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Authors: John Harwood

Tags: #Intriga

El misterio de Wraxford Hall (24 page)

—Discúlpeme —dijo—, no quise sobresaltarla.

—Oh, no… —dije—. Pero creo que George y Ada han salido…

—Sí, me lo ha dicho la criada. He venido a verla a usted.

El sol me daba en los ojos, de modo que no podía ver su cara, pero mi corazón comenzó a latir cada vez más rápido.

—¿No quiere sentarse?

—Gracias —dijo, acercando la silla en la que Ada había estado sentada y colocándola frente a mí.

Venía ataviado como aquel día que hablamos en el cementerio, y su pañuelo y la pechera de su camisa refulgían con la luz del sol.

—Señorita Unwin… Eleanor, si me permite… —su voz parecía extrañamente dubitativa—, me pregunto si tiene usted alguna idea de lo que he venido a decirle…

Negué moviendo la cabeza sin pronunciar ni una sola palabra.

—Ya sé que dirá que es demasiado pronto… pero, Eleanor, no sólo he llegado a admirarla… sino a amarla. Es usted una mujer de un valor, una inteligencia y una belleza poco comunes, Y… en pocas palabras… he venido a pedirle que sea mi esposa.

Lo miré durante unos minutos sin decir absolutamente nada.

—Señor —tartamudeé finalmente—, doctor Wraxford… me siento muy honrada por… usted me honra más de lo que merezco… y estoy profundamente agradecida por toda su amabilidad hacia… hacia Edward… y hacia mí también… Pero debo declinar su… Es demasiado pronto, como usted dice, pero, sobre todo, porque no creo que pueda amarle a usted, o a cualquier otro hombre, como amé a Edward, y no sería ni justo ni correcto aceptar… aunque… es decir… no sería justo —concluí, apenas sin convicción.

—No le pido tanto —replicó—. No deseo ni espero ocupar el lugar de Edward en su corazón; sólo tengo esperanza en que pueda amarme de un modo distinto.

Incluso cuando estaba intentando encontrar las palabras adecuadas para rechazar su oferta, no pude evitar contemplar todas las ventajas de aceptar su proposición. Era inteligente, culto, apuesto, y quizá rico, y si no me había curado de mis «visitas», al menos estaría cerca de mí si volvían a presentarse…

—Lo siento —dije finalmente—, pero no puedo… Debería usted buscar una mujer que le ame con todo su corazón, como yo amé a Edward. Y, además, suponiendo que mi enfermedad vuelva a afectarme, si viera alguna aparición con su rostro…

Pero mientras hablaba supe que él constituía exactamente una protección contra aquellas apariciones.

—Sólo puedo decir, Eleanor, que me casaré con usted o con nadie. Yo era feliz siendo soltero, no tenía intención de casarme, pero usted se ha adueñado de mis pensamientos como jamás creí que pudiera hacerlo mujer alguna. Y respecto a su enfermedad, como usted la llama, se encuentra usted perfectamente, aunque no podemos estar seguros de que esté completamente curada. Queramos o no, tiene usted un poder que quizá sólo puede contenerse parcialmente. No me da miedo, pero a mucha gente le aterrorizaría —se inclinó hacia mí y me cogió la mano (la suya estaba sorprendentemente fría) y clavó sus ojos en los míos con aquella luminosa mirada—, pero temo que caiga usted en manos de aquellos que, si lo supieran, simplemente la encerrarían en un manicomio… ¿No fue eso lo que me dijo? ¿No fue su propia madre quien la amenazó a usted con internarla en un manicomio?

—Pero no puedo casarme simplemente porque… Debe usted darme tiempo —y me interrumpí de pronto, percatándome de lo que había dicho.

—Desde luego —dijo, sonriendo—. Todo el tiempo del mundo. Al menos, así puedo conservar la esperanza.

Ada y George se mostraron sorprendidos, aunque no extrañados, al oír que Magnus Wraxford me había propuesto matrimonio, y estuvimos hablando de ello hasta altas horas aquella noche.

