Read La búsqueda del Jedi Online
Authors: Kevin J. Anderson
Cetrespeó se irguió de repente, saliendo bruscamente de su modalidad de recarga.
—¡General Calrissian! Erredós acaba de ponerse en contacto conmigo. —Cetrespeó activó el comunicador con un dedo dorado, y una serie de pitidos brotó de la rejilla del altavoz—. El señor Tymmo se ha presentado en los corrales de los amorfoides disfrazado de cuidador de amorfoides. Erredós ha verificado su identificación. ¿Qué podía estar haciendo allí?
—Vamos —dijo Lando—. No esperaba que Tymmo volviera a intentarlo tan pronto, pero sea lo que sea lo que está haciendo ahora ya le tenemos.
Lando cogió su capa y se la puso sobre los hombros antes de salir a toda prisa de la habitación. Cetrespeó alzó las manos en un gesto de alarma, pero le siguió todo lo deprisa que pudo con sus motivadores zumbando a plena potencia.
Corrieron por las oscuras calles llenas de niebla de Ciudad Umgul. Enormes bloques-vivienda de piedra caliza se alzaban a su alrededor, amontonándose unos encima de otros como cajas de galletas. Las sustancias protectoras contra la humedad hacían que reluciesen como si hubieran sido recubiertos de laca. Luces flotantes indicaban los cruces de las calles, y esparcían un halo perlino que se iba disipando en la niebla. Había muchos trabajadores subidos en andamios que arrancaban viejas banderolas donde se anunciaba la visita de un dignatario de otro mundo y colocaban otras nuevas dando la bienvenida a Ciudad Umgul a la duquesa Mistal.
Lando corrió a toda velocidad por las calles adoquinadas con Cetrespeó siguiéndole en un tembloroso correteo con el cuerpo tan tieso como de costumbre. Avenidas muy empinadas trepaban por los acantilados. No tardaron en ver alzarse delante de ellos una gran estructura iluminada adyacente al estadio que servía para alojar y examinar a los amorfoides.
Lando se agachó para meterse por una entrada de servicio que llevaba hasta los establos de los amorfoides, y Cetrespeó le siguió. Extraños olores húmedos y un poco mohosos impregnaban la atmósfera. Los androides de limpieza iban y venían traqueteando por los pasillos, mientras otros androides se encargaban de comprobar los controles de temperatura de los establos de los amorfoides. Las luces ya habían sido atenuadas para la noche, lo que animaba a los amorfoides a descansar.
—¿Sabes adónde vamos, Cetrespeó?
—Creo que puedo localizar a Erredós, señor —replicó Cetrespeó, y giró sobre sí mismo en una serie de lentos círculos hasta que acabó señalando una dirección.
Bajaron un nivel más y llegaron a una cámara sumida en la penumbra que había sido excavada en la piedra caliza. Las luces estaban ajustadas al nivel de intensidad mínimo, y varios generadores de humedad se encargaban de mantener el aire húmedo y pegajoso.
—Erredós está ahí dentro, general Calrissian.
—De acuerdo, nada de ruidos... Averigüemos qué está ocurriendo.
—Señor, ¿realmente cree que el señor Tymmo puede estar haciendo trampas? Quiero decir... ¿A pesar de la amenaza de la pena capital?
Lando le contempló con el ceño fruncido.
—No, Cetrespeó, claro que no —replicó—. Estoy seguro de que Tymmo tiene una razón total y absolutamente legítima e irreprochable para haberse puesto el uniforme de un cuidador de amorfoides, haberse introducido en el establo a estas horas y andar sigilosamente por la oscuridad intentando que nadie le vea.
—¡Qué alivio, señor! Me alegra mucho saber que el señor Tymmo aún puede ser un candidato a convertirse en Jedi.
—¡Silencio, Cetrespeó!
