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Authors: Ana Iturgaiz

Tags: #Romántico

Es por ti

 

Luz, pelirroja (no hay más que añadir), soltera, moderna y con una vida muy de su gusto en Bilbao.

Martín, fotógrafo de éxito y con una animada vida en Nueva York, está pensando en regresar a su ciudad natal.

Para Luz, después de ocho años, tropezarse con Martín es recordar su triste veintena, precisamente gracias a él; mientras que para Martín la sorpresa es mayúscula cuando se siente atraído por la arrolladora pelirroja.

Imposible no quemarse en una ardiente relación llena de mentiras y ausencias, con unos ladrones de obras de arte y, por si fuera poco, una ex jefa despechada.

Es la segunda novela de esta autora que se puede encontrar en el foro («Bajo las estrellas»); nacida en Getxo, vive en Madrid hace ya más de veinte años.

Tiene además relatos varios en diferentes antologías: «La mirada del amor» o «Ese amor que nos lleva» entre otros y que dan una muestra de su narrativa.

Ana Iturgaiz

Es por ti

ePUB v1.0

Dirdam
24.04.12

Editado por: Ediciones B

Fecha de publicación: 18 de abril de 2012

ISBN: 9788490190647

Capítulo 1

—Estas escaleras son unas rompepiernas. No entiendo quién ha sido el genio al que se le ha ocurrido construir estos peldaños —se quejó Luz mientras bajaba dando saltos hacia la puerta de entrada del Museo Guggenheim de Bilbao.

—¿A Gehry? —respondió su hermana sin levantar los ojos del suelo—. Ya sabes, ese arquitecto de prestigio internacional que ha diseñado este, digamos, impresionante edificio.

—Pues a ese señor nadie le ha contado que para descender con comodidad por unos escalones hay que poner un pie en uno y otro, en el siguiente. Esto es insufrible, parecemos idiotas intentando dilucidar si es mejor estirar una pierna para bajarlos de una vez o, por el contrario, dar varios pasitos como si fuéramos enanitos del bosque.

Su hermana se rio de la ocurrencia.

—Nunca lo había visto de ese modo.

Luz señaló con un gesto a las personas que pasaban a su lado con cuidado de asegurarse dónde ponían el pie en cada momento.

—Ves, a todo el mundo le pasa igual. Y eso que a ti y a mí, al ser bajitas y tener las piernas más cortas, nos resulta más fácil.

Y, como si quisiera corroborar sus palabras, el hombre que tenían delante de ellas se tambaleó peligrosamente al resbalar en el borde de una de las escaleras. Luz tuvo que esquivarle. Con los ojos, hizo un gesto de complicidad a su hermana que significaba
te lo dije
.

Cuando entraron en el recinto, Luz tuvo que controlarse para no silbar al ver la larga fila que serpenteaba desde las taquillas hasta la puerta de la librería. Señaló a las personas que esperaban con paciencia a que llegara su turno.

—¿Tenemos que hacer esa cola para entrar? Me niego.

—No, tengo...

—Yo me marcho. Bastante sacrificio hago acompañándote y malgastando una tarde de mi casi finalizada jornada intensiva como para encima pasarme dos horas parada con estos tacones —y movió los dedos de sus pies enfundados en las brillantes sandalias de tiras color caldera que llevaba puestas—. No sé porqué te he hecho caso. Tenía que haber escuchado lo que me gritaba el cuerpo y haberme quedado en casa echando una siesta.

—¿Quieres callarte de una vez y dejarme hablar? —se impacientó su hermana sin dejar de rebuscar en el fondo del bolso—. Tengo un pase especial por ser
Amiga del Museo
. No tenemos que esperar para sacar las entradas.

—En ese caso... —concedió Luz.

Pero su más cercano pariente ya no la escuchaba. Se había acercado a un costado del mostrador y en unos minutos regresaba con cara de satisfacción.

—Vamos. —Le hizo un gesto con la cabeza hacia el interior.

Hay que reconocer que el edificio es impresionante
, pensó Luz con la cabeza inclinada hacia atrás. No tenía nada claro que el contenido de aquel moderno museo tuviera el menor interés, pero había merecido la pena ir solo por ver cómo aquellos muros color arena ascendían hacia lo alto con sus formas sinuosas.
Con sus más de 50 metros de alto, el Atrio...
ponía en el folleto, sin embargo, a ella le pareció que aquello no tenía fin. Avanzó unos pasos más y el sol, que se filtraba por las paredes transparentes, le dio en plena cara.

—Es increíble. No había visto nunca nada igual —murmuró.

—¡No me digas que no habías estado nunca aquí dentro!

Su hermana pequeña la miraba incrédula.

—Pues no —confesó molesta.

—Luz, ¡por Dios!, que lleva abierto siete años. Debes de ser la única persona de Bilbao y alrededores que no ha entrado en este museo.

—Siempre he pensado que aquí no habría nada por lo que mereciera la pena perder mi tiempo.

—Seguro que cambias de opinión cuando veas la exposición de los aztecas —dijo Irene entrelazando el brazo con el de su hermana mayor y tirando de ella. Luz le dio unas palmaditas.

—Pequeñita, veo que sigues igual de optimista que siempre.

Un montón de gente se agolpaba delante de los ascensores. Se acercaron y se colocaron al lado de uno de los grupos. Mientras esperaban su turno para subir, Luz aprovechó para atender a lo que la guía estaba contando a las personas a las que acompañaba. Hablaba sobre la historia del museo: de cómo se proyectó, sobre cuándo se acordó y por qué se construyó en los muelles de Bilbao. Tres hombres y cuatro mujeres le escuchaban con interés. Ellas vestían con ropa bastante formal. Todas llevaban traje de chaqueta. De falda, para más señas.
Parecen azafatas
. Dos de los hombres tampoco tenían mejor aspecto. Con las americanas azules y las corbatas a rayas semejaban muñecos salidos de la cadena de montaje de una fábrica de juguetes. En aquel aburrido círculo, solo el tercer representante masculino le llamó la atención.

