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Authors: Douglas Niles

Tags: #Fantasía, #Aventuras, #Juvenil

El pozo de las tinieblas (10 page)

—¡Esto es una locura! —exclamó Arlen—. ¡Así pueden vernos desde muy lejos! No puedo permitir que sigamos adelante.

—¡Debemos descubrir lo que se proponen! —arguyó Tristán.

—Si no nos han visto hasta ahora, deben de ser aún más estúpidos de lo que creía que eran. ¡Te digo que vamos a caer en una emboscada!

—Entonces sólo tendremos que ir con más cuidado —declaró Tristán, acariciando el asta de su lanza—. Si nos encuentran, ¡estaremos preparados!

En secreto, deseaba encontrar a los firbolg. Ansiaba luchar contra uno de aquellos brutos.

Por último, la senda descendió y discurrió entre varios picos rocosos, y el grupo se tranquilizó. Al menos, no podían ser observados con tanta facilidad como cuando estaban en la cresta descubierta. Vieron que el sendero conducía a un estrecho desfiladero entre dos pequeñas montañas y, más allá, a una región de altos pinos y de prados despejados.

Arlen se adelantó para explorar el desfiladero, buscando un paso seguro, mientras los otros esperaban, tensos, detrás de él. El ruido de una piedra a sus espaldas llamó la atención a Robyn, que se volvió rápidamente.

—¡Firbolg! —gritó alarmada, aunque con voz firme—. ¡Vienen hacia acá!

Los otros se volvieron también y distinguieron cuatro enormes y feas criaturas que salían de entre un montón de rocas ante el que habían pasado momentos antes. Las groseras figuras medían unas tres varas de estatura. Una mata de cabellos negros y enmarañados dejaba al descubierto una frente huidiza, bajo la que sobresalía una gran nariz. El mentón era sorprendentemente pequeño y estaba cubierto de una barba rala y descuidada. Usaban túnicas de cuero gastadas, con manchas y desgarrones, e iban armados con garrotes del tamaño de pequeños troncos de árbol, además de grandes piedras que blandían en sus manazas.

Al volverse los jinetes, los firbolg lanzaron piedras contra el grupo. Éstas no los alcanzaron, pero rebotaron y levantaron chispas amenazadoras al chocar contra el suelo de roca.

—¡ Deprisa! ¡Vayamos al desfiladero! —gritó Tristán, cuando los firbolg empezaron a correr.

—¡Alto! —gritó Arlen—. ¡Mira delante de ti!

Tristán miró al frente, a través de la estrecha hendidura de la montaña, hacia la larga vertiente del otro lado y el bosque que se veía a lo lejos. De entre los árboles habían salido doce o más firbolg que se dirigían hacia el desfiladero. ¡Estaban atrapados! Por un instante, Tristán quedó paralizado por el pánico, tratando inútilmente de concebir un plan. Los firbolg que estaban a su espalda les impedían la retirada, y los que tenían delante significaban una muerte cierta.

—Príncipe, debemos atacar, ¡por allí! —gritó Arlen, señalando hacia atrás.

Los cuatro firbolg rezagados se habían dividido en dos parejas. La de la izquierda se había separado y los otros dos avanzaban dejando un ancho hueco entre ellos.

Tristán comprendió al instante lo acertado de la maniobra.

—¡Adelante! —vociferó, espoleando a su montura.

—¡Seguidnos! —gritó Arlen a los otros, mientras su propio caballo salía al galope al lado del de Tristán.

La pareja bajó sus lanzas y arremetió contra los dos firbolg de la izquierda. Las lanzas eran armas formidables si se les añadía el impulso de un caballo al galope, y Tristán sintió un destello de optimismo. Los perros ladraban detrás de él y un estrépito de cascos le informó de la tranquilizadora presencia de sus compañeros.

