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Authors: Ana Iturgaiz

Tags: #Romántico

Es por ti (23 page)

Ni una sola señal por parte del hombre que la había traído hasta allí.

Al filo de las doce de la noche, empezó a preocuparse.

Y comenzó la fase de paseo. Seis pasos a un lado, vuelta y retrocedía por el mismo sitio. ¿Qué podía hacer? Llamar al 112. ¿Y qué les iba a decir?
Quería denunciar que mi ligue de esta noche me ha dado plantón y se ha largado hace un rato
. Soltó el teléfono que había sacado del bolso y lo arrojó sobre la cama. Se vestiría y le iría a buscar.

Se acercó a la silla donde había dejado la ropa que se había quitado, se sacó el camisón y comenzó a meterse los vaqueros.
Maldito Martín
. Estaba a punto de sacar el abrigo del armario cuando la lucidez hizo aparición en su mente.

Ella no era la madre de nadie como para ir a buscarlo por los bares solo porque no había llegado a casa a una hora razonable. Así pues, se cambió de nuevo, se metió en la cama, se tapó hasta la barbilla y se dispuso a dormir.

Si él prefería estar por ahí emborrachándose y pasando frío a estar con ella en la cama, ¡qué le aprovechara!

• • •

¿En qué momento se dio cuenta de que no estaba sola en la habitación? No lo sabía, pero el caso era que alguien había encendido la lamparita de la mesilla del otro lado de la cama. Alguien había hecho acto de presencia. Abrió los ojos, alzó la cabeza y lo vio rebuscando en su mochila.

—Ya has llegado —inquirió todavía somnolienta apoyándose en un codo.

Pero él se encaminó a la puerta. Y, antes de salir de nuevo, le dijo en un susurro:

—Ahora mismo subo. Espérame.

Y volvió a dejarla igual que antes; con un palmo de narices.

Luz se tumbó y miró el techo, desesperada.
¿Adónde demonios se va ahora?
Volvió a taparse con la sábana dispuesta a aprovechar las horas de sueño que le quedaban por delante. Dio una vuelta y, después, otra y, luego, una tercera. Le siguieron una cuarta, la quinta y la sexta. Y en la séptima lo reconoció. Se estaba poniendo nerviosa. ¿Qué era lo que estaba sucediendo? Siguió dando vueltas, inquieta, y, cuando ya no pudo más, decidió encender la luz y levantarse de nuevo.

Se acercó a la ventana, retiró las cortinas y se quedó allí, mirando hacia afuera, abrazándose con fuerza para mantener el calor. Un rato más tarde, cuando ya había decidido que quedarse levantada era un absurdo y a punto estaba de volverse a la cama y encender la tele, le pareció escuchar unas voces que procedían de la calle. Voces conocidas. Apagó la luz y abrió la ventana con sigilo.

Una bocanada de frío se coló por el hueco. Tuvo que contenerse para no cerrar el postigo de golpe y refugiarse de nuevo bajo las mantas.

La habitación estaba justo encima de la puerta del hotel. Las personas a las que oía debían de estar en la entrada. El hotel, como la mayoría de las casas de Laguardia, tenía un precioso portal con el suelo lleno de cantos rodados haciendo dibujos. Allí estaba el mostrador de la recepción. Junto a ella, un antiguo banco de madera, repleto de cojines forrados de terciopelo granate, daba la bienvenida a los visitantes. Luz supuso que las voces que escuchaba procedían de allí.
Debe de estar abierta la puerta de la calle
, calculó.

Se apoyó en el alféizar y se inclinó hacia fuera sin conseguir ver a nadie. El sonido llegaba a sus oídos de forma intermitente.

No le hizo falta esforzarse demasiado para distinguir la voz de Martín.

—...solo hemos recorrido una parte...

—Mañana...tu casa...

—...acercarlas yo a vuestra...

—De acuerdo, entonces...

De repente, vio como una de las figuras se alejaba calle abajo y escuchó el golpe de la puerta del hotel al ser cerrada. Le costó darse cuenta de que el diálogo había finalizado y que Martín aparecería en breve y la encontraría espiándole.

Se separó de la ventana y la cerró con cuidado de no hacer demasiado ruido. Se metió en la cama, apresurada, y se dispuso a esperar su llegada con los ojos cerrados. No habían pasado ni dos minutos cuando escuchó la puerta. Los siguientes sonidos no le ayudaron a averiguar qué era lo que estaba haciendo, hasta que escuchó el golpe de la hebilla del cinturón contra la madera de la silla. Se estaba desnudando. El agua del inodoro le indicó que él estaba a punto de meterse con ella en la cama. Escuchó el interruptor de la luz del baño al ser apagado y cerró los ojos con fuerza. El corazón le latía como si quisiera huir de sí misma.

Él no tenía ni idea de que ella había estado espiándole. ¿Por qué entonces estaba tan nerviosa?

Escuchó el roce de las sábanas al ser abiertas. La cama de al lado crujió bajo su peso.

—Luz —dijo él en un murmullo apenas audible.

