—Hasta ahí te sigo, pero eso no explica por qué vamos a la universidad.
—Yuliya era una entregada artesana en su trabajo. Odiaba pensar que las grandes historias en las que estaba trabajando no vieran nunca la luz del día. Quería que hubiera alguien capaz de encontrar sus proyectos si le ocurría algo. Así que…
—Fabricó un escondrijo en la Universidad Estatal de Moscú. —Leslie acabó la frase. Sonrió, tanto por lo que les esperaba como por su capacidad para entender el motivo del viaje.
—Exactamente. —Lourds le regaló una de las sonrisas que normalmente reservaba para las estudiantes listas que hacían un buen razonamiento lógico.
—Lo complicado será salir del país con lo que haya dejado.
Lourds no dijo nada, pero estaba seguro de que salir del país sería solamente uno de los problemas con los que iban a enfrentarse.
Universidad Estatal de Moscú M. V. Lomonósov
Moscú, Rusia
21 de agosto de 2009
—No imaginaba que fuera tan grande —se maravilló Leslie.
Lourds levantó la cabeza y miró la imponente estructura. La torre central del edificio principal tenía treinta y seis pisos. La universidad había sido fundada en 1755, pero fue Stalin quien ordenó la construcción del edificio principal. Había sido uno de los siete proyectos de construcción obligatoria durante el mandato del antiguo secretario general del Partido Comunista. En la década de los cincuenta, el edificio principal y sus gemelos habían sido los edificios más altos de Europa.
Relojes, barómetros y termómetros gigantes, estatuas y relieves decoraban el exterior del edificio. En su interior había una comisaría de Policía y una estafeta de correos, oficinas administrativas, bancos, biblioteca, una piscina y varias tiendas.
Lourds tuvo que admitir que resultaba extremadamente impresionante para alguien que la viera por primera vez.
—Ya, yo sentí lo mismo la primera vez que la vi. Creo que uno no se acostumbra nunca.
Dejaron el coche en una calle cercana en vez de aparcar dentro de la universidad. Leslie preguntó que por qué tenían que andar tanto, y Lourds le explicó que no quería llamar la atención.
Leslie aceptó a regañadientes la larga caminata. Gary parecía menos entusiasmado con la idea.
Las instalaciones, a pesar de las duras condiciones económicas a las que se enfrentaba el país, estaban bien equipadas y limpias. Se veían arbustos y matorrales en flor, aunque fueran modestos.
Estudiantes y profesores caminaban por los pasillos o se reunían frente a los edificios. Lourds sintió una punzada de nostalgia al ver a esos grupos. Se acordó de sus clases. Sus asistentes eran competentes y apasionados con sus estudios, pero a él le gustaban los primeros días de clase, pues le encantaba conocer a sus alumnos antes de que se sumergieran en el aprendizaje.
Unos cuantos profesores lo saludaron mientras caminaba resueltamente. Devolvió los saludos sin pensarlo, en el idioma y con el acento de su interlocutor. Al poco rato se dio cuenta de que Leslie ponía cara meditabunda y se acordó de que no hablaba ruso, y mucho menos ninguno de sus dialectos.
Subió unas escaleras y aprovechó un momento que estuvieron los tres solos.
—Sonreíd y asentid con la cabeza, yo me encargaré de las conversaciones —les indicó a Leslie y a Gary.
—Vale, pero me siento un poco extraña. No es como ir de compras a Chinatown. Allí me las apaño aunque no sepa chino. Sé que puedo comunicarme con la gente porque la mayoría de ellos hablan inglés, aunque sea rudimentario.
—Aquí la gente habla bastante mejor el inglés —les advirtió—. La mayoría de los norteamericanos no hablan otros idiomas. Los niños de las escuelas inglesas tratan con más idiomas que los niños estadounidenses, así que imaginaba que eras bilingüe. En Rusia la gente se ha preocupado por hablar nuestro idioma. En muchos casos muy bien.
—Vale.
—Así que seguramente podrías conversar con cualquiera de los que nos cruzamos, pero no me gustaría que comentaran que habían visto a un grupo de extranjeros por los pasillos.
—De acuerdo.
Lourds enseñó el carné de la biblioteca que le había conseguido Yuliya e intercambió cumplidos con el anciano que cuidaba de las colecciones de aquella inmensa biblioteca. El hombre lo recordaba de anteriores visitas con Yuliya.
—Ah, profesor Lourds. ¿Otra vez entre nosotros?
—Por poco tiempo —contestó Lourds mientras le entregaba el carné para que lo escaneara.
—¿Puedo ayudarle en algo? —inquirió el hombre devolviéndole el documento.
—No, gracias, conozco el camino.
Lourds fue hasta la parte trasera de aquella gran sala llena de libros. Cuando el bibliotecario no podía verlos, atravesó las estanterías haciendo un camino serpenteante hasta su objetivo. La biblioteca estaba equipada con cámaras de vigilancia y no quería parecer demasiado decidido.
