Read El vuelo del dragón Online

Authors: Anne McCaffrey

El vuelo del dragón (26 page)

BOOK: El vuelo del dragón
11.08Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Lessa asintió lenta y pensativamente.

—Utilizaste el mismo método la segunda vez, para llegar a la Ruatha de hace tres Revoluciones. De nuevo, desde luego, era primavera.

F'lar frotó una contra otra las palmas de sus manos, y luego golpeó sus rodillas con las dos y se puso en pie.

—En seguida vuelvo —dijo, y salió de la estancia, ignorando el semiarticulado grito de advertencia de Lessa.

Ramoth estaba dormitando en su weyr cuando F'lar pasó por delante de ella. Observó que su color seguía siendo bueno a pesar del desgaste de energías producido por los ejercicios de la mañana. Ramoth le miró, con su ojo de múltiples facetas cubierto ya por el protector párpado interno.

Mnementh esperaba a su jinete en el saledizo, y en cuanto F'lar saltó a su cuello, despegó. Ascendió en círculo, para planear encima de la Piedra de la Estrella.

Quieres intentar el truco de Lessa
, dijo Mnementh, impasible ante el experimento en perspectiva.

F'lar acarició cariñosamente el gran cuello curvado.

¿Comprendes cómo funcionó para Ramoth y Lessa?

Tan bien como el primero
, respondió Mnementh, con el equivalente de un encogimiento de hombros.
¿En qué momento estás pensando?

Hasta entonces, F'lar no había tenido ninguna idea. Ahora, sin vacilar, sus pensamientos le retrotrajeron al día de verano en que el broncíneo Hath de R'gul había remontado el vuelo para aparearse con la grotesca Nemorth y R'gul se había convertido en caudillo del Weyr ocupando el lugar del difunto F'lon, padre de F'lar.

Sólo el frío del
inter
les permitió intuir que se habían transportado, ya que seguían planeando encima de la Piedra de la Estrella. F'lar se preguntó si habían omitido alguna parte esencial de la maniobra. Luego se dio cuenta de que el sol se hallaba en otro cuadrante del cielo y el aire era cálido y veraniego. El Weyr, debajo, estaba vacío; no había dragones holgazaneando en los saledizos, ni mujeres atareadas en el Cuenco. Pero los sonidos llenaban sus sentidos: roncas risotadas, aullidos, gritos, y un suave canturreo que lo dominaba todo.

Luego, procedentes de los barracones destinados a los novatos en las Cavernas Inferiores, surgieron dos figuras: un mozalbete y un joven dragón bronce. El brazo del muchacho reposaba a lo largo del cuello del animal. La impresión que alcanzó a los planeantes observadores fue de profundo desaliento. La pareja se detuvo junto al lago, y el muchacho contempló por unos instantes las inmóviles aguas azules y luego alzó la mirada hacia el weyr de la reina.

F'lar se reconoció en aquel muchacho, y se sintió lleno de compasión hacia el mozalbete que era él mismo, desgarrado por la pena, desbordante de resentimiento. Si al menos pudiera tranquilizarle, asegurándole que un día se convertiría en caudillo del Weyr...

Bruscamente, aturdido por sus propios pensamientos, ordenó a Mnementh que emprendiera el vuelo de regreso. El frío absoluto del
inter
fue como un bofetón en su rostro, reemplazado casi inmediatamente, cuando salieron del
inter
, por el frío del invierno normal.

Lentamente, Mnementh voló hacia el weyr de la reina, tan pensativo como F'lar por lo que habían visto.

En vuelo glorioso,

Bronce y oro,

Se entrelazan

En beneficio del Fuerte.

Cuenta tres meses y más,

Y cinco semanas de calor,

Un día de gloria y

dentro de un mes, ¿quién se preocupa?

Una hebra de plata

En el cielo...

Con calor, todo revive

Y se mueve más aprisa.

—No sé por qué te empeñaste en que F'nor desenterrara esas cosas absurdas del Weyr de Ista —exclamó Lessa en tono de exasperación—. No son más que notas triviales acerca de las medidas de grano utilizadas para amasar el pan cotidiano.

F'lar levantó su mirada de los documentos que estaba examinando y posó sus ojos en Lessa. Suspiró, retrepándose en su asiento para cambiar de postura.