Entraron en una estancia cuyas paredes estaban ocupadas por hileras de corrales para amorfoides. Las filas de corrales, formadas por veinte pequeños recintos cada una, impidieron que Lando pudiera ver nada en la estancia sumida en la penumbra. Dentro de cada corral había un amorfoide gelatinoso que vibraba y emitía burbujeos ahogados mientras descansaba.
Lando oyó un tintineo metálico procedente del otro extremo de la cámara: alguien estaba abriendo un corral de amorfoide procurando hacer el menor ruido posible. Lando avanzó en silencio a lo largo de las hileras de corrales, moviéndose despacio para permitir que sus ojos se fueran adaptando poco a poco a la penumbra.
Un instante después distinguió una silueta humana entre las sombras de la última hilera de corrales. Reconoció la constitución de Tymmo, sus movimientos furtivos y su lacia cabellera negra. Tymmo estaba encorvado sobre un corral. Había metido las manos dentro de él y le estaba haciendo algo al amorfoide que tenía delante.
Lando se acercó un poco más a Cetrespeó y le habló en el más imperceptible de los susurros, sabiendo que los ruidos que producían los amorfoides impedirían que se le oyera.
—Aumenta la capacidad de captación de tus sensores ópticos para poder ver lo que está haciendo, y grábalo todo para que podamos examinarlo después. Si queremos que este tipo caiga en nuestras manos, quizá necesitemos pruebas.
Lando puso la mano sobre la boca de Cetrespeó para mantenerle en silencio antes de que el androide pudiera responder. Cetrespeó asintió y se volvió hacia el hombre medio oculto entre las sombras.
Un instante después Erredós surgió de la nada con un zumbido de servomotores y empezó a avanzar por el pasillo entre los corrales. Tymmo alzó la mirada, claramente sobresaltado, pero Erredós se había colocado una extensión de limpieza y se dedicaba a frotar el suelo debajo de los corrales. Pasó junto a Tymmo sin dejar de zumbar ni un momento y lo ignoró por completo, tal como habría hecho un auténtico androide de limpieza. Lando inclinó la cabeza en un silencioso gesto de admiración dirigido al pequeño androide.
Tymmo volvió a concentrarse en su trabajo. La aparición de Erredós le había afectado bastante, y al parecer quería salir de allí lo más pronto posible.
—¡Señor, acaba de implantar un objeto de pequeñas dimensiones en el protoplasma de ese amorfoide! —gritó Cetrespeó de repente.
Tymmo giró sobre sí mismo y metió la mano en uno de los bolsillos de su mono. Lando no necesitaba una iluminación más intensa para darse cuenta de que estaba a punto de sacar un desintegrador.
—¡Muchísimas gracias, Cetrespeó! —exclamó mientras se lanzaba sobre el androide y lo derribaba. Un instante después un rayo desintegrador hizo brotar un diluvio de chispas del trozo de pared delante del que habían estado de pie—. ¡Vamos!
Lando se puso en pie y corrió hacia el lugar en el que se había estado escondiendo Tymmo, manteniéndose agachado para aprovechar al máximo el refugio que ofrecían los corrales de los amorfoides. Otro rayo desintegrador rebotó a través de la penumbra, fallando por una gran distancia.
—¡Haz sonar las alarmas, Erredós! —gimió Cetrespeó—. ¡Avisa a los guardias! ¡Alerta al propietario del establo! ¡Oh, despierta a todo el mundo!
Tymmo volvió disparar contra ellos, y Cetrespeó dejó escapar un jadeo ahogado al ver el chorro de chispazos que apareció bastante cerca de su cabeza.
—¡Oh cielos!
Los amorfoides despertaron y empezaron a agitarse dentro de sus corrales, alzándose del suelo y apoyándose en los barrotes.
Lando oyó cómo Tymmo chocaba con la esquina de una jaula. Llegaron al corral en el que Tymmo había estado llevando a cabo sus manipulaciones. Lando procuraba mantener la cabeza lo más agachada posible.
