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Authors: Ana Iturgaiz

Tags: #Romántico

Es por ti (20 page)

Un rato después, con Luz todavía descansando sobre él, Martín se revolvió incómodo.

—Ya no estoy para estos trotes. La próxima vez que sea a la manera tradicional.

¿Había dicho próxima vez?
El corazón de Luz dio un brinco, que ella prefirió ignorar.

—Te advierto que como no des la talla, voy a tener que buscarme a otro —exclamó con tono travieso contra su cuello.

En respuesta, recibió un mordisco en el hombro.

Capítulo 10

No le había quedado más remedio que invitar a Leire a tomar algo. Cuando al llegar al trabajo aquella mañana le había preguntado qué había hecho el fin de semana, no había sido capaz de mentirle y le había confesado que lo había pasado con Martín. Menos mal que, en el mismo instante en el que su amiga comenzaba a pedirle todos los detalles, había llegado el jefe y la había retenido todo el día en su despacho, dictándole cartas y encargándole trabajo y más trabajo.

Pero ya era media tarde. La hora de las confesiones había llegado.

El camarero del Silver’s Tavern dejó sobre la mesa un par de tazas de café. Leire tuvo la delicadeza de esperar a que el chico se diera la vuelta antes de atacar.

—Ya estás soltando qué es eso de que has pasado el fin de semana con Martín.

—Pues eso, que hemos estado juntos el sábado y el domingo —aclaró sin dejar de mirar la enorme figura del pirata que la miraba como si estuviera riéndose de ella.

—Pero, ¿juntos... juntos?

—Sí, juntos —contestó con gesto enérgico mientras revolvía el café.

—¿Cómo de juntos?

—Si lo que quieres es saber si nos hemos acostado, la respuesta es sí. S-I. Y varias veces, para más detalles.

El local estaba vació, a excepción de un par de chicas que se encontraban en la barra charlando con el camarero y que soltaron unas risitas mientras las miraban.

—Solo te ha hecho falta poner una emisora radiofónica.

—Es que me pones de los nervios con tus preguntitas.

—¡Ah! claro. ¿Y qué se supone que tengo que hacer? ¿Qué me parezca natural que te líes con el tío que más odias del mundo y del que hace unos meses, —te lo recuerdo por si se te ha olvidado—, decías que era
la persona más farsante, tramposa y falsa
que conocías?

Se me olvidó añadir que tiene un culo de infarto, la sonrisa ladeada de un demonio y unas manos de pianista que me dejan desarmada cuando me tocan
.

—Sí, lo recuerdo. ¿Y qué?

—Pues que te has acostado con él. —
Aquello ¿sonaba a acusación?
— ¿Vas en serio?

—Leire, ¡no me agobies! He pasado con él un fin de semana. Punto. No me he prometido para casarme.

—De eso no tengo la menor duda.

—¿Estás preocupada por mí?

—Por ti no, por él.

A Luz se le cambió el ceño. Le agradecía la franqueza, pero se suponía que era su amiga y tenía que estar de su parte, no de la de él.

—Gracias por ser tan sincera —gruñó mientras alzaba la taza y se tomaba el café de golpe.

—Perdona. Es que me has sorprendido más de lo que me imaginaba. No es que me parezca mal, es que Martín me cae bien y...

—Y yo soy una loba que exprimo a los tíos para después tirarlos a la basura.

—Luz —rogó con voz suave.

—Pues creo que ya es mayorcito para saber lo que hace —continuó sin hacer caso del tono de culpabilidad de su amiga— y no necesita a nadie que le saque de...

—Tienes razón. Cuéntame, ¿cómo es? —preguntó con picardía.

Luz se echó a reír.
¡No se ha podido contener!
Y era a ella a la que le llamaba cotilla siempre que hacía preguntas interesantes.

—Lo sabes a la perfección —comentó misteriosa—. Le has visto por la calle.

—Sabes a qué me refiero.

—Ahí lo tienes. Juzga por ti misma.

En efecto, la persona de la que hablaban acababa de hacer aparición en la taberna. Con vaqueros y aquella cazadora de cuero, era el hombre más atractivo que Luz había visto en mucho tiempo.

Martín subió las escaleras de dos zancadas.

Dos besos en las mejillas, que Leire acogió de buena gana, fue su saludo.

—Estabais aquí. Me he recorrido la fila entera de bares antes de encontraros. Empezaba a dudar haberte entendido bien —comentó antes de depositar un beso sobre los labios de Luz.

Leire atravesó a Luz con miles de preguntas silenciosas. No tenía ni idea de que hubiera quedado con él. Había dado por supuesto que su amiga le había despedido el domingo sin poner fecha a la próxima cita. Sabía a ciencia cierta que eso era lo que hacía normalmente.
Crear interés
, lo llamaba ella.
Torturarles un poco
, solía decir Leire.

—Pensé que ibas a llegar antes —señaló Luz.

Martín se sentó a su lado e hizo un gesto al camarero.

