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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Herejía (43 page)

Elassel confirmó las palabras de Siana: Midian era, un cazador de herejes consumado. También agregó que el avarca era simpático y cordial con los que no figuraban en su lista de víctimas. En otras palabras, con cualquiera que tuviese una elevad
a
autoridad. Pero no tuve tiempo de averiguar nada más, ya que entonces sonó la campana del palacio, llamándonos a mí y a los consejeros a asistir a la comida celebrada en honor de Midian. Los banquetes estaban volviéndose de pronto bastante frecuentes.

Acordé reunirme con Elassel en la calle exterior del jardín al día siguiente y luego me di prisa en quitarme la túnica rasgada por los arbustos y vestirme nuevamente de modo formal
.
Desde mi llegada no había visitado a los oceanógrafos ni una sola vez, y me prometí a mí mismo que iría al día siguiente.

Pese a su conducta insultante de la ocasión anterior, se permitió que Mezentus estuviese presente en el banquete. Palatina persuadió a Hamílcar de asistir también, contra los más sensatos deseos del tanethano.

Al parecer, la acusación que Mezentus había presentado contra Hamílcar era antigua, y éste siempre pretendía desacreditarla, pues creía que mancillaba su honor. En Taneth nos había contado cómo había asumido el control de la familia Barca, arrebatándoselo a su corrupto tío Komal. Se decía que Komal había muerto de un infarto menos de una semana más tarde y eso brindó a los otros líderes comerciales una importante excusa para atacar a Hamílcar. Por lo que yo había escuchado en Taneth, el crimen familiar era allí un hecho común, pero por lo general se cometía con más sutileza.

Da1riadis, cuyos parientes pertenecían a una de las grandes familias, sostuvo esa mañana que la versión de Hamílcar era casi verídica. Dado su abuso de la bebida y de drogas exóticas, a Komal le esperaba una crisis de salud en cualquier momento. Y además, añadió, ningún mercader de una gran familia hubiese planeado un asesinato semejante, pues resultaba demasiado obvio.

La llegada de Midian al banquete fue más grata de lo que lo había sido la despedida de Siana la noche previa, aunque por diferentes razones. Sentí que todos estaban a la expectativa, inseguros ante el nuevo avarca. Los rumores sobre su reputación habían recorrido la ciudad y los líderes familiares estaban verdaderamente incómodos, temiendo que Midian se fijase en sus familias, o mucho peor... ¡Ranthas no lo permita!

Si la intención de Midian era quemar herejes, parecía vana y destructiva. No había herejes en Lepidor desde que yo tenía uso de razón. Se habían sucedido dos o tres denuncias por parte de un sacerdote extremadamente celoso de su cargo, pero Siana las había desechado por falta de pruebas. Me pareció que la actitud de Midian se basaría en su presunción de que existían numerosos herejes y, por lo tanto, estaría decidido a rastrearlos y eliminarlos sin importarle demasiado la cantidad de pruebas.

Midian se comportó en el banquete de manera amable y jovial; contó chistes, narró historias (aunque nunca sobre primados anteriores ni sobre el Dominio) y demostró entusiasmo por la bodega de vinos de mi padre. Recordé las palabras de Elassel, y para mis adentros sentí que su amabilidad tenía algo de falso. Me pregunté si hubiese sido la mitad de cortés en caso de vestir la túnica de exarca.

En esta ocasión, nadie luchó por acaparar la atención. Pero se produjo un momento desagradable.

Fue al inicio de la reunión, cuando mi padre nos presentó al nuevo avarca a Palatina, a Ravenna y a mí. El avarca Midian elogió a Ravenna del mismo modo que lo había hecho Siana, pero mientras que las palabras de Siana constituían la afectuosa cortesía de un anciano, las de Midian estaban cargadas de lascivia. La sonrisa de Ravenna se esfumó y miró al avarca con frialdad. Por un momento desaparecieron los gentiles modales que lo habían caracterizado y percibí al que, sin duda, era el avarca auténtico, el cazador de herejes. Su expresión no le trajo a Ravenna buenos presagios.

Entonces el incómodo instante pasó y Midian volvió a sonreír, aunque de forma tensa, y se volvió hacia el siguiente invitado. Con todo, no hizo nada semejante al saludar a Palatina.

Vimos también al mago de la mente y su expresión me recordó a la de un perro confundido. Parecía estar un poco ausente, pero no tenía intención de tratarlo como si fuese inofensivo. Sin duda, su actitud era deliberada, con la intención de despistar a la gente e inducirla a olvidar sus túnicas negras y el martillo que colgaba de su falda.

Era el primer mago mental que tenía ante mis ojos, pero su aire en absoluto amenazador me produjo una especie de anticlímax. Casi todo lo que sabía de ellos, aparte de las contradictorias enseñanzas de Jashua, provenía de la Historia. Había habido magos mentales involucrados en la guerra. La hermana del emperador se había casado con uno, un hombre que había servido con fidelidad a Aetius hasta el fin y que había muerto en las ruinas de Aran Cthun. Otra persona a quien el Dominio había traicionado.

