«Hola, Yuliya», pensó Lourds.
—Si tienes en tu poder esta grabación he de imaginar que algo me ha sucedido. —Yuliya ladeó la cabeza y sonrió de nuevo—. Parece un poco tonto decir algo así, pero tanto tú como yo sabemos que no me refiero a nada tan disparatado como lo que sucede en las novelas de espías. Imagino que me ha sucedido algo en un accidente de coche. —Frunció el entrecejo—. O quizá me han atracado o mis jefes me han echado.
Lourds se obligó a mirarla mientras intentaba continuar, sabiendo que se habría sentido ridícula escogiendo las palabras. Notó que se le hacía un nudo en la garganta.
—Es la tercera vez que empiezo esta presentación. Hace muchos años, tomando coñac en aquel refugio para arqueólogos en Francia, quedamos en que lo haríamos así. —Sonrió—. ¡Qué serios nos pusimos sobre el tema estando borrachos!
A pesar de su estado de ánimo, a pesar de la pérdida, Lourds sonrió. Se habían visto unas cuantas veces antes de aquella ocasión en Francia, pero su amistad se cimentó allí.
—Seguramente pensaste que el acuerdo al que llegamos era una broma. Un chiste producto de demasiado alcohol, buena compañía y el hecho de que a los dos nos encantan las malas novelas de espías.
»Pero espero que encuentres esto. —La cara de Yuliya se puso seria de repente. Cogió el címbalo y lo mantuvo en alto para mostrarlo—. Mis investigaciones sobre este objeto han resultado ser muy interesantes. Creo que sería una pena que nadie diese con la verdad.
«Sobre todo porque han conducido a tu muerte», pensó Lourds.
Yuliya dejó el címbalo.
—Llevo un par de días intentando localizarte. —Sonrió con tristeza—. Imagino que estarás en alguna fiesta; la universidad habrá insistido para que vayas. O quizás andas detrás de un gran hallazgo. Espero que sea un libro de la biblioteca de Alejandría. Sé lo interesado que estás y también sé que ninguna otra cosa te apartaría de tus estudiantes. En cualquier caso, he organizado los archivos para enseñarte lo que he descubierto sobre el címbalo. Dónde lo encontraron, cómo lo encontraron y mis conclusiones.
A pesar de no querer hacerlo, Lourds miró hacia la parte inferior del vídeo y vio que la presentación llegaba a su fin. No estaba preparado para ver cómo desaparecía Yuliya y tuvo que contenerse para no detener la imagen.
—Espero que lo que he recopilado te sirva de ayuda y que encuentres el significado del címbalo. —Sonrió y se encogió de hombros—. ¿Quién sabe? Quizás alguien de mi departamento encuentre las respuestas antes de que esto caiga en tus manos. Pero, sobre todo, espero estar tratando este tema contigo dentro de unos días. Con un coñac, frente a la chimenea y con mi marido y mis hijos, pensando que somos la gente más aburrida del planeta.
El nudo de la garganta de Lourds se apretó de forma insoportable. Sintió una lágrima en el rabillo del ojo. La limpió con los dedos sin sentir ninguna vergüenza.
La imagen desapareció de la pantalla.
Nadie dijo nada cuando acabó el vídeo. La habitación estaba demasiado cargada de dolor y remordimiento. Leslie dejó tranquilos a Lourds y a Natashya, con sus sentimientos, pero no se fue de la mesa.
Lourds ahuyentó los fantasmas de su amiga y compañera.
Tenía que encontrar a sus asesinos y resolver un misterio. La tristeza no ayudaba a Yuliya en nada.
Sacó una libreta de páginas amarillas, su herramienta preferida para asociar pensamientos libremente, y anotó la estructura de los documentos de Yuliya. Tomó nota de la fecha de creación y después de sus actualizaciones conforme Yuliya iba descubriendo más información.
De esa forma podría ir siguiendo su línea de pensamiento y la cadena lógica.
—¿Necesitas algo? —preguntó Natashya al cabo de un rato.
—No —contestó Lourds, que echó un vistazo a los textos sobre el címbalo que había dejado Yuliya—. Sólo tengo que leer todo esto.
—Vale. —Natashya permaneció en silencio, pero no se fue de su lado y prestó atención a todo lo que iba haciendo.
Al cabo de una hora, Gary dejó un auténtico banquete al lado del ordenador y la libreta de Lourds.
El joven no había tenido ninguna verdura fresca con la que trabajar, pero había conseguido cocinar un sustancioso guiso con unas latas de patatas, zanahorias, judías y maíz. Le había puesto unos cubitos de caldo de carne. Pan frito en aceite de oliva acompañaba los boles con el guiso.
Atraído por el aroma de la comida después de no haber ingerido alimento alguno en todo el día, Lourds apartó el ordenador. En cuanto lo hizo lo asaltaron a preguntas.
—¿Sabía Yuliya quién podía querer asesinarla? —preguntó Natashya.
