Collins se volvió en ese momento y miró al hombre que estaba sentado detrás del escritorio, y luego al retrato de Lincoln que colgaba sobre su cabeza.
—Su tarea —continuó Lee—, según lo ordenado por el presidente, era buscar, encontrar y traer un objeto que según algunos era el descubrimiento arqueológico más importante de la historia, y no se trataba de ningún tesoro que sirviera para colmar las escuálidas arcas del país con infinidad de riquezas.
Lee había cogido un bolígrafo y daba golpecitos con él contra una de las carpetas.
—La misión consistía en traer el objeto que tiene usted antes sus ojos.
Collins miró la pantalla, se quedó parado un momento, luego miró un instante al senador. Después, muy lentamente, volvió la mirada hacia el enorme monitor.
—Lo cierto, comandante, es que el presidente no creía que realmente fueran a encontrar nada de valor. Desde su punto de vista, el esfuerzo conjunto de los dos bandos enfrentados por la guerra serviría para volver a unir al Norte y al Sur. Hubo una cosa que el señor Lincoln pasó por alto, y fue la tenacidad de aquellos hombres. Tras perder a tres cuartas partes de los soldados y cuatro buques de guerra, trajeron hasta este país una reliquia que llevaba más de mil años en la cima de una montaña en el este de Turquía. Muchos jóvenes estadounidenses se dejaron la vida en esa cumbre, y en las cuestas y valles de aquel áspero y desolado lugar. Y lo que le trajeron a un presidente que acabaría asesinado, a un país que seguía dividido y donde el odio campaba a sus anchas, fue el artefacto que tiene usted ahí delante. Algunos piensan que se trata del arca del gran diluvio, el barco que supuestamente construyó el mismísimo Noé.
En cuanto el senador pronunció esas palabras, Collins lo visualizó. Todas las imágenes que había visto en las clases de religión, las historias que había escuchado de niño, los ridículos cuentos y películas ya de adulto, inundaron su mente como si provinieran de una presa que acabara de romperse.
—¿Quiere decir que eso es… que es el arca de Noé? —preguntó por fin, sin poder despegar la vista de la pantalla.
—Como ya sabe, la nave tiene un origen presumerio, la cultura situada entre la cuenca del Tigris y el Éufrates, cuna de la civilización. El tamaño, la forma y los materiales con los que fue construida concuerdan exactamente con los detalles expuestos en la Biblia. La prueba del carbono 14 la sitúa alrededor de once mil seiscientos años antes de Cristo, siglo arriba, siglo abajo —dijo el senador empleando un tono más técnico—. No tenemos ninguna hipótesis científica acerca de cómo fue construida; tenemos las leyendas de Gilgamesh y la historia de Noé, pero no es ese el procedimiento que seguimos aquí. Los científicos nos dicen que tenemos una antiquísima nave de madera, una tan antigua que se convirtió en piedra después de terminar sus días en la cima de una montaña.
Collins se dio la vuelta, regresó a su silla, enfrente del senador, y se dejó caer sobre ella.
El senador le dedicó una sonrisa. Cada vez que le había mostrado esto a alguien había visto cómo en sus rostros se reflejaba una mezcla de sorpresa, sobrecogimiento y miedo.
El viejo se puso de pie y fue cojeando hasta un mueble que había junto a la credencia donde se encontraba el café. Tomó un vaso y le sirvió al comandante un poco de agua. Volvió otra vez cojeando y se lo ofreció a Collins. Jack se lo bebió de un trago y agradeció la interrupción de la conversación. Hacía mucho tiempo que algo no le cogía tan desprevenido. No solo se trataba de algo desconcertante, se trataba de algo extraordinario. El senador retomó la conversación mientras se acomodaba de nuevo en la silla.