Volví a reunirme con Palatina y Ravenna en mi sala escondite después del banquete. Casi todas las personas del palacio se habían ido a la cama y sólo quedaban en pie los sirvientes, que recogían la sala de la celebración.

Ravenna aún echaba humo.

—¡Asqueroso! —exclamó, casi escupiendo las palabras—. ¿Es que los dos juguetes personales que ha traído consigo no bastan para satisfacerlo?

—¿Todos los haletitas son como él? —inquirió Palatina—. El único que había conocido antes era Ukmadorian, que no era desagradable.

—Ukmadorian partió de Haleth hace tanto tiempo para establecerse en su isla desierta que no podría decirte siquiera de qué color es el césped en su tierra natal. Y no sé más que tú acerca de los haletitas, así que ¿por qué me preguntas a mí?

—Disculpa que haya hablado —añadió Palatina con expresión ofendida.

—Y ahora ese sujeto empezará a arrestar a la gente que no le agrada mirar. No logro imaginar cómo lo hará. ¿Habrá interrogatorios personales para las mujeres? Quizá eso sea lo único que persigue.

Eso no se me había ocurrido en absoluto. Pero no era posible que se saliese con la suya... ¿o sí?

—¡Ravenna! —protesté—, ¡no puedes afirmar semejante cosa habiéndolo visto sólo una vez! Quizá sea un perverso o un lujurioso, pero eso no impide que sea a la vez un fanático genuino.

—No, claro que no —aseguró Ravenna con la voz teñida de sarcasmo—. ¿En qué lugar fuera de Haleth podría él encontrar mujeres que no tuvieran la libertad de protestar? Si yo fuese tu padre enviaría soldados al templo para echarle un ojo a sus actividades. En interés del bienestar del clan y todo eso. Estoy segura de que Midian no tiene en mente su bienestar espiritual.

—Ravenna, creo que ahora exageras un poco —interrumpió Palatina, pasándose una piedra de una mano a la otra—. Quizá te miró de modo inapropiado, pero es verdad que cuando no estás discutiendo con nadie eres muy bonita. El mero hecho de que te desee no implica que esté planeando organizar un harén de muchachas herejes.

Ravenna la miró con sorpresa.

—¿Te parece que soy muy bonita? ¿Yo? ¿Incluso en comparación contigo?

Palatina alzó una mano.

—Lo siento —agregó—. Recuérdame no hacerte en el futuro ningún otro cumplido.

—Pues no lo hagas —dijo Ravenna, cortante, y se volvió hacia mí—. Cathan, ¿ya has tomado una decisión?

En mi interior había guardado la esperanza de que no me lo preguntase hasta haber recuperado la calma.

—No, aún no.

—¿Por qué no? Ese mago mental bebía como un pez en el banquete. Esta noche estará borracho como una cuba y nada lo despertará. Quizá no contemos con otra oportunidad.

—¿Estás segura que de verdad bebió? —pregunté—. En mi opinión, el mago mental desearía estar ahora más alerta que nunca ante el peligro de que cualquier otro mago de la ciudad trate de ocultarse.

Era una excusa patética y ella no la tomó en consideración ni por un instante.

—Se trata de un mago mental. Según su entender, estamos indefensos ante su magia, así que le parecerá más probable que nos mantengamos en un discreto silencio, no que intentemos algún tipo de conjuro.

—Ravenna, no me gusta la idea —afirmé, sorprendido por el modo en que me presionaba.

—Tampoco a mí, Cathan. No deseo tenerte en mi mente más de lo que tú deseas tenerme en la tuya. Pero... ¿esperaremos a que sea demasiado tarde y estén amarrándote a la hoguera? No se trata de una decisión que puedas tomar por tu cuenta, ya que si uno de nosotros dos es descubierto, ambos seremos descubiertos. He pasado toda la tarde meditando al respecto, y prefiero atravesar este trance y vivir con las consecuencias que perder mi vida, o la tuya, si ese sujeto retorcido descubre quiénes somos.

Estábamos de pie, frente a frente, pero en esta ocasión no pude mantener su mirada.

—¿Podrías esperar fuera, por favor, hasta que hayamos concluido? —le pedí a Palatina.

Me preocupaba que semejante petición la ofendiese, pero ella asintió con candor y se retiró. Ni Ravenna ni yo dijimos nada hasta que la puerta se cerró detrás de ella.

Me alejé de Ravenna, evitando su mirada, y me concentré en los leños del hogar. Ella no se movió.

Comprendí que Ravenna tenía razón: no era algo que pudiese decidir por cuenta propia. Sin embargo, me aterrorizaba la idea de que alguien pudiese penetrar en mi mente, en mi alma. Las terribles pesadillas que me acosaban de pequeño, los terrores y arranques de cólera que uno de los amigos de mi padre, el Visitante, me había ayudado a mantener bajo control. ¿Volverían a aflorar a mi mente?

