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Authors: Kevin J. Anderson

La búsqueda del Jedi (37 page)

BOOK: La búsqueda del Jedi
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Solo se estaba resistiendo al interrogatorio, pero pareció sentir un considerable placer al poder darles aquellas noticias.

—¿Y qué le ocurrió a la primera
Estrella de la Muerte
? —preguntó Daala.

Solo sonrió.

—La Alianza también la hizo volar por los aires.

Daala sentía un cierto escepticismo, y no se decidía a creerle del todo. Un prisionero era capaz de decir cualquier cosa, especialmente uno que se mostraba tan desafiante como aquél: pero en lo más hondo de su ser Daala temía que pudiese estar diciendo la verdad... porque eso explicaba muchas otras cosas, como por ejemplo los largos años de silencio.

—¿Y qué hay del Gran Moff Tarkin?

—Se ha convertido en un billón de átomos que están esparcidos por todo el sistema de Yavin. Ardió con su
Estrella de la Muerte
... Pagó por las vidas de todos los habitantes de Alderaan, un planeta que destruyó.

—¿Alderaan ha sido destruido?

Daala enarcó las cejas.

Kratas aumentó el flujo de energía que vibraba a través de la silla, y su frente se cubrió de diminutas perlas de sudor. Daala sabía muy bien qué pensamientos estaban pasando por la cabeza del comandante: durante todos aquellos años de aislamiento siempre habían dado por sentado que el Emperador mantendría dominada a la galaxia con una implacable presa de acero, y que la flota invencible de Destructores Estelares y la
Estrella de la Muerte
secreta servirían como cimiento indestructible sobre el que edificar el gobierno imperial. La Vieja República había durado un millar de generaciones, y el Imperio... ¿Sería posible que hubiera caído en sólo unas cuantas décadas?

—¿Cuánto tiempo ha transcurrido desde que estalló la segunda
Estrella de la Muerte
?

—Siete años.

—¿Y qué ha ocurrido desde entonces? —preguntó Daala, sentándose por fin—. Cuéntamelo todo.

Pero Solo pareció encontrar reservas de energía ocultas que no había utilizado hasta entonces, y guardó silencio mientras la fulminaba con sus oscuros ojos llenos de furia. Daala suspiró. Era como un espectáculo ensayado muchas veces que debía ser representado. Kratas hizo nuevos ajustes en los controles hasta que todo el cuerpo de Solo quedó convertido en una masa temblorosa de músculos retorcidos y convulsos, como si una terrible tempestad estuviera haciendo estragos dentro de su cuerpo.

El prisionero fue contando poco a poco toda la historia de las otras batallas, la guerra civil, el Gran Almirante Thrawn, la resurrección del Emperador, la tregua de Bakura, los terribles enfrentamientos en los que el cada vez más debilitado Imperio había sido derrotado una y otra vez... Solo siguió hablando hasta que Daala ordenó a Kratas que pusiera fin al interrogatorio. El zumbido que brotaba de la silla se desvaneció de repente, y Han Solo se derrumbó en un éxtasis de felicidad y agotamiento al quedar liberado de la tortura que le estaban infligiendo sus propios músculos.

Daala se asomó por la puerta de la celda de interrogatorios y llamó con una seña a la reluciente masa negra de un androide interrogador que entró flotando en la celda, sus agujas hipodérmicas brillando como lanzas bajo la tenue luz rojiza. Solo intentó encogerse sobre sí mismo, y Daala pudo ver el miedo en sus ojos.

—Bien, ahora el androide interrogador confirmará todo lo que nos has dicho —dijo.

Después se puso en pie y se marchó.

No había tardado en descubrir que Solo no había mentido ni una sola vez. La almirante Daala desconectó el visor y permaneció inmóvil durante unos instantes en la soledad de sus aposentos. La cabeza le palpitaba con un dolor continuo que parecía roerla por dentro, como si unas uñas romas estuvieran arañando la parte interior de su cráneo.

Una investigadora de la Instalación de las Fauces había solicitado permiso para hablar con el prisionero después de enterarse de que había estado a bordo de la
Estrella de la Muerte
completada. Daala enviaría el informe del interrogatorio a la investigadora... después de haber suprimido unas cuantas cosas, por supuesto. A veces no había forma de mantener contentos a aquellos científicos tozudos y caprichosos que tenían una visión tan estrecha y llena de prejuicios de cuanto ocurría a su alrededor.

Pero en aquellos momentos Daala tenía asuntos más urgentes de los que preocuparse. Debía decidir qué iba a hacer con aquella nueva información.

Daala se colocó entre dos espejos curvos de cuerpo entero que proyectaban un reflejo de su silueta desde la cabeza hasta los pies. Su uniforme color verde aceituna no mostraba ni una sola arruga, sólo pliegues impecables y costuras casi invisibles. Un estricto régimen de ejercicios y adiestramiento físico había hecho que su peso no aumentara ni en un solo gramo durante su larga misión. Tenía más años y estaba más endurecida que cuando la inició, pero Daala seguía sintiéndose muy satisfecha de su aspecto físico.