Cuando los firbolg advirtieron su plan, la pareja de la derecha empezó a acercarse a sus compañeros, pero estaba todavía a varios cientos de pasos de distancia. Entonces, mientras Tristán y Arlen galopaban cuesta abajo a estremecedora velocidad, los dos firbolg que tenían delante se detuvieron, y agarraron sendas piedras del tamaño de un melón grande. Al atacar los lanceros, los monstruos arrojaron las dentadas piedras. La primera pasó por encima de la cabeza de Arlen y se estrelló, inofensiva, contra las rocas. En cambio, la segunda alcanzó la pata delantera derecha del caballo de Tristán y derribó al instante al pobre animal, mientras que el príncipe salía despedido de la silla. El caballo relinchó de dolor y rodó por el suelo durante un trecho, rebotando contra las piedras, antes de romperse finalmente el cuello y quedar inmóvil.

El príncipe consiguió encoger la cabeza antes de caer, pero chocó contra el rocoso suelo con tanta fuerza que quedó aturdido.

Arlen cargó contra el segundo firbolg con una fuerza brutal. La punta de su lanza se hundió en el pecho del monstruo y salió por la espalda junto con un chorro de sangre. Lanzado por su propio impulso, el guerrero soltó la lanza para agarrarse a la silla, pero enseguida desenvainó la espada y miró a su alrededor.

El firbolg se derrumbó detrás de él, pero el que había derribado a Tristán se enfrentaba a los otros jinetes con la cachiporra alzada. Arlen vio que Daryth introducía su montura entre el firbolg y Robyn, y que el calishita clavaba con violencia su espada en la cadera del firbolg. Al mismo tiempo, éste descargó la cachiporra sobre un hombro de Daryth y lo derribó de la silla.

En un instante, Pawldo y Robyn pasaron como relámpagos más allá del firbolg, pero los dos refrenaron sus monturas y volvieron atrás. Daryth yacía inmóvil cerca del firbolg, mientras Tristán, gimiendo, luchaba por sentarse en el suelo. Rugiendo con ferocidad, el fírbolg que los había derribado se volvió para enfrentarse con los jinetes, haciendo caso omiso de los perros que corrían para lanzarse contra su espalda.

Jadeante, Robyn contempló al monstruo, con los ojos muy abiertos y el corazón palpitante. El pesado garrote que había tallado parecía un lastimoso palito en su mano. Pawldo levantó el arco y lanzó una flecha que se clavó en el pecho del firbolg, pero éste la arrancó y la arrojó al suelo como si fuese una pequeña espina.

En ese preciso momento, los perros atacaron al firbolg por la espalda con la furia de un huracán. Tambaleante, el monstruo se volvió para hacer frente al nuevo ataque, mientras Arlen espoleaba su caballo. Golpeando desde atrás, hundió su espada en la espalda de su enemigo, esperando alcanzar algún órgano vital. Otra flecha de Pawldo voló sobre la cabeza del guerrero y se clavó en la parte de atrás del cuello del firbolg.

El monstruo descargó la cachiporra sobre uno de los perros, matándolo al instante, pero el peso de los otros, más la herida producida por la espada, lo obligaron a hincarse de rodillas. De inmediato, los perros lo tumbaron en el suelo, mordiendo y desgarrando en una sed frenética de sangre.

A unos pasos de distancia, Tristán trató de ponerse en pie, pero el mundo empezó a dar vueltas locamente y tuvo que sentarse de nuevo. Sacudiendo la cabeza para despejarla, miró a su alrededor.

Un furioso rugido hizo que mirase por encima del hombro, y se le encogió el estómago de terror. Otro fírbolg, al que no habían visto antes, se abría camino entre los pinos circundantes, a pocos pasos de distancia. El monstruo blandía su cachiporra, y sus ojos inyectados en sangre centelleaban de odio.

De una ojeada, Tristán vio que todos sus compañeros estaban ocupados y demasiado lejos para intervenir. Por consiguiente, rezó pidiendo suerte y buscó su espada a tientas. Pero su mareo le impidió agarrar el arma. El firbolg, consciente de la vulnerabilidad de su enemigo, avanzó despacio, levantado la cachiporra, presto a aplastar al príncipe contra el suelo. A pesar de su nublada visión, Tristán percibió vagamente que el arma estaba erizada de herrumbrosas púas. Cerró los ojos para no verla, con la esperanza de que la imagen se desvaneciese.