—Y yo que creía —añadió Lessa con una expresión de desencanto en su animado rostro— que esos venerables Archivos contenían la suma total de la sabiduría dragonil y humana. Al menos, eso me indujeron a creer —concluyó irónicamente.

F'lar sonrió.

—Y así es, en efecto. Pero tienes que exhumarla.

Lessa arrugó la nariz.

—¡Uf! Huelen de un modo horrible... y lo único decente que podríamos hacer sería volver a enterrarlos.

—Esa es otra de las cosas que espero descubrir: la antigua técnica de conservación que evita que las pieles se resequen y huelan mal.

—Es absurdo, en cualquier caso, utilizar pieles para los archivos. Tendría que haber algo mejor. Nos hemos apegado con exceso a nuestras pieles, querido caudillo del Weyr.

Mientras F'lar estallaba en una carcajada, dando a entender que había captado su juego de palabras, Lessa le miraba con aire impaciente. De pronto se puso en pie, asaltada por otro de sus caprichosos impulsos.

—Bueno, no lo encontrarás. No encontrarás los hechos que estás buscando. Porque sé lo que realmente buscas, y no está registrado...

—Explícate.

—Ya es hora de que dejemos de ocultarnos a nosotros mismos una verdad más bien brutal.

—¿Que es...?

—¡Nuestra mutua sensación de que la Estrella Roja es una amenaza y dé que las Hebras
llegarán
!
Nosotros
decidimos eso por puro capricho y luego retrocedimos por el
inter
tiempo hasta puntos particularmente cruciales de nuestras vidas y reforzamos esa idea en nuestros egos anteriores. En lo que a ti respecta, fue cuando decidiste que estabas destinado —la palabra sonó burlonamente en sus labios— a convertirte en caudillo del Weyr algún día.

«¿No podría ser —continuó en tono sarcástico— que nuestro ultraconservador R'gul estuviera en lo cierto? ¿Que no se hayan presentado Hebras durante cuatrocientas Revoluciones simplemente porque han dejado de existir? ¿Y que el motivo de que tengamos tan pocos dragones es que los dragones intuyen que ya no son esenciales para Pern? ¡Que nosotros somos anacronismos así como parásitos?

F'lar no supo cuanto tiempo permaneció sentado contemplando el amargado rostro de Lessa, ni cuanto tiempo tardó en encontrar respuestas a las incisivas preguntas de la Dama del Weyr.

—Todo es posible —oyó que replicaba tranquilamente su voz—. Incluido el hecho improbable de que una niña de once años, mortalmente asustada, pudiera planear vengarse del asesino de su familia y —contra todas las probabilidades— tener éxito.

Lessa dio un involuntario paso hacia adelante, impresionada por la inesperada refutación de F'lar. Escuchó con la mayor atención.

—Yo prefiero creer —continuó F'lar inexorablemente— que vivir es algo más que criar dragones y tomar parte en juegos de primavera. Eso no es suficiente para mí. Y he hecho que otros miren más lejos, más allá del propio interés y de la comodidad. Les he dado un objetivo, una disciplina. En beneficio de todo el mundo, lo mismo de la dragonería que de los habitantes de los Fuertes.

«No examino esos Archivos en busca de tranquilidad. Estoy buscando hechos concretos.

»Puedo demostrar, Dama del Weyr, que han existido Hebras. Puedo demostrar que han existido Intervalos durante los cuales los Weyrs han decaído. Puedo demostrar que si se ve la Estrella Roja directamente enmarcada por el Ojo de Roca en el momento del solsticio de invierno, la Estrella Roja pasará lo bastante cerca de Pern como para que caigan Hebras. Dado que puedo demostrar esos hechos, creo que Pern está en peligro. Lo creo yo... no el jovenzuelo de hace quince Revoluciones. ¡Lo cree F'lar, el caballero bronce, el caudillo del Weyr!

Vio que los ojos de Lessa reflejaban oscuras dudas, pero intuyó que sus argumentos empezaban a convencerla.

—Tú te sentiste obligada a creer en mí en otra ocasión —continuó F'lar, con voz más suave—, cuando sugerí que podías ser Dama del Weyr. Creíste en mí y...

Hizo un gesto significativo con la mano, señalando a su alrededor.