Daala lucía orgullosamente su reluciente insignia de almirante encima del seno izquierdo: una hilera de seis rectángulos carmesíes encima de una hilera de rectángulos azules. Que ella supiese, era la única mujer que había alcanzado ese rango en toda la historia de la Armada Imperial. Había sido un ascenso especial directamente otorgado por el Gran Moff Tarkin, y cabía la posibilidad de que el Emperador ni siquiera estuviese enterado de que Daala había sido ascendida al rango de almirante. Una cosa era cierta: el Emperador no sabía absolutamente nada sobre la Instalación de las Fauces.

Su cabellera cobriza fluyó sobre sus hombros y bajó ondulando a lo largo de su espalda hasta más abajo de sus caderas. Daala había llegado a la Instalación de las Fauces hacía más de una década con el cabello cortado casi al cero, lo cual formaba parte de la humillación que la Academia Militar Imperial infligía a todas las candidatas a recibir adiestramiento.

Pero después de que hubiese quedado aislada dentro de las Fauces, una orden directa de Tarkin puso a Daala al frente de todo el complejo. Las reglas estúpidas dictadas por los burócratas que sólo sabían dictar reglas y más reglas ya no significaban nada para ella. Se negaba a cortarse el pelo, y lo llevaba largo como un gesto indicador de su independencia: el rango tenía sus privilegios. Daala pensaba que Tarkin lo hubiese aprobado... pero Tarkin estaba muerto. Se dio la vuelta para dejar las luces en un nivel muy tenue y activó la puerta. Dos guardaespaldas se pusieron en posición de firmes y siguieron con la mirada clavada en el vacío. La Instalación de las Fauces estaba totalmente aislada, pero Daala obligaba a todos sus subordinados a estar en plena forma y a someterse regularmente a sesiones de entrenamiento y de juegos de guerra. Había sido adiestrada en el molde militar imperial. El sistema había hecho cuanto le fue posible para aplastar sus ambiciones, pero aun así Daala seguía manteniéndose fiel a sus normas.

Los cuerpos que había debajo de las armaduras de los guardias eran altos y atractivos, pero Daala no había tenido ningún amante desde que el Gran Moff Tarkin la dejó al mando de la Instalación de las Fauces. Después de haberle conocido, tenía más que suficiente con las fantasías.

—Escoltadme hasta el hangar de las lanzaderas —dijo saliendo al pasillo—. Voy a bajar a la Instalación. —Se puso en marcha y oyó cómo los guardaespaldas empezaban a caminar detrás de ella con los desintegradores preparados para hacer fuego—. Informad al comandante de guardia que tengo una reunión con Tol Sivron.

Un guardaespaldas obedeció al instante y habló en susurros por el comunicador de su casco.

Daala avanzó por los pasillos pensando en la complejidad de su nave y en los contingentes de soldados y personal de apoyo que contenía. Un solo Destructor Estelar de la flota imperial contaba con treinta y siete mil tripulantes y noventa y siete mil soldados de las tropas de asalto, pero la Instalación de las Fauces era un proyecto de alto secreto y Tarkin le había asignado una dotación mínima formada por personas que no tenían familia y carecían de conexiones con el exterior. Algunas habían sido reclutadas en planetas devastados por las primeras batallas del Imperio.

La disciplina era muy rígida, pero sus subordinados llevaban once años atrapados en las Fauces sin disfrutar de permisos y sin más recursos para matar el tiempo que las escasas diversiones disponibles a bordo. Los soldados ya estaban hartos de las bibliotecas de entretenimiento. Se sentían aburridos e inquietos, y odiaban el estado de alerta continua sin ninguna noticia del exterior que se veían obligados a soportar. Estaban bien armados y ardían en deseos de salir de allí y hacer algo... al igual que la misma Daala.

Daala tenía a su disposición todo el poderío de seis baterías turboláser, sesenta cañones iónicos y diez proyectores de haces de tracción, uno de los cuales acababa de ser utilizado para capturar la vieja y maltrecha lanzadera imperial. Sólo los hangares del
Gorgona
contenían seis escuadrones de cazas TIE, dos lanzaderas de asalto de la clase Gamma veinte walkers AT-AT y treinta walkers ligeros AT-ST para misiones de exploración.

Tres Destructores Estelares idénticos más, el
Mantícora
, el
Basilisco
y el
Hidra
giraban en una lenta órbita alrededor de la Instalación de las Fauces, y también estaban bajo el mando de Daala. Unos años antes Moff Tarkin había llevado a Daala hasta los Astilleros de Kuat para que pudiera echar un vistazo al proceso de construcción de los cuatro Destructores Estelares.

Tarkin y Daala habían ido hasta allí en una pequeña lanzadera de inspección que se había desplazado alrededor de las enormes superestructuras que estaban siendo montadas en órbita. Los dos permanecieron callados durante casi todo el recorrido, contemplando en silencio aquel gran proyecto de enormes dimensiones. Las lucecitas de los trabajadores, navíos de transporte, crisoles para fundir el metal y colocadores de vigas convertían el espacio en un hervidero de actividad.

