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Authors: Anne McCaffrey

El vuelo del dragón (30 page)

BOOK: El vuelo del dragón
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Mnementh, ¿cuántos dragones se encuentran en condiciones de volar? Oh, no importa, limítate a decirles que remonten el vuelo con una carga completa de pedernal.

—¿Estás bien? —preguntó Lessa, apoyando una mano en el brazo de F'lar. No podía marcharse ahora... ¿o sí?

F'lar le dedicó una fatigada sonrisa y le entregó su cubilete vacío, apretando fugazmente las manos de Lessa. Luego se encaramó al cuello de Mnementh. Alguien le entregó una pesada carga de bolsas.

Dragones azul, verde, pardo y bronce se elevaron rápidamente del Cuenco del Weyr. Algo más de sesenta dragones planearon unos instantes encima del Weyr, donde unos minutos antes habían planeado ochenta.

Tan pocos dragones. Tan pocos jinetes. ¿Cuánto tiempo podrían seguir combatiendo?

Canth dijo que F'nor necesitaba más pedernal. Lesa miró a su alrededor ansiosamente. Ninguno de los caballeros jóvenes había regresado aún de su misión de mensajero. Un dragón estaba canturreando quejosamente, y Lessa giró sobre sus talones, pero era la joven Pridith, atravesando el Weyr con paso vacilante en dirección al comedero, empujando juguetonamente a Kylara mientras avanzaban. Los otros dragones que quedaban estaban heridos o... Su mirada cayó sobre C'gan, que salía de los barracones de los caballeros jóvenes.

—C'gan, ¿podríais Tagath y tú llevar más pedernal a F'nor en Keroon?

—Desde luego —le aseguró el viejo caballero azul, hinchado el pecho con orgullo, los ojos llameantes.

Lessa no había pensado enviarle a ninguna parte, pero C'gan había pasado toda su vida adiestrándose para esta emergencia, y no podía ser privado de una oportunidad.

Sonrió con aprobación ante la vehemencia con que amontonaban bolsas sobre el cuello de Tagath. El viejo dragón azul canturreaba y retozaba como si volviera a ser joven y fuerte. Lessa les dio las referencias que Canth había visualizado para ella.

Contempló cómo destellaban encima de la Piedra de la Estrella.

No es justo. Toda la diversión será para ellos
, dijo Ramoth en tono desabrido.

Lessa la vio tomando el sol en el saledizo del Weyr, limpiando sus enormes alas.

—Si masticaras pedernal quedarías reducida a un simple verde —le respondió Lessa secamente. Pero en su fuero interno se sentía divertida por el descontento de la reina.

A continuación, Lessa pasó entre los heridos. El bello verde de B'fol gemía y sacudía la cabeza, incapaz de doblar un ala que había resultado desgarrada hasta el cartílago. Tardaría unas semanas en recuperarse, pero sus heridas eran las más graves entre los dragones. Lessa apartó rápidamente la mirada de B'fol para no ver el dolor reflejado en sus ojos.

Se dio cuenta de que había más hombres que animales heridos. Dos de los jinetes del escuadrón de R'gul habían recibido serios daños en la cabeza. Uno de los hombres podría perder un ojo. Manora le había sumido en la inconsciencia con un brebaje de hierbas. El brazo de otro hombre tenía quemaduras que llegaban hasta el hueso. Aunque la mayoría de las heridas eran de carácter leve, el número de ellas desalentó a Lessa. ¿Cuántos caballeros más resultarían lesionados en Keroon?

De ciento setenta y dos dragones, quince estaban ya fuera de combate, aunque algunos sólo por un par de días.

A Lessa se le ocurrió una idea. Si N'ton había montado realmente a Canth, tal vez podría montar al animal de un hombre herido en la próxima salida, ya que había más caballeros que dragones heridos. F'lar rompía con las tradiciones a su antojo. Aquí había otra para romper... si el dragón estaba de acuerdo.

