Read La berlina de Prim Online

Authors: Ian Gibson

Tags: #Histórica, Intriga

La berlina de Prim (31 page)

Charlaron atropelladamente durante media hora. Patrick le contó brevemente sus conversaciones con Paul Angulo y el inesperado encuentro con Francisco Ciprés en las prisiones de San Francisco, después de su visita a López. También el buen trabajo que llevaba a cabo de su parte, en el Palacio de Justicia, Horacio Pérez.

Araceli, preocupada por la posibilidad de que Benito volviera antes de lo previsto al hotel, estaba cada vez más ansiosa. Y llegó el momento en que, no pudiendo más, saltó de la cama, decidida, y se empezó a vestir.

Poco después, tras un último y emotivo abrazo, Boyd, envuelto en su capa y con las facciones tapadas, abandonó el piso y salió a la calle de San Marcos. Ya no estaba la cancerbera. Comprobando que al parecer no le vigilaba nadie, se paró debajo de un farol unos pasos más adelante y encendió un cigarrillo. Luego fue subiendo por la calle de Hortaleza, enfiló la de las Infantas y, bajando por Fuencarral y Montera, cruzó la plaza del Carmen y salió a Arenal. Evitó así la Puerta del Sol y la posibilidad de tropezar con algún conocido, algo que no le apetecía en absoluto. Todo su pensamiento estaba puesto en Araceli y la relación que acababa de sellar con ella en el piso de Rebeca Peralta.

Capítulo 20

Extracto del diario de Patrick Boyd. Madrid, Hotel de las Cuatro Naciones, jueves, 6 de noviembre de 1873.

Esta mañana carta inesperada de José López desde las prisiones de San Francisco. Me pregunto, antes de abrirla, qué me querrá decir el pícaro. Y leo:

Mi estimado amigo:

¡Han matado a mi pariente Ruperto Merino en el patio del Saladero, aprovechando mi ausencia! ¡Provocaron una revuelta, lo molieron a palos y luego alguien con una navaja acabó con él! El responsable, estoy convencido de ello, es Pastor. ¡Y es porque Ruperto, a diferencia de mis otros paisanos de La Rioja, no se quería vender, no se dejaba sobornar y se negaba a traicionarme, a cambiar su declaración! Ya mataron a Tomás García, nada más puesto en libertad. Ahora le ha tocado el turno al pobre Ruperto. Pronto lo intentarán conmigo. Le ruego que no me visite más porque pone en peligro mi vida, Pastor sabe que hemos hablado.

Su afmo., José Rodríguez López

¡Qué espanto! El segundo anónimo me preocupa hondamente, ¡y ahora esto!

He decidido que me voy a escapar unos días del manicomio en que se me está convirtiendo Madrid. Volví a ver a Muñiz esta tarde. Le conté lo del segundo anónimo y me dijo que debería llevar una pistola por si acaso. Claro, tendría que aprender a utilizarla. Me ha recomendado una pequeña fonda en Aranjuez, asegurándome que el espíritu bucólico del lugar me tranquilizará. Iré este fin de semana, pero no sin tomar antes mis precauciones. Entre ellas la de dar instrucciones al personal del hotel de que, si arreglan la habitación, no toquen para nada la mesa con mis papeles, que dispondré de tal forma que, al regresar, vea enseguida si alguien los ha estado mirando. Sospecho que podría ocurrir.

Capítulo 21

La tarde del 6 de noviembre Patrick Boyd llegó a la hora convenida al pie de la estatua de Mendizábal, situada en medio de la plaza del Progreso. A las siete y media, cuando aún no se había asomado por allí Ciprés, empezó a pensar que todo había sido un engaño. Pero no, al poco rato apareció el cabo acompañado de dos mujeres que resultaron ser su novia y la madre de ésta. Después de las presentaciones ellas siguieron su camino, dejándolos solos. Ciprés le llevó a una cercana taberna en la calle de Mesón de Paredes, donde, dijo, no solía haber mucha gente y podrían hablar tranquilamente.

Así resultó. Acomodados al fondo del establecimiento no tardaron en abordar, con unos vinos delante, el asunto que a ambos tanto les interesaba.

