Read Filosofía en el tocador Online
Authors: Marqués de Sade
SRA. DE MISTIVAL: ¡Cómo! ¡Los cuidados que con ella he tenido, la educación que le he dado!...
DOLMANCÉ: ¡Oh! Respecto a los cuidados, nunca han sido otra cosa que fruto de la costumbre o del orgullo; como no habéis hecho por ella más de lo que prescriben las costumbres del país en que habitáis, evidentemente Eugenia no os debe nada. En cuanto a la educación, tiene que haber sido muy mala, porque aquí nos hemos visto obligados a refundir todos los principios que le habéis inculcado; no hay uno solo encaminado a su felicidad, ni uno que no sea absurdo o quimérico. ¡Le habéis hablado de Dios, como si existiera alguno; de virtud, como si fuera necesaria; de religión, como si todos los cultos religiosos fuesen otra cosa que el resultado de la impostura del más fuerte y de la imbecilidad del más débil; de Jesucristo, como si ese tunante no fuera otra cosa que un trapacero y un malvado! Le habéis dicho que joder era un pecado, mientras que joder es la acción más deliciosa de la vida; habéis querido darle buenas costumbres, como si la felicidad de una joven no estuviera en el desenfreno y la inmoralidad, como si la más feliz de todas las mujeres no tuviera que ser, indiscutiblemente, la que más se revuelca en la porquería y el libertinaje, la que mejor desafía todos los embustes y la que más se burla de la reputación. ¡Ah! Desengañaos, desengañaos, señora. Nada habéis hecho por vuestra hija, ninguna obligación que esté dictada por la naturaleza habéis cumplido respecto a ella: Eugenia no os debe, pues, más que odio.
SRA. DE MISTIVAL: ¡Santo cielo! Mi Eugenia está perdida, es evidente... Eugenia, mi querida Eugenia, oye por última vez las súplicas de la que te ha dado la vida; ya no son órdenes, hija mía, son súplicas; por desgracia es demasiado cierto que aquí estás entre monstruos; ¡aléjate de este comercio peligroso y sígueme, te lo pido de rodillas!
(Se echa a sus pies.)
DOLMANCÉ: ¡Ah! ¡Bueno! ¡Vaya escena de lagrimas!... ¡Vamos, Eugenia, enterneceos!
EUGENIA,
medio desnuda, como se recordará
: Tomad, mamaíta, os doy mis nalgas... ahí las tenéis, a la altura de vuestra boca; besadlas, corazón mío, chupadlas, es todo cuanto Eugenia puede hacer por vos... Recuerda, Dolmancé, que siempre me mostraré digna de ser tu alumna.
SRA. DE MISTIVAL,
rechazando a Eugenia con horror
: ¡Ah! ¡Monstruo! ¡Aléjate, reniego para siempre de que seas hija mía!
EUGENIA: ¡Unid a ello vuestra maldición, madrecita mía, si queréis, para que la cosa sea más conmovedora, y me veréis siempre de la misma flema!
DOLMANCÉ: ¡Oh! Despacio, despacio, señora; eso ha sido un insulto; acabáis de rechazar a Eugenia con demasiada dureza; ya os he dicho que está bajo nuestra protección; es preciso un castigo para este crimen; tened la bondad de desnudaros por completo para recibir el que merece vuestra brutalidad.
SRA. DE MISTIVAL: ¡Desnudarme!...
DOLMANCÉ: Agustín, sirve de doncella a la señora, ya que se resiste.
(Agustín lo hace brutalmente; ella se defiende.)
SRA. DE MISTIVAL,
a la Sra. de Saint-Ange
: ¡Oh, cielos! Dónde estoy? Pero, señora, ¿pensáis en lo que permitís que se me haga en vuestra casa? ¿Imagináis que no me quejaré de semejantes procedimientos?
SRA. DE SAINT-ANGE: No es muy seguro que podáis hacerlo.
SRA. DE MISTIVAL: ¡Oh, Dios mío! ¡Aquí me van a matar!
DOLMANCÉ: ¿Y por qué no?
