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Authors: John Harwood

Tags: #Intriga

El misterio de Wraxford Hall (28 page)

—Pero… mi querido Magnus —dijo la señora Bryant, olvidando cualquier gesto de discreción—, eso es correr demasiados riesgos…

—Confieso que se precisaría una buena dosis de valor para intentarlo durante una tormenta —dijo Magnus—. Pero así es como avanza la ciencia. Y si tenemos éxito… si hay algo de verdad en ese asunto del «portal»… entonces sus sueños, señora Bryant, se habrán hecho realidad… Puede que no sepas, querida —dijo, volviéndose hacia mí con su sonrisa más encantadora, mientras la señora Bryant ostentaba su triunfo—, que la señora Bryant desea fundar un retiro para espiritistas: un lugar donde las condiciones de estudio sean peculiarmente favorables, apartado del ajetreo de la vida diaria…

Miré a uno y a otro con gesto de incredulidad.

—Ésta es una casa magnífica, señora Wraxford —dijo Godwin Rhys—. Desgraciadamente necesita reformas, desde luego, pero podría ser el orgullo del condado. Y una historia tan pintoresca, la desaparición de dos de sus propietarios, sólo le añade cachet…

—Evidentemente, doctor Rhys —me oí decir—, mi marido no les ha contado que mi prometido, el señor Edward Ravenscroft, murió aquí hace dos años. De lo contrario usted no hablaría tan frívolamente de este maldito lugar. Asistiré a tu sesión de espiritismo, Magnus, porque así lo ordenas, pero no cenaré aquí. Y ahora, discúlpenme…

Había olvidado la amenaza del manicomio, y había olvidado incluso por un instante a Clara. El doctor Rhys se quedó con la boca abierta, pero no profirió sonido alguno; la señora Bryant me miró con temor. Yo lancé una mirada a Magnus cuando me volvía para marcharme, pero en vez de ira… sólo vi triunfo en él. La última imagen de su sonrisa me acompañó hasta la puerta.

Acaban de dar las diez; mi mano aún tiembla mientras escribo. Clara no se ha movido: apenas la siento respirar. Fue una locura darle láudano, pero… ¿qué otra cosa podía hacer? Una vez más, temo que mi ira me haya traicionado y finalmente haya acabado actuando exactamente como pretende Magnus. Casi esperaba que se me emplazara de inmediato a acudir al comedor, pero Carrie subió con una bandeja hacia las nueve menos cuarto, lo cual no hizo sino confirmar mis sospechas. Me había estado provocando, pero yo no lo había comprendido… del mismo modo que la señora Bryant y el doctor Rhys no comprenden que Magnus está jugando con ellos como si fueran marionetas. Pero… ¿qué pretende? ¿Por qué, después de halagar tanto mi «don», ni siquiera lo ha mencionado esta noche? Y si la sesión de espiritismo va a ser un perfecto engaño, ¿por qué quiere que yo esté aquí? Todos parecen someterse a su embrujo, y debe saber que si su plan fracasa, yo seré la primera en denunciarlo… No tiene sentido…

Pero si Magnus cree realmente en ese monstruoso asunto de la armadura, entonces… eso significa…

Son las diez y cuarto de la noche

Alguien ha deslizado un mensaje por debajo de mi puerta. Ha debido de ocurrir en los últimos minutos; estoy segura de que no estaba ahí cuando he ido a ver a Clara. Es una sencilla cuartilla de papel, doblada una sola vez, sin firma. La caligrafía es femenina… casi podría ser… la mía.

Venga a la galería esta medianoche. He descubierto el secreto y debo hablar con usted en privado. Destruya esta nota y no se lo cuente a nadie
.

¿Quién puede ser? Con seguridad, no será la señora Bryant. Incluso aunque hubiera realizado un espantoso descubrimiento respecto a Magnus, yo sería la última persona a la que esa mujer acudiría. ¿Uno de los criados? No lo creo… Ninguno de ellos se atrevería… o querría… ofender a Magnus. Podría ser el doctor Rhys… pero él seguramente acudiría a la señora Bryant, no a mí.