—Se me han complicado las cosas. Mi antigua empresa me ha pedido que les ayude con un reportaje que van a hacer en Inglaterra. Se han quedado sin uno de los fotógrafos y no le han podido sustituir —añadió mientras se soltaba la cremallera—. Tengo que volar a Londres el jueves y he tenido que ponerme a buscar avión a todo correr. Me quedaré allí cinco o seis días.

La cara de Luz no podía ser más esclarecedora. Estaba defraudada. Se le acababa de estropear el fin de semana. Aquella era la primera vez —que Leire supiera— que alguien le daba calabazas. Los observó, primero a él y después a ella. ¿Era decepción lo que pasaba por la cara de su amiga? ¿Y anhelo frustrado lo que dejaba entrever la de Martín?

Aquello iba a resultar curioso, todavía no sabía si bueno o malo, pero, por lo menos, era algo novedoso.

• • •

—Buenas noches —se despidió cuando atravesó la puerta del avión.

Por el rabillo del ojo pudo ver cómo la guapa azafata, que le había conseguido la almohada y la manta, decía algo a otra compañera y escuchó unos comentarios de fondo sobre su persona. Aunque se sintió halagado, fingió hacer oídos sordos. Terminó de colocarse la mochila del material fotográfico y continuó adelante.

Acababa de aterrizar en Bilbao después de casi tres horas de un espantoso vuelo procedente de Londres. Llevaba todo el día aguantando un punzante dolor de cabeza que se había agudizado con los cambios de presión. Estaba deseando llegar a su casa para tomarse una pastilla y meterse en la cama. Pero aún tenía que hablar con Javier.

Miró hacia arriba cuando entró en la sala de recogida de equipajes. Familiares y amigos esperaban impacientes a los seres queridos pegados a las cristaleras del piso superior. Buscó a su hermano, pero no lo encontró.
Siempre tarde
, se dijo mientras caminaba en dirección a la cinta en la que se anunciaba la salida del equipaje.

En el fondo, preferiría que no llegara. Lo último que deseaba era ponerse a discutir con Javier del asunto de los robos, aunque tenía que hacerlo. Al fin y al cabo, había sido él el que había insistido en meterse en aquello. Cuando se despertó por la mañana, su idea era llamar a Luz para que le viniera a buscar. La sensación de que le faltaba algo había ido creciendo día a día después de casi una semana sin verla y sin oírla. La impresión era más fuerte sobre todo por la noche, cuando regresaba al hotel, agotado tras asistir a los múltiples compromisos a los que Isabella le había llevado de acompañante. Sin embargo, se había divertido. Y mucho. Lo de vivir en la tranquilidad del campo era estupendo, pero no le había venido nada mal un poco de actividad nocturna.

La mujer que estaba a su lado le dio un empujón y Martín se dio cuenta entonces de que la cinta había comenzado a girar. Tuvo suerte. La suya fue la tercera en aparecer. Se acercó hasta el borde, esperó a que llegara hasta él y la sacó de un tirón. Camino de la salida, miró el reloj.
Las ocho y veinte
. Todavía le quedaba una hora larga para llegar en casa.
Espero que Javier haya aparecido
, se dijo. Atravesó las puertas correderas que le separaban de la calle y un viento de lo más desagradable se le coló por dentro de la ropa. Se ató el último botón de la cazadora y se subió los cuellos sin dejar de mirar a los vehículos que llegaban.

—¿Quieres que te lleve a algún sitio, guapo? Te espera una noche de pasión y desenfreno —prometió una conductora desde el otro lado de la ventanilla abierta de un coche azul.

Luz
. Su mera visión acababa de alegrarle la noche.

Martín abrió la portezuela y entró sin preocuparse de la maleta que se quedaba en la calle. Ella lo recibió con un beso fogoso que consiguió que olvidara el dolor de cabeza que arrastraba desde la mañana.
Esto es mejor que una aspirina
, se dijo mientras se caldeaba los huesos con el ardor de su boca.

—Me has echado de menos, ¿eh? —afirmó orgulloso cuando, minutos más tarde, se separó de ella.

—No, es mi bienvenida especial para los aeropuertos,
presumido
.

—Entonces, espero que no vengas muy a menudo a recoger gente.

—Solo cuando llueve, hace frío y me ponen cara de perrito desvalido —explicó con las manos a la altura del pecho y la lengua fuera. Jadeaba con la alegría de un cachorrillo—. Vamos, mete los bártulos ahí detrás —añadió mientras movía la palanca de cambios para arrancar en cuanto él hubiera acomodado el equipaje en el maletero.

—No puedo. Estoy esperando a alguien. —Luz se giró hacia él con el ceño fruncido—. Ya había quedado en que me venía a buscar.

No quería decirle que la persona a la que aguardaba era su hermano y menos que tenían que tratar un asunto privado. Martín había pensado que el mejor sitio para hablar era la cafetería del aeropuerto ya que ir a su casa era impensable. Imposible pasar delante de la casa de los padres y no entrar. Tampoco quería dar a Luz la oportunidad de sumarse a la conversación.