—Intenta averiguar qué ha introducido en ese amorfoide, Cetrespeó.
—¿Realmente cree que es el curso de acción más aconsejable en estos momentos, señor?
—¡Hazlo!
Lando ya había desenfundado su desintegrador, y estaba escrutando las sombras en busca de la silueta de Tymmo.
Unas alarmas ensordecedoras empezaron a sonar de repente.
—Buen trabajo, Erredós —murmuró Lando.
Lando vio una forma agazapada que se movía y se arriesgó a lanzar un disparo de intensidad aturdidora, pero falló. Una serie de indignados ruidos electrónicos le indicó que había faltado muy poco para que desactivara a Erredós.
—¡Lo siento, chico! —se excusó.
Lando había revelado su posición al disparar el desintegrador. Tymmo disparó, pero el haz de energía surgido de su arma rebotó en una pared. Lando volvió a disparar, y cuando el haz aturdidor se fue expandiendo pudo ver cómo varios amorfoides que se encontraban en su trayectoria se hacían un ovillo y empezaban a condensarse hacia los lados.
—Un tiroteo en el corral de los amorfoides... —murmuró para sí mismo—. ¡Justo la forma en que quería pasar mis vacaciones!
Cetrespeó se había quedado inmóvil junto al corral del amorfoide intentando averiguar qué había estado haciendo exactamente Tymmo. El amorfoide, asustado y desorientado por toda aquella agitación, se había apoyado en las barras y se inclinaba hacia la puerta de su recinto. La tenue claridad arrancaba destellos al cuerpo de metal pulimentado de Cetrespeó, que ofrecía un blanco muy fácil; pero cuando Tymmo volvió a disparar, el haz de su desintegrador destrozó la cerradura del corral. El peso del amorfoide que estaba apoyado en ella hizo que la puerta se abriera de repente, y toda la masa gelatinosa cayó sobre la cabeza de Cetrespeó y empezó a rezumar por su cuerpo. Los gritos ahogados de pánico que lanzaba el androide eran débilmente audibles a través del protoplasma húmedo.
Lando vio la silueta de Tymmo moviéndose entre las sombras y echó a correr detrás de él. Tymmo avanzaba hacia el arco de salida, yendo tan deprisa como podía hacerlo en la oscuridad.
—¡Tymmo! ¡No te muevas!
Tymmo se volvió hacia Lando, y después siguió corriendo todavía más deprisa que antes. Erredós surgió de las sombras en ese momento y se interpuso en el camino del hombre que huía a toda velocidad. Tymmo chocó con el androide, dio una voltereta en el aire y acabó aterrizando sobre la espalda.
Lando saltó sobre él, agarró el brazo que sostenía el desintegrador y se lo retorció detrás de la espalda hasta que los dedos de Tymmo dejaron de sujetar el arma.
—Buen trabajo, Erredós.
Tymmo se debatía y forcejeaba mientras las alarmas seguían sonando.
—¡Suéltame! ¡No permitiré que vuelvas a llevarme con ella!
—¡Ayúdenme! ¡Socorro! —gritaba Cetrespeó.
El androide estaba agitando los brazos de un lado a otro, haciendo frenéticos intentos para quitarse de encima el tejido protoplásmico del amorfoide adherido a su caparazón.
Androides guardianes y agentes de seguridad humanos entraron corriendo en la cavernosa cámara. Las luces se volvieron repentinamente cegadoras cuando alguien aumentó su intensidad, y las contorsiones de Tymmo se hicieron todavía más frenéticas.
—¡Aquí! —gritó Lando.
Los guardias androides se encargaron de Tymmo, inmovilizándole con sus brazos restrictores. Otro guardia se dispuso a ocuparse de Lando, y éste comprendió de repente que él tampoco tenía ninguna razón válida para estar en el establo de los amorfoides.