¿Puede que haya alguien escondido en la casa? Los pasos que creí oír la otra noche… ¿pero quién… y por qué…? O quizá no es más que una trampa.

Pero si hay alguien que verdaderamente quiera ayudarme… Podría ir antes de la medianoche y esconderme tras un tapiz… aunque, entonces, no tendría modo de escapar. No… Iré a la biblioteca y abriré un poco una de las puertas de acceso a la galería: así podré ver lo que ocurre. La luna ya está muy alta en el cielo: no necesitaré luz. Si me descubren, siempre podré decir que he ido a la biblioteca a buscar algo para leer.

Debo arriesgarme.

Quinta parte:
Narración de John Montague

Si Magnus y yo no nos hubiéramos encontrado con George Woodward aquella mañana en Aldeburgh, jamás habría conocido a Eleanor Unwin; ni Magnus tampoco, quizá, y ella podría estar en estos momentos felizmente casada con Edward Ravenscroft. Con seguridad, nunca la habría visto como la vi aquella primera noche en la rectoría: una joven ataviada con un sencillo vestido blanco, con la melena castaño oscuro recogida, recortada en las luces del sol del atardecer, que consiguió transportarme de nuevo a Orchard House y a mi primera visión de Phoebe, de pie junto a su madre en aquella tarde de verano…

Desde luego, es imposible, pero juraría que permanecí allí plantado inmóvil durante varios minutos, atrapado en una especie de doble visión en la cual apenas era capaz de distinguir dónde me encontraba, y, sin embargo, sólo tenía que avanzar unos pasos para comenzar mi vida con Phoebe de nuevo. La visión se diluyó cuando Magnus y yo avanzamos, y entonces vi que Eleanor Unwin era bastante más alta que Phoebe y que sus rasgos eran más sobrios, sus huesos más prominentes y su cabello tenía matices de castaño mucho más oscuros. Cuando sus frágiles dedos tocaron los míos sentí una pequeña y profunda conmoción… como cuando uno camina sobre una alfombra sin zapatos y da un salto hacia atrás cuando siente algo extraño en el pie. No pareció que ella notara nada; me di cuenta de que yo estaba mirándola fijamente como si de hecho hubiera visto un fantasma, y entonces la oí decir que estaba comprometida.

Es verdad que envidié a Edward Ravenscroft; en aquel momento me dije que aquel joven no era más que un petimetre, que su pintura era vulgar y superficial, que de ninguna manera podía merecer a aquella joven. Sólo vi a Nell —siempre pienso en ella con ese nombre, una vez que me di cuenta de que todos los que la querían la llamaban así—, sólo la vi una vez más antes de que se casara con Magnus; fue un breve instante, durante una dolorosa conversación en la cual ella se mostró clara y profundamente disgustada conmigo.

Decidí irme al extranjero, y me apliqué de nuevo, y una vez más, a la pintura. Le vendí a Magnus el cuadro de
Wraxford Hall a la luz de la luna
, porque así me lo había pedido en numerosas ocasiones. Si hubiera sabido que tenía la intención de casarse con Nell, jamás lo habría consentido. Pero cualquier intento de olvidarme de ella fue en vano, como pude comprobar muy pronto: mientras iba de un magnífico escenario a otro, comprendí que había perdido cualquier interés en los paisajes, y sólo podía decir, con Coleridge: «Los veo todos tan maravillosamente hermosos, / veo cuán preciosos son, ¡pero no los siento!»
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.