—Si no estás segura de tus sentimientos —me decía Ada—, no debes aceptar. Siempre tendrás un hogar donde estemos nosotros.

Me fui a la cama decidida a rechazar su oferta. Pero también sabía que no podía ser una carga para ellos durante mucho tiempo más. Ada aún esperaba y ansiaba tener un niño, y un sueldo que apenas podría mantener a tres… ciertamente no sería suficiente para cuatro. Di vueltas y más vueltas en la cama, durante horas, o eso me pareció, antes de caer rendida en sueños inquietos, de los cuales sólo recuerdo el último.

Me desperté —o soñé que me despertaba— al amanecer, pensando que había oído que mi madre me llamaba. No me resultaba nada extraña su presencia en la rectoría; permanecí tumbada allí, escuchando, durante algún tiempo, pero la llamada no se repitió. Al final, me levanté de la cama y fui hasta la puerta vestida sólo con el camisón, y miré fuera. No había nadie en el pasillo, en el cual todo parecía que estaba exactamente igual que cuando estaba despierta, pero repentinamente me atenazó una aprensión aterradora. Mi corazón comenzó a latir con mucha fuerza, más y más ruidosamente, hasta que me percaté de que estaba soñando… y me encontré de pie en la más completa oscuridad, sin saber en absoluto dónde me encontraba. Sentí que había una alfombra bajo mis pies desnudos, y tropecé con un pliegue. Mi corazón aún latía violentamente, y adelanté una mano hasta que topé con algo de madera —un palo o algo parecido—; entonces deslicé un pie hacia delante hasta que sentí el borde sobre un espacio vacío… Había estado a punto de caer por las escaleras abajo.

A la mañana siguiente, Magnus Wraxford volvió a la rectoría y renovó su proposición de matrimonio. Y esta vez, acepté.

Una mañana gris de primavera, pocas horas antes de casarme con Magnus Wraxford, estuve una vez más junto a la tumba de Edward. Mis dudas habían comenzado aquella misma tarde: al contárselo a Ada y a George, había podido oír un tono de forzada felicidad en mi propia voz, y había podido ver mi propia inquietud reflejada en sus rostros. ¿Por qué no le dije, inmediatamente, al día siguiente, que había cambiado de opinión y que ya no quería casarme con él? En fin… cambiar de opinión con frecuencia es una de las prerrogativas femeninas, después de todo. No lo hice porque había dado mi palabra, porque ya le había rechazado la primera vez, porque él había depositado toda su confianza en mí… Las razones se multiplicaban como las cabezas de la Hidra. Había roto en mil pedazos los numerosos intentos de decirle por carta que no podía casarme con él porque no lo amaba como una esposa debe amar a su marido… Y cada vez que llegaba al «porque», podía oír su contestación: «No espero tanto; sólo espero que me ames cada día más…».

No podía comprender cómo había dado mi consentimiento a una proposición semejante, sólo en el curso de una hora en el jardín de la rectoría, y cómo pude pasar en tan breve tiempo de aceptar a un hombre al que apenas conocía a fijar el día de la boda en el plazo de menos de tres meses. Magnus había dicho que aunque podría casarse perfectamente por la iglesia, sería una hipocresía por su parte no declarar su carencia de fe cristiana, y, de algún modo, al admitir esta circunstancia, me encontré aceptando una ceremonia civil, que se celebraría con licencia especial el último sábado de marzo
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. Y antes de que pudiera darme cuenta, ya se había ido, dejándome con un ligero roce de sus labios en mi frente. Y cuando volvió al día siguiente fue para ofrecerme un viaje de bodas a cualquier lugar del mundo, y durante tanto tiempo como yo deseara. Le dije que no, que prefería embarcarme en la vida de casados sin más, pensando que al menos así no me vería obligada a quedarme sola con él tan pronto; pero después esa idea me pareció tan desconsiderada que me sentí incapaz de exponer mis dudas, tal y como había decidido: al fin y al cabo, él estaba dispuesto a apartar su trabajo sólo por darme gusto.

