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Authors: Charles Brokaw

Tags: #Aventuras, #Relato

El enigma de la Atlántida (21 page)

BOOK: El enigma de la Atlántida
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Lourds sonrió.

—Veinte millones de dólares diarios.

Leslie se detuvo en un cruce y miró hacia las cuatro direcciones. La gente abarrotaba las calles y regateaba con los comerciantes.

—Cuando empezó a crecer demasiado se intentó cerrarlo —continuó Lourds—. Pero ya era demasiado tarde, había empezado a tener vida propia. En la actualidad sigue creciendo y al Gobierno le gustaría poder clausurarlo, pero los comerciantes y compradores están dispuestos a levantarse en armas para evitarlo.

—¿Por qué iba a querer nadie cerrar un sitio como éste?

—Porque no pueden controlarlo.

—¿Y para qué quieren controlarlo?

—Por cuestión de impuestos.

—¿Es todo mercancía libre de impuestos? —Leslie se detuvo frente a un contenedor que ofrecía bolsos italianos—. ¿Veinte millones de dólares diarios sin impuestos?

—Sí, lo que estás viendo es el mayor mercado negro europeo. Por curioso que parezca, también es un refugio de contrabandistas. A la venta hay artículos legales, falsificaciones y productos ilegales, munición y drogas. Este negocio funciona al aire libre simplemente porque nadie puede frenarlo.

Leslie examinó uno de los bolsos que había sobre una mesa. Lourds sabía que ninguna mujer se resistiría a una ganga. Aunque dudaba mucho que nada de lo que había en esa mesa lo fuera.

—No tenemos tiempo para comprar nada —intervino Natashya. Leslie volvió a dejar el bolso en su sitio a regañadientes—. ¿Dónde vamos a encontrarnos con tu amigo?

—No queda lejos de aquí —aseguró Lourds.

Una hora más tarde, Lourds estaba tomando una taza de café turco frente a una tienda que vendía pantalones vaqueros norteamericanos. Leslie los descartó inmediatamente por ser imitaciones. Lourds no se habría dado cuenta. Gary se entretenía filmando algunas tiendas e incluso le había pedido a Leslie que hiciera introducciones y cierres para una propuesta que 168 pensaban hacer a la BBC.

—¿Estás seguro de que tu amigo vendrá? —preguntó Natashya en ruso.

—Josef dijo que lo haría —contestó Lourds en inglés. No quería que Leslie y Gary se sintieran excluidos de la conversación.

Pasó otro incómodo minuto, que se alargó cinco más.

Natashya se puso a su lado. Por un momento pensó que iba a enfadarse con él por la situación en la que estaban, pero había centrado su atención en un joven que se acercaba a ellos. Metió la mano en el bolsillo.

No había duda de cuál era el destino de aquel joven, aunque se detuvo a pocos metros. Llevaba las manos en los bolsillos. Lourds sabía lo que tenía en ellas. Sus ojos no se apartaron en ningún momento de Natashya e imaginó que sería porque había juzgado que era la más peligrosa de todos.

—¿Señor Lourds? —preguntó en un inglés impecable.

—Sí.

—Me envía Josef Danilovic.

—¿Puedes probarlo? intervino Natashya.

El joven sonrió y se encogió de hombros.

—Éste no es un buen sitio para probar nada ni lugar para policías. He venido a ofreceros una forma de salir de la ciudad. Vosotros veréis si queréis seguirme o no.

Sonó el teléfono de Lourds y éste contestó. La batería estaba prácticamente agotada.

—¿Sí?

—¡Thomas! —lo saludó Danilovic con una voz jovial que revelaba cierta tensión.

—Hola, Josef. Acabamos de conocer a tu intermediario.

—Se llama Viktor, podéis confiar en él.

Lourds sabía que el joven estaba esperando la llamada porque estaba totalmente relajado. Natashya no bajaba la guardia.

—¿Puedes describirlo? Últimamente estamos un poco paranoicos.

—Por supuesto, vivimos tiempos muy paranoicos —dijo Danilovic antes de proporcionarle una acertada descripción.

—Gracias, Josef, espero verte pronto —se despidió antes de colgar.

—¿Es él? —preguntó Natashya.

—Sí, Josef lo ha descrito. Incluso me ha dicho qué ropa llevaba.

Viktor sonrió.

—Por supuesto, siempre podría tener un socio con un arma apuntando a la cabeza de tu amigo. Es decir, si queréis seguir con la historia de las paranoias. Pero si lo hacéis, dudo mucho que consigáis salir de este mercado.

Lourds cogió su mochila y se la colgó al hombro.

—¡En marcha!

—Esta vez te has superado, amigo —lo alabó Lourds al contemplar la mesa llena de comida en el amplio comedor de la casa de Danilovic. Había estado allí varias veces como invitado y estaba acostumbrado a la generosidad que se respiraba en aquel hogar.

Una mesa y unas sillas decoradas que podrían haber embellecido una casa de la realeza ocupaban el centro del comedor.

