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Authors: John Harwood

Tags: #Intriga

El misterio de Wraxford Hall (27 page)

Miércoles por la noche

Hoy he estado en el lugar donde murió Edward. El cable que intentó escalar está comido por el óxido, que recorre la pared como una mancha oscura. Cuando ayer vi la mansión, por primera vez, pensé que estaba pintada de un verde oscuro y triste, pero lo cierto es que las paredes estaban cubiertas de líquenes, moteadas con mohos y rajadas por las grietas; abajo, en el suelo, había dispersos numerosos pedazos de mortero que se habían desprendido de los muros. Había decidido no llorar, porque sabía que Bolton estaría vigilándome, aunque no había nadie a la vista.

Si Edward nunca me hubiera conocido, hoy aún estaría vivo. Así me atormento, pero si se hubiera quedado conmigo aquel fatídico día, ahora estaríamos casados y Clara sería su hija. (He escrito esto irreflexivamente, pero a menudo me asalta un pensamiento: nunca he visto nada de Magnus en la niña, mientras que con frecuencia imagino que Clara tiene los ojos de Edward… el mismo tono avellanado, veteado con marrones oscuros…). No puedo creer —no
debo
creer— que estuviera condenado a morir… o que Clara y yo lo estemos porque ambas estábamos presentes en mi última visión. Tal vez he cometido una locura trayéndola aquí, pero… ¿qué otra cosa podría haber hecho? Si la hubiera dejado en Munster Square con una niñera desconocida y le ocurriera algo… No, no podía hacer eso.

¿
Por qué
quiso subir Edward por ahí? ¿Era simple curiosidad? ¿Quería ver qué había en la galería? ¿Había una luz donde no debería haberla? ¿O estaba huyendo de algo? El bosque es oscuro incluso a la luz del día; a la luz de la luna sería muy fácil imaginar cosas terroríficas… del mismo modo que ahora puedo oír débiles pisadas caminando por la planta superior… Pero cuando dejo la pluma para escuchar mejor, sólo oigo los latidos de mi corazón.

Jueves por la noche

El señor Montague nos visitó esta tarde. Al principio pensé que Magnus lo había enviado para que me espiara, pero me dijo que había venido por su cuenta. Yo acababa de dejar a Clara durmiendo y, en vez de hablar en la penumbra de las escaleras, con Bolton husmeando en las sombras, le sugerí dar un paseo y sentarnos bajo la ventana de mi habitación, donde podría escuchar a Clara si lloraba. El señor Montague estaba visiblemente más delgado que cuando lo vi por última vez, y su pelo se había veteado con canas.

Me dijo que Magnus le había invitado a asistir a la sesión de espiritismo, que tendría lugar el próximo sábado por la noche; se asombró al saber que yo desconocía este extremo. No creo que él y Magnus sean tan amigos como al principio: la invitación le llegó en forma de una breve nota que no decía nada de la señora Bryant ni del doctor Rhys, ni de lo que iba a ocurrir. En cambio, habló muy amablemente de Edward, y confesó que su aparente desagrado para con él había sido propiciado por la envidia… de su juventud, de su talento y de su belleza. Por esta razón me sentí un poco más cercano a él. Estaba evidentemente nervioso —¿quién no lo estaría?— por la sesión de espiritismo. Creo que es un hombre honesto y honrado, y creo que tendré menos miedo sabiendo que estará presente.

Durante todo el tiempo que estuvimos hablando, no se escuchó ni un solo sonido en la casa, pero tuve la firme sensación de que desde cada ventana de la mansión había alguien observándonos. Cuando el señor Montague se alejó por la hierba segada, llamó mi atención un ligerísimo movimiento en las sombras del viejo cobertizo en que se guarda el coche. Era Bolton, espiando desde la entrada; cuando se dio cuenta de que yo lo había visto, se escondió tras la pared y desapareció.

Viernes… alrededor de las nueve de la noche

La señora Bryant llegó en su coche alrededor de las tres de la tarde, acompañada por Magnus, que venía a caballo. Desde el salón que ella misma iba a ocupar estuve observando durante el tiempo suficiente para ver quién la acompañaba. Aparte del doctor Rhys, venían sólo dos de sus criados: un mozo y el cochero. A los criados se les ha asignado un pequeño dormitorio en el externo opuesto de la amplísima cámara preparada para ella; el doctor Rhys tendrá una habitación al principio del pasillo, así que estará cerca de la señora si se le necesita.

Decidí quedarme en mi habitación hasta que Magnus me reclamara, y esperé durante tres largas horas, con el corazón latiéndome violentamente cada vez que oía pasos en el exterior, en el pasillo, pero nadie llamó a la puerta. Clara se despertó y estuvo inquieta durante unos minutos, lo cual me ayudó a distraerme. Alrededor de las seis llamaron suavemente a mi puerta, pero sólo era Carrie: venía a decirme que al «señor» le gustaría que me uniera a nuestros invitados en la vieja galería a las siete y media; la cena se serviría a las ocho y media. Y así tuve que afrontar otra penosa vigilia mientras la luz del sol desaparecía por encima de las copas de los árboles, al otro lado de la ventana. Pensé que Magnus seguramente desearía darme instrucciones sobre cómo debía comportarme, pero no apareció. A las siete Clara aún estaba despierta, y no tuve más remedio que darle una cucharada del cordial Godfrey
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, porque no sabía cuánto tiempo me vería obligada a estar lejos de ella.