Los dos permanecimos inmóviles por unos momentos y luego

me volví dándole la espalda. Por mucho que me asustase, sólo existía una decisión posible. Evitarla implicaría ser injusto con Ravenna.

—Lo intentaremos —le dije, volviendo a mirarla. —Gracias —agregó ella con una ligera sonrisa.—¿Cómo se hace? —indagué.

—Acércate a mí y te lo enseñaré.

Regresé al lugar donde había estado de pie un minuto atrás. Ella tomó mis manos y las sostuvo entre las suyas.

—Enlaza tu conciencia con la mía del mismo modo que lo hiciste con Palatina. Eso será lo único que deberás hacer por ti mismo; a partir de ese momento estaremos juntos.

Me costó varios segundos y un gran esfuerzo vaciar la mente como me habían enseñado. Luego la envié hacia el nexo entre ambos. En medio del vacío pude percibir nuestras formas, plateadas contra la oscuridad, y descendí a través de los distintos estratos hasta entrar al nivel de la mente.

Y cuando lo alcanzamos depositamos nuestras respectivas magias, conservando tan sólo la magia innata que era parte de mi sangre. Y la suya, según pude comprobar mientras me preguntaba de dónde provenía.

En el momento de la unión sentí un goce y un sentido de totalidad que nunca había experimentado. Pero, lo que era aún más importante, sentí una intensa paz, la de estar libre de las presiones del pensamiento.

Mientras nuestras mentes conducían la magia a través del vacío hacia el campo del alma, el caos volvió a aparecer alrededor nuestro. Rompí el lazo, retrocediendo espantado, y cuando el último ápice de mi magia quedó sellado escapé a toda prisa por la espiral de campos y niveles hasta regresar a la habitación, profundamente desorientado. Me tambaleé y caí al suelo. Mientras luchaba por recobrarme observé cómo Ravenna se derrumbaba como si la hubiesen golpeado, cayendo inerte e inconsciente sobre mí. Dentro de mi cabeza algo repiqueteaba contra el cráneo como una hacha. Grité a causa del dolor, pero poco a poco éste fue cediendo.

Cuando me aclaré mentalmente eché un vistazo a Ravenna y comprobé, con alivio, que aún respiraba. Entonces se abrió la puerta y entró Palatina.

CAPITULO XXI

Restituí la funda de la última sonda oceánica y volví a atornillarla con cuidado para no tirar ninguna tuerca. Luego, tras nadar alrededor para comprobar que todo estaba seguro, regresé a la raya, una oscura sombra semejante a una nube sobre la brillante superficie del océano. Ascendí junto al extremo del puerto, mis pulmones se adaptaron para volver a respirar aire de forma automática y me impulsé hacia la suave cubierta de la nave. La puerta lateral de la raya estaba abierta: se trataba de una escotilla tan estrecha que tuve que encorvarme para pasar por ella. Me quité las aletas y las dejé a un lado; luego metí mi cinturón de muestras a fin de poner a resguardo los especímenes acuáticos que había recogido.

La raya era minúscula: un interior de dieciocho metros con dos pequeñas cabinas dentro, la mayor de las cuales apenas tenía espacio para sentarme. Además, la nave había visto días mejores, pero lo que tenía de viejo lo tenía también de fiable. Y era mía.

Había logrado persuadir a mi padre de que la comprara cuando los oceanógrafos se hicieron con una nueva y más amplia unos cuatro años atrás. Accedió a regañadientes, temiendo, con razón, que eso me quitaría aún más tiempo a mis lecciones sobre cómo gobernar. Tampoco le convencía el que una tormenta pudiese sorprenderme dentro. Con todo, salvó la raya de su destino en el basurero y un mecánico amigo la reparó para mí. La llamé Morsa, pues cada vez que alcanzaba una velocidad decente, el motor sonaba como el ladrido de ese animal.

Cuando guardé las muestras, dejé el cinturón en la cabina y volví a salir, en esta ocasión sólo para nadar. Me hallaba sobre un arrecife, cerca de la costa, a pocos kilómetros de Lepidor (un sitio bello y tranquilo, sin ninguna población en los alrededores).

Y tranquilidad era precisamente lo que necesitaba. Llevaba tiempo planeando esta escapada, aunque no tenía ninguna necesidad real de llevarla a cabo (los oceanógrafos se habían encargado de obtener mis muestras con total eficiencia mientras estuve fuera e incluso habían reemplazado dos que había destruido una tormenta). Pero quería estar en un sitio donde poder pensar sin ser interrumpido.

Un lugar en el que meditar qué había salido mal la penúltima noche.

Le conté a Palatina con exactitud cuanto había sucedido y que algo no había ocurrido como esperábamos en la fase postrera de la unión. Habría intentado comprobar si Ravenna estaba bien, pero mi magia había desaparecido y me resultó imposible. De pronto me sentí muy solo, sabiendo que los poderes con los que había contado durante todo el año anterior estaban ahora en un lugar inaccesible. Además, la memoria de ese ínfimo segundo de unión se había grabado en mi mente, incluso pese a haber sido demasiado efímero para que lo recordase a la perfección.

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