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Authors: Michael Burt

Tags: #Policiaca

El caso de la joven alocada (4 page)

—Creí que las esmeraldas eran buenas —dije—. ¿Va a beber otra cosa?

—Gracias. Seguiré con mi ginebra y mi lima. ¿Le escandaliza esto?

Me levanté y recogí los vasos.

—En absoluto —contesté haciendo deliberadamente como que no entendía—. No es lo que acostumbro a tomar, pero le gusta a mucha gente. El jugo de lima tiene… valor terapéutico o algo así, ¿no es cierto?

Y con esto salí de la habitación.

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A
DECIR
verdad, yo no sabía si escandalizarme o no.

Por una parte, me enorgullecía, más bien, de no ser ni pedante ni gazmoño. Y puesto que odio especialmente a los que predican una cosa y hacen otra, y mis años juveniles no se han destacado por estas virtudes simbolizadas por el blanco lirio, no creía tener derecho a criticar o a calificar la conducta de los demás. Por otra parte, algo, acaso la edad madura que se acercaba, me inducía a protestar contra esta chica atractiva, la hija, de Lulú, que seguía tan asiduamente los pasos de su madre o más bien aventajaba a quien, después de todo, nunca había sido una profesional. Lulú fue una criatura apasionada, y sus pecados fueron cometidos
quia multum amavit
. Yo dudaba que pudiera decirse lo mismo de su hija.

Sin embargo, conforme Bill Thrush preparaba nuestras bebidas, decidí que esto no era asunto mío. Ni literalmente, ni metafóricamente me consideraba in loco parentis con Bryony, y desde hace tiempo me he disciplinado en abstenerme de abrir juicio sobre asuntos que no me conciernen directamente. En tanto que Lulú, en virtud de nuestra intimidad, me había halagado mucho al decir a su hija que acudiera a mí para ayudada en caso apremiante, yo no tenía responsabilidad alguna del bienestar moral o físico de esta joven. No era cosa mía cómo pasaba su tiempo o cómo conseguía sus autos y sus joyas. Ni había la más mínima razón para suponer que ella prestaría la menor atención, excepto para reírse, a cualquier consejo paternal o muy fraternal que yo me atreviera a darle.

Era, claramente, una joven de conceptos propios muy decididos, indisciplinada y nada dispuesta a lecturas reformativas. Por principio, acaso, yo debería aliviar mi conciencia reprendiéndola, aunque no ignoraba que se limitaría a hacer una mueca de misericordia y a tildarme de viejo loco y beato.

Y el mal estaba en que yo no era lo suficientemente viejo para ser completamente indiferente al concepto que yo le mereciera. Yo tenía solamente treinta y cinco años, y todavía me atraían las jóvenes. Y no se podía negar el hecho de que Bryony era una de las jóvenes más fascinantes que hubiera encontrado últimamente.

9

S
E HABÍA
quitado una sandalia y se estaba cortando una uña anaranjada cuando volví a la sala. Y observé con aprobación que, para perfección de formas, el pie cumplía la promesa del fino tobillo.

—Le estoy costando un disparate en bebidas –dijo conforme se volvía a calzar la sandalia—. ¿Puedo pagar esta vuelta?

Hice un gesto negativo con la cabeza, y me senté de nuevo frente a ella. Dije:

—Supongamos que ponemos punto a todas estas digresiones, y entramos en el asunto, Bryony. Recuerde que me citó aquí para un propósito específico, y que todavía no sé de qué se trata. Con la sorpresa de descubrir que usted era la hija de Lulú he dejado apartar un poco la conversación del asunto. Volvamos de nuevo a él, ¿no le parece? Aparte de su identidad, todo lo que sé de usted es que dice estar metida en un atolladero y en un lío, como se dice ahora. Si he de ayudarla, sería bueno que me diera una idea de la naturaleza y extensión del tal atolladero.

Bryony se mordió los labios y me miró con ojos inquietos.

—¿Tengo que hacerlo? —objetó.

—Pero, ¡hija de Dios! —protesté con calor—, si no me dice de qué se trata, ¿cómo diablos puedo ayudarla? Quiero decir que…

—Bueno; acepto que esto no es sensato, pero yo creí que usted iba a ser buenito y me ayudaría sin preguntarme nada. Yo… yo no puedo decide bien exactamente lo que me pasa.

De mala gana, por necesidad, toqué el punto más ingrato.

—¿Una criatura? —sugerí, toscamente.

Se rió de mí.

—Naturalmente que no —replicó insolente—. ¡Qué típico de la imaginación masculina! Si hubiera sido eso, no lo habría molestado. De cualquier forma, me parece que es una cosa bien simple.

La miré burlonamente.

—¿Drogas? —aventuré.

—Tampoco —replicó—. Eso no me lo permito.

—Bueno. ¿Deudas?

—Tengo dinero de sobra.

—¿Chantaje?

