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Authors: David Lynn Golemon

Tags: #Ciencia Ficción, Intriga

Evento (10 page)

—¿Lo hirieron? —preguntó Collins.

—Me dieron en la pierna. Juro por Dios que cogeré a ese hijo de puta de Farbeaux. Tiene una cuenta pendiente conmigo y algún día se la voy a hacer pagar.

—¿Entonces consiguió los documentos y salió de allí sin más complicaciones?

Everett respiró profundamente y se reclinó en la silla.

—Sí, señor, así fue. Parece como si conociese siempre nuestros planes, sabe dónde vamos a estar y lo que estamos haciendo, de ahí la inspección interna en busca de infiltrados que estamos llevando a cabo. —Everett se concentró y cerró los ojos—. Los israelíes estuvieron a punto de cazarlo, pero se les escapó; fue hace tres meses, al sur de Sudán. Ese cabrón parece poseer un sexto sentido. Apenas una hora antes de que los del Mossad se hicieran con él, desapareció, seguramente alguien lo avisó. Es muy bueno y viaja con un equipo internacional de asesinos, y muchos de ellos son estadounidenses, tipos que han recibido formación, como usted y como yo.

—Debe de contar con financiación de algún sitio. Con todo el equipo informático que hay aquí esa información ha de ser fácil de encontrar. ¿El FBI no sabe nada?

—Lo único que sé es que ese hijo de puta tiene amigos en las altas esferas y que va siempre un paso por delante del Grupo. Respecto a los federales, gracias a ellos nos hemos enterado de que, aparte de por nuestra organización, también está interesado por la tecnología. Parece ser que ha dado algunos golpes a grandes compañías en busca de nuevos avances; espionaje industrial a lo grande, vamos.

Collins movió la cabeza hacia los lados, con gesto meditabundo.

Everett sacó del bolsillo trasero del pantalón un lápiz de memoria. Encendió el portátil, introdujo el pequeño lápiz hecho de aluminio y buscó la información que necesitaba. Luego le pasó el ordenador a Collins.

—Esta es la lista que Alice, el senador y el director Compton hicieron para seguridad. Me dijeron que se la enseñara cuanto antes.

Collins miró a la pantalla de cristal líquido donde aparecían escritos quince nombres; en la mayoría, tras el alias y el puesto que desempeñaban, aparecía algún vínculo con el mundo de la tecnología. Les echó un vistazo y solo reconoció el primero de la lista.

—Esa es la gente que estamos investigando como posibles infiltrados, están ordenados de más sospechoso a menos —informó Everett mientras miraba la mesa, luego cogió el tenedor, aunque ya se le había pasado el hambre.

—Y este primero, ¿están de broma o qué?

Everett se quedó mirando al comandante y volvió luego con su rosbif, que ya se había enfriado.

Jack miró otra vez el nombre que encabezaba la lista de sospechosos. Los otros seis primeros eran los dirigentes de las agencias de investigación e inteligencia del gobierno federal; el nombre que encabezaba la lista era el del presidente de los Estados Unidos.

Después de comer, Jack, Carl y Niles Compton se reunieron para hablar de la lista de seguridad que Everett le había mostrado a Jack. A Collins no le había impresionado la forma en que habían incluido nombres que querían someter a vigilancia. Estaban convencidos de que el infiltrado ocupaba un alto cargo, pero la experiencia le había mostrado a Collins que a veces este tipo de filtraciones provenían de alguien con tan pocas responsabilidades como el vigilante nocturno. Sabía que habría que desglosar el asunto y que lo mejor era vigilar la trastienda: vigilar la vida familiar. Tenía comprobado que la mejor manera de descubrir a alguien era controlar su forma de vida. Los de hacienda llevaban años usando el mismo sistema: lo más fácil era siempre coger a alguien que vivía por encima de sus posibilidades. Por ahí era por donde tenía que empezar el departamento de Seguridad, por controlar cómo vivían algunos de los miembros del Grupo en sus residencias fuera de la base. Collins les explicó a Everett y a Niles cuáles serían las líneas generales de la siguiente etapa en la investigación y que lo primero que debían hacer era destruir esa lista y empezar de nuevo.

—¿Por qué? Estas son todas las personas que tienen acceso al material que ha sido filtrado —dijo Niles, que no estaba nada convencido.

—Tenemos que empezar con un enfoque nuevo —contestó Jack.

—¿Y qué quiere decir eso? —preguntó Niles.

Collins sonrió y se puso en pie al ver que Alice entraba en la sala para empezar el paseo por la zona de las cámaras acorazadas. Miró a Compton y a Everett y dijo:

—Ahora todo el mundo en este complejo es sospechoso, señor director, desde usted hasta la última persona contratada, que soy yo.

Sarah McIntire vio al nuevo comandante y a Alice caminando por el pasillo. Durante la comida había estado hablando con Lisa de las adjudicaciones para el trabajo de campo y de los próximos nombramientos: a segunda teniente, Sarah, y a alférez, Lisa; nombramientos a los que el nuevo jefe de seguridad habría de dar el visto bueno. Se había estado preguntando qué clase de persona sería el oficial, y ahora tenía la oportunidad de formarse una primera impresión. Vio a una compañera de clase y le pidió que le llevara los libros a la habitación, luego aceleró el paso para alcanzar a Alice y a Collins.

