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Authors: Kevin J. Anderson

La búsqueda del Jedi (35 page)

BOOK: La búsqueda del Jedi
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Han se preguntó qué era todo aquello. ¿Un área de maniobras, una base secreta...? ¿Qué razones podía tener el Imperio para haber desperdiciado tanta potencia de fuego en la protección del pequeño grupo de rocas que tenían debajo?

El haz de tracción llevó la lanzadera hacia el hangar del
Gorgona
y lo remolcó hasta una zona de descenso aislada. La lanzadera fue depositada sobre el suelo metálico, y Han oyó débiles chirridos y crujidos, como un coro de suspiros de alivio mecánicos que brotara de la maltrecha nave. Los pelotones de tropas de asalto se apresuraron a ocupar sus posiciones, corriendo por el hangar en columnas impecablemente ordenadas indicadoras de que habían recibido un excelente entrenamiento y seguían adiestrándose regularmente para entrar en combate. Los soldados iban armados con desintegradores de un modelo bastante antiguo que llevaban desenfundados y preparados para hacer fuego.

—Será mejor que averigüemos qué quieren —dijo Han—. ¿Alguna idea luminosa?

—No se me ocurre ninguna que dé mucha luz —respondió Kyp meneando su morena cabeza.

Han dejó escapar un suspiro de resignación.

—Venga, saldremos juntos... Subid las manos y moveos muy despacio.

Chewbacca lanzó un largo gruñido asegurando que no sentía ninguna aversión particular a la idea de morir luchando, especialmente si iban a ejecutarles de todas maneras.

—No lo sabemos —respondió Han—. Venga, salgamos.

Chewbacca, el más impresionante de los tres, se colocó en el centro flanqueado por Han y Kyp Durron, más bajo y menos corpulento. Salieron de la lanzadera y se rindieron. Los soldados de las tropas de asalto dirigieron sus armas hacia el trío nada más verlo. Han se preguntó qué habría hecho para merecer una racha de mala suerte tan larga y terrible.

Una señal hizo que las últimas filas de soldados de las tropas de asalto se pusieran en posición de firmes y se echaran las armas al hombro, mientras las primeras filas seguían apuntando a los prisioneros con sus desintegradores. Han volvió la mirada hacia el otro extremo del hangar para naves y vio abrirse unas puertas y a una mujer muy alta que entró por ellas, acompañada por un guardaespaldas a cada lado.

La mujer era de constitución esbelta y movimientos gráciles y precisos. Vestía un mono de vuelo color verde aceituna y llevaba guantes negros. La mujer cruzó el hangar prestando muy poca atención a quienes la rodeaban, como si los soldados formasen parte de los sistemas de la nave. Su mirada estaba clavada en los prisioneros. Lo que más llamaba la atención de su aspecto físico era la abundante melena que flotaba alrededor de sus hombros y desaparecía por su espalda fluyendo durante una longitud desconocida. Tenía el cabello del color rojizo del cobre recién salido de la fragua, y parecía como si chisporroteara con una vida eléctrica propia. Sus ojos eran verdes y de una mirada tan penetrante como el haz de un turboláser. Fue en línea recta hacia ellos. Han vio la insignia de su cuello y se sorprendió al comprender que se encontraba ante una almirante. Han había estudiado en la Academia Imperial cuando era joven, y sabía que el que una mujer llegase a alcanzar el rango de almirante era un acontecimiento inaudito y sin precedentes. El Emperador Palpatine albergaba un ampliamente conocido prejuicio contra los no humanos. Pero practicaba una discriminación más sutil contra las mujeres. Y rara vez ascendía ni siquiera a las que conseguían superar sus rigurosas pruebas. Que aquella mujer hubiera alcanzado el rango de almirante, y especialmente, que estuviera al mando de una flotilla de Destructores Estelares imperiales era realmente notable. Han se puso en guardia al instante, y se dijo que debía tener mucho cuidado con ella.

La mujer se detuvo al pie de la rampa y alzó la mirada hacia ellos. Sus rasgos estaban tan delicadamente modelados como los de una estatua, y eran igual de fríos y rígidos. Cuando habló, sus labios apenas se movieron.

—Soy la almirante Daala. Y estoy al mando de la flota que protege la Instalación de las Fauces. —La gélida mirada de sus ojos verdes se fue moviendo lentamente y se posó en cada uno de ellos—. Los tres se han metido en un buen lío.

18

Luke y Erredós tenían muy poco que hacer mientras Lando pilotaba la
Dama Afortunada
con rumbo hacia Kessel. Una calina nebulosa de atmósfera que escapaba del campo gravitatorio rodeaba la roca en forma de patata, y la luna que albergaba la guarnición seguía girando a su alrededor en su órbita pegada a ella.

—Bienvenidos al jardín de la galaxia —dijo Lando.

Luke pensó en Tatooine, su planeta natal, y se acordó del Mar de las Dunas, el Gran Pozo de Carkoon y los Eriales de Jundlandia.

—He visto sitios peores —dijo.

Erredós indicó que estaba de acuerdo con un pitido.

