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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Herejía (40 page)

—¿Entonces cómo le explicaré luego que deseo partir? —pregunté.

—A propósito, ¿adónde quieres ir? Me da la sensación de que de todos modos planeabas marcharte —repuso con cierto enojo—. ¿Qué otra cosa no me has contado?

Maldije en silencio. No tenía intención aún de hablarlo con él. —Debemos confirmar la historia de Palatina, pues si es verdadera, quizá consiga también descubrir quién soy en realidad.

La ira de mi padre desapareció. Se incorporó de la silla, me pidió que lo siguiese a la sala de estar y cerró la puerta detrás de nosotros.

—Siéntate, Cathan, y dime con exactitud qué sucedió en la Ciudadela.

—Es una larga historia —suspiré.

—Sólo las cuestiones relacionadas con la magia.

Le conté prácticamente todo acerca de la magia y del linaje de Palatina, comenzando con la primera prueba de mis poderes y prosiguiendo hasta la discusión de la última noche. Todo, quiero decir, a excepción de mis variables sentimientos de atracción y repulsión hacia Ravenna. Mi padre escuchó en silencio, interrumpiéndome apenas una o dos veces para aclarar algunos puntos. Acabé con los nervios destrozados.

—Por lo tanto —comentó una vez que concluí mi relato—, tú crees, o en todo caso Palatina cree, que los dos estáis relacionados con los Tar' Conantur.

Asentí con la cabeza.

—¿Cuánto sabes acerca de lo que ha sucedido en Thetia durante los últimos años?

—No mucho, apenas algunas cosas sobre Orosius y su padre. —El emperador Perseus II, que murió hace unos tres años, era un hombre débil que jamás debió haber llegado a emperador. Su hermano mayor fue asesinado durante un naufragio y el padre de ambos murió de la conmoción. Así fue como Perseus accedió al trono. No era demasiado buen gobernante, carecía de carácter y era fácil de influir. Quizá fuese un artista, pero eso no es en absoluto una ventaja para ser emperador.

Fuese cual fuese el punto al que Elníbal quería llegar, iba hacia éste sin ninguna prisa. Lo interrumpí con la intención de decir algo, pero él alzó una mano y me pidió que me calmase.

—Bajo el mando de Perseus, el imperio perdió control sobre todos los territorios situados fuera de la misma Thetia, con excepción de un puñado de islas. Quien gobernaba en verdad era el exarca, que trataba al emperador poco más que como a una marioneta. Según he sabido, desaparecieron por entonces del exarcado cuantiosas sumas de dinero. El exarca se permitió incluso concertar un matrimonio para Perseus con una joven perteneciente a uno de los clanes fundamentalistas. Pero unas dos semanas después de la boda el emperador conoció a una mujer llamada Aurelia. Según todas las fuentes, se enamoró de ella a primera vista. Por primera vez en su vida se las arregló para hacer valer su autoridad como emperador y le ordenó a su capellán personal que los uniese en matrimonio. Cuando salió a la luz esa boda, las protestas fueron públicas, ya que nadie conocía los orígenes de Aurelia, ni a qué clan pertenecía, ni quiénes eran sus padres. El exarca estaba furioso y amenazó con excomulgar a Perseus, pero el emperador se mantuvo firme en su decisión y al final el Dominio se dio por vencido.

»Si el emperador logró hacer valer su autoridad prosiguió mi padre—, fue principalmente gracias a un hombre llamado Rheinhardt Canteni, que se había convertido hacía muy poco en dirigente de su familia. Rheinhardt logró liderar el reducido número de clanes lo bastante interesados en obtener reformas para apoyar al emperador, y esa alianza sentó las bases en aquel momento. De hecho, el propio Rheinhardt Canteni se comprometió en matrimonio con la hermana de Perseus, Neptunia, y, en señal de gratitud, el emperador hizo de su boda una ceremonia oficial. Las dos parejas tuvieron descendencia: Rheinhardt una hija llamada Palatina y el emperador un hijo llamado Orosius. Más o menos cuando nació Orosius fue descubierta una presunta conspiración para derrocar al emperador y crear una república. Estaba implicado el canciller imperial, que, en teoría, fue ejecutado. Anoche te dije por qué eso no puede ser verdad, pero me temo que ignoro lo que se esconde detrás.

Tuve la impresión de que mi padre ocultaba alguna información, pero no estaba seguro y no dije nada, pues todavía no sabía con certeza adónde quería llegar.

—Con el patronazgo de Perseus —continuó—, los reformistas se hicieron cada vez más poderosos. Consiguieron introducir algunas medidas en la Asamblea de Thetia, mediante las cuales se alentaba

a los clanes a dejar atrás las fiestas orgiásticas y a volver a organizar el comercio. Por un tiempo pareció que Thetia volvería a encaminarse. Pero entonces murió Rheinhardt, casi sin duda asesinado. El Dominio lo sabe todo sobre venenos y sobre cualquier método existente para matar a alguien con discreción. Otros líderes reformistas fueron al mismo tiempo desprestigiados o sobornado
s
para mantenerse en silencio y, así, el movimiento de reforma llegó a su fin.