—Buenos días, Alice. Comandante —dijo viniendo por detrás.

Los dos se dieron la vuelta al mismo tiempo y vieron a la especialista del Ejército allí quieta, sonriendo.

—Hola, querida —contestó Alice.

—¿Puedo acompañarles? —le preguntó Sarah a Alice.

—Voy a llevar al comandante de paseo por las nubes —contestó Alice—, pero puedes acompañarnos hasta allí.

—Comandante, ¿conoce a Sarah? En unos meses se convertirá en jefa del departamento de Geología y recibirá el sueldo de alférez.

—Sí, nos hemos conocido de forma no oficial en el almuerzo —contestó Jack.

Sarah empezó a sentirse incómoda y, tras volver a mirar a los ojos al comandante, pensó que aquello no era una buena idea.

—Si van a las cámaras, tendrán cosas importantes de las que hablar, quizá es mejor…

Uno de los altavoces que había en el techo silenció el resto de la frase. A través de él se escuchó la voz de Niles Compton: «Alice Hamilton y doctor Pollock, diríjanse, por favor, al archivo fotográfico. Alice Hamilton y doctor Pollock, diríjanse al archivo fotográfico».

—Lo siento, comandante, parece que me reclaman.

—Podemos dar el paseo en otra ocasión, Alice —dijo Collins.

Sarah miró al comandante, luego a Alice, y enseguida se ofreció como voluntaria.

—Puedo acompañarlo yo, estoy autorizada a acceder a toda la zona de las cámaras.

Alice miró a la joven y sonrió.

—Es una excelente idea, ¿a usted le importa, comandante?

—Depende de la especialista. Si tiene tiempo y no tiene que ir a ningún sitio…

—Fantástico, lo veré luego y discutiremos las medidas de seguridad que quiera poner en marcha. Gracias por ofrecerte voluntaria, Sarah, aunque deberías estar estudiando para tu proyecto final.

—He ayudado al profesor Jennings a preparar el examen; además, creo ser mejor guía que usted; soy bastante menos profesional.

Alice se rió y dijo:

—Es posible, pero voy a preguntarle al señor Jennings qué es eso de que le preparen los exámenes los alumnos, por muy aventajados que estos sean. —Se volvió hacia el comandante, le cogió del brazo y le dijo—: Lo veré luego, Jack. Y Sarah, no te olvides de tu examen…

—No me lo perdería por nada del mundo —dijo, mientras echaba a andar hacia los tres ascensores dispuestos uno junto al otro. Collins se quedó mirándola un instante, luego empezó a caminar detrás de ella.

—Me imagino que ya sabe que nos encontramos en el nivel siete —dijo Sarah.

Collins no contestó, se quedó parado con los brazos cruzados. Las puertas del ascensor se abrieron con un suave sonido metálico y Collins escuchó la voz femenina del ordenador que decía «Nivel siete». Sarah entró seguida por Jack, que giró poniendo la espalda recta contra la pared derecha del ascensor.

—¿Nivel? —preguntó la voz enlatada.

—Setenta, por favor —dijo Sarah sin darse cuenta de que estaba siendo educada con un ascensor controlado por ordenador.

Jack sintió un ligero movimiento y el silbido del aire mientras comenzaban el prolongado descenso. Cerró los ojos pensando en el ascensor siendo sostenido tan solo por el aire. Le pareció que Sarah decía alguna cosa.

—¿Cómo dice? —preguntó Jack.

—Decía que ya estábamos —repitió ella.

El ascensor se detuvo.

—Nivel setenta —dijo la suave voz femenina.

Sarah salió y esperó a Collins. El comandante la miró a ella primero y al largo pasillo de techo alto después. Lo primero en lo que se fijó fue en una zona iluminada por unas luces fluorescentes justo a la entrada del área de las cámaras acorazadas. En su paso por el campo de pruebas, en los laboratorios Bell, en Aberdeen, había visto algo parecido. Si alguien intentaba atravesar esa zona iluminada sin desactivar el aparentemente inofensivo sistema de seguridad, los láseres que había en su interior lo harían picadillo en cuestión de segundos. Era conocida como «la zona mortal de infracción». Los dos se dirigieron hacia el umbral que conducía al área de las cámaras acorazadas y mostraron su identificación a un marine vestido con un mono de color azul. El marine pasó sus documentos de identidad por un lector electrónico y pareció satisfecho cuando sus datos aparecieron en la pantalla del lector. El cabo les devolvió los documentos sin hacer ningún comentario.

Collins entró junto a Sarah, después de que el sistema de láseres fuera desactivado. Las cámaras estaban construidas con gruesas capas de acero cromado de una variedad diferente de la que se usa en los bancos. Estaban excavadas de forma circular en la roca y alineadas de tal forma y en tal número que se perdían en la distancia. Los técnicos deambulaban por los amplios pasillos transportando carpetas y recipientes para muestras, sin apenas prestar atención a Sarah y al comandante.