—No creo —contestó Lourds—. No he encontrado mención alguna a alguien que la estuviera acosando. No parecía estar preocupada por nadie en especial, sólo he visto algunas cuestiones políticas sobre el objeto. Los miedos habituales de cualquier investigador.
—¿No mencionaba a ningún coleccionista o traficante de antigüedades?
—No que yo haya visto.
—Pero el que se lo ha llevado tiene que ser alguien relacionado con ese mundo —insistió Natashya.
—¿Por qué? —preguntó Leslie.
—Por la forma en que descubrieron el címbalo —contestó mientras tomaba notas en cirílico en su agenda digital.
Lourds consiguió leer lo suficiente como para darse cuenta de que eran notas para ella misma, de las que él no entendía nada.
—Sigo sin entender esa deducción —dijo Leslie.
Gary cortó un trozo de pan y lo untó en el guiso.
—Los asesinos se enteraron de la existencia del címbalo por la página web, tía. O estaban buscando ese objeto o controlaban el correo electrónico de Lourds. Si no, se lo hubieran llevado cuando lo encontraron en la excavación.
Todo el mundo se lo quedó mirando.
—¡Eh! —dijo Gary un tanto intranquilo—. Sólo es un comentario. Es lo que habría hecho yo si quisiera algo tanto como para matar por ello. Cogerlo antes de que se conociera. No hace falta ser muy listo para saber cómo aparecieron los asesinos en el laboratorio de la doctora Hapaev. Además también buscaban la campana que Leslie encontró en Alejandría. Estaba en una página web. Los malos siguen un patrón.
—Entonces, ¿coleccionistas profesionales? —comentó Leslie.
—O ladrones profesionales —intervino Natashya.
—De cualquier forma, estamos buscando a alguien que conoce bien lo que sucede en el mundo de las antigüedades. Se lanzaron sobre los objetos mucho antes de que vosotros, los profesionales, supierais lo que teníais entre manos.
—La campana y el címbalo no son muy atrayentes para los coleccionistas. Son de barro, no de ningún metal precioso, tienen unas inscripciones que no se han traducido y puede que jamás se traduzcan, y parecen provenir de una cultura desconocida. A los coleccionistas les gustan los objetos antiguos, pero se sienten atraídos por las cosas más conocidas y codiciadas: bronces chinos Shang y Tang, jarrones Ming, objetos funerarios egipcios, estatuas de mármol griegas, oro y turquesas mayas, bronces y mosaicos romanos. Cosas como ésas. A los coleccionistas les encantan las cosas relacionadas con gobernantes poderosos o famosos. Conozco gente que mataría alegremente por un carro de bronce de tamaño natural de la tumba del emperador Chin, por ejemplo.
»Estos objetos son diferentes. Son antiguos y misteriosos, así que atraen a investigadores e historiadores. Pero no son el tipo de objetos que interesan a coleccionistas ricos u obsesionados. No se sabe de dónde proceden. No tienen certificado de autenticidad. Ni siquiera sabemos qué cultura los originó. Son antiguos e interesantes, pero no son precisamente el Santo Grial.
—Pues, si no van detrás de los instrumentos, ¿qué es lo que andan buscando? —preguntó Leslie.
—Creo que sí quieren los instrumentos. Gary tiene razón, hace tiempo que los andaban buscando. Pero no creo que fuera por ellos mismos, sino más bien por lo que representan.
—Así que buscamos algo que despierta un interés muy especial. Y a la gente que le interesa ese algo —comentó Natashya.
—Sí, eso creo —dijo Lourds, que había notado el frío destello en los ojos de aquella mujer. Estaba seguro de que podría ser una asesina a sangre fría si así lo quisiera. Pero él tampoco sentía ninguna piedad por los hombres que habían asesinado a Yuliya. De hecho les deseaba un tiro limpio.
—¿Sabía algo la doctora Hapaev sobre el origen del címbalo? —preguntó Leslie.
—Sí, creía que provenía de África Occidental. Aún más, estaba segura de que lo había fabricado el pueblo yoruba, o sus antepasados.
—¿Por qué?
—Los yorubas eran unos notables mercaderes, todavía lo son.
—También fueron capturados y vendidos por los traficantes de esclavos —intervino Gary, y todo el mundo se volvió hacia él—. ¡Eh! Veo el Discovery Channel y el Canal de Historia. Cuando empezamos a preparar este programa especial con el profesor Lourds empollé algún material que pudiéramos utilizar. Son unas historias geniales. Aunque las cosas no han salido como esperaba. Creía que habría más excavaciones y menos asesinos, tío.
—Siento haberte decepcionado —se excusó Lourds—. Según Yuliya, debido al tráfico de esclavos, la lengua de los yorubas se extendió. Es una lengua que sigue el patrón AVO.
—Eso sí que no tengo ni idea de lo que es —comentó Gary antes de llevarse otra cucharada a la boca.
—Es jerga profesional. Significa «agente-verbo-objeto». Es la secuencia, el orden si prefieres, en el que las palabras aparecen en las frases habladas o escritas de una cultura. También se conoce como SVO. El inglés, al igual que el setenta y cinco por ciento de los idiomas mundiales, sigue esa secuencia. Un ejemplo podría ser: «Pedro fue a casa». ¿Lo entendéis?