Boyd le habló de sus entrevistas con Prim en Londres, y de su empeño, como admirador del general y periodista, en averiguar quién o quiénes estuvieron detrás del asesinato. Explicó que gracias a un amigo estaba al tanto de lo que figuraba en el sumario en relación con el viaje de Ciprés desde Zaragoza a Madrid, su encuentro con José María Pastor, su decisión de no seguir en el complot contra el general, su entrevista con éste y la denuncia que, consumado el crimen, había puesto en el juzgado. Le dijo que nunca había contado con poder hablar con él personalmente, por lo cual le había sorprendido sobremanera el encuentro del otro día en las prisiones de San Francisco.

Boyd le contó a continuación que también conocía las declaraciones acerca de Pastor de una tal María Josefa Delgado. ¿A él le sonaba el nombre?

—Sí, a mí me han dicho en las prisiones que ella iba allí mucho, antes de que yo llegara, enredando y preguntando, siempre con la idea de sacar tajada.

—¿Usted cree, o le han dicho, que ella estuvo a las órdenes de Pastor tiempo atrás, antes del asesinato del general, y que realmente lo vio aquella noche en la calle del Turco con los verdugos?

—Sí, claro, no me cabe duda —contestó—. Me dijeron que ella trabajó para él cuando era jefe de Orden Público, como delatora o algo así, de modo que, ¿cómo no le iba a reconocer aquella noche? Además, cuando le identificó en una rueda de presos, Pastor, que antes había jurado que no la conocía, rectificó y dijo que sí, que ahora la recordaba.

—Es decir que lo que a usted le contaron sus compañeros en las prisiones corrobora el testimonio de la Delgado ante el juez.

—Eso es.

—¿Y no le da miedo Pastor? ¿No teme que busque la manera de quitarle de en medio por haberle denunciado?

—No me da miedo, cuando salgo de las prisiones siempre voy armado.

Para demostrarlo sacó un revólver de seis tiros del bolsillo de su abrigo y lo colocó sobre la mesa.

«Este joven es un ingenuo —se dijo Patrick para sus adentros—. Cree que llevando un revólver se va a salvar necesariamente.»

—A mí me han ofrecido el oro y el moro para desdecirme de todo lo que he declarado ante el juez —añadió Ciprés—, incluso un pasaporte para marcharme a Estados Unidos. Pero siempre me he negado. Prefiero estar aquí con la conciencia tranquila.

—¿Quiénes le han ofrecido todo eso?

—Gentes que nunca dicen su nombre, que me escriben…

—Y si fracasa la República, ¿no habrá para usted más peligro?

—Sí, pero confío en que no ocurra. Creo que Castelar arreglará todo. Pero si no lo hace, y si vuelven ellos, buscaré la manera de ponerme a salvo. ¡Siempre con mi revólver listo!

—¿Valdría la pena que yo tratara de hablar con María Josefa Delgado?

Ciprés se rió.

—Sí —dijo—, pero le va a costar.

—¿Por qué?

—Porque se murió hace un año, de no sé qué enfermedad rara —contestó Ciprés—. Algunos dicen que la envenenaron.

—¡Qué me dice! ¿Y Pastor? ¿Me diría algo?

—Pastor no le dirá nada. Negará todo. Dirá que todo son calumnias y que López tiene la culpa de todo. No le dirá nada. Está a la espera de que le liberen en cualquier momento, cuenta con apoyos, no va a meter la pata.

—¿Y qué me dice del asesinato del cuñado de López el otro día en el Saladero? ¿Quién puede estar detrás?

—Es posible que la gente de Pastor, no lo sé. Según tengo entendido querían que cambiara su declaración, y se negó, como me he negado yo. Y fueron a por él. Es que todo esto es muy peligroso. Si yo estuviera en su lugar, iría con mucho cuidado. No respetan nada ni a nadie.

—Es lo que me ha dicho López.

Ciprés repuso el revólver en su bolsillo.

—Me tengo que ir —dijo—, ya me estará esperando mi novia.

Cuando se despidieron en la puerta de la taberna Boyd le recomendó que no hablara con nadie, en las prisiones, de su encuentro.

Capítulo 22

Carta de Patrick Boyd a Edward McKinley. Aranjuez, sábado, 8 de noviembre de 1873.

Mi querido Mac:

Me he escapado brevemente de Madrid, para poner en orden mis pensamientos. Y aquí me tienes en Aranjuez, a orillas del Tajo.