»Cuando pocos años después murió Perseus, su esposa fue obligada por el Dominio a exiliarse. Su hijo, Orosius, poseía brillantes cualidades y era respetado por casi todos en Thetia. Parecía que él sería quien brindaría a su patria el liderazgo que echaba de menos hacía tanto tiempo. Pero no fue así: Orosius enfermó y, cuando pudo recuperarse, ya había caído en las firmes garras del Dominio, y además había enloquecido. La hija de Rheinhardt, Palatina, empezó a proclamar la necesidad de mayores reformas y tomó las riendas del clan de su padre. Entonces, al menos eso se piensa, fue asesinada en vísperas de presentar a la asamblea una propuesta que habría representado el primer paso para convertir a Thetia en una república. Desde aquel momento los reformadores se han acobardado, Orosius demuestra lo malvados que pueden ser los Tar' Conantur, y el Archipiélago en su totalidad está bajo el firme control del Dominio. Éste ha gobernado Aquasilva durante doscientos años manteniendo a una ciudad o continente al acecho de su vecino, haciendo que los mercaderes detesten a la aristocracia y viceversa. Ahora los odios han demostrado ser demasiado profundos para que un continente aspire al trono imperial, pues los otros emplearían sus energías en sabotear ese esfuerzo. La única excepción es Thetia, que ha quedado tan aislada.

»Por el momento —aseguró—, la mayor parte de la aristocracia apoya al Dominio. Es cierto que encuentran los tributos excesivos, pero el Dominio los ayuda a mantener bajo control a las clases inferiores. Si esta situación cambiase por algún motivo y el Dominio perdiese su peso entre la aristocracia (o, en todo caso, entre las clases mercantiles), los thetianos serían el único pueblo al que todos seguirían. Todos tendrían sus propios intereses, pero ninguno de ellos sentiría que se está rebajando ante un odioso enemigo. Esto no ocurrirá mientras Orosius siga siendo emperador, pero si las pretensiones de Palatina estuviesen fundadas, vosotros dos podríais ser el nexo de unión no sólo para Thetia sino para el resto del mundo.

—No me parece factible que Midian no establezca la conexión entre las dos Palatinas —intervine.

—En lo que respecta al mundo, Palatina Canteni está muerta. Si Midian es un haletita, despreciará a todos los thetianos por igual y no estará interesado en el asunto. Para asegurarnos, de todos modos, le inventaremos un pasado. Y deberemos tomar además otra precaución: tendrás que traerme todos los objetos que, del modo más ínfimo, puedan relacionarte con la Ciudadela. Los esconderé en un sitio donde los investigadores de Midian no puedan encontrarlos si deciden revolver la ciudad. En cuanto al nombre de Palatina, es raro, pero tampoco es la primera vez que se escucha.

—¿Y qué haremos con Ravenna? —pregunté, dudando de cómo actuar con ella, pero al parecer mi padre ya había pensado cómo resolver esos problemas. Lamenté que Moritan no estuviese allí, ya que era un maestro del disfraz.

—Ravenna es del Archipiélago, al igual que tú. En realidad, podría afirmar que ambos sois parientes lejanos. Jugueteó con los dedos en su mejilla y una expresión ausente, señal, como yo bien sabía, de que estaba pensando—. Sí... podría funcionar. —Me sonrió—. Lo mejor será que seáis parientes lejanos, ya que de ese modo Midian se verá obligado a ignorar el modo en que miras a Ravenna.

Dejé pasar el comentario, deseando que el resto de la gente no me lo dijese con tanta alegría. No me pareció que fuese tan obvio; en cualquier caso, ni siquiera estaba seguro de lo que sentía por ella y además era un asunto sólo de mi incumbencia, y de la de Ravenna, pero de ninguna otra persona.

—Escucha —dijo mi padre recobrando la seriedad—. Será apenas por unos meses, y luego podrás partir sin despertar sospechas, sea cual sea tu destino. No me importa ni siquiera que vayas a Selerian Alastre, aunque preferiría que no lo hicieses. Pero ahora te necesito aquí para que me ayudes a gobernar la ciudad y a defendernos de ese lunático.

—¿Y qué sucederá si descubre la verdad? —pregunté inseguro. —Si nos movemos con cuidado no lo hará. Y, además, sin sacri no puede arrestarnos.

Deseé sentirme tan confiado como parecía mi padre.

Una semana después organizamos el banquete de despedida para el avarca Gaius Siana, que se realizaría el día en que se esperaba la llegada de Midian. Siana se marcharía esa misma jornada, en el mismo buque en el que arribase Midian. Sólo podía haber un avarca residente por ciudad, así que, siguiendo las costumbres del Dominio, Siana debía partir en cuanto apareciese su sucesor. Era una ocasión formal, la despedida que la ciudad rendía a su viejo avarca, tan formal que había que vestir de gala, igual que para recibir a Midian al día siguiente. Unos tres días antes había descubierto que Palatina no tenía ropa formal para la ocasión (¿por qué iba a tener si jamás la había necesitado?). Mi padre me sugirió que la llevase a una sastrería de Lepidor para que le hicieran de inmediato un vestido a medida. Para asegurarse de que la confección se hiciese a toda prisa, me entregó una orden oficial que le otorgaba a la prenda de Palatina la más alta prioridad.

