en el informe de mi interrogatorio? La almirante Daala insistió una y otra vez pidiéndome todos esos detalles.
Qwi cruzó sus delgados brazos de piel azulada sobre su pecho.
—No, eso no estaba en el resumen de esa sesión de información verbal proporcionada por ti a la que tan melodramáticamente llamas «interrogatorio».
—Pues entonces no te han entregado todo el informe —dijo Han.
—¡Tonterías! Tengo derecho a acceder a todos los datos. —Qwi clavó la vista en sus pies—. Y además yo sólo desarrollo los conceptos... Hago que funcionen. Si alguien del exterior hace un mal uso de mis invenciones, no se me puede considerar responsable de ello. Eso está más allá del alcance de lo que yo hago.