Estoy muy inquieto. López me ha escrito para decirme ¡que han matado a un pariente suyo, uno de los riojanos, en el patio de la cárcel! ¡Para que no le dijera al juez todo lo que sabía! Me ruega que no le visite más porque él también está en peligro, le han amenazado. Está convencido de que detrás de todo está Pastor. En cuanto a mí, he recibido dos anónimos diciéndome que abandone mis pesquisas o me atenga a las consecuencias. Como te puedes imaginar, voy más que nunca con los ojos muy abiertos. Estoy contemplando la posibilidad de llevar una pistola, me lo ha recomendado Muñiz.

¿En qué punto estoy con la investigación? Tonto de mí, pensaba que iba a poder resolver este asunto en unos meses. ¡Qué locura! ¡Harían falta años y ni así estaría garantizado el resultado! He decidido poner como fecha tope finales de enero. Creía que H. P. iba a ser mis ojos donde tú sabes, y es cierto que me está ayudando mucho. Pero no es lo mismo que ver la documentación uno mismo. Estoy bastante desesperado, la verdad. Casi he llegado a la conclusión de que nunca se podrá demostrar quién tramó el asesinato de mi amigo.

¿O es que estoy cediendo ante la preocupación que me producen los anónimos? Es posible.

Al poco tiempo de escribirte la última vez me contestó Solís desde Castilleja de la Cuesta. Me ha dicho que me recibirá gustoso allí el 16 de noviembre, en el palacio de Montpensier. Es decir, justo antes de nuestra excursión a Doñana. No creo que me revele nada que no haya dicho o escrito ya, pero ¿quién sabe?, sin proponérselo podría darme alguna pista. De todas maneras mi trabajo quedaría cojo sin la entrevista con quien, al fin y al cabo, fue ayudante del duque y, no lo dudo, uno de los responsables del crimen. De modo que estoy contento.

Y estoy contento, más que contento, por otra razón. Y es que
ella
y yo ya somos amantes. Apenas me lo puedo creer pero es así. Quiere huir conmigo cuando termine aquí y le he dado mi palabra de no faltarle. Me dirás que es una locura pero no lo es, se trata de una mujer excepcional en todos los sentidos. Después de la muerte de Mary creía que nunca más encontraría el amor, que no sería nunca capaz de amar a otra. Incluso creía que tener otra relación sería una profanación. Y ahora ha pasado esto sin que yo lo buscara, y ya no hay vuelta atrás. Me dirás también que me estoy metiendo en aguas peligrosas al relacionarme con una mujer casada. Y tendrás razón. Pero no te preocupes, procederé con suma cautela.

Regresaré a Madrid dentro de dos o tres días. Luego otra vez a Sevilla y, después de hablar con Solís, el encuentro con los ánsares que tú tanto menosprecias, escocés inculto que eres. Ella nos va a acompañar con su marido. No va a ser fácil disfrazar mis sentimientos. Ya te contaré.

Un fuerte abrazo, Pat.

Capítulo 23

Carta de Patrick Boyd a Araceli Domínguez. Aranjuez, domingo, 9 de noviembre de 1873.

Mi amor:

Tu nota del jueves me conmocionó, me tiene todavía subyugado, por su ternura, por su bondad, por su valentía, por su arrojo. Eres única.

No te he podido contestar hasta ahora, esto va tan deprisa. Estoy pasando el fin de semana en una fonda de Aranjuez que me recomendó Muñiz, vine ayer en el tren. Necesitaba escaparme un poco de Madrid, para reflexionar, para repasar mis apuntes, para escribirte con tranquilidad. ¡Con tranquilidad, digo! Pues tranquilidad no puede haber, entre otras razones porque pienso constantemente en ti, como si tuviera fiebre, y estoy inquieto por los anónimos, que casi me están produciendo la sensación de estar siempre espiado. Miraba a mi alrededor en el tren (con el rabillo del ojo), y casi me sorprendió no ver a nadie sospechoso.

He recibido una carta de López. ¿Sabes lo que ha ocurrido? No te quiero asustar más de la cuenta, pero ¡qué espanto!, han matado a su primo en el Saladero, en el patio. Me ruega que no le vuelva a visitar porque él también está en peligro. No lo haré, por supuesto.

