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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Herejía (44 page)

Palatina controló el pulso de Ravenna y sostuvo que no percibía ninguna alteración. Pero no era el cuerpo de Ravenna lo que a mí me preocupaba, sino su mente. No teníamos ninguna posibilidad de llamar a un médico, no después de lo que habíamos hecho, y de todos modos era improbable que un médico fuese de gran ayuda en tales circunstancias. Lo que fuese que había sucedido había sido culpa mía.

Palatina cargó a Ravenna hasta su habitación, ya que se hallaba demasiado exhausta para sostenerse sola. Yo las acompañé, y en seguida Palatina y yo discutimos si correspondía que yo durmiese

en la habitación contigua, por si a Ravenna le sucedía algo. Al fin venció Palatina, asegurando que sin mis poderes no había manera de que la socorriese, y que la mera idea de mi presencia ofendería mortalmente la dignidad de Ravenna. Quizá si se enterase no querría volver a dirigirme la palabra. Palatina permaneció en la habitación para ayudar a Ravenna a quitarse las ropas de gala y a meterse en la cama.

Pasé una noche larga y atormentada preguntándome cómo estaría Ravenna. Incluso cuando logré conciliar el sueño, mis antiguas pesadillas regresaron para aterrorizarme, las incontrolables y amorfas pesadillas que había sufrido durante años sin contárselas a nadie.

Volví a ver a Ravenna durante el desayuno, y parecía ilesa y normal. Era un sitio demasiado público para indagar demasiado, pero al menos comprobé que el extraño suceso de la noche anterior no la había lastimado. Tampoco tuve oportunidad de averiguar más durante el resto del día, que pasé absorbido por la ascensión de Midian y por una sesión judicial en la sala que mi padre insistió que presenciase durante la tarde.

Al comenzar la jornada siguiente aún ignoraba por qué Ravenna se había desvanecido y por qué había fallado la unión. ¿Qué había sido esa oscuridad final_ y de cuál de nuestras mentes había provenido? Me pareció que Ch1amas, Jashua y Ukmadorian no nos habían enseñado lo suficiente sobre el cuerpo y sus campos, abundando demasiado en el modo de emplear la magia y su utilidad como arma.

El problema es que no había nadie en Lepidor que supiese de magia (nadie en quien pudiera confiar aunque fuese mínimamente, a excepción de Ravenna). En la Ciudadela, al menos, algún mago hubiese podido ayudar. Aunque, ¿era así realmente? ¿O quizá habían evitado profundizar en la estructura del cuerpo porque ellos mismos no sabían mucho al respecto?

De repente sentí que todas sus lecciones habían sido, en algún sentido, igual de superficiales (nos habían mostrado el cómo, pero no el porqué). Nos habían enseñado el modo de emplear la Sombra en todos los niveles posibles, y por mi propia cuenta había experimentado con el Agua. Pero nadie me había explicado jamás por qué utilizar esas técnicas producía tales efectos, ni la relación entre el Agua y la Sombra, ni los estratos del cuerpo. Aquél era el método de enseñanza opuesto al que yo había conocido con los oceanógrafos, quienes me habían hecho conocer la teoría antes de iniciarme en cualquiera de las prácticas.

¿O acaso habían omitido las causas porque no existía causa alguna, porque no había ninguna razón detrás de todo? La magia era algo que mucha gente podía emplear, pero suponiendo que no pudiese explicarse cómo funcionaba, ¿era igualmente imposible establecer la relación entre los Elementos?

Mientras nadaba a lo largo del arenoso y soleado fondo marino, apenas por encima de los puntiagudos erizos y los peces que recorrían el lecho del mar, recordé las palabras del maestro oceanógrafo durante mi primera lección:

El océano es más que la suma de sus partes, Cathan
. Todo cuanto allí sucede está relacionado con otra cosa. Si la arremolinada corriente de la bahía de Lepidor cambia de dirección, se producen remolinos en Huasa. Si el agua es demasiado fría en Selerian Alastre, los pescadores de Cambress pasarán hambre. Nunca olvides que no estudiamos tan sólo la pequeña franja costera de Océanus, sino todo el planeta.

¿Cuánto tenía que ver la magia mental con el resto de los Elementos? Solamente los magos mentales eran capaces de influir en los pensamientos, mientras que si yo entraba en la mente de alguien apenas podía observar (admitiendo que ésa ya era una intrusión bastante importante). Sin embargo, Ravenna y yo habíamos hecho algo que afectaba los campos del cuerpo y de la mente por igual. ¿Existía algún precedente de eso?

Me envolvió una sensación de amarga frustración y por poco no me estrellé contra una roca. Carausius debía de contar con gente versada en estas cuestiones, aunque conociesen aspectos particulares. Mi mente vagaba en busca de respuestas a preguntas que, al parecer, nadie se había formulado antes. O, lo que es más probable, que habían sido formuladas, pero cuyas respuestas se habían perdido junto con los propios magos y sus bibliotecas. Incluso si los magos hubiesen sobrevivido al holocausto del Dominio, me resultaba difícil creer que desde fuera de las órdenes se hubiese logrado mantener vivo el saber a lo largo de los siglos. E incluso las propias órdenes parecían haber perdido mucho de ese saber.