Las paredes estaban llenas de cuadros y jarrones, y otros objetos coleccionables llenaban los espacios entre ellos.

Danilovic restó importancia al halago con un decidido movimiento de la mano. Era un hombre pequeño y quisquilloso, que lucía un fino bigote. Vestía un traje caro con confianza y orgullo.

—He pensado que si tenía que organizar una huida de Moscú para vosotros, había que hacerlo a lo grande, ¿no te parece? —Su amplia sonrisa dejó ver un hueco entre los dientes y mantuvo el pulgar y el índice de una mano ligeramente separados—. Y quizá con un poquito de peligro.

—Si no te importa, prescindiremos del peligro —dijo Lourds con cierta tristeza—. Creo que ya hemos corrido el suficiente en los últimos días.

En la mesa había incluso tarjetas que indicaban el lugar que debían ocupar los comensales. Lourds y Danilovic los extremos. No le sorprendió que hubiera colocado a las dos mujeres a su lado.

Unas criadas con blusa blanca sirvieron vino y después apareció el jefe de cocina para anunciarles el menú. A pesar de la tensión que reflejaban las caras de todos los sentados alrededor de la mesa, se fijó en que prestaban toda su atención a las explicaciones de éste.

—He pensado que lo indicado sería cocina francesa. Empezaremos con una ensalada,
boeuf bourguignon
, o ternera estofada en vino tinto,
escargots
de Bourgogne con mantequilla de perejil,
fondue bourguignonne, gongére
y
pochouse
, que es una de mis especialidades —recitó antes de entrechocar los tacones y volver a la cocina.

—No conozco nada de lo que ha dicho, pero suena de maravilla —comentó Gary.

—Auguste es muy buen cocinero —aseguró Danilovic—. Se lo he pedido prestado a un restaurante, sólo por esta noche.

—No tenías por qué haberte molestado tanto —protestó Lourds.

—Ya. A ti te habría bastado con un sándwich y una cerveza, pero era a las damas —dijo mirando a Leslie y a Natashya-a las que quería impresionar.

—Me siento cumplidamente impresionada —agradeció Leslie.

—Gracias, querida —dijo Danilovic cogiéndole una mano para besarla.

«Pamplinero», pensó Lourds, aunque no pudo dejar de sonreír ante las payasadas de su amigo. Danilovic era uno de los hombres más sociables que había conocido nunca. Le encantaba montar un espectáculo y ser el centro de él.

La cena llegó enseguida. A la enérgica y crujiente ensalada le siguió una sopa de ternera y unos caracoles cocinados con cáscara. Gary se negó a comerlos. Para Lourds era la mejor mantequilla de perejil que había comido en su vida y pidió que se felicitara al cocinero.

La
fondue
tenía trozos de carne que redondeaban su sabor y conseguían que fuera aún más sabrosa. El
gougére
eran bolas de queso enrolladas en masa
chou
. Pero el remate fue la
pochouse
, pescado guisado en vino tinto.

El postre lo componían fresas y un pastel de crema
mascarpone
que se deshacía en la boca.

Más tarde se reunieron en el estudio de Danilovic, frente a un acogedor fuego que les protegía del frío exterior. Lourds y Danilovic encendieron unos puros y los dos se sorprendieron cuando Natashya aceptó uno. Bebieron coñac en grandes copas.

—¿No sabes quiénes son los hombres que os persiguen? —preguntó Danilovic.

Lourds negó con la cabeza.

—Creo que reconocí a alguno de Alejandría.

—Así que crees que van tras la misma pista.

—Es la única respuesta. —Lourds se había sentado en un mullido sillón que le pareció demasiado cómodo—. No hay motivo para que yo les interese.

Danilovic se inclinó hacia delante y le dio un golpecito en la rodilla.

—A mí siempre me has parecido interesante, querido catedrático.

—Estás borracho.

—Quizás un poco —dijo mirando a Leslie—. Pero quizá no es a ti a quien buscan, amigo mío, sino a la estrella de la televisión.

—No soy ninguna estrella y no sé nada de historia, lenguas u objetos.

—Sabes que van unidos —replicó Danilovic—. Mucha gente no es consciente de ello. —Tiró la ceniza en un cenicero y le lanzó una mirada evaluadora—. Y, sin embargo, encontraste la campana en Alejandría.

—Fue una casualidad.

Danilovic se encogió de hombros.

—Suelo ser un hombre de fe, querida, pero me dedico a una profesión que algunos podrían creer que deja al descubierto precisamente esas cosas. Esos hombres, los que os perseguían, buscaban la campana o, al menos, algo similar. Si no, no habrían ido a por ella.

—Podemos imaginar quién te persigue —señaló Natashya—. Al identificarlos, al saber más sobre por qué quieren los instrumentos, sabremos más sobre los propios instrumentos.

Danilovic sonrió de forma beatífica.

—Sí. Amigo mío, cada vez que vendo una pieza que ha caído en mis manos he de saber de quién la consigo, a quién se la voy a vender y lo suficiente sobre el objeto para entender qué lo hace valioso para los dos. ¿Por qué estás tan interesado en esos objetos?