Suponiendo que N'ton no era el único jinete capaz de montar a otro animal que no fuera el suyo, ¿qué beneficios produciría semejante flexibilidad a largo plazo? F'lar había dicho concretamente que las incursiones no serían tan frecuentes al principio, cuando la Estrella Roja sólo estaba iniciando su pasada de cincuenta Revoluciones de duración alrededor de Pern. ¿Qué entendía F'lar por «frecuentes»? Él tenía que saberlo, desde luego, pero ahora no estaba aquí para preguntárselo.

Bueno, esta mañana
había
estado en lo cierto acerca de la aparición de Hebras en Nerat, de modo que su exhaustivo estudio de aquellos antiguos Archivos se había revelado fructífero.

No, eso no era completamente exacto. F'lar se había olvidado de alertar a los hombres contra las señales de polvo negro, así como las de calentamiento de la atmósfera. Dado que había resuelto el problema yendo por el
inter
tiempo, Lessa estaba dispuesta a perdonarle aquel pequeño error. Pero F'lar tenía la fastidiosa costumbre de acertar en sus suposiciones. Lessa se rectificó a sí misma. No eran suposiciones. F'lar estudiaba. Planeaba, pensaba y luego usaba el sentido común. Como el calcular dónde y cuándo atacarían las Hebras de acuerdo con las anotaciones de aquellos malolientes Archivos. Lessa empezó a sentirse más optimista acerca de su futuro.

Ahora, si F'lar lograba que los caballeros aprendieran a confiar en el seguro instinto de los dragones en el combate, el número de bajas se reduciría también.

Un grito estridente taladró aire y oído mientras un dragón azul aparecía encima de la Piedra de la Estrella.

¡Ramoth!
, aulló Lessa en una reacción instintiva, sin saber exactamente por qué.

La reina remontó el vuelo antes de que el eco de la orden de Lessa se hubiera apagado. Era evidente que el azul se encontraba en serios apuros. Estaba tratando de frenar su velocidad, pero una de sus alas no le obedecía. Su jinete se había deslizado hacia adelante sobre el gran hombro, aferrándose precariamente al cuello de su dragón con una mano.

Lessa, con las manos apretadas sobre su boca, contemplaba la escena con el miedo reflejado en sus ojos. En el Cuenco no se oía más sonido que el batir de las inmensas alas de Ramoth. La reina se elevó rápidamente para situarse junto al desesperado azul, apretando un ala contra el lado lastimado.

Los espectadores contuvieron la respiración cuando el jinete resbaló, soltándose del cuello de su montura, y cayó... aterrizando sobre los anchos hombros de Ramoth.

El azul cayó como una piedra. Ramoth fue a posarse suavemente cerca de él, agachándose para que la gente del Weyr pudiera sacar a su pasajero.

Era C'gan.

Lessa sintió que su estómago se revolvía al ver los destrozos que las Hebras habían causado en el rostro del viejo arpista. Se arrodilló a su lado, apoyando la canosa cabeza en su regazo. La gente del Weyr se reunió en un respetuoso y silencioso círculo.

Manora, con su rostro sereno como siempre, tenía lágrimas en sus ojos. Se arrodilló y colocó su mano sobre el corazón del viejo caballero. Alzó la mirada hacia Lessa y agitó lentamente la cabeza. Luego, con los labios apretados, empezó a aplicar el ungüento adormecedor.

—Demasiado viejo y desdentado para vomitar fuego, y demasiado lento para meterse en el
inter
—murmuró C'gan, moviendo la cabeza de un lado a otro—. Demasiado viejo. Pero «Los dragoneros deben volar / cuando las Hebras están en el cielo...»

Su voz se apagó en un suspiro. Sus ojos se cerraron.

Lessa y Manora se miraron, angustiadas. Una nota terrible rasgó el silencio. Tagath salió despedido hacia arriba en un tremendo salto. Los ojos de C'gan giraron en sus órbitas, ciegos. Lessa, contenida la respiración, contempló al dragón azul, tratando de negar lo inevitable, mientras Tagath desaparecía en el aire.