Lessa sonrió, sin alegría.

—Eso fue debido a que nunca había planeado lo que sería mi vida después de ver a Fax muerto a mis pies. Desde luego, ser compañera de Weyr de Ramoth es maravilloso, pero... —frunció ligeramente el ceño— tampoco es suficiente para mí. Por eso deseaba tanto aprender a volar y...

—...así es como empezó esta discusión —terminó F'lar por ella, con una sardónica sonrisa.

Se inclinó a través de la mesa.

—Cree en mí, Lessa, hasta que tengas un motivo para no hacerlo. Respeto tus dudas. No hay nada malo en dudar; a veces sirve para fortalecer la fe. Pero cree en mí hasta la primavera. Si para entonces no han caído las Hebras... —se encogió de hombros en un gesto fatalista.

Lessa le miró durante un largo rato y luego inclinó lentamente la cabeza, asintiendo.

F'lar trató de disimular el alivio que sentía ante aquella decisión. Lessa, como Fax había tenido ocasión de descubrir, era un adversario implacable y un astuto abogado. Además, era Dama del Weyr: esencial para sus planes.

—Ahora, volvamos a la contemplación de trivialidades. Ellas me revelarán la época, el lugar y la duración de las incursiones de las Hebras —sonrió F'lar como si deseara tranquilizar a Lessa—. Y necesito esos hechos para ajustar mis planes al tiempo.

—¿Ajustar tus planes al tiempo? Pero tú mismo has dicho que ignorabas en qué momento podría producirse la supuesta incursión.

—Desde luego, no puedo fijar la fecha exacta. En primer lugar, mientras el tiempo se mantenga tan inusitadamente frío para esta época del año, las Hebras se desmenuzarán y volarán lejos como polvo. En estas condiciones son inofensivas. Sin embargo, cuando el aire se caliente, serán viables y... mortales. —Convirtió en puños sus dos manos, colocando uno encima del otro—. La Estrella Roja es mi mano derecha, la izquierda es Pern. La Estrella Roja gira con mucha rapidez y en dirección contraria a nosotros. Oscila también de un modo errático.

—¿Cómo lo sabes?

—Por un diagrama en las paredes de la Sala de Eclosión del Weyr de Fort. Ese fue el primer Weyr, ¿sabes?

Lessa sonrió irónicamente.

—Lo sé.

—De modo que cuando la Estrella efectúa una pasada, las Hebras giran rápidamente y descienden hacia nosotros, en ataques que duran seis horas y se producen con catorce horas de intervalo, aproximadamente.

—¿Los ataques duran seis horas?

F'lar asintió gravemente.

—Cuando la Estrella Roja está más cerca de nosotros. Ahora mismo está iniciando su Pasada.

Lessa frunció el ceño.

F'lar rebuscó entre las hojas de piel encima de la mesa, y un objeto cayó al suelo de piedra con un chasquido metálico.

Curiosa, Lessa se inclinó a recogerlo, haciendo girar la delgada lámina entre sus dedos.

—¿Qué es esto? —Lessa pasó un dedo exploratorio a través del dibujo irregular en uno de los lados.

—No lo sé. F'nor lo trajo del Weyr de Fort. Estaba clavado a uno de los baúles en los cuales habían sido guardados los Archivos. Lo trajo pensando que podía ser importante. Dijo que había una lámina igual debajo del diagrama de la Estrella Roja en la pared de la Sala de Eclosión.

—Esta primera parte es bastante clara: «El padre del padre de mi madre, que se marchó para siempre al
inter
, dijo que esto era la clave del misterio, y llegó a él mientras garabateaba ociosamente: dijo que dijo: ¿ARRHENIUS? ¡EUREKA! MYCORRHIZA...» Desde luego, esa parte no tiene ningún sentido —refunfuñó Lessa—. Esas tres últimas palabras ni siquiera son pernense... simple cháchara.

—Lo he estudiado, Lessa —dijo F'lar, mirándolo de nuevo y acercándolo a él para reafirmar sus conclusiones—. La única manera de marchar para siempre al
inter
es morir, ¿de acuerdo? La gente no se marcha para siempre por su propia voluntad, evidentemente. De modo que es una visión de muerte, registrada respetuosamente por un nieto, que además no sabía expresarse. Es obvio que al decir que «garabateaba ociosamente» quiso expresar que se estaba muriendo. —Sonrió indulgentemente—. En cuanto al resto, «explica», como la mayoría de visiones de muerte, lo que todo el mundo ha sabido siempre. Sigue leyendo.