En todo caso, parecía que no quería nada más de mí: sólo que fuera su esposa, y compartiera con él su fortuna, y que viviera más o menos como me complaciera mientras él continuaba con su trabajo… No quería nada más de mí, excepto que le diera un hijo. Apenas me atrevía a considerar lo que aquello implicaba, pero también me culpé por aquellas dudas. Edward había muerto y yo jamás amaría a otro hombre del mismo modo; lo que pudiera sentir por Magnus sería completamente diferente, y quizá lo mejor sería no hacer comparaciones. No todas las mujeres que se casan satisfactoriamente aman a su maridos como yo había amado a Edward, esto era evidente, pero de todos modos adoran a sus hijos. Y, además, si rompía mi compromiso, ¿qué sería de mí? No podía quedarme con George y Ada, y al final, me quedaría completamente sola en el mundo.

Todo lo que recibí de mi madre, en respuesta a mi carta dolorosamente escrita, fue una fría nota de felicitación, lamentando que hubiera escogido para mi boda un día en el que resultaba de todo punto imposible que ella o Sophie pudieran asistir, puesto que Sophie se encontraba en aquel momento «en una condición delicada» —el eufemismo sólo podía entenderse como un insulto calculado— y le resultaría imposible abandonar Londres en ese estado; y, por supuesto, mi madre no podía ni pensar en dejar sola a Sophie para asistir a una ceremonia civil en tales fechas.

La generosidad de Magnus resplandeció con tanto más brillo cuanto más ruin fue la conducta de mi madre. Y, aun así, mi aprensión aumentó, hasta que Ada, que como siempre había adivinado mi inquietud, se ofreció para hablarle a Magnus en mi nombre.

—Pero… ¿qué voy a hacer si rompo mi compromiso? —dije llorando.

Apenas hacía quince días que me había comprometido con él.

—Quédate con nosotros —dijo Ada.

—No, no puedo. Si rompo mi compromiso de boda tendré que irme lejos de aquí. Quedarme sería una vergüenza para mí Y…

—¿Temes que si no te casas con él y no está junto a ti para ayudarte, tus problemas se repetirán? —preguntó Ada amablemente.

—Quizá…

—Eso no es suficiente para casarte, Nell. Permíteme que hable con él… o que hable George, si lo prefieres.

—No… no debéis…

—Entonces, ¿no puedes decirle que tu corazón aún le pertenece a Edward?

—Ya lo hice… ya se lo dije… la primera vez que me pidió matrimonio. Dice que no le importa.

—Pero Nell, me dijiste que él quería tener niños… ¿Entiendes lo que eso significa?

—Sí… pero no hablemos de eso… ahora.

—Bueno, entonces… pídele que te dé más tiempo —dijo Ada.

—Lo intentaré —contesté.

—No: prométeme que lo harás.

—De acuerdo… lo prometo.

Pero, fuera como fuera, lo cierto es que el momento adecuado para hablar con Magnus nunca llegó. Él estuvo muy ocupado con sus pacientes durante los dos meses siguientes y apenas pudo encontrar días para visitar brevemente Chalford. Yo me esforcé en disfrutar mis últimas semanas de libertad, pero la sombra de mi inminente matrimonio pendía sobre todos mis actos. George y Ada intentaron repetidamente persuadirme para que rompiera el compromiso, pero en todas aquellas conversaciones me sentí impelida a asumir el papel de abogado de Magnus, contradiciendo todos los argumentos de mis amigos con retahílas de sus virtudes y de mis propios defectos. Y cuando él apareció tres semanas antes de la fecha de la boda, ya en posesión de la licencia de matrimonio, tuve que asumir la inevitabilidad de comenzar con los últimos preparativos.