Un leve gemido se esparció por el Weyr, como el grito solitario y desgarrado de un viento incisivo. Los dragones rendían tributo.

—¿Se ha... marchado? —preguntó Lessa, aunque ya lo sabía.

Manora asintió lentamente, con lágrimas resbalando por sus mejillas mientras se inclinaba para cerrar los ojos muertos de C'gan.

Lessa se puso en pie lentamente, haciendo señas a unas mujeres para que se llevaran el cadáver del viejo caballero. Con aire ausente, se frotó las ensangrentadas manos contra su falda, tratando de concentrarse en lo que podría ser necesario de un modo inmediato.

Pero su mente regresó hacia lo que acababa de ocurrir. Un dragonero había muerto. Y también su dragón. Las Hebras habían dado cuenta ya de una pareja. ¿Cuántas más morirían en esta cruel Revolución? ¿Cuánto tiempo podría sobrevivir el Weyr? ¿Incluso después de que madurasen los cuarenta de Ramoth, y los que no tardaría en concebir, y sus hijas-reinas también?

Lessa echó a andar para silenciar sus incertidumbres y aliviar su pena. Vio que Ramoth se remontaba para ir a posarse sobre el Pico. ¿Vería algún día aquellas alas doradas teñidas de rojo y negro a causa de las Hebras? ¿Desaparecería Ramoth?

No, Ramoth no. No, mientras Lessa viviera.

F'lar le había dicho hacía mucho tiempo que tenía que aprender a mirar más allá de los estrechos límites del Fuerte de Ruatha y de la mera venganza. Tenía razón, como de costumbre. Como Dama del Weyr bajo la tutela de F'lar, había aprendido que vivir era algo más que criar dragones y participar en los Juegos de Primavera. Vivir era luchar para conseguir algo imposible... para alcanzar el éxito, o morir, sabiendo que se había intentado.

Lessa se dio cuenta de que, al fin, había aceptado plenamente su papel: como Dama del Weyr y como compañera, para ayudar a F'lar a modelar hombres y acontecimientos para muchas futuras Revoluciones... Para asegurar Pern contra las Hebras.

Lessa echó sus hombros hacia atrás e irguió su barbilla. El viejo C'gan lo había expresado correctamente:

¡Los dragoneros
deben
volar

Cuando las Hebras están en el cielo!

Se pierden mundos o se salvan mundos

De los peligros que los dragones arrostran.

Tal como F'lar había predicho, el ataque finalizó a primeras horas de la tarde, y dragones y fatigados caballeros fueron acogidos por el estridente trompeteo de Ramoth desde el Pico.

Después de asegurarse de que F'lar no había recibido ninguna otra herida, de que las de F'nor eran superficiales, y de que Manora mantenía a Kylara ocupada en las cocinas, Lessa se dedicó a organizar la atención a los heridos y el consuelo a los preocupados.

A medida que oscurecía, una calma intranquila se instaló en el Weyr: la quietud de mentes y cuerpos demasiado cansados o demasiado doloridos para hablar. Lessa efectuó el recuento de hombres y animales heridos. Veintiocho hombres o dragones no podrían estar en el aire en la próxima batalla contra las Hebras. C'gan era la única baja definitiva, pero había otros cuatro dragones gravemente heridos en Keroon y siete hombres en muy mal estado, con los que no podría contarse en los próximos meses.

Lessa atravesó el Cuenco hacia su Weyr, preocupada ante la perspectiva de tener que darle a F'lar aquellas malas noticias.

Esperaba encontrarle en el dormitorio, pero estaba vacío. Ramoth dormía ya cuando pasó por delante de ella camino de la Sala del Consejo... también vacía. Intrigada y un poco alarmada, Lessa bajó semicorriendo la escalera que conducía a la Sala de los Archivos, para encontrar a F'lar, con el rostro macilento y ojeroso, inclinado sobre mohosas pieles.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Lessa furiosamente—. Tendrías que estar durmiendo.