—Ahora bien, ¿cuál debe ser nuestra función en el Grupo, sentir un respeto reverencial por este artefacto o intentar aprender de él? Hemos reunido tal cantidad de datos que ya no tenemos sitio en ningún archivador. Y esto es tan importante para nuestro país porque, sencillamente, hemos aprendido que esos peligros siguen estando presentes y que podríamos volver a sufrir una inundación parecida en el futuro. Este informe ha sido remitido a las altas instancias y se han planificado las medidas que sería preciso tomar en caso de que se produjese un Evento similar. Antes de que le deje descansar un poco, Jack, he de decirle que el descubrimiento del arca, o de esa nave, fue el primer expediente de la larga e increíble historia del Grupo Evento. En total, suman más de ciento seis mil expedientes, y que engloban desde los aspectos relacionados con la religión hasta posibles ataques cometidos por hombres lobo en Francia durante la época de la peste negra; desde posibles avistamientos de submarinos eléctricos durante la guerra civil americana hasta los enfrentamientos entre clanes vikingos en Minnesota en los que se vieron envueltos los indios sioux, setecientos años antes de la llegada de Cristóbal Colón.
Collins siguió callado, sin apartar la mirada de Lee.
—Pero todo eso solo es historia; estudiamos, aprendemos y archivamos. Y luego a veces aparece esa pepita de oro que puede cambiar la forma de pensar de nuestro gobierno; por ejemplo, el informe que analizaba la historia del imperio japonés que mi predecesor entregó a Roosevelt en 1933, en el que se advertía de las inclinaciones históricas de los japoneses. Allí estaba todo, para cualquiera dispuesto a ver un poco más allá, a examinar los hechos de la forma que los examina el Grupo Evento. Nuestro Grupo informó al presidente, seis años antes de diciembre de 1941, de que los Estados Unidos iba camino de entrar en conflicto con Japón, y le propusimos alternativas para evitar ese conflicto. Nosotros informamos, pero al final lo que el presidente hace con la información es utilizar aquello que le interesa. —Lee sonrió a Collins—. Quizá su decisión vino determinada porque lo que le interesó de nuestro informe es que Japón acabaría por atacarnos, y que eso sería suficiente para meternos en un lío mucho más complicado en Europa con los nazis. ¿Usted qué opina?
—Creo que entiendo bien la necesidad de la confidencialidad: esa información habría enervado a mucha gente. Y creo que sé por qué me necesitan.
—No, Jack, aún no lo sabe. Hemos perdido a mucha gente, a gente buena, y estamos cansados, estamos hartos. El presidente ha ordenado al director Compton que adopte las medidas oportunas. Mis días de asesino ya quedaron atrás; me atrevería a decir que era casi tan bueno como usted a la hora de eliminar a gente en nombre de una causa justa. Pero ahora soy un hombre viejo y la única gran aventura que me queda por delante es la muerte. Niles necesita a un hombre que sea capaz de defender a la gente que envía a una misión, así que yo he estado buscando a alguien para él y le he encontrado a usted. Confío en haberle expuesto la situación con claridad.
—Así lo ha hecho —contestó Collins.
—He de interpretar que ha visto a qué nos dedicamos y que acepta la tarea que se le propone: entrenar y equipar a nuestro personal de seguridad y convertirlo en una fuerza protectora eficaz. A Niles y a mí nos preocupa el reciente aumento de ataques que está sufriendo nuestra gente.
—Elementos externos nos están atacando; en pocas palabras, y para que quede claro, comandante, usted está aquí para contraatacar, y para contraatacar con fuerza —dijo Compton, poniendo el énfasis en las últimas cinco palabras.
—Creo que entiendo el concepto de lo que es el Grupo, pero cada época marca la forma de reaccionar ante ciertas situaciones. Por determinadas circunstancias que he intentado explicar, y este intento me ha costado que me apartaran de las tropas, que son mi principal motivo de preocupación, Estados Unidos está transmitiendo una imagen de debilidad ante el mundo. Señor director, para proteger al personal a su cargo, ¿está usted dispuesto a llevar a cabo acciones ofensivas?