Había pocos profesores y estudiantes. Ninguno parecía excesivamente interesado en ellos.
Avanzó por un pasillo y encontró la sección dedicada a la lingüística. Notó con satisfacción que había muchos más volúmenes con su nombre. Por supuesto, algunos eran traducciones de
Actividades de alcoba
. Los gastados lomos indicaban que se habían leído mucho.
—Veo que los gustos de los universitarios no cambian de un país a otro —comentó Leslie sarcásticamente.
—No mucho, pero, aun así, cualquier cosa que los lleve a buscar conocimientos me parece bien. El sexo, o al menos la promesa del sexo, atrae más atención que cualquier otra cosa en el mundo, sobre todo si eres un chaval sano de diecinueve años —comentó mirando a Leslie—. Y no sólo les gusta a los adolescentes. Que yo recuerde es el libro que hizo que te fijaras en mí y, sin duda, fue el que utilizaste para convencer a tus productores.
Las mejillas de Leslie se sonrojaron levemente.
—Al Departamento de Marketing le encantó la idea, por supuesto.
—Pues claro, y espero que se mencione en los anuncios de la serie de televisión.
—¿Te molestaría?
—En absoluto. Me pagan derechos —aclaró sonriendo—. Como puedes ver ha sido una especie de
bestseller
internacional. Me ha permitido un estilo de vida diferente al de un simple estudioso.
Se arrodilló delante de los libros. Sacó uno y pasó la mano por la parte de abajo del estante superior. No notó nada.
Sintió cierta desazón. No esperaba irse con las manos vacías. Se apartó.
—¿Qué pasa? —preguntó Leslie.
—No hay nada.
Leslie se arrodilló a su lado y miró bajo el estante.
—Puede que no tuviera tiempo de dejar nada.
Leslie levantó la vista y miró los libros que había en el estante superior.
—Ahí también hay varios libros tuyos.
Lourds miró y comprobó que era cierto.
—Al parecer la biblioteca ha adquirido más ejemplares de mis obras. —Pasó los dedos por la parte interior del estante y notó el afilado borde de un estuche de DVD. Tiró de él, pero no se desprendía con facilidad.
—¿Qué pasa? —preguntó Leslie.
—Está pegado. —Lourds sacó una linterna de bolsillo y miró la fina caja de plástico. La luz dejó ver unos pegotes de líquido seco en los bordes.
—Parece pegamento —indicó Leslie.
La estantería se movió. En su segundointento, el estuche serompió. Lo sacó y lo sujetó entre los dedos.
—Tío, espero que no lo hayas roto —comentó Gary.
Lourds observó la pálida superficie de la caja, pero no consiguió ver el contenido. Esperaba no haberlo estropeado.
En ese momento apareció una figura en el otro extremo de la sala.
—¿Profesor Lourds?
Éste levantó la vista y vio al bibliotecario.
—¿Pasa algo? Me ha parecido oír un ruido.
No supo qué decir. No tuvo tiempo de ocultar la caja del DVD; seguro que el bibliotecario la había visto.
Gallardo se sentía vulnerable conforme avanzaba por la biblioteca de aquella universidad rusa. Llevaba ropa de calle —pantalones caqui, camisa Oxford y jersey-ocultos con un largo abrigo de lana. Pero su vestuario no podía hacer nada por disimular su mirada. Un solo vistazo y cualquiera se daría cuenta de que no era un estudiante.
DiBenedetto y Cimino cubrían sus flancos. El más joven de ellos hacía comentarios cuando alguna mujer pasaba a su lado. Sonreía y actuaba como si fuera un estudiante camino de un examen.
Miroshnikov, uno de los hombres que había reclutado para que le ayudaran en Moscú, estaba en la puerta de la biblioteca. Había sido el que había seguido a Lourds y al equipo de televisión hasta edificio.
—¿Sigue dentro? —preguntó en inglés, porque era el único idioma con el que podía comunicarse con Miroshnikov.
—Sí.
Gallardo asintió y metió una mano en el bolsillo del abrigo para palpar la pistola con silenciador que llevaba.
—¿Dónde?
—En los pasillos del fondo.
—Vamos.
Miroshnikov entró el primero, seguido de cerca por Gallardo. Oyeron un sonido a la izquierda. El anciano que había detrás del mostrador se alertó. Salió de su puesto y se dirigió hacia donde provenía el ruido.
Gallardo siguió al bibliotecario, pero hizo una señal a DiBenedetto y a Cimino para que se desplegaran. Desaparecieron entre las estanterías de inmediato.
Miroshnikov iba delante de Gallardo, hacia la izquierda. Tenía un buen ángulo de tiro y su mano se acomodó a la pistola de su bolsillo.
El bibliotecario se detuvo tan de repente que Miroshnikov casi tropieza con él.
—Profesor Lourds —dijo el bibliotecario con un ligero tono acusador.
Gallardo salió del campo de visión justo a tiempo y prestó atención. Miroshnikov cruzó el pasillo y ocupó su posición en la siguiente estantería.
