El Grupo Evento es la organización más secreta del país, un selecto grupo formado por los más destacados científicos, filósofos y militares. La difícil tarea a la que se enfrentan es resolver los misterios del pasado y desvelar las verdades que se ocultan detrás de los mitos y las leyendas surgidas a lo largo de la historia. Esta tarea les permitirá proteger a los Estados Unidos de los errores del pasado y asegurarse de que no se vuelvan a repetir.
El Grupo ha descubierto una operación bélica que comenzó décadas atrás en Nuevo México y que fue ocultada por otra organización de carácter todavía más secreto. Al mismo tiempo, un nuevo incidente aparentemente idéntico amenaza con acabar con la totalidad de la población del planeta.
David Lynn Golemon
Evento
ePUB v1.0
libra_86101019.09.12
Título original:
Event
David Lynn Golemon, 2004.
Traducción: Ernesto Rubio García
Editor original: libra_861010 (v1.0)
ePub base v2.0
Para Eunice y Valisa, mi madre y mi hermana,
que están siempre en mis pensamientos.
Para mis hijos, Shaune, Brandon y Katie, por
creer en mí.
Para Annemarie, por ser, por decirlo
claramente, la mujer que me salvó la vida.
Y finalmente, para mi padre, el único héroe
auténtico que he conocido. Esto va por ti, papá.
Como cualquier escritor podrá confirmar, el proceso de mencionar a todas las personas que lo han ayudado o apoyado de alguna manera durante la gestación de una obra escrita es una tarea muy ardua. Así que lo mejor es empezar por el principio.
Gracias de todo corazón, en primer lugar, a Thomas Dunne Books por arriesgarse con una historia extraña que transcurre en el desierto. A Pete Wolverton, el mejor editor que hay en el mercado, por guiar a un novelista novato como yo por el campo minado de la escritura. Las sugerencias de Pete añadieron emoción a lo que yo llevaba dentro y permitieron que surgiera la magia. A Katie, una ayudante de edición que supo tener paciencia con un loco descontrolado como yo y respondió a todas las absurdas preguntas que le iba haciendo (muy pronto, su nombre será conocido en el mundo editorial), y a todos los editores de Thomas Dunne, que estoy seguro que pensaron en cambiar de profesión durante la labor de edición de
Evento
. También quiero expresar mi agradecimiento a mi agente, Bob Mecoy, el primero que creyó en este pequeño cuento con monstruo; brindemos por que llegue lo más lejos posible, Bob.
Quiero dar las gracias muy especialmente a un hombre que vive en San Diego, el doctor Kenneth Vecchio, de la Universidad de San Diego, por hacer algo por nuestros muchachos destacados en el extranjero que muy poca gente tiene en cuenta: la armadura de concha de abulón que se menciona en este libro existe y este autor confía en que muy pronto esté a disposición de nuestras tropas. Igualmente deseo destacar en este sentido a Helicos BioSciences, en Cambridge, Massachusetts, que están haciendo cosas increíbles con su mágica máquina de secuenciación del ADN, y que están logrando grandes avances en el largo y complejo proceso de secuenciación.
Excepto la radio M-2786 y los ordenadores Europa XP de la Cray Corporation, todo el material militar mencionado en la novela es real y, o bien se utiliza en el campo de batalla, o bien está en proceso de desarrollo. Gracias asimismo al Ministerio de Energía de Estados Unidos, que fue de gran ayuda a la hora de contestar a todo tipo de desconcertantes preguntas.
A la familia Mathie, de Babylon, Nueva York, por tratar a un escritor como a un ser humano. Nunca los olvidaré.
A toda la gente de Roswell, Nuevo México, hartos ya de tanta notoriedad. Algún día os será compensada, os lo prometo.
Y por último, muchas gracias a toda la gente y amigos que no menciono aquí (porque, la verdad, se me han olvidado). Todos los errores y omisiones son responsabilidad del autor.
En los tiempos que corren, la gente no sabe valorar a los hombres y mujeres que en defensa de su país, ya sea de forma acertada o equivocada, eso es cuestión de opiniones, cumplen con su trabajo y hacen las cosas lo mejor posible en unas condiciones inhóspitas que solo quien ha participado en una guerra puede llegar a imaginar.
En ningún caso es voluntad de este autor ni de los editores de esta obra utilizar a los miembros del Ejército estadounidense como meros accesorios de una historia de ficción. Nuestra intención es hacer un retrato de esos hombres y mujeres con el mayor respeto y consideración. Por el bien del realismo, nunca se nos ocurriría poner en cuestión su profesionalidad, su patriotismo o su honor.
Pero todos esos soldados debéis admitir que preferiríais luchar con un enemigo con algo más de clase que los que combatís actualmente. Después de todo, no todos los monstruos son tan malos.
Ciento veinte kilómetros al noroeste de Roswell
Nuevo México
10 de julio de 1947
Los granos de arena se le clavaban en la cara y en las manos como si fueran perdigones disparados por el viento. El fornido hombre aseguró el sombrero a su cabeza mientras corría de un camión a otro gritando a los conductores lo más fuerte que podía, repitiendo sus instrucciones cuando el viento se llevaba sus palabras. Su voz se estaba volviendo ronca de tanto gritar en medio de la repentina tormenta de arena que se había desatado en los quince minutos anteriores. El último camionero de la línea de cincuenta y dos vehículos hizo un gesto de asentimiento: el convoy esperaría a un lado de la carretera rural número 4 hasta que esta súbita demostración de la furia del desierto cesara.