—Por todas las miasmas zumbantes, ¿qué está ocurriendo aquí? —rugió una ensordecedora voz de bajo. Un hombre de aspecto hirsuto que parecía haberse vestido a toda prisa entró corriendo en la zona de los corrales—. ¡Y desconectad de una vez esas condenadas alarmas! Están poniendo nerviosos a mis amorfoides, y me están dando dolor de cabeza.
—¡Por aquí, señor Fondine! —gritó uno de los guardias humanos.
El hombre se acercó y vio a Tymmo debatiéndose en la presa del guardia androide, que era tan imposible de romper como una camisa de fuerza. Lando movió una mano para atraer su atención.
—He descubierto un posible sabotaje de las carreras, señor —dijo—. Este hombre ha estado manipulando a los amorfoides.
El hombre fulminó a Tymmo con la mirada, y después se volvió hacia Lando.
—Soy Slish Fondine, propietario de estos establos. Será mejor que me digas quién eres y por qué estás aquí.
Lando se dio cuenta de que no tenía nada que ocultar, y comprenderlo le dejó un poco sorprendido.
—Soy el general Calrissian, y represento a la Nueva República. He estado investigando a Tymmo... a este hombre, como parte de una misión totalmente distinta, pero creo que si echa un vistazo a su historial de aciertos en las carreras lo encontrará muy interesante.
Tymmo no apartaba los ojos de Lando.
—¡Nunca conseguirás llevarme de vuelta con ella! No podía aguantarlo... Ya sabes cómo es. ¡Antes moriré!
Slish Fondine le hizo callar con un ademán.
—Bueno, si lo que el general dice es cierto, quizá podamos satisfacerte... En Umgul se ejecuta a los que hacen trampas en el juego.
Las sirenas de alarma se callaron por fin.
—¡Por favor, que alguien me ayude! —gritó Cetrespeó.
Fondine vio al androide que se debatía envuelto en la goteante masa verdosa y fue corriendo en su auxilio. Apartó el protoplasma reuniéndolo con la masa principal y después calmó cariñosamente al amorfoide.
—Tranquilo, tranquilo... —susurró—. ¡Deja de moverte de esa manera! —añadió volviéndose hacia Cetrespeó—. El amorfoide está tan asustado de ti como tú lo estás de él. No te muevas, ¿de acuerdo? —Bajó la voz—. Pueden captar el miedo, ya sabes...
Cetrespeó intentó permanecer totalmente inmóvil mientras Fondine persuadía amablemente al amorfoide para que volviera a meterse en su corral, pero un instante después el androide dio nuevas muestras de excitación.
—¡Acabo de descubrir un objeto cuasi microscópico en el interior del protoplasma de este amorfoide, señor! Si utilizo mi capacidad de aumento... ¡Parece ser un micro motivador!
Lando comprendió de repente qué había estado haciendo Tymmo. Un micro motivador implantado en el amorfoide podía enviar un poderoso estímulo interno, y provocar una frenética respuesta de huida en cualquier criatura. Si estaba ajustado de la manera correcta, el micro-motivador podía proporcionar a un amorfoide la velocidad nacida del terror más absoluto e incontrolable. El artefacto era tan diminuto que Tymmo podía asegurar su autodestrucción después de que el amorfoide hubiera ganado una carrera, con lo que sólo quedarían restos casi imperceptibles de unos cuantos elementos de los componentes en el tejido del amorfoide..., y nadie lo sabría nunca.
Slish Fondine fulminó con la mirada a Tymmo.
—Eso es una vil blasfemia contra el espíritu que anima las carreras de amorfoides.
Tymmo se removió nerviosamente.
—¡Tenía que conseguir el dinero! Tenía que marcharme del planeta antes de que ella llegara...
—¿De quién estás hablando? —preguntó Lando sin poder reprimir su exasperación por más tiempo—. ¿Quién es esa «ella» misteriosa? —añadió, y se retorció apartándose del androide de vigilancia que le había estado sujetando.