Lando se inclinó sobre los visores.

—Sí... Bueno, pues no emitas juicios apresurados. Aún no hemos visto este sitio de cerca. —Abrió un canal de comunicaciones. Si Kessel contaba con un buen sistema de detección, la estación debería haber captado la presencia de la
Dama Afortunada
en cuanto habían salido del hiperespacio—. ¡Hola, Kessel! ¿Hay alguien a la escucha? Estoy buscando a un tipo llamado Moruth Doole, y quiero proponerle un negocio. Les ruego que contesten.

—¿Quién es usted? —preguntó una voz que sonaba bastante sorprendida—. Identifíquese.

—Me llamo Tymmo, y si quiere más información tendrá que ir en busca de Doole y dejar que sea él quien haga las preguntas. —Lando se volvió hacia Luke y sonrió. Habían pensado que utilizar el nombre falso del artista de la estafa de las carreras de amorfoides añadiría otro toque de ironía a su misión—. Mientras tanto, mi socio y yo hemos traído cierta suma de dinero de la que querríamos disponer... Para ser exactos le estoy hablando de medio millón de créditos. Así que vaya corriendo a buscar a Doole.

El altavoz permaneció en silencio durante unos momentos —resultaba obvio que el oficial de comunicaciones estaba consultando con alguien—, y acabó emitiendo una respuesta.

—Vamos a transmitirle los parámetros de una órbita de espera, señor... eh... Tymmo. Siga esas instrucciones con toda exactitud. Nuestro escudo de energía es plenamente operativo y desintegrará su nave si intenta descender sin contar con la autorización necesaria. ¿Lo ha entendido?

Luke miró a Lando, y los dos se encogieron de hombros.

—Esperaremos a que Doole saque la alfombra de bienvenida para recibirnos —dijo Lando inclinándose sobre el canal de comunicaciones—. Pero si tarda demasiado en hacerlo, iré a gastar mi dinero en otro sitio.

Después cruzó las manos detrás de su cabeza y se recostó en el sillón de pilotaje. Kessel ya ocupaba todos los visores y mirillas por debajo de ellos. Lando se encargaría de obtener acceso a los lugares que querían visitar mediante su ingenio y sus mentiras, mientras que Luke mantendría los ojos bien abiertos y sus sentidos Jedi aguzados al máximo para captar cualquier rastro de Han.

Antes de salir de Coruscant habían creado falsas historias para cada uno, eliminando cualquier mención de la Nueva República pero conservando la cantidad suficiente de alusiones a negocios oscuros y transacciones rápidas para que proporcionase evidencias corroboradoras. Luke intentaría permanecer en el anonimato, siempre que ello fuera posible.

Un rato después, una voz sibilante y quebradiza surgió del sistema de comunicaciones.

—¿Señor Tymmo? Aquí Moruth Doole. ¿Le conozco?

—Por el momento no... pero tengo una cuenta de crédito llena de efectivo que me dice que quizá desee llegar a conocerme.

Oyeron una burbujeante inspiración de aire.

—¿Y qué puede significar eso? Mi oficial de comunicaciones me ha dicho algo acerca de medio millón de créditos.

—Hace poco tuve mucha suerte en las carreras de amorfoides de Umgul. Estoy buscando un sitio en el que invertir los créditos que gané, y siempre he pensado que había mucho dinero a ganar en la minería de la especia. ¿Está dispuesto a hablar conmigo?

Doole respondió casi al instante.

—No cabe duda de que medio millón de créditos es una suma de la que vale la pena hablar... Le enviaré una escolta de patrulleras que le llevarán por un pasillo abierto en el campo de energía.

—Ardo en deseos de que podamos hablar cara a cara —dijo Lando. Doole se limitó a emitir un siseo de batracio.

Lando posó la
Dama Afortunada
sobre la pista de la Institución Penitenciaria Imperial, donde quedó rodeada por vehículos de exploración, transportes de superficie y otras naves de las que se habían sacado todas las piezas y sistemas que todavía estaban en condiciones de funcionar. Lando iba tan elegantemente ataviado como de costumbre, sonreía y le brillaban los ojos. Luke llevaba un mono de vuelo oscuro del que se habían quitado todas las insignias.

Un pelotón de hombres vestidos con una mezcolanza de uniformes de la prisión y armaduras de las tropas de asalto llevó a Luke, Lando y Erredós hasta el enorme edificio trapezoidal de la institución penitenciaria. La impresionante masa de la prisión parecía palpitar con años de dolor y castigo, y los sentidos agudizados de Luke captaron el aura que la impregnaba. Permaneció en guardia y no dijo ni una palabra. Al menos los integrantes de su escolta mantenían las armas enfundadas, y se estaban comportando de la manera más acogedora de que eran capaces.

Fueron por los tubos ascensores que subían a lo largo de la pendiente del muro delantero de la prisión. Luke podía ver los eriales de Kessel a través del transpariacero, planicies condenadas a la aridez y al abandono eterno, que se extendían en todas direcciones a su alrededor.