El único asunto que verdaderamente me interesaba era Nell. En vez de olvidarla, tal y como yo esperaba, me encontré recordando cada pequeño matiz de su rostro, los rasgos sutiles de las comisuras de sus labios, la ligerísima asimetría de su rostro, el movimiento de sus manos, los aéreos mechones de pelo escapando de su recogido. Intenté sin descanso esbozar su rostro de memoria, y aunque ninguno de mis intentos me satisfizo, no pude quemar ni romper ninguna de sus imágenes, y las guardé todas hasta que mi portafolios estuvo completamente lleno.

Regresé a Aldeburgh un año más tarde, sabiendo, por supuesto, que ella se había casado con Magnus… y se suponía que felizmente. El caso de Cornelius Wraxford aún permanecía sin resolver; yo había dejado el negocio en manos de mi socio, pero no pude renunciar al último lazo que me unía a Nell… cualquiera que éste fuese. Las cartas de Magnus eran siempre cordiales, pero no decía nada de Nell que fuera más allá de los cumplidos formales, y mis sentimientos de culpabilidad me prohibían preguntar por ella. En febrero de 1868 Magnus me escribió diciendo que «la señora Wraxford ha dado a luz a una niña…». Me sobrecogió incluso entonces la lejanía de aquellas palabras. Le envié mi más cálida enhorabuena y le pedí más detalles, pero no hubo contestación. La propiedad de los Wraxford pasó a manos de Magnus en agosto; a primeros de septiembre vino a la oficina para recoger las llaves, tan bienhumorado como siempre, pero parecía que le corría mucha prisa hacerse con la casa. Supe que él y su criado iban a quedarse por aquí y esperé una visita o una invitación, pero ninguna de las dos cosas ocurrió, hasta que recibí esta nota:

Mi querido Montague
:

Lamento mucho haberle tenido tan abandonado últimamente. Puede que recuerde aquella noche en Chalford, cuando esbocé cierto experimento físico. Me complace mucho comunicarle que procederemos a ejecutarlo el próximo sábado por la noche y estaría encantado de que usted pudiera asistir al mismo en calidad de testigo imparcial. La señora Wraxford estará en la mansión esta semana; otros asuntos me reclaman en la ciudad, y no iré hasta el viernes
.

Queda a su disposición, sinceramente suyo
,

MAGNUS WRAXFORD

Yo sabía que sería lo más imprudente que podría hacer, pero me venció la idea de ver a Nell a solas… incluso aunque me rechazara al instante. Aunque había comprado un pony y un tílburi, no fui en él hasta la mansión, sino que amarré el caballo en los límites de Monks Wood e hice el resto del camino a pie. Era un maravilloso día de otoño, cálido y fresco sucesivamente, pero apenas lo noté mientras avanzaba a través del bosque, caminando deprisa, hasta que el sudor comenzó a gotear en mi frente.

Yo esperaba que, cuando menos, las maderas a la vista se hubieran repintado, pero el único cambio visible en la mansión era que se había segado la hierba alta y la maleza que había alrededor de la casona. Todo lo demás estaba asilvestrado y descuidado, erizado con tallos muertos de cardos y ortigas. Bañada por la luz del atardecer, Wraxford Hall aparecía, por una vez, más pintoresca que amenazante.

Inmediatamente me di cuenta de que Nell había cambiado. Había adelgazado, y se notaba especialmente en su rostro, y las sombras bajo sus ojos eran más oscuras; sin embargo, ninguno de mis cientos de esbozos le hacía justicia. Me detuve unos pasos delante de ella.

—Señora Wraxford —dije—. Yo… bueno… he sabido que se encontraba usted en la residencia y pensé que podía pasar a presentarle mis respetos.

—Es muy amable por su parte, señor. ¿Debo entender que mi esposo le ha pedido que viniera?

—Bueno… no, no… —respondí con cierta incomodidad—. Él me ha invitado, como usted sabe, para que sea testigo de… en fin… del experimento del sábado por la noche… pero… bueno, mencionó que usted se encontraba aquí y por eso…

Llevaba un sencillo vestido de tela gris clara, con el pelo recogido y trenzado tal y como yo lo recordaba. Aunque en el exterior el día era suave y templado, el ambiente del gran recibidor era tan mortalmente gélido como siempre, y estaba cargado con olores a humedad, a esteras de crin viejas y a tapices apolillados. Miró hacia Bolton, que rondaba en las penumbras de los pasillos, y sugirió que saliéramos fuera.