Silencio absoluto.

Él se inclinó sobre ella. Luz estaba segura de que notaría el acelerado latido de su órgano vital y descubriría que fingía estar dormida.

Pocos minutos después, el pecho de Martín subía y bajaba con movimientos regulares. Él se había dormido. Luz, sin embargo, tardó más de una hora en poder conciliar el sueño de nuevo.

• • •

Martín fue el primero en despertarse. Miró el reloj digital que brillaba debajo del televisor. Las ocho y veinte. Todavía era temprano.

Había pasado la noche intranquilo y se había despertado varias veces sobresaltado. El sábado, antes de salir de casa, ya sabía que aparecería alguien para llevarse la tarjeta de la máquina. Se había pasado toda la tarde anterior intentando localizar a la persona que las recogería, pero ni en su mayor pesadilla se habría imaginado que el sujeto fuera a aparecer en el momento más inoportuno; cuando, tanto él como Luz, solo tenían una cosa en la cabeza: irse a la cama juntos. Y no precisamente para dormir.

Para empeorar las cosas, el tipo no se había limitado a llevarse lo que había venido a buscar, sino que le había tenido que aguantar una charla sobre los peligros que corría y que tenía que mantener los sentidos despiertos ante enemigos que pudieran poner en peligro la operación. Mientras le escuchaba, él no dejaba de pensar en que lo único que quería hacer era subir a la habitación, ver la roja melena de Luz desparramada sobre la almohada, zambullirse entre las sábanas y sentir su pelo haciéndole cosquillas en el pecho.

Pena de noche
, pensó, al tiempo que la idea de recuperar el tiempo perdido se abría hueco en su cerebro. Con sigilo, gateó hasta la cama contigua, separó la sábana y se coló dentro.

Aprovechó que Luz se dio media vuelta y se puso ante él para comenzar a despertarla. Contuvo las ganas de meter las manos por debajo de la fina tela que la separaba de él y se centró en lo que tenía delante de los ojos.

Le apartó un mechón de la cara y le rozó una mejilla con el dorso de los dedos. Ella se movió un poco, pero su pesada respiración le advirtió de que la estrategia no había tenido ningún resultado. Cambiaría de táctica.
Igual con algo más... palpable
. Recorrió con suavidad sus labios con la punta de la lengua y esperó. Esta vez funcionó... en parte. Luz farfulló algo que no pudo entender y se giró, dándole la espalda. Estaba claro que las sutilezas no iban con ella.

No se lo pensó dos veces y metió la mano por debajo del minúsculo camisón color lila que, estaba seguro, se había puesto en su honor.

—Despierta, dormilona.

Tumbarse encima de ella y comenzar a succionarle un pecho fue la solución definitiva.

Cuando le soltó el pezón y miró hacia arriba, los ojos de Luz se habían convertido en dos relucientes estrellas.

—Apareció el hijo pródigo.

Mal comienzo
. Irradiaba hostilidad. Tendría que conseguir que se relajara si quería compensarle por lo que no había sucedido la noche anterior.

—No estaba perdido —se excusó mientras bajaba las manos por las caderas y las dirigía hasta sus nalgas.

—Por un momento hasta pensé en llamar a la policía.

¿Su voz sonaba menos irritada?
Estoy en el buen camino
.

—¿Tenías miedo por lo que me pudiera suceder o por lo que te sucedería a ti? —preguntó Martín divertido mientras apretaba el pubis contra el de Luz.

Ella fingió pensárselo un momento.

—Por lo primero —aclaró con una amplia sonrisa—. Te quedaste con la llave del coche.

Los ojos de Martín se quedaron prendados de la jugosa y tierna boca que se reía de él con tanta facilidad. Le encantaba.

—Y yo que creía que no habías dormido por echar de menos mi espectacular cuerpo.

—¿No te han dicho nunca que las chicas sabemos muchos trucos como para no necesitar a ningún hombre?

—Lo he oído, pero... yo nunca he creído que fuera lo mismo.

Y sin decir más, la sujetó por la nuca e introdujo la lengua en su boca. Se movió con cautela hasta que la sintió siguiéndole. La hizo danzar con él hasta que notó como respondía, se pegaba a él por voluntad propia y sus manos recorrían su espalda al tiempo que sus piernas rodeaban sus caderas.

Fue entonces cuando supo que la tenía a su merced.

Un revoltijo de pies, brazos, manos y troncos girando sobre las sábanas. Pijama, calzoncillo, camisón y tanga fueron los primeros obstáculos que salvaron y pronto acabaron en el suelo. Luz tuvo que echar mano a todo su dominio para controlarse y esperar a que Martín se pusiera a su nivel. Llegaron al orgasmo casi a la vez.

—¿Vienes a la ducha? —le invitó él con sonrisa pícara un rato después, mientras depositaba un beso en el hueco de su garganta.

Martín todavía recordaba la anterior sesión de hidroterapia que habían disfrutado en la bañera de la casa de Luz.