—¡Alto!

La voz de Robyn perforó el aire como un toque de clarín llamando al combate.

Algo centelleó y se estremeció en el suelo, ¿o sólo era fruto de la imaginación? El príncipe no estaba seguro, pero parecía que el propio suelo había empezado a temblar. El firbolg se detuvo, enturbiada su visión por la confusión y el miedo ante el extraño suceso.

Con los ojos desorbitados, Tristán vio que los árboles y arbustos próximos al firbolg se doblaban fantásticamente, alargando sus ramas y sujetando con fuerza los miembros del monstruo. La criatura lanzó un bramido de frustración —y tal vez de miedo—, mientras los flexibles brazos la inmovilizaban.

Pronto, todos los miembros del firbolg estuvieron totalmente ceñidos por las ramas de los pinos y los troncos de los arbolitos jóvenes. La punta de un pequeño pino se enroscó en el cuello del gigante. Todo el peso de la tierra estaba detrás de aquellas garras vegetales, de manera que la criatura apenas podía moverse.

Robyn jadeó y se llevó una mano a la boca, pero enseguida espoleó su caballo y galopó en dirección al príncipe, cuyos miembros seguían negándose a responder. Estaba como pasmado, paseando la mirada del fírbolg a Robyn y de nuevo al firbolg. Ella detuvo su montura a su lado, saltó al suelo y lo ayudó a levantarse.

—¿Cómo...? —preguntó él con voz entrecortada.

—¡No lo sé! —respondió ella, volviendo los ojos hacia el firbolg prisionero.

El monstruo luchaba por liberarse, pero las ramas entrelazadas lo sujetaban con fuerza.

Tristán se agarró al pomo de la silla de Robyn, pero fue incapaz de montar. Sacudió la cabeza y gimió al aumentar terriblemente el dolor.

Daryth aún yacía inmóvil, pero el príncipe no vio sangre alguna en él. El pequeño Pawldo continuaba lanzando flechas, con entusiasmo y precisión, contra los otros dos firbolg que se acercaban deprisa. Varias de ellas se habían clavado en el pecho de uno de aquéllos, pero apenas parecían molestarlo.

Tristán miró hacia el desfiladero y sintió alivio al ver que los otros firbolg aún estaban lejos, aunque sabía que no tardarían en alcanzar el angosto paso.

Arlen estaba en pie junto al cuerpo inmóvil del firbolg a quien él y los perros acababan de matar, observando a la pareja que se aproximaba.

—¡Huye, mi príncipe! —gritó a Tristán, al verlo acercarse.

Robyn empujó a Tristán para que subiese a su propio caballo.

—¡Vete! Tú nos metiste en esto... ¡No empeores las cosas! —dijo Arlen, con furioso semblante.

Tristán, recobrado su control, vio una súplica frenética en los ojos de Robyn. Sin reparar en su propia seguridad, dirigió la montura hacia la figura inmóvil de Daryth.

—¡Maldición! —gruñó Arlen, apercibiéndose para enfrentarse a los dos firbolg que avanzaban.

La pareja se acercó al guerrero, con sus bestiales facciones contraídas en malignas muecas, en la creencia de que se aproximaban a una presa fácil.

Tristán saltó al suelo al lado de su amigo, y se tambaleó ligeramente, pero logró conservar el equilibrio. Robyn se reunió con él en un instante, y entre los dos levantaron al calishita del suelo. Daryth parpadeó y abrió sus hundidos ojos negros pero volvió a cerrarlos enseguida con un gemido de dolor.

—¡Por los reyes de Corwell!