—Lamento mucho… —dije cuando la puerta principal se cerró tras nosotros—. He venido guiado por un impulso… pero quizá la estoy molestando a usted…

—No —dijo—. Sólo estoy un poco sorprendida. En realidad, mi marido no mencionó que usted fuera a reunirse con nosotros… En fin, ni siquiera sé en qué consiste el experimento que ha planeado para el sábado.

—Ya entiendo… No sabía que…

—Hay un banco en ese otro lado de la casa —dijo—, debajo de mi ventana. Allí podré oír a Clara si llora… Clara es mi hija.

Cuando abandonamos el camino de hierbajos amarillentos me di cuenta de que pasaríamos por el lugar donde se cayó Edward Ravenscroft. Mis pasos crujieron fuerte sobre la gravilla.

—Magnus me dijo que… que usted había tenido un bebé. Le habría escrito para felicitarla, pero yo no… no estaba yo… —mi voz se fue apagando de nuevo, al tiempo que observaba los árboles que nos circundaban—. Es un lugar desolador… Dice usted que necesita estar cerca de su bebé… ¿no tiene una niñera?

—No. Mi doncella tuvo que dejarme, justo cuando vinimos aquí. Yo misma me ocupo de Clara… lo he elegido yo, porque no quiero confiársela a una extraña —añadió al ver mi expresión de sorpresa—. Sí… es un lugar desolador… Se llevó la vida del hombre que más he amado en el mundo.

Habíamos girado la esquina de la mansión mientras ella estaba hablando. Vi el cable negro, con aquella mancha de óxido cayendo como sangre por la pared, de arriba abajo.

—Ya sé que usted cree que Edward Ravenscroft me disgustaba —dije de repente—. La verdad, para mi vergüenza, es que le envidiaba… envidiaba su juventud, su entusiasmo, su talento y sobre todo… En fin, baste decir que si la pérdida de mi propia vida pudiera devolvérselo a usted, estaría encantado de hacer ese sacrificio.

Mi voz se quebró con la última frase y las lágrimas anegaron mis ojos. Ella cogió mi brazo y me llevó por el desastrado césped hasta el banco, una especie de poyo incrustado en la piedra del muro.

—Es un sentimiento muy generoso por su parte, señor Montague —dijo cuando hube recobrado la compostura—, y me agrada saber que usted no… despreciaba a Edward, como yo había creído.

—Todo lo contrario… La envidia nace de la admiración, no del desprecio… Discúlpeme, pero… me ha parecido que antes insinuaba usted que no está aquí por gusto…

—Éste es el último lugar en el mundo donde desearía estar, señor Montague. Pero Magnus así lo ha querido, y debo obedecerle. ¿Puedo preguntarle, señor, qué le ha dicho a usted de ese… experimento, como él lo llama?

—Sólo tengo de él una nota diciendo que se alegrará de verme de nuevo el sábado, cuando intentará llevar a cabo el experimento que bosquejó aquella noche… cuando la vi a usted por vez primera, en la rectoría.

—¿Dijo algo sobre cuál sería mi cometido en ese experimento?

—Nada en absoluto… sólo que la señora Wraxford enviaba sus saludos. Ni siquiera decía si iba usted a estar presente.

—¿Y mencionaba a la señora Bryant?

—Tampoco… Sólo se entendía que participarían más personas. Pero… el criado me dijo que Magnus no llegaría hasta mañana por la tarde. ¿Puedo preguntarle por qué se encuentra usted aquí sola con su niña?

—Magnus quería que viniera antes… para que tuviera tiempo para instalarme, puesto que no quería separarme de Clara.

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