El sastre protestó, nos lanzó una mirada furiosa y murmuró todo tipo de imprecaciones acerca de clientes insatisfechos y presiones que arruinarían su negocio. Pero incluso a regañadientes condujo a Palatina a su taller para tomarle las medidas. A eso siguió una nueva catarata verbal durante la cual aseguró que no podría terminar el vestido en sólo tres días, ya que no contaba con diseños previos, y se preguntaba a toda voz qué harían su esposa y sus cuatro hijos si perdía al resto de sus clientes... se arruinaría.

Para calmarlo fue necesario sumarle un diez por ciento a sus honorarios, aunque yo sabía perfectamente que el regordete sastre con cara de luna vivía sólo con su madre y no tenía ningún hijo. La mayor parte de sus ingresos se irían en bebidas. Al menos no había cambiado mucho desde los viejos tiempos, aunque su tienda había sido ampliada.

Palatina escogió para su vestido una tela verde, ya que ése, según me dijo, era el color del clan Canten¡, y el sastre prometió acabarlo a tiempo para el banquete.

Palatina no creyó que cumpliese su palabra, pero, la noche del banquete, el vestido estaba hecho, aunque debimos apurarnos a darle los toques finales unos diez minutos antes de la ceremonia, con el asistente del sastre gritando quejas sobre los botones.

El banquete y la recepción posterior se desarrollaron en el ala nueva del palacio, con la pintura de las paredes aún llamativamente nueva y brillante y un deje de su olor en el aire. Cuando llegamos, agradecí a la Patrona de los Vientos, Althana, que nos hubiese dispensado un día agradable. Empezaba a hacer calor dentro del edificio con tantos invitados, pero con una tormenta, que nos obligase a cerrar todas las puertas y ventanas de la sala, el ambiente hubiese sido asfixiante.

El portero, uno de los servidores del palacio, nos hizo pasar a través del ancho portal desde el jardín exterior hasta los pasillos llenos de gente y muy bien iluminados del interior. Había dos grandes salas de recepción, cuyos suelos estaban cubiertos por una alfombra azul similar a la de la Cámara del Consejo y una claraboya de vidrio ocupaba el centro del techo, permitiendo la entrada de mucha más luz que las tres altas ventanas laterales juntas.

Mis padres ya estaban allí y, a su lado, para mi sorpresa, estaba Jerian. Me pregunté por qué mis padres le permitían asistir a una reunión como aquélla.

La primera persona con la que nos topamos fue Dalriadis, de pie junto al teniente primero del
Marduk
. Ambos vestían su uniforme naval, de color azul oscuro con galones plateados.

—Buenas tardes, Palatina, Cathan —dijo con una leve sonrisa—. Espléndido vestido, Palatina. Me sorprende que el sastre haya conseguido estar apartado de la cerveza el tiempo suficiente para acabarlo.

—La cerveza no se perdió —intervino el teniente primero, un hombre alto y algo encorvado con una barba rizada—, Haaluk se la bebió toda en su lugar.

—Ahogando las penas —añadió Dalriadis—. El dinero de lord Foryth ha sido bien empleado.

—El mundo sería un sitio un poco mejor si alguien decidiese ahogar a lord Foryth —comenté.

—Me veo obligado a estar de acuerdo. A propósito, lo habéis conocido, ¿verdad?

—No creo que «conocer» sea la palabra adecuada.

Nos abrimos paso entre la multitud, todos con sus ropas formales, cuyos colores por lo general tendían al rojo, el azul o el verde oscuro, en busca de Ravenna. La encontré junto a una de las ventanas, concluyendo una conversación con el jefe del puerto, Tortelen. Ravenna llevaba el cabello recogido del mismo modo que cuando la había visto por primera vez, a bordo del
Paklé, y su
vestido era de color verde marino oscuro.

—Veo que os las habéis apañado —dijo con seriedad—. Cathan, me gusta verte de etiqueta. Y tú, Palatina, veo que has encontrado un color familiar.

—No es conveniente que se entere todo el mundo —recordó Palatina.

—¡Vamos! Podrías proclamarte a ti misma emperatriz en este sitio y la única reacción que obtendrías sería que algún integrante del consejo te pidiese que actuases en favor de uno u otro. —Los ojos de Ravenna señalaron el lugar donde se encontraba Tortelen, de espaldas a nosotros, sumergido en una intensa charla con el teniente de Dalriadis.

—¿Qué es lo que pretendía? —pregunté.

—Quería que utilizase mi «influencia» sobre ti para averiguar qué es lo que piensas realmente de Hamílcar.

—¿Es que todos están confabulando por el poder? —exclamé, fastidiado por el modo en que las maniobras políticas estaban entrometiéndose en ese asunto. Quizá en el mundo exterior todas las negociaciones se llevasen a cabo de modo semejante, pero Lepidor había sido siempre diferente: una reunión social era una reunión social. Hasta ahora.

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