Carrie volvió a las siete menos cuarto para ayudarme a vestir, aunque no precisaba excesiva ayuda, porque había escogido deliberadamente el mismo vestido gris, sin aros ni polisón, que había llevado a casa de la señora Bryant un mes antes. Para cuando el reloj dio la media, las últimas luces del atardecer se habían desvanecido en mi ventana.

Hasta esta noche, el pasillo que hay tras la puerta de mi habitación siempre había estado a oscuras. Ahora se han encendido velas en los quinqués de las paredes, pero el cristal está tan renegrido que sólo pueden ofrecer una luz turbia y tenebrosa. Todo huele a cerrado y a rancio. Esperando encontrarme en cada esquina a Magnus aguardándome con una sonrisa, fui caminando por todo el pasillo en penumbra hasta el rellano. Las puertas dobles de la galería estaban abiertas.

A lo largo de ambas paredes había una hilera de ondulantes llamas. Las ventanas altas brillaban con una débil luz fría; y más arriba aún, el techo permanecía en la más completa oscuridad. En el centro de la gran galería, a unos veinte pasos de mí, había más velas encendidas sobre una pequeña mesa redonda, iluminando los rostros de Magnus, de la señora Bryant y del doctor Rhys, de tal modo que sus cabezas parecían estar colgando sobre las llamas.

—¡Ah, estás aquí, querida…! —dijo Magnus, exactamente como si me hubiera visto cinco minutos antes, y no hubiéramos estado separados en realidad varios días.

Avancé reticente hacia ellos. La señora Bryant, resplandeciente en su vestido de seda carmesí y luciendo un generoso y pálido escote, me saludó con desgana; Godwin Rhys hizo una torpe reverencia.

Tras ellos, el muro del extremo más alejado de la galería estaba dominado por una inmensa chimenea. Pero lo que verdaderamente me sorprendió fue aquella mole erguida con aspecto de armadura que se elevaba en las sombras junto a la gran chimenea. La espada relucía entre aquellas manos enguantadas; en aquella luz cambiante, la figura parecía alerta, viva, vigilante. En el interior de la chimenea había un gigantesco cofre de metal oscuro: era la tumba de sir Henry Wraxford. «Ya he estado antes aquí», pensé, pero aquel destello de reconocimiento se desvaneció antes de que pudiera identificarlo.

—El doctor Wraxford nos estaba contando el descubrimiento que hizo entre los papeles de su difunto tío —dijo la señora Bryant con impaciencia.

Hablaba como si yo les hubiera hecho esperar, y me di cuenta de que Magnus lo había preparado todo para que ocurriera así.

—Sí, efectivamente —contestó Magnus. Su tono de voz era tan cordial como siempre, pero con un rasgo de inquietud expectante. Sus dientes reflejaron la luz cuando sonrió, y las pupilas de sus ojos brillaron como llamas gemelas—. Pero quizá deberíamos volver sobre el misterio de su desaparición… absolutamente incomprensible para cualquiera que haya conocido este lugar. Para recapitular: el criado de mi tío, Drayton, le vio retirarse a su estudio a las siete de la tarde el día de la tormenta. Cuando el señor Montague llegó aquí al día siguiente por la tarde, se vio obligado a romper las puertas, y descubrió que todas las que dan al rellano estaban cerradas y candadas desde dentro, y que las llaves aún permanecían en las cerraduras. Nosotros hemos intentado en vano cerrar todas estas puertas desde el exterior, y ni siquiera hemos conseguido que quedaran entornadas. Y, por lo que sabemos, no hay ningún pasadizo secreto, ninguna puerta falsa, ningún escondrijo del cura ni nada semejante. Los tiros de las chimeneas son demasiado estrechos para que pueda pasar un hombre adulto… incluso un hombre tan pequeño como mi tío. Así pues: ¿qué fue de él?

»La única explicación racional (la única que puedo atisbar) es que saliera de algún modo por esa ventana —y señaló una que había sobre la armadura—, que bajara por el cable del pararrayos y se adentrara en el bosque, y se cayera, como se supone de su predecesor Thomas Wraxford, en una de las viejas minas de estaño. No es imposible: encontramos esa ventana cerrada, pero no estaba echado el pestillo. No es imposible, sólo increíble, pensar que un frágil anciano pudiera haber hecho todo eso en la más completa oscuridad, en una noche de terrible tormenta. Yo mismo he escalado esa pared, en bastantes mejores condiciones, y puedo asegurarles que no es una experiencia agradable.

