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Authors: Kevin J. Anderson

La búsqueda del Jedi (45 page)

BOOK: La búsqueda del Jedi
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Por otra parte, Qwi era muy consciente de lo que estaba haciendo... aunque el fingir ingenuidad le proporcionaba una excusa realmente perfecta, un escudo magnífico contra las embestidas de su propia conciencia.

Qwi había encontrado el «informe» completo entregado por Han Solo en los bancos de datos de las Fauces. Estaba protegido por un código de acceso que había descifrado sin ninguna dificultad, y consistía en una grabación de vídeo en vez de una mera transcripción. Sivron y Daala le habían ocultado una gran parte de él, desde luego, pero... ¿Por qué lo habían hecho?

Qwi contempló toda la sesión de tortura sin poder creer en lo que estaban viendo sus ojos. ¡Nunca había sospechado que le habían arrancado la información de aquella manera! Las palabras impresas sobre el papel parecían tan impasibles y tranquilas, como si hubieran sido fruto de una perfecta relación de cooperación...

Pero a un nivel más profundo y profesional Qwi sólo podía sentir irritación contra la almirante Daala. Se suponía que todos los científicos de las Fauces disponían de un acceso total y sin restricciones a todos los datos. ¡Qwi llevaba doce años dentro del cúmulo de agujeros negros, y en todo ese tiempo jamás había visto rechazada una sola petición de datos! Pero aquello era todavía peor. No sólo le habían negado acceso a la totalidad del informe, sino que la habían engañado para que creyera que Han no había proporcionado más datos que los contenidos en la versión censurada que le habían entregado.

«¡Pero la información debe ser compartida! —pensó Qwi—. ¿Cómo puedo hacer mi trabajo si no dispongo de los datos pertinentes?»

Qwi se abrió paso a través de los distintos códigos y contraseñas casi sin dificultad. Al parecer, nadie había esperado que se tomara la molestia de echar un vistazo. Leyó todo el informe con una mezcla de asombro y horror que se iba intensificando por momentos: la destrucción de Alderaan, el ataque a Yavin 4, la emboscada tendida a la flota rebelde en Endor, el enorme navío hospital y los transportes de personal convertidos en micrometeoroides por el superláser de la segunda
Estrella de la Muerte
...

«¿Para qué pensabas que iban a utilizarlas?», le había dicho Han. Qwi cerró los ojos e intentó expulsar el pensamiento de su mente.

Concéntrate en el problema. Esas palabras habían sido el mantra de su infancia. No te dejes distraer por nada más. Resolver el problema era lo único que importaba. Resolver el problema significaba sobrevivir...

Qwi recordaba haber pasado dos años de su infancia en el entorno silencioso y estéril de la esfera de educación orbital que flotaba sobre Omwat, su mundo natal. Por aquel entonces tenía diez años estándar, la misma edad que sus otros nueve compañeros, cada uno seleccionado de una aglomeración-colmena distinta de Omwat. Vistos desde la órbita en que giraba la esfera, los continentes verdes y anaranjados adquirían un aspecto irreal, medio ocultos por las nubes y puntuados por los desfiladeros y las protuberancias de las montañas. No se parecían en nada a los mapas claros y precisos que Qwi había visto hasta entonces.

Pero la esfera educativa de Qwi no estaba sola en su órbita, pues el Destructor Estelar personal de Tarkin la acompañaba en ella. Como navío de combate no era de los más temibles, ya que había muchos modelos superiores a la clase Victoria, pero aun así tenía la potencia de fuego suficiente para hacer llover la muerte y la destrucción sobre Omwat si los estudiantes no progresaban como se esperaba de ellos.

Durante dos años la vida de Qwi había sido una interminable sucesión de sesiones de adiestramiento, pruebas, sesiones de adiestramiento y más pruebas concebidas con el único propósito de introducir todos los conocimientos relativos a las disciplinas de ingeniería disponibles en las flexibles mentes jóvenes omwatianas, que tan fáciles de moldear resultaban..., o hacer estallar sus cerebros durante el proceso. Las investigaciones de Tarkin habían demostrado que los niños de Omwat eran capaces de llevar a cabo asombrosas hazañas mentales siempre que estuvieran sometidos a una presión lo bastante intensa y aplicada de la manera adecuada. La gran mayoría de las jóvenes mentes se desmoronarían bajo aquella presión, pero algunas emergían del proceso convertidas en auténticas joyas, brillantes y altamente creativas. Tarkin había querido averiguar qué resultados prácticos podía dar aquella posibilidad.

Aquel hombre flaco y duro como el acero había venido a verles vestido con su uniforme de gala durante los exámenes más importantes, y había mantenido la mirada implacablemente clavada en los niños de Omwat que seguían con vida mientras luchaban con problemas que habían derrotado a los mejores diseñadores del Imperio. Qwi recordaba cómo se habían alarmado cuando uno de sus compañeros de clase, un chico llamado Pillik, cayó repentinamente al suelo presa de una especie de ataque epiléptico, agarrándose la cabeza y chillando. Pillik había logrado ponerse de rodillas, sollozando, antes de que los guardias llegaran hasta él. Mientras se lo llevaban Pillik había alargado desesperadamente las manos hacia su examen, gritando que quería terminar su trabajo.