Todo el mundo asintió, incluso Gary.
—La lengua yoruba también es tonal. La mayoría de los idiomas no lo son. En general, cuanto más antigua es una lengua, más posibilidades hay de que sea tonal. El chino, por ejemplo, es un idioma tonal. Menos de la cuarta parte de las lenguas mundiales comparten esa característica. El yoruba es único en ese sentido.
—¿Por qué creía Yuliya que el objeto provenía de África Occidental? —preguntó Leslie—. Lo encontraron aquí, ¿no?
—Sí, pero estaba convencida de que se trataba de un artículo de comercio y de que no lo fabricaron aquí. El tipo de cerámica no tiene relación con la local en absoluto. Además, algunas de las inscripciones del címbalo son posteriores. Para demostrar quién era el dueño. Yuliya lo apuntó en sus notas. Podéis ver esas inscripciones en algunas de las fotografías.
—¿Están en lengua yoruba? —inquirió Natashya.
Lourds asintió.
—He leído lo suficiente de ese idioma como para reconocerlo. Pero la lengua original del címbalo, lo que Yuliya creía que era la lengua original, no es yoruba. Es otra cosa.
—Debió de ser una locura para ella. Supongo que por eso quería ponerse en contacto contigo —intervino Leslie.
—Eso imagino.
—¿Puedes descifrar la lengua de la campana y del címbalo? —preguntó Leslie.
—Son dos lenguas diferentes. Con el tiempo creo que podré descifrar las inscripciones. Me vendría bien tener más texto con el que trabajar. Cuanto más pequeña es la muestra con la que trabaja un lingüista, más difícil resulta el proceso.
—¿Cuánto tiempo necesitarás? —preguntó Natashya.
Lourds la miró y decidió ser sincero con ella.
—Podría tardar días, semanas, años…
Natashya soltó un juramento en ruso y después resopló con fuerza.
—No tenemos tanto tiempo.
—Una tarea como ésta puede ser inmensa —confesó finalmente.
Los ojos de Natashya echaron chispas de indignación.
—Esos hombres asesinaron para conseguir el címbalo. Creo que estaban sujetos a un calendario. Por eso tomaron medidas tan desesperadas. Si tienen un programa, son vulnerables.
—Si tienes razón sobre lo de que conocían la existencia de la campana y del címbalo antes de que aparecieran, entonces la persona que lo hizo podía llevar años buscándolos. Puede que simplemente estén desesperados por haberlos estado buscando durante tanto tiempo —comentó Gary.
—No puedo esconderos en la ciudad mientras buscáis información —los cortó Natashya—. Además de mi trabajo, está la cuestión de los hombres que han intentado asesinaros.
—No creo que aquí consigamos más información —dijo Lourds—. Si estuviera aquí, estoy seguro de que Yuliya la habría encontrado. —Se acercó el ordenador y abrió otra carpeta—. Nos dejó una pista a seguir.
—¿Qué pista? —preguntó Natashya inclinándose hacia él.
—Menciona a un hombre en Halle, Alemania, que es una autoridad en la lengua yoruba. El catedrático Joachim Fleinhardt, del Instituto Max Planck de Antropología Social.
—¿Alemania? —repitió Natashya frunciendo el entrecejo.
—Según las notas de Yuliya, el catedrático Fleinhardt es una eminencia en la trata de esclavos de África Occidental. Intentó ponerse en contacto con él después de escribirme.
Natashya se irguió y fue hacia la ventana. Corrió las cortinas y miró al exterior.
Lourds tomó una cucharada del guiso y un poco de pan. Observó que la mujer estaba pensando. No podía imaginar lo que pasaba por su cabeza, pero estaba seguro que el deseo de capturar a los asesinos de su hermana predominaba en sus pensamientos.
Finalmente se dio la vuelta y se puso frente a ellos.
—Voy a hacer unas llamadas. Quedaos aquí hasta que vuelva.
Leslie se ofendió.
—No puedes darnos órdenes sin más.
—Y tampoco podré protegeros de esos tipos si os aventuráis por la ciudad —replicó Natashya con tono severo—. Quieren la información que mi hermana le dejó a Lourds. Saben que la tenéis. Si creéis que estaréis mejor sin mí, podéis iros. Quizá me entere de quiénes son cuando investigue vuestros asesinatos.
—La inspectora Safarov tiene razón, Leslie —dijo amablemente Lourds—. Salir del país puede ser problemático. Al menos de forma convencional.
Leslie cruzó los brazos sobre el pecho con cara de pocos amigos.
—Me voy. Con un poco de suerte quizás encuentre la forma de que podamos ir a Halle —dijo Natashya.
—¿Podamos? —repitió Leslie.
—Podamos —confirmó Natashya—. Ninguno de vosotros está preparado para enfrentarse a ese tipo de gente.
Salió del apartamento sin decir una palabra más, y la puerta se cerró tras ella.