Tarkin le había puesto la mano en el hombro, y sus dedos se habían tensado sobre él apretándolo con la fuerza de cables de acero.

—Te estoy dando poder más que suficiente para convertir cualquier mundo en un montón de escombros, Daala —le había dicho.

La almirante Daala y sus guardaespaldas entraron en un ascensor personal del Destructor Estelar
Gorgona
que los llevó desde la zona de mando situada debajo de la torre del puente hasta un hangar. Daala no anunció su llegada cuando las puertas se abrieron ante ella, y le complació ver la agitada actividad que rodeaba a los cazas TIE, las lanzaderas y los vehículos de servicio. Su personal seguía manteniendo cada sistema en perfecto estado de funcionamiento a pesar de los muchos años de aburrimiento.

Habían transcurrido pocos meses desde la terminación de la Instalación de las Fauces cuando Daala se percató de que el personal a sus órdenes estaba empezando a sufrir los efectos de un malestar indefinible. Estaba segura de que en parte era debido a su mera presencia, naturalmente. Aparte de estar a las órdenes de una mujer, el que se les hubiera asignado una misión que consistía pura y simplemente en hacer de niñeras para un grupo de científicos en el lugar mas protegido de la galaxia había hecho que los soldados se fueran tomando cada vez menos en serio sus deberes militares: pero unas cuantas ejecuciones altamente explícitas y las continuas amenazas pronto consiguieron que todos funcionaran a pleno rendimiento, aguzando sus capacidades y haciendo que cualquier intento de eludir sus obligaciones les resultara inconcebible.

Esa táctica había sido una de las primeras lecciones que Daala había recibido de Tarkin, y una de las más importantes. Hazte obedecer mediante el temor a la fuerza, y no mediante la misma fuerza. Daala tenía a 180.000 personas a sus órdenes, y eso sin contar a los diseñadores de armas que trabajaban en la Instalación de las Fauces propiamente dicha. No quería desperdiciar todo ese potencial humano.

Recorrió el hangar con la mirada, y su cabellera del color del metal fundido onduló detrás de ella siguiendo los movimientos de su cabeza. Unos técnicos iban y venían dentro de una jaula electromagnética que protegía todo el casco de la nave, inspeccionando minuciosamente todos los sistemas de la
Endor
, la maltrecha lanzadera imperial a bordo de la que habían llegado los nuevos cautivos.
Endor
... ¿Qué clase de nombre era aquél? Daala nunca lo había oído antes. Los técnicos buscaban identificaciones de servicio, balizas localizadoras y archivos de bitácora y trayectoria.

Daala pensó por un momento que quizá debería subir a la vieja lanzadera y llevarla hasta la Instalación de las Fauces para que Tol Sivron, el director del equipo de científicos, pudiera verla. El efecto de sorpresa producido probablemente bastaría para conseguir que Sivron le prestara atención, aunque sólo fuese por una vez: pero Daala acabó decidiendo que sería un gesto infantil. Dejó que los técnicos siguieran con su trabajo y escogió la lanzadera imperial
Edicto
.

—Puedo pilotarla personalmente —les dijo a sus guardaespaldas—, así que podéis iros.

Quería estar a solas durante el vuelo. Sabía lo que diría Sivron en cuanto se enterarse de las noticias, pero esta vez no permitiría que se saliera con la suya.

Los guardaespaldas retrocedieron y se hicieron a un lado mientras Daala subía por la rampa de la lanzadera. Se movió con su rapidez habitual, activando los motores y llevando a cabo la rutina de la lista de comprobaciones automatizada. Después subió los nódulos de control hasta su sien y su oreja, y escuchó el vector de rumbo que se le había asignado mientras hacía ascender a la
Edicto
de su pista y la lanzaba como una flecha a través de los campos magnéticos que separaban el hangar del vacío espacial.

El abigarrado y letal cascarón de gases que giraban en las profundidades insondables de los agujeros negros apareció a su alrededor, justo debajo de ella flotaba la Instalación de las Fauces, un conjunto de planetoides que ocupaban el centro exacto de la isla gravitatoria. Había algunos puntos donde las superficies de las rocas desnudas estaban en contacto unas con otras crujiendo y rechinando a causa de la fricción creada por el movimiento orbital, puentes inmensos y sistemas de bandas mantenían en su sitio a los asteroides. Tubos de acceso y rieles de tránsito servían de conexión dentro del cúmulo de peñascos a la deriva.

Los vehículos de construcción imperiales habían trasladado las rocas a través del espacio y las habían llevado hasta el interior de las Fauces superando todos los obstáculos que se interponían en su curso, siempre bajo la supervisión del Gran Moff Tarkin. Los asteroides fueron ahuecados para acoger habitáculos, zonas de laboratorios, hangares para el montaje de prototipos y salas de reuniones.

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