—¿Si estoy dispuesto? Se lo estoy ordenando, comandante.
—Entonces está empezando a otorgarle a su gente la posibilidad de pelear. El mundo actual está basado en la velocidad. Todo se mueve cada vez más deprisa y para proteger a los suyos ha de moverse todavía más deprisa que sus enemigos, y en ocasiones, por desgracia, ha de hacerse de manera preventiva.
Niles asintió con la cabeza y dijo:
—Hay algo que debe saber, comandante Collins. Alguna gente dentro de nuestro país tiene la misma opinión que usted, pero han llevado las cosas demasiado lejos. Tenemos indicios de la existencia de un grupo de superpatriotas, con apoyos en las altas esferas, que están llevando a cabo ataques contra nosotros y contra otras agencias con total impunidad. Tiene usted razón, estamos en un mundo cada vez más veloz y nosotros nos estamos quedando rezagados. Sean quienes sean, están matando a mi gente y robando nuestros descubrimientos, y no tengo dudas —afirmó mientras cerraba el puño— de que eso nos puede llevar a la ruina. Nos están arrebatando nuestro conocimiento: tanto desde el exterior, por cuestiones políticas, como desde dentro con los recortes por razones políticas o económicas, y quiero que eso se detenga. El presidente desea que emprendamos acciones ofensivas para erradicar esas facciones: ver quiénes son y desenmascararlos, y para eso está usted aquí.
Niles hizo una pausa y continuó:
—Cuando el senador me habló de usted, pensé que quizá fuera solo un tarado, pero leyendo su expediente y haciendo unas cuantas llamadas he comprobado que es usted un hombre inteligente capaz de pensar por sí mismo. El Instituto Tecnológico de Massachusetts, la Universidad de California y muchas otras instituciones certifican que tiene capacidad para llegar mucho más lejos de lo que lo hizo. Pero creo que obró correctamente al quedarse allí donde estaba, protegiendo a sus hombres. Para eso sirve todo el aprendizaje, para poder cuidar de la gente que tenía a su cargo. Yo también cuido de la mía, comandante, pero no puedo hacer lo que usted hace. —Niles se giró y se quedó mirando a Collins—. Proteja a mi gente, me da igual cómo lo haga.
Collins dirigió la vista al doctor Compton y luego al senador. Fue consciente de la sinceridad con la que valoraban la importancia del trabajo que le estaban ofreciendo. Conocía perfectamente el dolor y la rabia que se sentía ante la pérdida de un compañero, pero sabía que, pese a todo, se encontraba fuera de su terreno.
—Soy un soldado —empezó a decir, observando a un hombre, y luego al otro—, todavía soy un oficial de carrera, aunque el Ejército quiera prescindir de mí. Aún tengo que hacerme a la idea. Es una situación nueva para mí: haberme convertido en una molestia, en alguien que hay que esconder debajo de la alfombra; me cuesta mirarme al espejo. Así que, si no les importa, me gustaría postergar mi respuesta hasta poder valorar todas las opciones de las que dispongo. Pero si les parece a ustedes bien, hasta ese momento podría empezar a entrenar a su Grupo.
Lee fijó un instante la mirada en el suelo. Sabía que Jack Collins se quedaría. Los jefes del Estado Mayor no le permitirían volver al servicio activo. Pero ¿cómo te deshaces de un portador de la medalla al honor sin que la CNN y los medios te crucifiquen? Escondiéndolo en el cajón más oscuro del Estado, en el Grupo Evento. Lee prefirió dejar que Jack mantuviera la ilusión de que aún podía controlar su destino, aunque lo cierto era que de no ser por el Grupo Evento, la carrera militar del comandante estaría acabada.