Volvió a mirarla. ¿Aquello que asomaba en sus ojos era desilusión? Por un momento estuvo tentado de marcar el número de Javier y decirle que se diera la vuelta y se volviera a casa, que él había encontrado alguien mejor con quien pasar las siguientes horas. Pero eso solo complicaría más las cosas y tampoco era plan de meter a su hermano en semejante follón, después de ser él el que se había empeñado en estar dentro de la operación. Tenía que verle y escuchar qué era lo que tenían que hacer de ahora en adelante y cuáles eran las órdenes que llegaban de arriba.

—O sea, que no me necesitas.

La voz de Luz sonó gélida.

Martín se limitó a encogerse de hombros sin saber qué decir. Notó cómo se congelaba el ambiente del coche, tanto que estuvo a punto de acariciarle la mejilla para confirmar que no se había convertido en una estatua de hielo. Pero no lo hizo. No quiso correr el riesgo de ser él el que se derritiera si la tocaba más de dos segundos seguidos.

Un coche color granate pasó a su lado y aparcó delante de ellos. Martín reconoció el modelo. Era igual y del mismo color que el que se acababa de comprar su hermano.

—Tengo que marcharme —se excusó antes de abrir la puerta y encaminarse al nuevo vehículo con la maleta en la mano.

Ella puso cara de
me-importa-una-mierda-lo-que-hagas-con-tu-vida
y se quedó muy tiesa con las manos en el volante mientras escudriñaba el interior del automóvil.

Se trata de un hombre
. Su respiración se hizo más sosegada.

¿Y si es gay?
, pensó alarmada cuando vio que el otro hombre le plantaba un par de besos en las mejillas y Martín los aceptaba gustoso.

Imposible después del maratón de sexo del otro día
. ¿Imposible?
Imposible
.

Cuando el Alfa Romeo arrancó y se dirigió en dirección al parking del aeropuerto, Luz intentó dilucidar quién demonios sería aquel tipo y por qué venía a buscar a Martín para llevarle a ningún sitio.

• • •

No hacía ni dos horas que había recibido el mensaje en el móvil. El remitente era Andrés Levante. Desde que hizo el encargo, una vez al mes recibía un escueto mensaje que le comunicaba cómo iba su gestión. Las de aquel día eran buenas noticias.
XVI
y
pronto
, era lo único que ponía, pero no necesitaba saber más.

Por fortuna, Carmen no se encontraba con él en aquel momento. Le habría preguntado con seguridad quién era y no tenía pensada ninguna excusa. No la quería engañar. Una cosa era guardar el secreto de lo que estaba preparando para ella y otra muy distinta contarle una mentira.

Guardó el aparato en el bolsillo, justo en el instante en el que ella hacía aparición en el salón. El hombre sonrió. Estaba preciosa con aquel vestido rojo. Encantadora, como siempre. Nadie diría que caminaba con una guadaña colgando sobre de la cabeza.

Se lo habían confirmado aquella misma semana.
Unos meses, como mucho
. Ella no lo sabía. Unos meses en los que él estaba dispuesto a llenarle de regalos y a concederle el más mínimo capricho que deseara.

—¿Ya estás liado con el teléfono? —le riñó mientras se acercaba para darle un beso.

—¿Preparada?

El hombre miró el Rolex de oro que brillaba en su muñeca. Se lo había regalado ella por su aniversario el año antes. Poco importaba que él tuviera otro. Lo realmente valioso era el detalle.
Para eso está el dinero, para hacer felices a los que uno quiere
. Esa era su filosofía y eso era lo que él iba a hacer. Hasta ese momento había dudado de si las gestiones tendrían algún fruto. Pero ahora tenía la garantía de que todo estaba en marcha. Lo único que tenía que hacer era esperar a que el paquete llegara cuanto antes. Hasta había encargado a un artesano una peana para colocarla en la habitación, delante de la cama, para que ella la viera todos y cada uno de los días que le quedaban de vida.

Le cogió el bolso de raso de la mano y se lo puso debajo del brazo. La sujetó por la cintura y la empujó con suavidad hacia la salida.

—Vamos, entonces. Quiero que todos vean lo deslumbrante que estás.

Ella depositó un beso a un costado de su cuello, debajo de su oreja.

—Adulador.

El hombre tuvo que abrir y cerrar varias veces los ojos con disimuló para evitar que las lágrimas, que anegaban sus párpados, se escaparan y rodaran por las mejillas.

Capítulo 11

Luz no sabía cómo se había dejado convencer, pero el caso era que se encontraba sentada en su coche, al lado de Martín, camino de la Rioja Alavesa.

El día anterior la había llamado para invitarle a acompañarle cuando estaba a punto de meterse a la cama. Si no llega a ser porque en su teléfono fijo no había manera de saber quién era el que estaba al otro lado de la línea, se habría pensado mucho si descolgar o dejarlo sonar hasta el infinito.

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