Los ojos femeninos recorrieron su perfil de abajo arriba. Deportivas marrones de ante. La mirada de Luz siguió subiendo. Unas largas piernas enfundadas en unos vaqueros desgastados.
Esto promete
. Atisbó la etiqueta roja del Levi’s y adivinó un culo estrecho y bien formado. Una mano morena y huesuda colgaba al lado del bolsillo, los tendones y las venas destacadas por la postura. La camiseta color chocolate escapaba fuera de los pantalones.
Buen cuerpo
, se dijo cuando su vista se posó en su cintura.

—Es nuestro turno —escuchó la aguda voz de la guía.

Y la interesante visión, en la que estaba a punto de depositar todas las ilusiones, desapareció dentro de la caja de acero.

—Somos las siguientes —comentó su hermana impaciente mientras Luz mantenía los ojos fijos en los números del panel luminoso del ascensor que acababa de partir.

• • •

—Te espero fuera —susurró Luz a Irene hora y media después.

Salió de la sala vencida. Aceleró el paso cuando vio que una mujer, sentada en uno de los escasos bancos del edificio, se levantaba y dejaba el hueco libre.

—Por lo que cobran por entrar, bien podían poner más asientos para la pobre gente que sufrimos de los pies —se quejó en voz alta.

—Eso es culpa tuya. Tú y tu empeño en ir subida en esos andamios.

Al parecer, su hermana había acabado de disfrutar de todas las piezas de la sala 301 y ahora se dedicaba a un pasatiempo más divertido: a meterse con ella.

—Te equivocas, no es cosa mía. El fallo fue de nuestros padres, por hacerme tan bajita.

Luz volvió la cabeza hacia la habitación que acababa de abandonar.
El imperio tarasco
, leyó en el cartel colgado a la entrada.

—¿Cuánto nos falta? —preguntó con verdadera angustia.

Como me diga que otro tanto, finjo un desmayo aquí mismo
, se prometió mientras se masajeaba la planta del pie derecho.

Irene consultó el folleto que les habían entregado junto con las entradas y en el que aparecía el recorrido recomendado por el museo.

—Dos salas más y acabamos.

—Déjame descansar diez minutos —rogó Luz aparentando estar más derrotada de lo que se sentía.

—Aprovecho para ir al servicio y te recojo a la vuelta.

Lanzó un suspiro de alivio. Aquella era su buena obra del mes. La exposición le estaba gustando bastante más de lo que esperaba, pero habría agradecido algunas piezas menos.
Unas cien menos
, calculó. Estaba cansada de ver estatuas de serpientes aladas, cabezas de jaguares, hombres que parecían cualquier otra cosa menos figuras humanas, vasijas con dibujos geométricos, discos solares, máscaras rituales y dibujos de sacrificios humanos, y estaba saturada de leer palabras impronunciables llenas de las letras
t, l
y
z
.

El tiempo de la tregua se le pasó en un suspiro y dos segundos más tarde tenía a su lado a su hermana, la torturadora, insistiendo para que se levantara.

Luz se rindió a la evidencia. En algún momento tendría que abandonar aquel asiento. Le costó meterse de nuevo en las sandalias. Era como si los pies le hubieran aumentado dos tallas en los últimos diez minutos. Cuando al fin lo consiguió, se resignó a seguir a la pequeña de la casa.

Dos salas
. Miró el reloj. En menos de media hora estaría sentada en una de las mesas de la terraza de la cafetería, riéndose de los pobres incautos que entraban en el museo sin sospechar que se dirigían hacia una trampa mortal.

La sala 302 parecía estar todavía más llena de gente que las anteriores.

—¿Quieres que vayamos primero a la última?

Luz rezó para que su hermana dijera que sí. No hubo suerte.

—Prefiero hacer el recorrido oficial. El orden es importante en estas cosas —contestó mientras se hacía paso entre el grupo de gente que se había agolpado en la entrada.

Luz volvió a apelar a los buenos sentimientos y contuvo las ganas, cada vez más intensas, de volver a ser la tirana que solía ser de niña cuando utilizaba a su
querida hermanita
de criada. Entró detrás de ella.

Rápida como un cohete espacial, pasó por delante de las piezas allí expuestas y diez minutos más tarde observaba el contenido de la última vitrina.
Esta vez me siento en el suelo si hace falta
. Se giró para acercarse a la claridad del corredor exterior cuando se dio cuenta de que la guía del ascensor estaba de nuevo a su lado.

¡Hombre, el morenazo!
No iba a perder la ocasión de verlo en condiciones. Antes le había causado una impresión más que favorable.

Buena espalda. Ni demasiado ancha ni de hombros escurridos
. Hizo un mohín de aceptación.
¿Estaba canoso o era el brillo de los focos?
Se acercó un poco más para comprobarlo.
Definitivamente, tenía muchas canas
. Luz sonrió.
¿Mayorcito, eh?
Mejor. Estaba harta de jovenzuelos llorones que a la mínima de cambio se refugian en brazos de mamá.
¿Cómo tendrá los ojos?
Y, justo en ese momento, en respuesta a su pregunta, él se volvió hacia ella.

Luz aprovechó la ocasión y le miró a la cara y... le dio la espalda lo más rápido que pudo.

Mierda, mierda, mierda
, gritaban sus neuronas a todo pulmón mientras ella apretaba las muelas y los puños a conciencia.

Luz esperó una eternidad. Nadie le dio unos golpecitos en el hombro ni le preguntó aquello tan manido de
¿perdona nos conocemos?

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