No es que hubiera mucho que preparar, porque yo ya había advertido que deseaba una boda pequeña y sencilla, y en esto, como en todo lo demás, él hizo lo que le pedí al pie de la letra. La inminente ceremonia era, desde cualquier punto de vista, una parodia de lo que se suponía que debía ser el día más feliz de mi vida, pero cualquier rastro de normalidad se había desvanecido con la negativa de mi madre a acudir, y desde que la ceremonia se planteó sólo como un paso previo para celebrar un banquete para cuatro personas. (No se me ocurrió nadie a quien deseara invitar, aparte de George y Ada, y todos los amigos de Magnus parecían estar dispersos por los rincones más inaccesibles del mundo). Ada y George, por supuesto, ofrecieron la rectoría, pero yo no quise, ni eso ni nada que pudiera haber disfrutado si me hubiera casado con Edward. La felicidad yacía enterrada en el cementerio de St Mary, y además, ya no importaba lo más mínimo que las costumbres de una boda se rompieran.

En cierta ocasión, como último recurso, Ada me había puesto a prueba diciéndome que traicionaba la memoria de Edward.

—Si le he traicionado, ya está hecho —contesté—, y romper mi compromiso no lo reparará.

Esas mismas palabras regresaron a mi mente cuando me encontraba junto a la tumba de Edward, la misma mañana de mi boda. En realidad, no podía sentir que hubiera sido desleal con él, ya que aquel matrimonio tenía muy poco de lo que yo quería para mí misma, y muy mucho de… una especie de compulsión moral. Le había dado mi palabra a Magnus en un momento de abandono personal, y me había persuadido de que podría llevar calor y felicidad a su vida a cambio de todo lo que había hecho por mí. Y si desde entonces me había sentido como una persona que sueña que está ante un notario y que está cediendo una preciosa posesión, y de repente se despierta y se encuentra en la oficina de su abogado, pluma en mano, con la tinta de su firma secándose… bueno, mi palabra no era menos palabra por eso. «Él nunca ocupará tu lugar, nunca», le dije calladamente a Edward. Y después, casi con furia, pensé: «Si me hubieras hecho caso y te hubieras mantenido apartado de esa mansión…». Pero de nuevo el sentimiento de su presencia se desvaneció.

—Perdóname —dije en voz alta mientras colocaba sobre su tumba las flores que había recogido para él… nomeolvides, campanillas, lirios y jacintos; y después, con los ojos anegados en lágrimas, me aparté de allí.

Cuarta parte:
Diario de Nell Wraxford

Wraxford Hall. Martes, 26 de septiembre de 1868

Ya todo es oscuridad… No sé qué hora es. Clara duerme profundamente en su cuna; tan profundamente que he estado a punto de ir a verla para asegurarme de que respira. Me encuentro horriblemente cansada, pero ya sé que no me dormiré. Mi cabeza zumba como un enjambre de avispas; no puedo pensar y sin embargo debo hacerlo… por ella. Dispongo de tres días antes de que llegue Magnus: tres días en los cuales debo poner por escrito todo lo que ha ocurrido, y prepararme para lo que me temo que ocurrirá.

Al menos he encontrado el escondite perfecto para ocultar este diario. No me atreví a comenzarlo en Londres, por temor a que Magnus pudiera encontrarlo. Si lo llegara a saber… pero eso no ocurrirá. No debo asumir que va a ocurrir lo peor… o perderé toda esperanza.

Comenzaré por describir esta habitación, o más bien estas dos habitaciones, ya que Clara duerme en una pequeña alcoba a la que se accede desde este cuarto… supongo que antaño fue un trastero o un vestidor. Estamos en la primera planta, aproximadamente a medio camino de un pasillo que se quiebra y gira tantas veces que una apenas puede estar segura de dónde se encuentra. Tuve que volver atrás y contar tres veces para convencerme de que hay catorce habitaciones en este corredor. Las escaleras para los criados se encuentran en la parte trasera de la casa, con una puerta que da a la parte principal de la mansión, en la fachada.

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