He estado con Ciprés —el guardia del que te hablé, el que denunció a Pastor— en una taberna cerca de la plaza del Progreso. Me dijo que una mujer que vio a Pastor en la calle del Turco, María Josefa Delgado, cuyas declaraciones me consiguió Pérez, falleció hace un año de algo raro. ¿Otra muerte sospechosa? Aparte de esto no me pudo decir mucho que no supiera ya. Está convencido de que, detrás de todo, está Pastor. ¿Y detrás de Pastor?, pregunto yo.

Le voy a pedir a Muñiz que trate de procurarme una entrevista con el mismo sujeto cuando regrese a Madrid después de nuestra famosa excursión a Doñana. Como bien sabes, ver los ánsares es uno de los más tenaces sueños de mi vida. Verlos contigo cerca será el súmmum, pase lo que pase después.

Si todo va bien llegaré a Sevilla el viernes por la tarde. Si quieres, me puedes dejar una nota en la fonda.

No te preocupes por lo nuestro. Yo me ocupo de todo.

Con un abrazo fervoroso, tu P.

Capítulo 24

Carta de Patrick Boyd a Peter Falkland. Aranjuez, 9 de noviembre de 1873.

Querido Peter:

Lamento profundamente no haberte escrito en tantas semanas. Es que estoy agobiado de trabajo, no tienes idea, esto cobra una velocidad de vértigo y me está volviendo loco. Estoy deseando acabar ya. Por otro lado he conocido a gente interesante y he tenido unas experiencias extraordinarias.

La situación política aquí es extremadamente incierta y todo indica que la República no sólo tiene los días contados sino que un golpe militar es inminente. Un golpe militar de signo conservador, como es obvio. Por eso me tengo que dar mucha prisa y agotar a conciencia el tiempo que me quede.

McKinley me está ayudando mucho, no sé si te habrá dicho algo, y me consiguió una entrevista clave en Hendaya con uno de los principales sospechosos relacionado con el asesinato de Prim. Disfruté enormemente el viaje en tren y pensé en ti, conociendo como conozco tu afición a las aves rapaces, que por aquellas fragosidades pululan. España debe de ser la reserva mundial de buitres y águilas. Bueno, de la naturaleza en general.

A propósito, tengo una noticia que sé que te encantará. Y es que, fieles a su palabra, los Machado me han organizado la prometida visita a Doñana, que empezará el lunes 17 de este mes, o sea dentro de nueve días. Quizás ya te haya comunicado algo al respecto don Antonio. Vamos a bajar a Sanlúcar desde Sevilla en un pequeño vapor que hace el trayecto con regularidad y pasaremos la noche allí en casa de un amigo de ellos que es naturalista, Celedonio Palencia, que no sé si conoces por sus publicaciones. Cruzaremos el río a la mañana siguiente. También estarán con nosotros un marqués que tiene una finca cerca de El Rocío y su mujer. Toda vez que fuiste tú quien me pusiste en contacto con Machado padre, sé que estarás compartiendo mi emoción en estos momentos de pre-excursión.

Estoy pasando el fin de semana en Aranjuez, a orillas del Tajo. Necesitaba descansar un par de días. Hay muchas aves acuáticas en el río y me he paseado largamente por los bosques. Fíjate, se me ha ocurrido la idea de que sería estupendo bajar desde aquí en barca hasta Lisboa. Creo que se podría hacer. ¡A ver si lo hacemos un día juntos y escribimos un libro!

En fin, querido Peter, el no haberte puesto unas líneas con más frecuencia no significa que no te tenga siempre presente. Dentro de dos meses nos volveremos a ver y te contaré cómo fue mi iniciación marismeña, que me prometo apasionante, y otras muchas cosas que por el momento me callo.

Entretanto para ti y para Beth un gran abrazo, Pat.

Other books

Craving HIM (Serving HIM Vol. 7) by Parker, M. S., Wild, Cassie
Arcadian's Asylum by James Axler
When I See You by Katherine Owen
A Bloom in Winter by T. J. Brown
The Spanish Bow by Andromeda Romano-Lax
Mated by the Dragon by Vivienne Savage
Ripples on a Pond by Joy Dettman
A Dead Hand by Paul Theroux


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024