Después Qwi y sus tres compañeros de clase supervivientes fueron en silencio hasta la ventana de la esfera educativa para poder ver cómo las baterías turboláser del Destructor Estelar de la clase Victoria convertían en vapor la colmena de Pillik como castigo por su fracaso.

Qwi no podía permitirse el lujo de dejarse distraer por las consecuencias. Si su concentración flaqueaba, todos morirían. Tenía que confinar todas las preocupaciones y preguntas en lo más profundo de su mente. Los problemas eran un refugio de pureza y seguridad, y debían ser resueltos meramente porque eran problemas. Qwi no podía permitirse ni un solo instante de distracción pensando en algo que estuviera más allá del problema inmediato.

Al final Qwi fue la única de su grupo que logró terminar el proceso de adiestramiento. Todo el espacio disponible de su memoria debía estar reservado a la física, las matemáticas y la ingeniería, por lo que no había recibido ninguna instrucción en ciencias biológicas. Tarkin la había llevado a la nueva Instalación de las Fauces y la había puesto bajo la tutela del gran ingeniero Bevel Lemelisk. Qwi no había salido de las Fauces desde entonces.

Los problemas tenían que ser resueltos meramente porque eran problemas. Si se dejaba distraer por las emociones, ocurrirían cosas terribles. Aún recordaba las imágenes de las ciudades de Omwat ardiendo como hogueras de campamentos distantes vistas desde la órbita de la esfera, los incendios creados por los haces láser que barrían las sabanas de su mundo..., pero Qwi tenía demasiados cálculos que terminar, demasiados diseños que modificar.

Qwi había tranquilizado a su conciencia descargando la responsabilidad sobre los hombros de otros, pero la verdad innegable era que creaba artefactos que habían sido los causantes directos de la muerte de civilizaciones enteras y que habían destruido mundos enteros. Con el Triturador de Soles, Qwi podría hacer desaparecer sistemas estelares enteros con sólo pulsar un botón.

Qwi Xux tenía muchas cosas en las que pensar, pero no sabía cómo enfrentarse a aquella clase de reflexiones. Se encontraba ante un problema de un tipo totalmente nuevo y diferente..., y debía resolverlo.

Chewbacca permaneció tan inmóvil como una estatua, negándose a moverse y desafiando al capataz a que volviera a utilizar su látigo de energía.

El capataz lo utilizó.

Chewbacca rugió al sentir la terrible punzada de dolor que atravesó su piel, y sus nervios se convulsionaron bajo los efectos residuales de la descarga. El wookie alzó sus velludos brazos, ardiendo en deseos de arrancar los miembros de aquel hombre gordo e impasible de su torso esférico.

Catorce soldados de las tropas de asalto le apuntaron con sus desintegradores.

—¿Vas a volver a trabajar o he de subir un par de grados el control de intensidad de la descarga, wookie?

El capataz se golpeó suavemente la palma con el mango del látigo de energía mientras observaba a Chewbacca sin inmutarse. Tenía la piel exangüe y de un aspecto casi polvoriento, como si todo su organismo estuviera muerto por debajo de ella.

—En cualquier otro momento habría disfrutado enormemente con el desafío de quebrantar tu voluntad, wookie —siguió diciendo—. Llevo catorce años estándar aquí con toda una cuadrilla de esclavos wookies a mis órdenes. Perdimos unos cuantos durante el proceso, pero acabé domándolos a todos y ahora obedecen las órdenes y hacen su trabajo. Pero la almirante Daala insiste en que mañana todo debe estar a punto para la movilización.

El capataz movió la reluciente punta verde del látigo en el aire delante del rostro de Chewbacca, chamuscándole unos cuantos pelos. Chewbacca tensó sus negros labios revelando sus colmillos y gruñó.

—No puedo perder el tiempo con jueguecitos —dijo el capataz—. Si he de desperdiciar más tiempo enseñándote disciplina... Bueno, en ese caso prefiero lanzarte al espacio. ¿Lo has entendido?

Chewbacca pensó en lanzarle un rugido a la cara, pero el capataz parecía estar hablando en serio. Chewbacca tenía que sobrevivir el tiempo suficiente para averiguar qué había sido de Han. Han le había rescatado hacía mucho tiempo de unos traficantes de esclavos, y Chewbacca seguía teniendo una deuda de vida pendiente con el humano. El wookie acabó dejando escapar un gruñido gutural de asentimiento.

—Bien... ¡Y ahora vuelve a esa lanzadera de asalto!

Chewbacca llevaba un mono de trabajo gris con bolsillos en los que guardar herramientas de diagnóstico para motores y llaves hidráulicas para aflojar tuercas. El wookie ya había averiguado que no había ni una sola herramienta que pudiera ser utilizada como arma.