De repente se me ocurrió una cosa que me hizo detenerme, por lo que tuve que impulsarme hacia abajo para no flotar, dispersando un cardumen de pequeños peces de coral color azul plateado. ¿Y si consultaba al Visitante? Él me había enseñado cómo bloquear las pesadillas y era el único que conocía el secreto de mi nacimiento. No era un mago, pero quizá supiese algo sobre magia o, en todo caso, quizá pudiese ponerme en contacto con alguien que supiese.

Pero el Visitante llevaba años sin venir a Lepidor y mi padre no sabía siquiera con seguridad si aún estaba vivo.

No había dado todavía con mis respuestas cuando me introduje por la abertura de unos pilares de piedra bajo el borde del acantilado y nadé de regreso a la raya. El compartimento de la nave estaba caliente a causa del sol y tuve que colocar sobre el asiento una cubierta de caña para sentarme allí y secarme antes de regresar a la ciudad.

¿Cuánto sabía Ravenna? Quizá ella se guardase para sí las respuestas que yo buscaba. De hecho, la extraordinaria idea había partido de ella. ¿Qué cosas le habían enseñado antes de llegar a la Ciudadela de la Sombra? ¿Era maga tanto del Viento como de la Sombra? ¿Acaso su gente, en Ralentia, a la que ella tanto despreciaba, le habían enseñado cosas que iban más allá de los marcos usuales de la magia?

Eso meditaba mientras me ponía ropas secas, cerraba la portilla de la raya y conducía la Morsa bajo el agua en dirección a Lepidor.

Tras atracar la Morsa en uno de los muelles para rayas bajo el edificio de los oceanógrafos fui a entregar las muestras y los estudios sobre éstas. El maestro oceanógrafo estaba en su gabinete de estudios, comprobando que todo estuviera en orden. Era un enérgico anciano, con mechones de cabello blanco y un fino bigote, más viejo que Siana pero mucho más robusto de lo que el artrítico avarca había sido jamás. «Ex avarca», repetí para mis adentros.

—¡Oh, eres tú de nuevo! —exclamó—. ¡Te has perdido un buen jaleo!

—¿Qué ha pasado? —pregunté mientras depositaba el contenido de los tubos de ensayo en el gabinete.

—El avarca ha anunciado que está organizando un Tribunal de Fe. Todos en el clan serán interrogados acerca de sus conocimientos sobre los principios básicos. Y a los que no exhiban el conocimiento adecuado... —dijo, y me miró con expresión macabra— recibirán
instrucción extra
.

Recordé cómo Ravenna había acusado a Midian y empecé a preocuparme.

—¿Cuándo comenzarán? —pregunté. —Hoy mismo.

Coloqué en su sitio el último tubo de muestra y cerré el gabinete.

—Los que acabo de dejar contienen todas las pruebas del sur. Existe más cieno de lo habitual alrededor del Punto Taraway; aparte de eso todo es normal.

—¿Has tomado una muestra del Punto? —Está junto a las demás —asentí.

—Me alegra ver que no has olvidado tus lecciones —agregó. Me dirigí a la sala contigua, donde estaba el archivo, y dejé constancia escrita de mis actividades antes de regresar al palacio. Palatina me esperaba en el portal.

—¿Dónde has estado, Cathan? Midian nos ha convocado para la primera ronda de interrogatorios y tú ya llegas media hora tarde. —He estado fuera —dije—. Si a Midian le parece mal, que salte por el acantilado.

—¿Y tú dices que pretendes pasar desapercibido? —comentó ella mientras caminábamos en dirección al templo.

—Soy miembro de la Asociación Oceanográfica —advertí—, y he estado ocupándome de tareas de la asociación. No puede poner la menor objeción. Si desea establecer tribunales, deberá convocar a otro.

—Como tú quieras —dijo encogiéndose de hombros.—¿Dónde está Ravenna? —inquirí.

—Ya ha ido hacia allí. ¿Recuerdas lo que dijo de Midian la otra noche? —Palatina siguió hablando sin esperar mi respuesta—. En aquel momento no la creí, pero ahora, con este asunto del tribunal, ¿quién sabe? Quizá tenga razón. Y recuerda, a Midian no le gusta Ravenna. Ya has visto el modo lascivo en que se dirigió a ella. Ravenna es del Archipiélago, así que para un cerdo como él carece de derechos.

—¿Adónde quieres llegar, Palatina?

Ella nunca daba tantos detalles a menos que intentase convencerme de algo.

—Ummm, quizá si Ravenna y tú os comportaseis como si estuvieseis enamorados. No es preciso que lo estéis —añadió a toda prisa, y luego sonrió—. Al menos, no que lo admitáis. Pero Midian no puede ofenderte, tú eres demasiado importante, y eso la protegería. —¿Lo has consultado con Ravenna?

—Le pregunté a ella primero. Es mucho más susceptible que tú. Está de acuerdo y ha dicho que le parecía bien y que quizá así se evitará que Midian acabe con un cuchillo clavado en la espalda.

—Si ella está de acuerdo, entonces adelante —afirmé.