El doctor Kenneth Early, metalúrgico de profesión, estaba al mando del que seguramente era el cargamento más valioso de la historia de la humanidad, o al menos eso era lo que él no dejaba de repetirse. Garrison Lee lo había elegido personalmente para asegurarse de que las cajas que estaba transportando llegaran a Nevada en perfectas condiciones. Habrían podido llevarlas por avión al aeropuerto militar de Las Vegas, pero el riesgo de algún incidente aéreo fue decisivo para determinar que viajaran finalmente de la forma más segura posible: en un convoy de camiones; además Lee había cedido a diez de sus mejores hombres de seguridad para que custodiaran este poco habitual cargamento.
El doctor llegó con dificultad hasta la altura donde se encontraba el primer camión y saludó al conductor que estaba dentro; a continuación se dirigió hasta el Chevrolet de color verde que guiaba la marcha. Abrió la puerta trasera agradeciendo el refugio que el coche le ofrecía. Se quitó el sombrero y le dio una palmada que provocó una nube de polvo, lo cual hizo que su conductor se pusiera a toser.
—Lo siento, ahí fuera está soplando de verdad —dijo Early mientras arrojaba el sombrero en el asiento que tenía al lado, sacaba las gafas del abrigo y se las ponía. A continuación, se echó hacia delante y, apoyando los codos en el asiento delantero, añadió—: ¿Ha habido suerte con la radio?
—No se oye nada, amigo, debe de ser cosa de la tormenta. Cuando el tiempo se pone feo, estas radios del Ejército dejan de ser tan fantásticas.
—Maldita sea. Lee me va a partir la cara como no le avisemos de que hemos tenido que parar. Esto se carga todas sus previsiones —dijo Early tratando de ver algo por la ventanilla—. No me gusta un pelo estar aquí sentado en medio de la nada.
—A mí tampoco. Joder, la verdad es que después de saber lo que contienen esas cajas me cuesta ver las cosas de la misma forma. —El conductor tragó saliva y se volvió hacia Early—. Por ahí circulan muchos rumores, ¿sabes?, de los que ponen los pelos de punta.
Early miró al teniente del Ejército, hacía solo tres meses que se había incorporado al grupo.
—Ya, sé a lo que te refieres. Me quedaré mucho más tranquilo cuando los hayamos depositado en el nuevo complejo.
A Early, más que los cadáveres, lo que le inquietaba era ese maldito contenedor vacío de tres metros cuadrados que, según los rumores que corrían, era una jaula. Lee había intentado pasar por alto todas esas habladurías, pero nadie, por veterano que fuera, podía quedarse impasible ante aquello que estaban transportando a Nevada. La imagen de la jaula volvía a colarse entre los pensamientos de Early como si se tratara del recurrente recuerdo de una pesadilla. Cerró los ojos, incapaz de evitar que un escalofrío le recorriera todo el cuerpo.
—¿Quiénes demonios son esos? —dijo el teniente, levantando la voz.
Early abrió los ojos y miró al oficial. Vio que soltaba el auricular de la radio y sacaba un Colt automático del calibre 45 de la funda del cinturón.
Early levantó la vista y se sobresaltó al divisar a través del parabrisas a tres hombres vestidos de negro. Entrecerró los ojos y se puso bien las gafas para intentar percibir algo por entre las ráfagas de arena que desdibujaban los contornos de la carretera.
—¿Llevan capuchas y gafas protectoras? —preguntó justo en el momento en que el teniente abría la puerta y el aullido del viento se llevaba sus palabras junto con la arena.
—Este es un convoy propiedad del Gobierno de los Estados Unidos…
Eso fue todo lo que el joven teniente alcanzó a decir. El de en medio de los tres sacó lo que parecía una subametralladora Thompson y disparó contra el torso del oficial del Ejército tres ráfagas que lo derribaron, primero contra la puerta del coche y luego contra la calzada. El viento dispersó enseguida el rastro de sangre que salió de la espalda del teniente.
—¡Dios mío! —gritó Early.
Quedarse dentro del coche no era la mejor idea. Se deslizó a toda prisa por el asiento y salió como pudo en medio del viento y la arena; resbaló y cayó sobre una de sus rodillas; después consiguió ponerse en pie y a tientas se orientó tocando la parte de atrás del Chevy. Hizo un esfuerzo por ponerse a cubierto y se olvidó por completo de los restos y de los cuerpos que tenía la misión de proteger. Lo único que le importaba ahora era escapar. Se agachó todo lo que pudo y empezó a caminar hacia el primer camión de la fila; en ese momento, cinco balas del calibre 45 impactaron en su espalda. Early se desplomó sobre la carretera azotada por el viento y cayó rodando hasta la cuneta. Mientras se desangraba sobre la arena, vio a un hombre alto vestido con un uniforme de color negro. El hombre miró a su alrededor, después se agachó lentamente, apoyó una rodilla en el suelo y posó su mano, cubierta con un guante, sobre el tembloroso hombro de Early. El tono que empleó fue de disculpa, como si no hubiera sido él el causante de su muerte.
—Lo lamento, doctor, pero su jefe no comprende lo que es necesario hacer para mantener este país a salvo de nuestros enemigos —dijo lo suficientemente alto como para que el viento no se llevara sus palabras.
Early, presa de la confusión, solo pudo mirarlo sin articular palabra.
—La violencia controlada, correctamente planificada y llevada a cabo, es una herramienta muy útil, una herramienta novedosa, pero que nuestros actuales enemigos entienden a la perfección. —El hombre echó un vistazo alrededor, hizo un gesto contrariado con la cabeza y se acercó todavía más al oído del doctor. Los disparos se escuchaban a lo largo de la fila de camiones—. Lamento que hayan sido usted y estos muchachos americanos los que se hayan interpuesto en nuestro camino —dijo el hombre con tristeza—. Es una vergüenza, maldita sea.