La lanzadera de asalto de la clase Gamma ocupaba una buena parte del hangar inferior del
Gorgona
. Chewbacca también disponía de un pequeño tablero de datos con las configuraciones del proyector de haces de tracción y los generadores de escudos deflectores. Ya había trabajado en otras naves con anterioridad, y conocía al
Halcón
como si fuera la palma de su mano gracias a las muchas reparaciones de emergencia que él y Han se habían visto obligados a hacer. Los planos del tablero de datos le permitirían reparar sistemas de tecnología imperial que tenían décadas de antigüedad sin ninguna clase de problemas.

Chewbacca fue a la cola de la lanzadera de asalto e inspeccionó las toberas de salida de los reactores, y después comprobó de mala gana las monturas del cañón desintegrador. En la proa de la nave había una escotilla que permitía el acceso a la tripulación, pero Chewbacca optó por emplear un método más riguroso consistente en abrir una de las portillas de lanzamiento utilizadas para permitir la salida a las tropas de asalto en condiciones de gravedad cero durante un ataque espacial, y se metió por ella.

Una vez dentro ya tenía acceso al nivel de ingeniería, donde estuvo examinando los moduladores de energía y los sistemas de apoyo vital. El wookie tuvo que hacer un gran esfuerzo para reprimir el impulso de arrancar circuitos y causar daños en los equipos. Si lo hacía el capataz le ejecutaría de inmediato, y un sabotaje tan insignificante no serviría de nada. Además, incluso unos daños mucho más sutiles probablemente serían descubiertos durante el procedimiento de comprobación inicial previo al despegue.

La sección de pasajeros de la lanzadera de asalto era realmente espartana, ya que sólo contenía literas para los soldados, así como un par de compartimentos de almacenaje provistos de unidades de energía para guardar las voluminosas armaduras que empleaban en condiciones de gravedad cero. Chewbacca activó los sistemas y examinó la consola de mando, después de lo cual hizo una comprobación de los dos ordenadores de vuelo interconectados..., y pensó en arrancar los sillones en los que se sentarían los cinco miembros del equipo de vuelo.

El gordo capataz seguía gritando y haciendo chasquear su látigo de energía en el hangar del
Gorgona
. Chewbacca sintió cómo una oleada de ira se iba extendiendo por todo su ser al escuchar los gritos de dolor de los otros esclavos wookies, que había perdido todo deseo de resistir hacía ya mucho tiempo. No sabía nada sobre sus compañeros de cautiverio. Le habían mantenido encerrado en una celda individual, y no se les permitía hablar entre sí. Chewbacca se preguntó cuánto tiempo había transcurrido desde que aquellos esclavos agotados habían tocado por última vez las ramas de sus árboleshogar.

—¡A trabajar! —gritó el capataz—. ¡Hay mucho que hacer, y tiene que hacerse hoy! ¡Sólo en el
Gorgona
hay trescientas naves!

Y Chewbacca sabía que los otros tres Destructores Estelares contenían un número idéntico de cazas TIE, cañoneras y lanzaderas de asalto.

Chewbacca tensó el puño sobre la tapa levantada de un compartimiento de carga, y el metal se dobló visiblemente. Quería averiguar por qué la almirante Daala insistía en que todos debían trabajar con una premura tan desesperada.

Qwi Xux odiaba que los soldados de las tropas de asalto le dieran órdenes. Durante los años que llevaba en la Instalación de las Fauces había aprendido a ignorar la presencia de los soldados que desfilaban rígidamente por los pasillos con sus armaduras blancas, llevando a cabo sesiones interminables de adiestramiento y formación que no tenían el más mínimo sentido y que les daban la apariencia de robots sin mente. ¿Tendrían problemas de memoria, o se trataría de alguna otra cosa que no podía entender? Una vez había aprendido algo, Qwi ya no necesitaba seguir repitiéndolo. El paso del tiempo le había enseñado a no prestar mucha atención a los soldados... hasta que un pelotón se presentó ante la puerta de su laboratorio e insistió en que debía ir con ellos.

Qwi había terminado sus investigaciones ilícitas en las bases de datos hacía tan sólo unos momentos, y había desactivado la cerradura de la entrada a su laboratorio. No tenía ninguna razón para pensar que los soldados sospecharan algo, pero aun así se sintió invadida por un terror totalmente irracional.

Los soldados se desplegaron a su alrededor formando una burbuja protectora y la hicieron avanzar a lo largo de los pasillos embaldosados.

—¿Dónde me llevan? —logró preguntar Qwi por fin.

—La almirante Daala desea verla —dijo el capitán a través del filtro-altavoz de su casco.

—Oh, ¿Por qué?

—Ella se lo dirá.

Qwi tragó saliva intentando hacer bajar el bulto helado que se había formado en su garganta, y cuando habló intentó que su voz sonara lo más altiva posible.

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