—En ese caso, Jack, y provisionalmente hablando, bienvenido al Grupo Evento —dijo sin prisas el senador mientras se levantaba y, cojeando, bordeaba la mesa con la mano extendida—. Su segundo de a bordo, el capitán de corbeta Everett, le dará más detalles acerca de su labor aquí. Es bueno, Jack, muy bueno. Es un marine, uno de los Seals, un miembro de las fuerzas especiales; conoce bien esto, fue el primero en ser consciente de que había que poner al día todo el sistema.
El senador abrió las puertas y volvió a estrechar la mano de Jack.
—Esa vieja del demonio tendrá a alguien preparado para mostrarle sus dependencias, después dará un pequeño paseo por la zona de las cámaras acorazadas. Niles y yo tenemos una reunión con el archivero de Su Majestad y con el primer ministro inglés dentro de diez minutos, y el presidente estará a la escucha. Así que le dejo en manos de la bruja del Oeste, porque, como le digo, tenemos que discutir una serie de cosas. Parece que los ingleses quieren que cierto cadáver regrese a suelo británico.
Collins soltó la mano del senador y este se fue de vuelta hacia su oficina. Mientras las puertas se cerraban a su espalda aún oyó al viejo que decía:
—Ese cadáver pertenece al mundo entero, maldita sea, no solo a los ingleses.
Alice se acercó a Collins, lo cogió del brazo y lo condujo hacia el ascensor. Collins pensó que Alice era el tipo de gente que realmente se encargaba de las cosas en el Grupo, esa persona a la que se acude cuando se necesita alguna cosa y no se puede perder tiempo. Decidió que le vendría bien tenerla como consejera en las semanas y meses venideros.
Alice mantuvo las puertas abiertas mientras entraba en el ascensor y le dijo en voz muy baja:
—Garrison está como loco porque ni él ni Niles quieren ceder uno de nuestros hallazgos, pero el enterramiento donde se encontró pertenece a una base naval americana en Escocia, así que de momento quieren conservarlo provisionalmente durante un tiempo. El senador quiere quedárselo para siempre, pero el doctor Compton es más joven y más sensato, y sabe que los ingleses están en su derecho, así que el senador respetará la decisión de Niles.
Alice sonrió, miró a Jack y dijo:
—Es uno de los proyectos favoritos del senador: demostrar la existencia de un señor de la guerra del siglo cuarto cuyo nombre en latín es Artorius, pero que en nuestra lengua es conocido como Arturo.
Mientras Alice dejaba que las puertas del ascensor se cerraran, no pudo contener una sonrisa al ver al mayor Collins intentando impedir el mecanismo de cierre.
—¿Quiere decir que han encontrado el cuerpo del rey Art…?
Pero las puertas del ascensor se cerraron interrumpiendo su sorprendida pregunta.
Tormentas
Aquellos que sueñan de día conocen muchas cosas que
escapan a los que sueñan solo de noche
—EDGAR ALLAN POE,
Eleonora
, 1841
Grupo Evento. Base de la Fuerza Aérea de Nellis, Nevada
7 de julio, 13.30 horas
La especialista de quinta categoría Sarah McIntire cerró el libro y el cuaderno al terminar la clase. La lección de hoy había versado sobre las distintas dificultades ocultas en los lugares donde se encuentran enterrados restos humanos y las trampas para evitar a los saqueadores que los arqueólogos del Grupo Evento habían visto en las excavaciones en distintas partes del mundo (en lugares como el Valle de los Reyes, cerca de Luxor, en Egipto, o en las ruinas incas halladas en Perú en el año 2004). Sarah daba clase de geología y hoy había aprovechado la oportunidad que le concedían los antiguos moradores de la Tierra para animar un poco su aburrido temario. Había sido reclutada por un profesor que la visitó gracias a un vídeo de una de sus clases colgado en internet. Era una clase bastante buena acerca del uso que los antiguos arquitectos hacían de las fuentes termales y de otros elementos naturales a la hora de idear trampas para sus tumbas.