Read La búsqueda del Jedi Online
Authors: Kevin J. Anderson
El amorfoide color amatista se preparó para enfrentarse al obstáculo, pero parecía estar demasiado aterrorizado para planear cuál sería la mejor manera de pasar por entre las palas giratorias. Fluyó hacia adelante alargándose para ganar velocidad, y después metió su cuerpo por entre las palas que giraban con un perezoso zumbido. Una cuarta parte de su masa logró llegar al otro lado antes de que los afilados bordes de las palas se abrieran paso a través del protoplasma, cortándolo limpiamente en dos mitades.
Chorros de mucosidad salieron disparados en todas direcciones, pero acabaron formando una larga hebra líquida que se pegó a una de las palas de la hélice. Un segmento del amorfoide ya estaba a salvo al otro lado del obstáculo. Las otras tres cuartas partes de la masa corporal se encogieron sobre sí mismas y saltaron por el siguiente hueco que apareció entre las palas. Esta vez la mitad de la masa logró llegar al otro lado, y el segundo segmento rezumó hacia adelante para reunirse con la pequeña porción que había sido la primera en pasar. El resto del número 11 logró pasar sufriendo sólo un pequeño tajo en el extremo posterior, y cuando las palas de la hélice siguieron girando, las gotitas de sustancia viscosa que se habían quedado pegadas a los bordes se reunieron formando un pequeño bulto de protoplasma que se desprendió y rodó por el suelo hasta quedar a salvo. Un instante después todas las porciones ya habían vuelto a reunirse.
La multitud rugió entusiasmada. Algunos de los perdedores de los niveles inferiores empezaron a lanzar botellas y recipientes de bebidas contra los emparrillados de las pantallas protectoras que se alzaban delante de ellos. Chispas azules brotaron de los alambres electrificados. Tymmo se inclinó hacia adelante manteniendo una mano dentro de su bolsillo. Lando se preguntó si llevaba alguna clase de arma.
Tymmo miró a su alrededor y parpadeó con evidente alarma, como si sospechara que estaba siendo observado. Lando torció el gesto, sabiendo que sus prendas elegantes y su magnífica capa no podían estar más fuera de lugar en aquellos niveles inferiores del estadio. Tymmo se fijó en Lando y los dos androides, se tensó y después se relajó con un gran esfuerzo de voluntad, obligándose a permanecer sentado para ver el final de la carrera.
El número 11 se aproximó al último obstáculo y deslizó seudópodos sobre los peldaños de una escalera mientras goteaba por ella para iniciar el descenso. Parecía exhausto, pero aun así continuaba esforzándose tan desesperadamente como si estuviera siendo perseguido por una horda de demonios. Los trazos y manchitas color amatista se habían ido volviendo cada vez más borrosos, y ya apenas si podían distinguirse.
El amorfoide llegó al final de la escalera y descendió para encontrarse con una serie de enormes embudos cuyos agujeros de salida tenían distintos tamaños, y muchos de los cuales estaban obstruidos. El amorfoide color amatista lanzó extensiones hacia varios embudos, y fue investigándolos hasta que encontró uno cuyo agujero de salida era lo suficientemente grande.
Detrás de él, su perseguidor más inmediato empezó a atravesar la plataforma de pinchos colocada delante de la hélice.
El número 11 escogió un embudo aceptable, se metió en el cono y empujó. Una tira pastosa brotó del angosto extremo de salida, y fue rodando sobre sí misma y amontonándose en el suelo a medida que el amorfoide volvía a integrarse. La delgada hebra de amorfoide siguió saliendo en lo que parecía un proceso interminable hasta que la cola por fin emergió del embudo.
El cuerpo del número 11 se cubrió de destellos iridiscentes mientras temblaba a causa del agotamiento. Después se lanzó hacia el círculo de llegada, dando la impresión de que pretendía seguir adelante sin detenerse en él.
La multitud continuaba gritando y animando a sus favoritos, pero estaba claro que la carrera había terminado. Lando vigilaba a Tymmo, y vio cómo manipulaba algo en su bolsillo.
El número 11 se paró de repente en el círculo de llegada. Cuidadores de amorfoides vestidos con monos salieron corriendo a la pista provistos de grandes palas y una plataforma flotante para recoger a la agotada criatura y llevarla de regreso a los establos de amorfoides, donde disfrutaría de la rehidratación y de un largo descanso. El público empezó a gritar, animando a los otros amorfoides que seguían luchando por obtener un puesto en la clasificación final.
Tymmo se levantó de su asiento y barrió rápidamente los alrededores con la mirada, pero Lando ya se había escondido detrás de una columna. Tymmo se abrió paso a empujones por entre los espectadores que seguían contemplando la carrera y se dirigió hacia una de las centrales de cobro, en la que ya había otros ganadores formando cola. Casi todos los ganadores daban saltos y parloteaban a toda velocidad compartiendo su excitación con los demás, y hasta los más reservados sonreían de oreja a oreja; pero el rostro de Tymmo estaba tan rígido e indescifrable que parecía una máscara metálica. Daba la impresión de estar muy nervioso.