—Lo mismo que tú —replicó F'lar, sonriendo.

—Yo estaba ayudando a Manora a atender a los heridos...

—Cada uno a lo suyo —dijo F'lar, pero se apartó de la mesa, frotándose el cuello y haciendo girar el hombro ileso para relajar los rígidos músculos—. No podía dormir —admitió—, de modo que se me ocurrió buscar algunas respuestas en los Archivos.

—¿Más respuestas? ¿A qué? —gritó Lessa, exasperada. Como si los Archivos pudieran proporcionar alguna clase de respuesta. Evidentemente, las enormes responsabilidades de defender a Pern contra las Hebras empezaban a pesar sobre el caudillo del Weyr. Después de todo, había existido la tensión de la primera batalla, sin contar con el agotamiento del viaje por el
inter
tiempo para llegar a Nerat antes que las Hebras.

F'lar sonrió e invitó a Lessa sentarse a su lado en el banco adosado a la pared.

—Necesitaba la respuesta a la apremiante pregunta de cómo un Weyr debilitado puede luchar por seis.

Lessa trató de dominar el pánico que invadía, como un torrente helado, sus entrañas.

—Oh, tus previsiones temporales se encargarán de eso —respondió galantemente—. Serás capaz de conservar la potencia dragonil hasta que las cuarenta crías de Ramoth estén en condiciones de volar.

F'lar enarcó irónicamente las cejas.

—Entre tú y yo podemos permitirnos el lujo de ser sinceros, Lessa.

—Pero ha habido Largos Intervalos antes de ahora —arguyó Lessa—, y si Pern sobrevivió a ellos, puede volver a hacerlo.

—Entonces existían seis Weyrs. Y unas veinte Revoluciones antes de que la Estrella Roja tuviera que iniciar su Pasada, las reinas empezaban a producir nidadas enormes. Todas las reinas, y no solamente una leal y dorada Ramoth. ¡Oh, cómo maldigo a Jora! —F'lar se puso en pie y empezó a pasear de un lado a otro, echando hacia atrás nerviosamente el mechón de negros cabellos que caía a través de sus ojos.

Lessa experimentaba un intenso deseo de consolarle, pero al mismo tiempo se sentía desgarrada por el miedo que latía en su vientre y que le impedía pensar de un modo coherente.

—No tenías tantas dudas...

F'lar giró en redondo hacia ella.

—No las tenía antes de enfrentarme a las Hebras y contar el número de heridos. Eso nos sitúa en inferioridad de condiciones. Suponiendo incluso que pudiéramos proporcionar otros jinetes a los dragones ilesos, nos resultaría muy difícil conservar una fuerza permanentemente eficaz en el aire y mantener al mismo tiempo una fuerza eficaz en tierra. —Captó la expresión intrigada de Lessa—. Mañana tendremos que recorrer Nerat a pie. Sería un estúpido si creyera que hemos localizado y eliminado a todas las Hebras antes de que llegaran al suelo.

—Deja que la gente de los Fuertes se encargue de ese rastreo. No pueden limitarse a permanecer encerrados en la seguridad de sus Fuertes Interiores mientras nosotros lo hacemos todo. Si no hubieran sido tan mezquinos y tan imbéciles...

F'lar la interrumpió bruscamente.

—Ellos desempeñarán su papel, desde luego —le aseguró—. Mañana voy a reunir en Consejo a todos los Señores de los Fuertes y a todos los Maestros Artesanos. Pero hay que hacer algo más que señalar dónde caen las Hebras. ¿Cómo se destruye a una Hebra que se ha enterrado en el subsuelo? El aliento de un dragón es muy eficaz en el aire y en la superficie del terreno, pero no penetra a un metro de profundidad.

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