SRA. DE SAINT-ANGE: Un momento, señores. Antes de exponer a vuestros ojos el cuerpo de esta encantadora belleza, conviene que os prevenga del estado en que vais a encontrarla. Eugenia acaba de decírmelo al oído: ayer su marido la azotó a más no poder por algunos pecadillos caseros... y, según me asegura Eugenia, vais a encontrar sus nalgas como tafetán chino.
DOLMANCÉ,
cuando la Sra. de Mistival está desnuda
: ¡Ah, vaya, nada es más cierto! Creo que en mi vida he visto un cuerpo más maltratado... Pero, ¡cómo!, diablos, tiene tanto por delante como por detrás... Sin embargo, tiene un culo muy hermoso.
(Lo besa y lo soba.)
SRA. DE MISTIVAL: ¡Dejadme, dejadme o pediré socorro!
SRA. DE SAINT-ANGE,
acercándose a ella y cogiéndola por el brazo
: ¡Escucha, puta! ¡Voy a decirte por fin la verdad!... Para nosotros eres una víctima enviada por tu mismo marido; es preciso que sufras tu suerte; nada podrá librarte de ella... ¿Cuál será? No lo sé. Quizá seas colgada, supliciada, descuartizada, atenazada, quemada viva; la elección de tu suplicio depende de tu hija: es ella la que ha de pronunciar tu condena. Pero sufrirás, ¡furcia! ¡Oh, sí, no serás inmolada hasta después de haber sufrido una infinidad de tormentos previos! En cuanto a tus gritos, he de prevenirte que serán inútiles: podría degollar a un buey en este gabinete sin que sus mugidos fueran oídos. Tus caballos, tus criados, todo ha partido ya. Te lo repito, hermosa, tu marido nos autoriza a lo que hagamos, y tu venida no es más que una trampa tendida a tu simplicidad, en la que, como ves, no se puede haber caído mejor.
DOLMANCÉ: Espero que ahora la señora se haya tranquilizado por completo.
EUGENIA: Prevenirla hasta ese punto es lo que se dice tener miramientos.
DOLMANCÉ,
palpándola y dándola siempre azotes en las nalgas
: En verdad, señora, se ve que tenéis una buena amiga en la Sra. de Saint-Ange... ¿Dónde encontrar ahora esa franqueza? ¡Os dice unas verdades!... Eugenia, venid a poner vuestras nalgas al lado de las de vuestra madre..., que yo compare vuestros dos culos.
(Eugenia obedece.)
A fe que el tuyo es bello, querida; pero, diablos, el de la mamá no está mal tampoco... Es preciso que me divierta un instante jodiéndolos a los dos... Agustín, contened a la señora.
SRA. DE MISTIVAL: ¡Ah, santo cielo! ¡Qué ultraje!
DOLMANCÉ,
cumpliendo su propósito y comenzando por encular a la madre
: ¡Eh, nada de nada, qué sencillo!... ¡Ved, ni siquiera lo habéis sentido!... ¡Ah! ¡Cómo se nota que vuestro marido se ha servido con frecuencia de esta ruta! Ahora tú, Eugenia... ¡Qué diferencia!... Ya, ya estoy satisfecho; sólo quería magrear un poco para ponerme a punto... Un poco de orden ahora. En primer lugar, señoras mías, vos, Saint-Ange, y vos, Eugenia, tened la bondad de armaros de estos consoladores a fin de dar por turno a esta respetable dama, bien en el coño, bien en el culo, los golpes más temibles. El caballero, Agustín y yo trabajaremos con nuestros propios miembros, y os relevaremos puntualmente. Yo voy a empezar, y, como supondréis, será una vez más su culo el que reciba mi homenaje. Durante el goce, cada cual será dueño de condenarla al suplicio que mejor le parezca, teniendo cuidado de ir gradualmente a fin de no reventarla de golpe... Agustín, por favor, consuélame, enculándome, de la obligación en que me veo de sodomizar a esta vieja vaca. Eugenia, dame a besar tu hermoso trasero mientras jodo el de tu mamá; y vos, señora, acercad el vuestro, quiero sobarlo, quiero socratizarlo... Hay que estar rodeado de culos cuando es un culo lo que se jode.
EUGENIA: ¿Qué vas a hacer, amigo mío, qué vas a hacerle a esta zorra? ¿A qué vas a condenarla mientras pierdes tu esperma?