Cuando Lourds contestó, Gallardo identificó su voz, pero no entendió lo que decía. Evidentemente hablaba muy bien el ruso.
Echó un vistazo desde la esquina de una estantería y vio a Lourds y al equipo de televisión frente al bibliotecario, como niños con cara de culpables. El anciano se interpuso entre ellos, obviamente preocupado por lo que había pasado.
La caja de plástico que Lourds tenía en la mano atrajo la atención de Gallardo. Por lo enfadado que parecía el bibliotecario estaba seguro de que llamaría a seguridad. Sabía que no podía dejar que aquello ocurriera.
Sacó el arma del bolsillo, se cubrió con un pasamontañas y salió de detrás de la estantería. Miroshnikov hizo lo mismo. Los silenciadores enroscados en los cañones de las pistolas aumentaban su tamaño y les conferían un aspecto amenazador. Gallardo esperaba que sólo enseñarlas bastaría para que nadie intentara hacer ninguna locura.
—Me llevaré eso —gritó en inglés.
El bibliotecario se dio la vuelta con grandes muestras de irritación. Gallardo imaginó que intentaba echarle una feroz reprimenda, pero aquel impulso se heló en los marchitos labios del anciano cuando vio el arma.
—¡De rodillas! —le ordenó Gallardo—. Cruce los tobillos.
El bibliotecario obedeció y apenasconsiguió hacer lo que le había pedido.
Lourds mantuvo el suficiente aplomo como para empezar a echarse hacia atrás. Cogió a la joven de la mano y tiró de ella.
—Si tengo que disparar lo haré, señor Lourds —lo amenazó apuntándole con la pistola—. Empiezo a pensar que muerto me causará menos problemas.
DiBenedetto apareció al otro lado del pasillo.
Bloqueada la huida, Lourds se quedó quieto.
Gallardo sonrió. Sabía que aun a través del pasamontañas, notarían su amenazadora expresión. Avanzó lentamente y Miroshnikov lo siguió.
—Matémoslos, no los necesitamos vivos —sugirió DiBenedetto.
Un fuerte golpe sonó a la espalda de Gallardo antes de que éste pudiera hacer nada. DiBenedetto se hizo a un lado y cogiendo el arma con las dos manos apuntó hacia Gallardo.
—¡Cuidado! —le advirtió.
Gallardo intentó darse la vuelta, había oído el movimiento a su espalda. Cuando giró la cabeza vio a Miroshnikov inconsciente en el suelo. En ese mismo momento notó el cañón de una pistola en el cuello.
—Si te mueves, dispararé —lo amenazó una voz femenina.
Natashya Safarov mantenía la pistola pegada al cuello de aquel hombre corpulento. Si apretaba el gatillo, la bala le desgarraría la garganta.
Natashya noto la descarga de adrenalina mientras pensaba dónde estaría el otro hombre. Había llegado a la universidad después de Lourds y los hombres que lo seguían. Éstos no se habían percatado de que había aparcado a cierta distancia y les había seguido.
—Dile a tus amigos que tiren las armas o te mataré, y me arriesgaré a ver qué pasa con ellos. Personalmente confío más en mí. ¿Qué te parece?
Antes de que pudiera contestar, Lourds entró en acción. Natashya quiso gritar, iba a conseguir que lo mataran.
Lourds cogió la mano del pistolero y la levantó. El arma hizo un ruido seco y una bala impactó en el techo. Una leve nube de polvo cayó sobre ellos. Antes de que pudiera recobrarse, Lourds sacó un pesado volumen de la estantería y le golpeó en la cara.
La sangre brotó de la rota nariz de aquel hombre, que se encogió. Lourds aprovechó el momento para darle una patada a la pistola. Después se dio la vuelta, cogió la muñeca de la joven y la apremió para que se moviera.
Por increíble que pudiera parecer, el robusto tipo al que Natashya retenía empezó a moverse hacia delante. Lo agarró por la mandíbula y apretó el cañón del arma con fuerza sobre la piel.
—Mala idea.
El hombre se quedó quieto.
Los dos contemplaron impotentes cómo Lourds y sus dos acompañantes desaparecían entre las estanterías. Natashya maldijo en voz baja.
Levantó la vista, vio la cámara de seguridad que había en el techo y ordenó al hombre que avanzara hasta el final del pasillo. El pistolero joven intentó ir a gatas hasta la pistola. Natashya le dio una patada en la sien y el hombre cayó inconsciente.
Después le quitó el pasamontañas al hombre fornido. Lo arrojó lejos y giró su cara hacia la cámara.
—Dile a tu amigo que salga de su escondite, ¡ahora! —le ordenó.
—¡Cimino, sal donde pueda verte!
Al poco, el hombre apareció. Llevaba una pistola con silenciador colgando de un dedo por el guardamonte.
—¡Tírala hacia aquí! —le ordenó Natashya.
El hombre obedeció.
—¡Al suelo! ¡Sobre el estómago y con las manos cruzadas sobre la nuca! Estoy segura de que sabes hacerlo.