—Ah, y Hamílcar se ha marchado. Me ha pedido que me despidiese de ti en su nombre y que regresará pronto para recoger el nuevo cargamento. Tu almirante ha partido en su compañía para escoltarlo parte del camino.

Al recordar los buques piratas con los que nos habíamos topado en nuestro camino a Lepidor, rogué que esa escolta fuese suficiente. El
Estrella Sombría
era una nave de combate y había sido muy sencillo abordarla. Pero ¿qué podía decirse del M
arduk
? La manta de Lepidor no era tan poderosa.

Llegamos al templo, donde vimos una pequeña multitud esperando en el patio y a uno de los sacerdotes de Midian de pie junto a la puerta interior. Al vernos nos abrió el paso.

—El avarca se encuentra ahora ocupado y os verá esta tarde a las ocho en punto.

—No podremos venir a esa hora —respondí sin pensar—, cenamos a la ocho.

—El avarca no acomoda su agenda a los intereses de nadie. De haber acudido cuando habíais sido convocados no habría existido ningún inconveniente.

Miré al siniestro sacerdote directo a los ojos, repentinamente furioso:

—Si Midian me hubiese convocado con más de cinco minutos de anticipación, habría podido hacerlo. De todos modos, no tengo ninguna intención de subordinar mis obligaciones a sus deseos, dicho esto, por supuesto, con el mayor respeto, dómine.

Me giré y volví sobre mis pasos en dirección al portal del patio, seguido de cerca por Palatina.

—¡Por el poder de Ranthas! ¿Qué estás haciendo?

—No permitiré que Midian me dé órdenes en mi propia ciudad. Si desea convocarme ante su tribunal, al menos deberá hacerlo con cortesía.

—No lo fastidies, te lo suplico. ¡Si no es por ti o por mí, hazlo por Ravenna! Compórtate de un modo más sutil.

—Cuando Midian aprenda a ser cortés, yo seré algo más sutil. Esto no es Haleth, por mucho que así lo crea, y no tiene ninguna autoridad fuera de las cuestiones religiosas. Ciertamente no para solicitar mi presencia a cualquier hora del día o de la noche.

—Pero si lo ofendes comenzará a vengarse de ti, Cathan, tú sabes lo peligroso que puede ser Midian. Por favor, escúchame. —Palatina, lo que Midian intenta hacer excede su autoridad. Éste no es un proceso de herejía, sino un tribunal de educación, y tengo el perfecto derecho a ignorarlo. Ahora, ¿vienes a comer? Me esperan de regreso en la asociación dentro de una hora.

Al final, Midian dio el brazo a torcer y envió un mensajero para consultarme cuándo quería ir. Habían transcurrido tres días desde la creación del tribunal y ya habían sido interrogadas más de un centenar de personas. No tuve problemas para demostrarle que conocía 1o bastante bien los principios de la fe; incluso aunque no creía en ellos, los había aprendido en la Ciudadela respondiendo al lema: «Conoce a tu enemigo».

De todos modos, cuando una nueva crisis asoló Lepidor me pregunté si había hecho bien en rechazar su propuesta. Exactamente una semana después de su llegada, Midian detuvo a un grupo de comerciantes tribales que habían desembarcado en la ciudad.

No poseíamos vínculos oficiales con su pueblo ni con nadie del interior, pero existía una especie de tácito acuerdo comercial entre nosotros y una de las tribus pacíficas. Cada dos o tres meses, ellos traían una pequeña caravana desde el paso del norte y descendían hasta nuestra ciudad para intercambiar pieles de animales por pescado y otros objetos que no podían hallarse en los valles. Mientras los dejásemos en paz, no ocasionarían ningún problema.

Eso no le importó lo más mínimo a Midian. Él y sus sacerdotes capturaron a los mercaderes y los condujeron ante el tribunal para indagar cuánto sabían sobre la fe.

El resultado fue, por cierto, que no sabían nada. Entonces Midian ordenó embargar sus posesiones y confinar a los mercaderes en celdas de penitentes, allí donde había estado Mezentus no mucho tiempo atrás. Mi padre intentó intervenir y convencer a Midian de que les permitiera marcharse, pero Elníbal caminaba sobre terreno poco firme: entablar relaciones con los bárbaros iba contra las costumbres del Dominio y al parecer Midian pensaba ser tan inflexible como pudiese en cumplir la ley del Dominio al pie de la letra.

No fue de ayuda que el avarca mirase con profundo desprecio las escasas ropas y largas barbas de los comerciantes tribales. Yo había tratado con algunos de ellos, aunque a duras penas conseguía entender su dialecto del Archipiélago, y sabía que pertenecían a un pueblo orgulloso e independiente, cuyos integrantes se trataban entre sí (y los hombres a las mujeres) mucho mejor que los propios haletitas.

Esa tarde había estallado una tormenta que nos había proporcionado un grato respiro, ya que con ese tiempo a los mercaderes les hubiese resultado igualmente imposible zarpar. Mi padre invitó a Midian al palacio para volver a intentar persuadirlo de liberar a los hombres de la tribu y me pidió que lo acompañase.

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