—Como seguro que ya le han contado, comandante, algunos de los artefactos que hay en el interior de las cámaras nunca verán la luz del día. Algunos están siendo trasladados, muy paulatinamente, por cuestiones de seguridad. Por nuestra propia tranquilidad, no podemos permitir que se descubra que han salido de aquí.

Collins asintió con la cabeza, se acercó hacia Sarah y dijo:

—¿Tan valiosas son estas cosas como para que alguien pierda la vida por ellas?

Sarah se quedó pensando un momento.

—Sí, señor, la mayoría de ellas lo son.

Collins se le quedó mirando. Su mirada era sincera, parecía firmemente convencida de lo que decía.

Sarah sacó una tarjeta que llevaba al cuello y la dejó colgando por fuera del mono de trabajo; luego se dirigió a la cámara acorazada que tenían más cerca. Pasó la tarjeta por un lector que desactivó el cierre de la puerta. Se escuchó claramente un clic y la puerta se deslizó silenciosamente en el interior del muro. Una luz cenital se encendió de manera automática y el ordenador dijo: «Requisito del artefacto número 11732: se prohíbe a todo el personal cualquier tipo de contacto con el recinto sellado».

—Perdimos a dos personas en esta misión: un doctor de la Universidad de Chicago y un estudiante de la Universidad de Luisiana. Los dos pensaban que valía la pena dar la vida por esto.

Collins pasó por delante de McIntire y entró en la pequeña sala con forma de escenario teatral. Cuatro focos iluminaban una caja de cristal de un metro y medio de ancho y dos metros y medio de largo que estaba unida por unas mangueras de látex que iban desde sus extremos hasta un panel de aluminio insertado en la pared. La temperatura era fresca y olía a roca y a humedad. Dentro de la caja de cristal había un cuerpo en descomposición tumbado sobre una losa de granito. De los huesos descubiertos colgaban restos de tela de color caqui y, a través del cristal, se podía ver lo que quedaba de unas pequeñas botas. El pelo corto, entre rubio y pelirrojo, aún cubría la parte central de la cabeza. Un agujero de bala atravesaba uno de los lados del cráneo.

Sarah estuvo quieta un largo rato, luego acercó la mano todo lo posible a la caja sin llegar a tocarla y se quedó mirando la figura que había en el interior, como si el tiempo se hubiese detenido.

—La yakuza mató a varios de los nuestros por conseguirla —dijo muy lentamente, como queriendo honrar con sus palabras a los ausentes.

—¿Cómo dice? —preguntó Collins.

—La mafia japonesa.

—Sé lo que es la yakuza. ¿Por qué los mataron?

—Pensaron que era lo suficientemente importante como para matar por ello —dijo Sarah, dándose la vuelta hacia Collins—. El jefe de la yakuza en aquel entonces se llamaba Menoka Ozawa. En 1938, su abuelo ocupaba un puesto de poca relevancia en el Ejército japonés. —Sarah miró de nuevo el cuerpo que había al otro lado del cristal y sintió otra vez la misma extraña afinidad que sentía cada vez que estaba cerca de él—. Ese hombre es el responsable de ese agujero de bala que ve aquí. —Una vez más, miró a Collins esperando alguna reacción; como esta no se produjo, siguió hablando—: Esta mujer fue ejecutada en una pequeña isla del Pacífico, acusada de espía, en compañía de un hombre llamado Fred Noonan.

Jack miró más de cerca el esqueleto. Sonrió. El pequeño hueco entre los dientes de delante le había dado la solución.

—Amelia Earhart —dijo Jack, mirando a Sarah junto al ataúd.

—¿Cómo lo ha adivinado?

—Lo crea o no, vi un capítulo dedicado a ella del programa
Misterios sin resolver
—dijo sonriendo—. ¿Por qué no puede hacerse público?

—Solo puedo hacer suposiciones, ya que no gozo de la suficiente confianza del senador ni del director.

—Escuchemos esas suposiciones —dijo, haciendo un gesto de broma con el brazo.

—Ella se dedicaba a hacer sus proezas, y aquello era todo, hasta que el presidente Roosevelt y los de Inteligencia Naval le pidieron que reuniera información acerca de las maniobras japonesas y las bases que tenían en el Pacífico central, cosa que ella hizo. Todo esto no dejaba a Roosevelt en muy buena posición. —Sarah volvió a mirar al comandante—. Jugó con el hecho de ser mujer para convencerla de que aceptara la misión. Luego tuvo problemas mecánicos y su avión, el Electra, cayó. La encontraron y la ejecutaron sin saber muy bien quién era y sin preocuparse demasiado por averiguarlo. Una reacción típicamente militar, si me lo permite. En fin, este tipo de la yakuza no quería que el nombre de su abuelo quedara manchado, pues este había anotado detalladamente todo lo sucedido en su diario. Por eso estaba dispuesto a matar a quien hiciera falta para impedir que el cuerpo se moviera de donde estaba.

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