Le estaba observando los ojos, y vi en ellos una sombra que iba y venía. Sin embargo…

—No —contestó.

Hice una pausa en mi interrogatorio, momentáneamente desconcertado. Pero antes dé que yo pudiera hablar de nuevo, ella se me había anticipado.

—¿Es necesario que entremos en detalles, Roger? —suplicó—. Escuche: si Lulú le hubiera pedido que hiciera algo por ella; algo que usted no pudiera comprender ni justificar, pero, sin embargo, algo que necesitara a toda costa, usted lo hubiera hecho volando, ¿no es cierto? Quiero decir, sin detenerse a hacer preguntas…

—Creo que lo hubiera hecho, —repliqué torpemente—. Pero… bueno; con los debidos respetos, usted no es Lulú; entiéndame lo que quiero decir.

—Ya se que no lo soy. Ya sé que no significo nada para usted, mientras que Lulú lo era todo. Pero, ¿no se da cuenta? Ella le pidió que hiciera algo por ella, indirectamente, cuando me dijo que acudiera a usted si estaba en un apuro. Y ahora, en lugar de lanzarse a la lucha como un caballero de antaño; está sentado ahí, regateando. ¿No quiere, por Lulú…?

El puro paralogismo de sus palabras hizo que la interrumpiera atacado por la risa.

—Éste es el argumento más, sofístico que he escuchado desde hace mucho tiempo —observé—. Casuística con botones de latón, para no mencionar el melodrama del Lyceum en la mejor tradición. Huérfana de la tormenta, busca ayuda de… Pero, ¿Bryony?… ¿Qué sucede?

Vi con horror que fluían grandes lágrimas de sus hermosos ojos; que la torpe negativa de mi agudeza había penetrado la débil armadura moderna aprueba de sentimientos, en que se había encerrado, y la había herido en el corazón, cuya existencia apenas yo había sospechado.

No se trataba de broma o ficción. Acaso sería más exacto decir que su farsa había llegado a un brusco final, y que, por primera vez desde su llegada, vislumbraba, a la verdadera Bryony. Sus débiles hombros se agitaban y, no obstante todos sus esfuerzos, las lágrimas resbalaban por las pintadas mejillas. Después apoyó la cabeza sobre los brazos y lloró desconsoladamente.

10

E
STUVE
por un momento tan trastornado, que apenas si podía mover un músculo, pero después recobré mi control, y la arrebujé entre mis brazos como si hubiera sido una criatura. Soy un bruto áspero, y hago una niñera bastante cómica, pero en aquel momento ninguno de los dos estábamos como para observar lo absurdo de nuestros respectivos papeles. Arreglándomelas como pude, la puse sobre mis rodillas, apoyé su linda cabeza sobre mi hombro y la acaricié como a un perrito mientras ella lloraba y se estremecía. Creo que al mismo tiempo murmuré un absurdo surtido de disculpas y encarecimientos.

La tormenta se calmó al cabo de uno o dos minutos, y Bryony alzó hacia mí sus ojos manchados de lágrimas. En este momento se parecía asombrosamente a Lulú, y tuve que hacer serios esfuerzos para no besar sus labios y sus ojos. En vez de ello, conseguí retorcer mi rostro en una amistosa sonrisa, y momentos después ella me sonrió.

Cinco minutos más tarde, era de nuevo la misma.

—Exactamente igual que antes —balbuceó, enjugándose los ojos con un minúsculo pañuelo—. Recuerdo estar sentada en sus rodillas en mi habitación de Naini, Roger, cuando Lulú y usted acostumbraban a venir para llevarme a la cama. Usted no tenía entonces esa barba color ratón agregó—. Si la hubiera tenido, lo habría tomado por el hombre de la bolsa y me hubiera asustado.

—¡Bah! —dije—. En aquellos días no se asustaba usted de nada, señorita, ni siquiera del tuerto villano de Mauricio. Y apostaría a que tampoco hoy se asusta de nada excepto de un sarcasmo estúpido. Siento mucho esto, Bryony. Fui un cerdo.

—¡Oh!, no es nada. —Se deslizó de mis rodillas y se arregló el vestido—. Supongo que yo me lo he buscado. —Rebuscó en su cartera y sacó una pequeña polvera de oro—. Otro regalo —observó con una sonrisa—. Olvidé decirlo antes. De Aspreys…

Permanecí sentado un minuto en silencio, mientras se acicalaba. Era una artista relámpago, y en un abrir y cerrar de ojos estuvo como nueva. Después encendió otro cigarrillo y volvió a sentarse en el sofá, a mi lado.