El antiguo grito de batalla resonó en todo el valle, y Tristán levantó la cabeza a tiempo de ver cómo cargaba Arlen contra el firbolg más próximo. La espada del guerrero se hundió profundamente en el vientre de la criatura y Arlen esquivó con agilidad el golpe violento de la enorme cachiporra. Lanzó otra estocada y la hoja dio en el blanco, y de nuevo esquivó el furioso contraataque.

Pero ahora se dispuso el otro firbolg a intervenir en la pelea. Arlen hundió de nuevo la espada en el cuerpo de su primer adversario, y esta vez la herida resultó mortal, al alcanzar el corazón del salvaje. El firbolg se derrumbó como un árbol caído pero, antes de que Arlen pudiese recobrar su espada, un pesado garrote cayó de lleno sobre su sien.

El cráneo de Arlen se hundió a causa del terrible golpe, y su cabeza se dobló a un lado al romperse el cuello. El viejo guerrero cayó sobre el cuerpo del firbolg al que acababa de matar.

Robyn chilló aterrorizada, mientras Tristán miraba aturdido la escena, murmurando:

—No, no, no, no...

De pronto, el príncipe se dio cuenta de que Robyn estaba a su lado, asiéndolo de un brazo. Sintió una extraña impresión de paz y levantó la espada para hacer frente al gigante que se le echaba encima.

Súbitamente, una sombra negra veló la visión del príncipe. Un torbellino con plumas golpeó al firbolg en plena cara, rasgándola con sus garras afiladas y su pico curvo. Antes de que el monstruo pudiese reaccionar, la sombra se alejó, elevándose en el aire. Y el príncipe, asombrado, vio que un gran halcón negro había intervenido en la lucha.

Entonces, viniendo de ninguna parte, un sonido como el silbido de un huracán hendió el aire sobre la cabeza del príncipe, y una flecha roja voló hacia el fírbolg y se clavó con firmeza en su cuello. Con un jadeo gutural, el monstruo se tambaleó, agarrando la gruesa asta que sobresalía del cuello. Sin otro ruido, se inclinó hacia adelante y cayó pesadamente al suelo, a los pies de Tristán.

El muérdago susurro y se abrió para dejar paso a la gran cabeza blanca. Ésta se agito, y una sedosa crin ondeó en el aire y descansó sobre el cuello de nieve. Las ramas del muérdago crujieron al emerger el resto del vigoroso cuerpo del umbrío emparrado.

Los cascos, también cubiertos de pelo blanco como la nieve, pasaron con delicadeza entre las flores silvestres, sin aplastar ninguna, mientras la criatura se encaminaba hacia el estanque próximo. Doblando hacia abajo el cuello, hasta que el largo cuerno se hundió en el agua provocando una serie de ondas, el unicornio bebió copiosamente. Todavía soñoliento, Kamerynn, el unicornio, levantó la cabeza y miró a su alrededor. Las hierbas a sus pies sabían dulces, y comió de buen grado las mas suculentas. Brillantes rayos de sol penetraban a través del frondoso dosel en varios lugares, como deslumbrantes flechas amarillas.

Poco a poco, el unicornio pastó y bebió, recobrando su fuerza después del largo sueño. Sabía que la diosa lo había despertado con un fin, y que este fin requeriría sin duda fuerza y resistencia. Con majestuosa gracia, el animal se movió sobre las espesas matas de tréboles.

De pronto, las aguas del Pozo de la Luna se agitaron, con un ligero murmullo. Kamerynn contempló el lechoso estanque hasta que comprendió cuál era su tarea. Después, levantó la cabeza y trotó en dirección a los prístinos y bucólicos bosques del valle de Myrloch. Con ímpetu, el unicornio incrementó su trote y enseguida se lanzó al galope. Pronto corría como un fantasma por senderos serpenteantes. Todos los animales inferiores se apartaban de su camino al acercarse él con estrépito. Con su cuerno de marfil bien alto y evitando cuidadosamente pisar las plantas raras con sus poderosos cascos, el unicornio corrió en respuesta a la llamada de la Madre Tierra.

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