—Por la lengua —respondió inmediatamente Lourds.

—Eso es lo valioso para ti, pero muy poca gente estaría interesada en una lengua muerta que puede costar años descifrar.

—No creo que me cueste tanto. Si consigo averiguar qué relación tienen, podré hacer una conjetura fundamentada y respaldarla con hechos —replicó Lourds.

Danilovic le dio una palmadita en la espalda.

—Estoy seguro de que lo harás. Sin embargo, los materiales con los que están fabricados esos objetos no tienen valor. No es ni oro ni plata, ni siquiera tienen incrustaciones de piedras preciosas. Son cosas muy sencillas. C on secretos escritos en ellas.

—Pero la gente que las birló ya sabía lo que había escrito en ellas —dijo Gary inclinándose hacia delante con entusiasmo—. Al menos saben lo que se supone que hay escrito en ellas. Como si fuera el mapa de un tesoro o algo así.

Lourds meditó sobre aquello.

—La gente que se llevó los instrumentos sabía lo que estaba buscando. Lo que no sabe es lo que hay escrito en ellos.

—Entonces, ¿de dónde han sacado lo que saben? —preguntó Leslie.

—Esa es una de las preguntas que deberíais formularos —continuó Danilovic—. Al hacerlo habréis estrechado el campo de quién puede estar persiguiéndoos.

—¿Y por qué lo hacen? —intervino Gary.

—También.

—Hay dos posibles razones —declaró Natashya tranquilamente—. Una es que tengan miedo de que Lourds descifre la lengua y ponga al descubierto los secretos que están protegiendo. Y la otra es que Lourds haya tenido relación, por suerte o por designio, con dos de los instrumentos que andaban buscando.

—Tenemos que ir a Leipzig cuanto antes, viejo amigo —comentó Lourds a Danilovic.

—¿Y abandonar mi hospitalidad tan pronto? —preguntó éste, sorprendido.

—No es por ninguna otra razón…

Danilovic levantó una mano y sonrió.

—No me siento desairado, entiendo vuestra prisa. Ya lo he arreglado todo. Por la mañana, Viktor os llevará a un barco en el que os he conseguido pasajes.

—Gracias —dijo Lourds.

—Por hoy, lo que deberíamos hacer es disfrutar de lo que queda de este coñac y hablar de los viejos tiempos.

12
Capítulo

Puerto comercial Illichivsk

Provincia de Odessa, Ucrania

24 de agosto de 2009

D
ónde estás, Natashya? —Ivan Chernovsky parecía calmado, pero Natashya sabía, después de haber trabajado largo tiempo con él, que no lo estaba.

—En Illichivsk. —No quería mentir, pues seguramente la descubriría enseguida, igual que haría ella con él.

La zona portuaria estaba en plena ebullición de trabajo y negocios. Situado a veinte kilómetros de Odessa, el segundo puerto más grande de aguas cálidas de la provincia, del
oblast
, Illichivsk se alzaba a su alrededor como cuna de la Compañía de Navegación del Mar Negro. Barcos de todos los tamaños anclaban en los muelles o surcaban lentamente sus aguas. Los estibadores subían o bajaban flete en los cargueros.

—¿Qué haces ahí? —preguntó Chernovsky.

—Estoy buscando al asesino de mi hermana. Te llamé pensando que podrías ayudarme.

—Los forenses encontraron una bala antigua en el cuerpo. Le habían disparado, pero no había recibido atención médica. La herida se había curado, pero la bala seguía ahí.

—¿La han identificado de la misma forma que hicimos en el asesinato de Karpov? —preguntó Natashya.

—Sí. La bala pertenecía a la pistola que le quitamos a un miembro de la mafia. Cuando la identificaron, le hice una visita.

Natashya seguía mirando de un lado a otro. Leslie había vuelto con Lourds y Gary, pero también había otro hombre a pocos metros de ellos.

Iba muy desaliñado. Llevaba una capucha baja sobre la cara y una chaqueta ligera a cuadros. Un observador normal lo hubiera confundido con un trabajador del puerto, pero Natashya se fijó en la calidad de las botas que llevaba y supo que no las utilizaba para trabajar en el puerto, aunque se hubiese vestido como para hacerlo. Chernovsky le había enseñado a fijarse en los zapatos de la gente. Normalmente se mudan de ropa antes o después de hacer algo ilegal, pero rara vez se cambian de calzado.

Apoyado en un contenedor que esperaba ser cargado, de vez en cuando hacía un gesto con la cabeza a los trabajadores y daba tragos a un vaso de papel. También hablaba por un móvil. No muchos de los estibadores pueden permitirse uno.

—Ese hombre identificó al muerto como parte del grupo que intentó robar un cargamento ilegal de antigüedades iraquíes que entraron durante la guerra con Estados Unidos. He hablado con algunos de los traficantes que se dedican a esa mercancía y también he enseñado la foto. Se llamaba Yuri Kartsev.

BOOK: El enigma de la Atlántida
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