Lando y los dos androides se dirigieron hacia la cola, abriéndose paso lentamente a través de la multitud. Tymmo no paraba de mirar hacia atrás, pero no volvió a verles. La voz del locutor brotó del sistema de megafonía anunciando el orden de ganadores en la carrera de amorfoides.
Lando tiró de los cables ocultos en sus mangas que iban unidos a los detectores cristalinos de potencial Jedi y los conectó a la unidad de energía instalada en el cuerpo de Erredós. Después deslizó las palas en las palmas de sus manos, y estuvo preparado para aprovechar la primera oportunidad en la que pudiera examinar a Tymmo a fin de confirmar si poseía o no el aura azulada típica de un posible candidato a la academia de Luke.
Cetrespeó parecía muy excitado.
—¿Por qué no nos limitamos a ir hacia él y le damos la buena noticia, general Calrissian?
—Porque esto me huele muy mal —replicó Lando—, y quiero asegurarme que no nos metemos en un lío antes de actuar.
—¿Detecta algún olor desagradable? —preguntó Cetrespeó, y miró a su alrededor como si esperase ver montones de basura esparcidos por las gradas—. Lo lamento, pero mis circuitos de análisis olfativo no parecen...
—¡Oh, olvídalo! Ahora le toca el turno de ir a la terminal. Cuando introduzca su ficha de apuesta, el ordenador tardará un minuto en procesarla y entregarle sus ganancias. Supongo que Tymmo no querrá perder el montón de créditos que ha ganado, por lo que podemos considerar que está atrapado allí hasta que el ordenador haya terminado la transacción.
Lando se acordaba que Umgul castigaba el hacer trampas en el juego con la muerte, naturalmente, y siempre cabía la posibilidad de que Tymmo se diera por satisfecho con salir vivo de allí. ¿Qué había estado escondiendo en su bolsillo?
Tymmo fue hacia la terminal, y estaba metiendo su ficha en la ranura cuando la voz del locutor se abrió paso a través del ruido de fondo para recordar nuevamente a todo el mundo que la semana próxima se celebrarían varias carreras en honor de la duquesa de Dargul que iba a visitar el planeta. Tymmo se encogió visiblemente sobre sí mismo, pero logró recuperarse rápidamente del sobresalto y tecleó su código de identificación e insertó su tarjeta de crédito para que le abonaran sus ganancias.
—Vamos —dijo Lando.
Abandonó la cola y avanzó hacia la central de cobro. Movió el interruptor de la unidad detectora, y el débil zumbido del calentamiento inicial quedó ahogado por el ruido de fondo.
Tymmo tenía los ojos clavados en la pantalla de la central de cobro, y estaba muy ocupado tecleando su código de acceso y transfiriendo sus ganancias tan deprisa como podía. Lando se puso junto a él y barrió sus costados con las palas detectoras antes de que Tymmo pudiera comprender lo que estaba ocurriendo.
Tymmo alzó la mirada, vio a Lando sosteniendo algo que por su aspecto podía ser un arma, vio a los dos androides que podían ser guardaespaldas mecánicos armados... y se dejó dominar por el pánico justo cuando la terminal expulsaba su tarjeta de crédito y llamaba al siguiente de la fila. Tymmo cogió su tarjeta de un manotazo y huyó, dispersando a un grupo de ugnaughts mientras corría por entre los pasillos atestados.
—¡Eh, Tymmo! ¡Alto! —gritó Lando.
El hombre fue engullido por los chorros de espectadores que salían de las gradas después de haber presenciado la carrera.
—¿Es que no vamos a seguirle, señor? —preguntó Cetrespeó.
Unos cuantos espectadores se habían vuelto para mirarles. El siguiente ganador fue hacia el centro de cobro, sonriendo y sin haberse enterado de nada.
—No. —Lando meneó la cabeza—. De momento ya tenemos una lectura suya, así que vamos a echarle un vistazo.
Lando buscó un rincón oscuro y una vez allí, sin importarle que pudiera verles alguien ya que de todas maneras no entendería lo que estaba haciendo, observó cómo la unidad de energía del detector imperial reconstruía un trazado holográfico del aura de Tymmo.
Por desgracia, y tal como había esperado Lando, la lectura de Tymmo mostraba un contorno totalmente normal: la aureola azulada indicadora del potencial Jedi estaba ausente, y no se veía nada que se saliera de lo habitual.
—Es un estafador.
Cetrespeó parecía muy desilusionado.
—¿Puede estar totalmente seguro de ello, señor? Creo que debo mencionar el hecho de que había muchas personas a su alrededor, y su presencia puede haber alterado las lecturas. Aparte de eso, usted llevó a cabo el examen muy deprisa y no se encontraba demasiado cerca de él... También debe recordar que el aparato detector es extremadamente antiguo, y que sus lecturas quizá no resulten del todo fiables.