DOLMANCÉ,
continúa azotándola
: La cosa más natural del mundo: la voy a depilar y la voy a magullar los muslos a fuerza de pellizcos.
SRA. DE MISTIVAL,
al recibir esta vejación
: ¡Ah! ¡Monstruo! ¡Malvado! ¡Me va a lisiar!... ¡santo cielo!...
DOLMANCÉ: No le imploréis, amiga mia; será sordo a tu voz como lo es a la de todos los hombres; ese cielo poderoso nunca se ha preocupado por un culo.
SRA. DE MISTIVAL: ¡Ay, qué daño me hacéis!
DOLMANCÉ: ¡Increíbles efectos de las extravagancias del espíritu humano!... Sufres, querida, lloras, y yo me corro... ¡Ay, putorra! Te estrangularía si no quisiera dejar placer a los otros. Ahora te toca a ti, Saint-Ange.
(La Sra. de Saint-Ange la encula y la encoña con su consolador; le da algunos puñetazos; viene luego el caballero; recorre igualmente las dos rutas, y la abofetea mientras descarga; luego viene Agustín; hace lo mismo y termina con algunos cachetes y pellizcos. Durante estos distintos ataques, Dolmancé ha recorrido con su aparato los culos de todos los agentes, excitándoles con sus palabras.)
Vamos, hermosa Eugenia, follad a vuestra madre; ¡primero por el coño!
EUGENIA: Venid, mamaíta, venid, que os sirva de marido. Es un poco más gorda que la de vuestro esposo, ¿no es verdad, querida? No importa, entrará... ¡Ah, gritas, madre mía, gritas cuando tu hija te folla!... ¡Y tú, Dolmancé, me estás dando por el culo!... Heme aquí a la vez incestuosa, adúltera, sodomita, y todo esto para una joven que acaba de ser desvirgada hoy... ¡Qué progresos, amigos míos!..., ¡con qué rapidez recorro la espinosa ruta del vicio!... ¡Oh, soy una perdida!... ¡Creo que te estás corriendo, dulce mamaíta!... Dolmancé, mira sus ojos, ¿no es cierto que se corre?... ¡Ah, putona! ¡Voy a enseñarte a ser libertina! ¡Toma, ramera, toma!...
(La aprieta y la magulla el cuello.)
¡Ay, jódeme, Dolmancé!... ¡Jódeme, mi dulce amigo, me muero!...
(Eugenia, al correrse, da diez o doce puñetazos en el pecho y en los costados de su madre.)
SRA. DE MISTIVAL,
perdiendo el conocimiento
: ¡Tened piedad de mí, os lo suplico!... Me siento mal..., me mareo...
(La Sra. de Saint-Ange quiere socorrerla; Dolmancé se opone.)
DOLMANCÉ: ¡Eh! No, no, dejadla en ese síncope; no hay nada tan lúbrico como ver a una mujer desvanecida; la azotaremos para volverle el sentido... Eugenia, venid a tumbaros sobre el cuerpo de la víctima... Ahora voy a saber si sois firme. Caballero, folladla sobre el pecho de su madre desfallecida, y que ella nos la menee a Agustín y a mí con cada una de sus manos. Vos, Saint-Ange, magreadla mientras la joden.
EL CABALLERO: ¡Realmente, Dolmancé, cuanto nos mandáis hacer es horrible!; es ultrajar a un tiempo a la naturaleza, al cielo y a las leyes más santas de la humanidad.