—«Reptiles lanzallamas para aniquilar las esporas. Q.E.D.».

—No nos aclara nada, tampoco. Si acaso, que se trata de un dragonero, que ni siquiera conoce el nombre correcto de las Hebras, a las que llama esporas —dijo F'lar, encogiéndose de hombros.

Lessa humedeció la punta de uno de sus dedos para comprobar si los dibujos eran a tinta. El metal brillaba lo suficiente para convertirse en un buen espejo si lograba borrarlos. Sin embargo, los dibujos permanecieron inalterables.

—Primitiva o no, aquella gente registraba sus visiones de muerte de un modo permanente, muy superior a las pieles mejor conservadas —murmuró.

—Chácharas bien conservadas —dijo F'lar, volviendo de nuevo su atención a las pieles que estaba examinando en busca de datos comprensibles.

—¿Una balada mal descrita? —inquirió Lessa, para descartar inmediatamente la idea— El dibujo ni siquiera es bonito.

F'lar empujó hacia adelante un mapa que mostraba unas franjas horizontales encima de la masa continental de Pern.

—Mira —dijo—, este representa oleadas de atacantes, y este otro —empujó hacia adelante el segundo mapa con franjas verticales— muestra zonas de tiempo. De modo que puedes ver que con una solución de continuidad de catorce horas sólo determinadas partes de Pern son afectadas en cada uno de los ataques. Un motivo para espaciar los Weyrs.

—Seis Weyrs completos —murmuró Lessa—, casi tres mil dragones.

—Conozco la estadística —replicó F'lar con voz inexpresiva— Significa que ningún Weyr estaba sobrecargado en el momento crítico de los ataques, no que debía disponerse de tres mil animales. Sin embargo, conociendo el ritmo de los ataques, podemos arreglarnos hasta que hayan madurado las primeras crías de Ramoth.

Lessa le miró irónicamente.

—Tienes mucha fe en la capacidad de una reina. F'lar hizo un gesto de impaciencia, descartando aquella observación.

—Tengo más fe, a pesar de lo que opinas tú, en las desconcertantes repeticiones de acontecimientos en esos Archivos.

—¡Ja!

—No me refiero a las medidas necesarias para el pan cotidiano, Lessa —replicó F'lar, levantando la voz— Me refiero a cosas tales como la hora en que un escuadrón salió de patrulla, cuanto tiempo duró la patrulla, cuantos jinetes resultaron heridos. La capacidad reproductora de las reinas, durante los cincuenta años de una Pasada y los Intervalos entre tales Pasadas. Eso es lo que me interesa. Por lo que he estudiado aquí —y golpeó enfáticamente con la palma de la mano el fajo de pieles más próximo, levantando una nubecilla de polvo maloliente—, Nemorth tendría que haberse apareado dos veces por Revolución durante las diez últimas. Incluso en el supuesto de que no hubiera superado su ridículo promedio de doce huevos por nidada, tendríamos doscientos cuarenta animales más... No me interrumpas. Pero teníamos a Jora como Dama del Weyr y a R'gul como caudillo del Weyr, y nos habíamos ganado la animadversión del planeta durante un Intervalo de cuatrocientas Revoluciones. Bien, Ramoth pondrá más de una docena de huevos, entre ellos un huevo reina, recuerda mis palabras. Remontará el vuelo a menudo para aparearse y será generosa en sus nidadas. De modo que cuando la Estrella Roja pase más cerca de nosotros y los ataques sean frecuentes, estaremos preparados.

BOOK: El vuelo del dragón
11.08Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Luckiest by Mila McWarren
The Lover's Dictionary by David Levithan
Blessed Vows by Jillian Hart
Those Wild Wyndhams by Claudia Renton
Midnight All Day by Hanif Kureishi
Standoff in Santa Fe by J. R. Roberts
Bitter Taffy by Amy Lane
Earth Flight by Janet Edwards
PW02 - Bidding on Death by Joyce Harmon


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024