Lando contempló al androide de protocolo con un fruncimiento de ceño lleno de escepticismo, pero los argumentos de Cetrespeó tenían cierta base y eso significaba que debía cerciorarse. Además, hasta el momento Lando estaba disfrutando de su estancia en Umgul.
—De acuerdo, haremos unas cuantas investigaciones más...
Lando estaba descansando en sus espaciosos aposentos del hotel, sintiendo un gran alivio al pensar en que la Nueva República se encargaría de pagar la factura. Pidió una especie de ponche frío que era muy popular en Umgul al dispensador de bebidas, y salió al balcón para contemplar cómo las espesas neblinas del atardecer se enroscaban a lo largo de las calles. Después tomó un sorbo de la bebida, incapaz de eliminar el fruncimiento de ceño de perplejidad o alisar las arrugas de su frente.
—¿Desea algo más, señor, o puedo reducir mi nivel de actividad por el momento? —preguntó Cetrespeó.
—¡Oh, no, por mí puedes reducirlo ahora mismo! —exclamó Lando, imaginándose al instante lo agradable que resultaría que el androide de protocolo estuviera callado durante un rato—. Pero deja el circuito abierto por si Erredós intenta volver a ponerse en contacto.
—Desde luego, señor.
Erredós había ido a husmear por los establos de los amorfoides haciéndose pasar por un androide de mantenimiento en un intento de descubrir cualquier cosa que se saliera de lo corriente. El pequeño androide de astronavegación había sintonizado su frecuencia de comunicación con la del comunicador de Lando para que pudiera enviarle mensajes.
Cetrespeó se había sumido en el silencio, y Lando por fin pudo dedicarse a pensar. Fue a la terminal de cortesía de la habitación y tecleó una solicitud de información. La pantalla reaccionó de manera automática ofreciéndole el horario completo de las próximas tres semanas de carreras de amorfoides, pero Lando seleccionó un menú distinto.
La Comisión de Carreras de Umgul mantenía una actitud de falta de secretos tan total que rozaba el fanatismo en lo tocante a toda la información relacionada con las carreras y con los amorfoides. Lando se enteró de que siempre se tomaba una muestra de protoplasma de cada amorfoide antes y después de cualquier carrera, y averiguó que después la muestra era sometida a rigurosos análisis cuyos resultados podían ser conocidos por cualquiera.
La ayuda del auxiliar de información incorporado a la terminal permitió que Lando pudiera examinar los resultados del análisis protoplásmico anteriores y posteriores a la prueba de todos los ganadores de las carreras que habían proporcionado grandes ganancias a Tymmo. No sabía qué andaba buscando, pero sospechaba que podía tratarse de alguna droga utilizada para impulsar a los amorfoides a moverse más deprisa, alguna clase de incentivo que sólo afectaba a los ganadores.
—Efectúa una correlación —le ordenó Lando a la terminal—. ¿Hay algo que se salga de lo corriente en esos ganadores, algo que se haya encontrado en esos amorfoides pero no en otros?
Tymmo sólo apostaba de vez en cuando, y si su manipulación era lo suficientemente sutil Lando podía suponer que a la Comisión de Carreras de Umgul quizá se le hubiera pasado por alto una modificación tan minúscula. Pero Lando tenía una ventaja sobre la Comisión, pues conocía la existencia de una variable que relacionaba a esos ganadores distinguiéndolos de los otros amorfoides. En cada carrera había centenares de apostantes y ganadores, por lo que la Comisión de Carreras no tendría ninguna razón para fijarse únicamente en aquellas carreras que habían proporcionado grandes ganancias a Tymmo.
—Se ha encontrado una pequeña anomalía en todos los casos —dijo el auxiliar de información.
—¿En qué consiste?
—Las pruebas químicas posteriores a la carrera muestran indicios de carbono, silicio y cobre presentes en el protoplasma de cada ganador de este subconjunto.
—¿Y eso no había sido detectado antes? —preguntó Lando.
—Fue considerado irrelevante. Explicación probable: contaminantes ambientales sin importancia procedentes de los mismos establos de los amorfoides.
—Hmmmm... ¿Y los análisis dan los mismos resultados en todos los ganadores?
—Sí.
—¿Se han encontrado restos de esas sustancias en las pruebas protoplásmicas de algún otro amorfoide, ganador o perdedor, en cualquier otra carrera?
—Comprobando... —La terminal guardó silencio durante unos momentos antes de volver a hablar—. No, señor —dijo por fin.
Lando examinó los resultados de las pruebas. Las cantidades de contaminantes eran totalmente triviales, y no habrían debido producir ningún efecto.
—¿Alguna especulación sobre cuál puede haber sido la causa de este fenómeno?
—Ninguna —respondió la terminal.
—Muchas gracias —dijo Lando.
—De nada, señor.