DOLMANCÉ: Nada me divierte tanto como los firmes arranques de virtud del caballero. ¿Dónde diablos verá, en cuanto hacemos, el menor ultraje a la naturaleza, al cielo y a la humanidad? Amigo mío, es de la naturaleza de la que los viciosos reciben los principios que ponen en práctica. Ya te he dicho mil veces que la naturaleza —que para el perfecto mantenimiento de las leyes de su equilibrio tiene unas veces necesidad de vicios, otras de virtudes— nos inspira por turno el movimiento que necesita; no hacemos, pues, ninguna clase de mal entregándonos a estos impulsos, cualesquiera que sean los que podamos imaginar. Y en cuanto al cielo, te lo suplico, caballero, deja de temer sus efectos: un solo motor actúa en el universo, y ese motor es la naturaleza. Los milagros, o mejor, los efectos físicos de esta madre del género humano, diferentemente interpretados por los hombres, han sido deificados por ellos bajo mil formas a cual más extraordinaria; ganapanes o intrigantes, abusando de la credulidad de sus semejantes, han propagado sus ridículas ensoñaciones: y eso es lo que el caballero denomina cielo, ¡eso es lo que teme ultrajar!... Las leyes de la humanidad, añade, son violadas por las tonterías que nos permitimos. Recuerda, de una vez por todas, hombre simple y pusilánime, que lo que los tontos llaman humanidad no es más que una debilidad nacida del temor y del egoísmo; que esta quimérica virtud, encadenando sólo a los hombres débiles, es desconocida de aquéllos cuyo estoicismo, valor y filosofía forman su carácter. Actúa, por tanto, caballero, actúa sin temer nada; si pulverizáramos a esta ramera no habría siquiera el menor indicio de crimen. Los crímenes son imposibles para el hombre. Al inculcarle la naturaleza el irresistible deseo de cometerlo, supo sabiamente alejar de ellos las acciones que podían perturbar sus leyes. Convéncete, amigo mío, de que todo lo demás está completamente permitido y que no ha sido absurda hasta el punto de darnos el poder de perturbarla o de perjudicarla en su marcha. Ciegos instrumentos de sus inspiraciones, aunque nos ordenara quemar el universo, el único crimen sería resistirnos a ello, y todos los malvados de la tierra no son más que agentes de sus caprichos... Vamos, Eugenia, colocaos... Pero ¿qué veo?... ¡Palidece!...
EUGENIA,
tendiéndose sobre su madre
: ¿Yo palidecer? ¡Rediós! Vais a ver ahora mismo que no.
(Adoptan la postura; la Sra. de Mistival sigue en su síncope. Cuando el caballero se ha corrido, el grupo se deshace.)
DOLMANCÉ: ¡Cómo! ¡Esta golfa no ha vuelto en sí todavía! ¡Vergas! ¡Vergas!... Agustín, vete enseguida a coger un puñado de espinos del jardín.
(Mientras los espera, la abofetea y le da cachetes.)
¡Oh! ¡A fe que temo que esté muerta: nada la vuelve en sí.
EUGENIA,
con humor
: ¡Muerta! ¡Muerta! ¡Cómo! ¿Voy a tener que llevar luto este verano, con los hermosos vestidos que me he mandado hacer?
SRA. DE SAINT-ANGE,
estallando de risa
: ¡Ah, vaya con el pequeño monstruo!...
DOLMANCÉ,
cogiendo los espinos de la mano de Agustín, que vuelve
: Vamos a ver el efecto de este último remedio. Eugenia, chúpame la polla mientras trabajo en devolveros una madre y mientras Agustín me devuelve los golpes que voy a dar. No me molestaría, caballero, verte encular a tu hermana: ponte de tal modo que pueda besarte las nalgas durante la operación.
EL CABALLERO: Obedezcamos, puesto que no hay ningún medio de convencer a este malvado de que cuanto nos ordena hacer es horroroso.
(Se dispone el cuadro; a medida que la Sra. de Mistival es azotada, vuelve a la vida.)
DOLMANCÉ: ¡Y bien! ¿Veis el efecto de mi remedio? Ya os había dicho que era seguro.
SRA. DE MISTIVAL,
abriendo los ojos
: ¡Oh, cielos! ¿Por qué me sacan del seno de las tumbas? ¿Por qué devolverme a los horrores de la vida?
DOLMANCÉ,
que sigue flagelándola
: Es que, en realidad, madrecita, no está todo dicho. ¿No es preciso que oigáis vuestra condena?... ¿No es preciso que se cumpla?... Vamos, reunámonos en torno de la víctima, que se ponga en medio del círculo y que escuche temblando lo que hemos de anunciarle. Comenzad, señora de Saint-Ange.
(Los fallos siguientes se dicen mientras los actores continúan en acción.)
SRA. DE SAINT-ANGE: Yo la condeno a ser colgada.
EL CABALLERO: Cortada, como entre los chinos, en veinticuatro mil trozos.
AGUSTÍN: Mirad, por mí, yo la dejaría con tal de zer rota en vida.