Su mirada centelleó cuando dijo esas últimas palabras mirándome. Apreté los dedos hasta que las uñas se me clavaron en las palmas de las manos, intentando ocultar mi dolor. Durante un año y medio le había temido: ahora supe que lo odiaba.

—Pero si prescindimos de esa ventana, nos veremos forzados a considerar… otras posibilidades menos racionales. Como ustedes saben, el día de su desaparición mi tío quemó una gran cantidad de papeles, incluyendo el manuscrito de Tritemio.

Magnus me lanzó una mirada nuevamente, como si quisiera decirme: «Oh, querida, sé perfectamente que no has oído hablar de Tritemio en tu vida».

—Y saben también que mi tío tenía la extraña convicción (derivada de Tritemio y posiblemente de Thomas Wraxford) de que el poder de un rayo podría utilizarse para invocar un espíritu, empleando esa especie de armadura para recoger toda la fuerza de la descarga. El otro día, al pasar por su estudio, encontré una hoja de papel que había caído tras una hilera de libros: tenía anotaciones, garabateadas apresuradamente, y en algunas partes eran absolutamente incomprensibles.

Sacó de su chaqueta una hoja de papel arrugada.

—No les cansaré a ustedes con la narración de mis esfuerzos por descifrar esta nota. La primera frase legible es: «Por fin, averiguado el significado de T». No sé si «T» es Thomas o Tritemio. Después se refiere a la armadura como «un portal» (esta palabra está muy subrayada) que puede utilizarse para «invocar» o para «ir al otro lado sin necesidad de morir» y rezaba para tener «fuerzas para soportar la prueba». En otras palabras, él creía que si se encontraba en el interior de la armadura cuando cayera un rayo, pasaría al otro mundo sin daño ni dolor, como se dice que los resucitados ascenderán al Cielo el Día del Juicio, según narran las Escrituras.

—Pero seguramente —dijo el doctor Rhys— cualquiera lo suficientemente loco como para ocupar esa armadura durante una tormenta eléctrica acabaría muerto… de hecho… ¿no es posible que su señor tío hiciera exactamente lo que usted sugiere y acabara reducido a cenizas, o incluso a vapor de agua, por la fuerza del rayo?

—Es posible, sí. Pero yo no he encontrado ni rastro de cenizas ni pruebas de nada quemado en el interior de la armadura. Por otro lado, hay hombres que han sido golpeados por el rayo y han sobrevivido… —se detuvo, como si se le hubiera ocurrido algo nuevo—; y otros han muerto instantáneamente o han quedado completamente carbonizados… Pero no conozco ningún caso en el que la víctima simplemente haya desaparecido de la faz de la tierra.

»Y, estoy de acuerdo, todo esto parecería absolutamente increíble si no fuera por el hecho incontrastable de la desaparición de mi tío. Para un científico no hay más que un camino: poner a prueba la hipótesis.

—Pero mi querido doctor Wraxford —dijo la señora Bryant—, no podemos estar sentados aquí durante días o semanas… esperando un rayo.

—Afortunadamente no hay necesidad de eso. He conseguido hacerme con un generador eléctrico… un aparato para crear una poderosa corriente eléctrica que Bolton manejará desde la biblioteca, así no nos molestará. La corriente se dirigirá hacia la armadura por medio de cables que pasan bajo la puerta. Aunque no será tan fuerte como un rayo, al menos la carga es continua.

»Hay una teoría, ya lo saben ustedes, según la cual el fundamento de los espíritus puede ser eléctrico. Para que los espíritus se comuniquen con los vivos (la cuestión que intentaremos mañana por la noche), esos entes con seguridad deben estar compuestos de… algo. Un algo capaz de almacenar energía y, sin embargo, evidentemente inmaterial. Así pues, para un científico es natural pensar en términos de fuerzas eléctricas y magnéticas.

»Incluso he comenzado a plantearme que la obsesión de mi tío, quizá, no era tan alocada como yo había supuesto. A menudo se dice que los dioses manejan rayos, y aunque esta imagen representa el primitivo temor ante las fuerzas de la naturaleza, puede también esconder una intuición certera. La misma idea se aplica a las prácticas espiritistas de unir las manos alrededor de una mesa. Los fantasmas y los espíritus se describen generalmente como emanaciones de luz… Uno piensa en el fuego de San Telmo o en los rarísimos fenómenos de los rayos en bola
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… Ustedes dirán que es una analogía descabellada, pero exactamente igual que un campo magnético puede hacer que un montón de limaduras de hierro se ordenen de acuerdo con un patrón complejo, así el alma, o el principio vital (llámenlo como prefieran), anima el cuerpo terrenal. ¿No podría ser que ese principio vital sea eléctrico, y que adopte alguna forma más sutil que la ciencia aún no ha podido comprender?

»Como les digo, éstas son meras teorías, pero ciertamente nunca tendremos mejor oportunidad para comprobarlas. Mañana por la noche intentaremos invocar a un espíritu, pero si eso fallara, estoy deseando probar un experimento más audaz: he ordenado a Bolton que active el generador eléctrico a toda potencia, y yo mismo ocuparé la armadura.

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