Ella se encogió debajo de las mantas. Le gustaba demasiado aquella intimidad. Demasiado. Corría el riesgo de querer acostumbrarse a ello. Y, eso, no era bueno.

—Espero a que salgas —contestó en contra de su propia voluntad.

Él se levantó con pereza y se encaminó hacia el cuarto de baño. Luz admiró la curva de sus caderas y la consistencia de su culo. Y movió la cabeza.

No, nada bueno
.

Un rato más tarde desayunaban en el bar del hotel. Él tenía delante un plato con unas lonchas de jamón y de queso y partía por la mitad un trozo de pan para hacerse un bocadillo. En otro platillo aparte, tres cruasanes pequeños, otro pedazo de pan, una pastilla de mantequilla y una tarrina de mermelada de melocotón esperaban a que les llegada el turno. Luz se había conformado con unas tostadas, la mantequilla y la mermelada. Y un café, largo, por supuesto.

—Anoche, no te oí llegar —mintió sin despegar los ojos de la tostada que estaba untando.

—Ya me di cuenta de que estabas profundamente dormida.

—¿Quién era aquel tipo? —preguntó envalentonada al notar que Martín no se había percatado de su mentira.

Él pareció dudar.

—Un antiguo amigo que encontré por casualidad —dijo con la vista fija en las manos—. Hacía tiempo que no nos veíamos y no me quedó más remedio que quedarme con él.

Mentira, mentira. Mentiroso
.

—¿Y de qué hablasteis?

—De lo que se habla en estos casos: de los viejos tiempos.

—Y ¿qué hacía tu amigo, solo, en medio de la noche?

—Bueno —dudó—, había venido con más gente, pero al parecer los demás se habían retirado.

—Claro. ¿Y dónde os quedasteis? Porque ayer hacía un frío de miedo y no creo que estuvierais por ahí buscando un bar.

No le iba a dar tregua hasta que se traicionara él solo.

—Nos quedamos aquí mismo. Tomamos una copa.

—¿Estaba todavía el bar abierto a esas horas? Cuando pasé camino del cuarto, me pareció que estaban todas las luces apagadas.

—Hicieron el favor de atendernos.

A Luz le dieron ganas de acercarse a la recepción a preguntar si era cierta la historia que aquel... hombre le estaba contando, pero se contuvo.
Al fin y al cabo no me interesa lo que haga con su vida
. No, no le importaba. Y siguió con el ataque.

—¿Qué subiste a coger?

Él dio un respingo.

—¿Cuándo te desperté? Un polarizador para la máquina de mi amigo. Al parecer, se le había caído por la mañana y se le había roto.

—Lógico, le corría prisa. Y tú, muy amable, le cediste uno de los tuyos.

—Sí —contestó él escueto.

—Siempre tan solícito, ayudando a los demás —comentó mientras daba un mordisco inocente a la tostada—. Serías el héroe preferido de mi abuela.

• • •

A Luz, la vuelta a Bilbao se le hizo corta. Más de lo que le hubiera gustado.

Habían salido a las seis de la tarde de Moreda de Álava, después de visitar la Iglesia de Santa María. El templo hacía el número diez de los examinados aquel día y ella hacía ya tiempo que había sobrepasado su propio límite. Estaba agotada. Se alegró cuando se montaron en el coche para regresar a casa.

No salió de su mutismo hasta mucho más tarde, al descubrir un cartel que indicaba el desvío a Durango. ¿Cuándo habían dejado atrás el camino a Bilbao?

—¿Qué hacemos aquí? —preguntó desconcertada mirando a su alrededor.

—Vamos a mi casa.

—¿A tu casa?

Disimuló un gesto de extrañeza a la vez que soñaba con una cama de varios metros de ancha.

—Tengo que hacer un par de cosas. No tardaré mucho. Después te llevo a la tuya —añadió Martín con la voz más fría que una pescadilla recién sacada del congelador.

La emoción de Luz bajó tres grados en una escala de cuatro.

—¿Algo relacionado con...?

Él la miró de reojo y esbozó una media sonrisa.

—¿Te han dicho alguna vez que insistes con mucha
sutileza
?

—Lo de insistente lo he oído otras veces. En lo de sutil eres original.

Martín lanzó una carcajada.

—No me extraña —dijo antes de ponerse serio de nuevo—. Solo serán un par de minutos. Tengo que pasar las fotos que he hecho hoy al portátil y mandárselas a un amigo.

No acabarás tan pronto, no si yo puedo remediarlo
.

—¿Al colega de ayer por la noche?

—Al mismo.

—Pues sí que habéis retomado vuestra amistad con fuerza después de tantos años.

Martín sonrió. Sin embargo, no dijo nada. Pronto llegarían y mandaría el dichoso e-mail. La noche anterior, le había costado convencer al tipo que no tenía ninguna intención de volver a quedar con él el domingo. Si querían las fotos esa misma noche, tendría que ser vía internet.
Sin falta
había sido la única contestación que había recibido.
Javier tenía razón, cuando más te metes, más ganas tienes de salir corriendo
.

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