El ascensor llegó a la subestructura acristalada administrativa, y los guardias les indicaron que debían seguirles. Burócratas, oficinistas y funcionarios de aspecto furtivo y miserable iban y venían por los pasillos, dando la impresión de estar mucho más ocupados de lo que hubiesen querido estar. Luke se preguntó si Doole habría organizado a toda prisa aquel ajetreo como espectáculo con el que impresionar a Lando, pero el frenético corretear de un lado a otro parecía más caótico que eficiente.

Moruth Doole había ido a un pasillo para recibirles personalmente. El anfibio bajito y achaparrado se frotó las grandes manos de dedos romos e inclinó la cabeza en un gesto de saludo. El artefacto de visión mecánica que le tapaba un ojo alteró su enfoque para que el ribetiano pudiera verles.

—¡Bienvenido, señor Tymmo! —exclamó Doole—. Le pido disculpas por toda esta confusión. No ha escogido un momento demasiado bueno para visitarnos... Ayer perdí a mi mano derecha y a mi jefe de turnos debido a un infortunado accidente producido en un túnel. Le ruego que me disculpe si le parezco un poco... alterado.

—Oh, no se preocupe —dijo Lando estrechando la mano que le ofrecía Doole—. He sido administrador de algunos grandes complejos mineros, y a veces parece como si el mismísimo planeta se negase a cooperar.

—¡Muy cierto! —dijo Doole, abriendo y cerrando la boca como una cría de rawwk mendigando comida—. Una manera muy interesante de expresarlo, desde luego.

—Espero que el desastre no haya sido muy perjudicial para su producción de especia —dijo Lando.

—Oh, le aseguro que tardaremos muy poco tiempo en volver a producir a plena capacidad.

Lando movió una mano señalando a Luke.

—Mi socio ha venido para ayudarme a inspeccionar las instalaciones mineras y asesorarme sobre su potencial como inversión. —Lando tragó una honda bocanada de aire—. Ya sé que mi visita debe de haberle pillado por sorpresa, naturalmente... Dígame, ¿hay alguna parte de su explotación minera en la que pudiese invertir mi dinero?

Doole les indicó que le siguieran a su despacho. Su chaleco de piel de lagarto reflejaba la débil iluminación de los pasillos con un sinfín de ondulaciones multicolores.

—Entren y hablaremos con más calma.

Doole les precedió con su paso contoneante, moviendo la cabeza de un lado a otro como si tuviera ciertas dificultades para ver por dónde iba. Una vez hubieron entrado en el despacho que había pertenecido al alcaide, Doole volvió a mover la mano indicándoles que se sentaran. Erredós se colocó junto a Luke y pasó a la modalidad de reposo.

Luke recorrió el despacho con la mirada y se fijó en el hombre congelado en el bloque de carbonita que colgaba de una pared, y vio que todas las luces indicadoras del sistema de apoyo vital del panel de control estaban apagadas.

—¿Algún amigo suyo? —preguntó.

Doole dejó escapar una risita sibilante.

—Un antiguo rival... Antes de que nuestra pequeña revolución introdujera el verdadero capitalismo en la industria de la minería de especia, ese hombre desempeñaba el cargo de alcaide de la prisión. —Doole se dejó caer pesadamente en el sillón detrás de su escritorio— ¿Puedo ofrecerles algún refrigerio? Lando se sentó y cruzó las manos encima del regazo.

—Antes preferiría hablar de negocios —dijo—. Si nuestras negociaciones empiezan a parecer prometedoras, quizá podamos celebrarlo con una copa.

—Buena política —dijo Doole, y volvió a frotarse las manos. Bien... Verá, he estado pensando en lo que me dijo desde que recibí su transmisión, y quizá tenga algo que podría llegar a constituir la inversión perfecta. Da la casualidad de que justo antes de su fallecimiento, nuestro jefe de turnos había descubierto un depósito excepcionalmente rico de especia brillestim. Hará falta una buena cantidad de dinero y esfuerzos para reparar el túnel derrumbado y explotar ese recurso, pero los beneficios obtenidos pueden llegar a ser superiores a cuanto usted sea capaz de imaginar.

—Oh, le aseguro que tengo mucha imaginación —dijo Lando, y obsequió a Doole con su sonrisa más deslumbrante.

—Esas afirmaciones me parecen bastante extravagantes y poco fundadas, señor Doole —intervino Luke usando el tono de voz más adusto y escéptico del que era capaz—. ¿Permitiría que nuestra unidad R-2 se conectara a su red de datos e inspeccionara el perfil beneficios/pérdidas de su complejo minero durante..., digamos que durante los dos últimos años? Eso me proporcionará datos sólidos en los que basarme para aconsejar al señor Tymmo.

La petición de que les abriera sus registros hizo que Doole se removiera nerviosamente en su sillón, pero Lando se apresuró a sacar su tarjeta de transferencia de crédito del bolsillo.

—Puedo asegurarle que el androide no causará ningún daño a su sistema de datos..., y si eso le hace sentirse más tranquilo, para mí será un placer entregarle un pequeño depósito a cuenta. ¿Digamos... cinco mil, quizá?

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