—Y ahora —dije alegremente—, supongamos que me dice en dos palabras exactamente qué es lo que quiere que haga por usted. Haremos un convenio, Bryony. Créame que no tengo el menor deseo de atisbar sus asuntos particulares, y si usted simplemente me pide que haga algo que pueda hacer con relativa facilidad y sin violar demasiadas leyes, lo haré sin preguntar nada, aunque espero que encontrará la forma de decirme de qué se trata lo antes posible. Si, por otra parte, su pedido me resulta violento o excesivamente difícil, creo que, por lo menos, tengo títulos como para que se me den adecuadas razones del porqué tiene que hacerse el asunto. Esto es razonable, ¿no es cierto?

—Seguramente, Roger.

—Bueno. Puedo agregar que por algún motivo, que no puedo al presente definir, me gusta usted, Bryony, y que por usted, para no decir por Lulú, estoy dispuesto a sufrir algunas molestias o inconvenientes, y aun a violar algunas leyes, si fuera necesario, para ayudarla. Al mismo tiempo tiene que darse cuenta que no es posible conseguir promesas incondicionales de personas relativamente extrañas. Esto, sencillamente, no se hace. Y éste es el único motivo de que agregue mi condición. Llámelo miedo si quiere, pero tengo que admitir que estoy haciendo algo que puede llevarme a la cárcel o al patíbulo, sin saber por qué lo estoy haciendo. ¿Verdad que esto no es razonable?

Negó con la cabeza.

—En absoluto —admitió—; y acepto su pacto, Roger. Ahora puedo decir que no voy a pedirle que viole la ley, sino todo lo contrario.

—¡No diga! —murmuré con burlón asombro—. Continúe, criatura. ¿Qué es lo que quiere que haga?

Transcurrieron algunos segundos antes de que realmente continuara, y yo podía darme cuenta que estaba seleccionando y ordenando sus palabras. Sospeché nuevas sofisterías y estaba a la expectativa. Sin embargo, cuando se decidió a hablar, había en su tono algo que convencía.

—Bueno, mire, el asunto es así —empezó valientemente, procurando estar tranquila y desapasionada—: es absolutamente necesario que yo desaparezca durante algunos días en está próxima semana, y necesito que usted me ayude, Roger. Como le dije, estoy metida en un infierno. No exagero. Y por lo que alcanzo a ver, mi única esperanza, literalmente, es desaparecer por un tiempo de la tierra de Dios. No tengo otro remedio. No hay otra solución. Usted creerá que estoy loca, pero ésta es la verdad lisa y llana. Tengo que desaparecer hoy a media noche, o… hacer frente a lo que venga. Y ¡no puedo hacerlo, Roger!… —Su voz vaciló, quebrándose nerviosamente.

Me pasé la mano por la barba, medité, y levanté la vista hacia ella.

—¿Policía? —inquirí conciso.

Pero Bryony movió la cabeza negativamente y me miró de frente.

—No, ¡asesinato! —susurró estremeciéndose levemente—. Y, ¡oh, Roger!, ¡no quiero morir todavía!…

11

E
STE
culminante episodio en la serie de impresiones violentas que yo había recibido, era demasiado fuerte para mi sistema nervioso. Por regla general, soy un tipo bastante flemático, y aunque no pretendo poseer (como muchos de mis héroes) nervios de acero, con frecuencia puedo confiar en que permaneceré moderadamente tranquilo frente a cualquier emergencia. Pero ahora no tengo inconveniente en confesar que salté a un metro de la silla al simple sonido de la horrible palabra asesinato.

Cuando volví a sentarme, de golpe, una densa nube de polvo y crin de caballo llenó la habitación.

—¡Asesinato! —repetí espantado, torciendo los ojos hacia mi compañera—. ¡Por las barbas de Mahoma! ¿Quién? ¿Por qué? ¿Qué?

—Yo… yo no puedo decírselo…

—Usted está bromeando, Bryony.

—Le juro que no, Roger.

—¿Quiere usted decirme, ahí tranquilamente sentada, que alguien ha intentado asesinarla?

—No. Estoy procurando decirle que alguien va a asesinarme… o, bueno, a intentar hacerlo.

—Pero, ¿quién?, ¿cómo?, ¿cuándo?

Ella abrió su cigarrera y, al encontrada vacía, extendió su mano para que le diera la mía.

—Ya le he dicho todo lo que puedo decirle —replicó—. No puedo decir quién y por qué; y si yo supiera cómo, probablemente de ninguna manera lo hubiera molestado a usted. Ya le he dicho todo lo que sé respecto a cuándo: en esta semana. Al contrario de lo acostumbrado por los villanos en sus libros, éstos omitieron establecer el día y la hora exactos.

La miré severamente.

—Bueno, joven —dije con brusquedad—; por última vez: ¿está usted hablando en serio o esto es simplemente una tornadura de pelo? Si, por alguna razón, se ha propuesto usted reírse de mí, santo y bueno. ¡Riámonos a carcajadas, y se acabó! Pero…

Pero mis palabras terminaron bruscamente, aun antes de que ella pudiera acometer con su negativa, pues su rostro y sus grandes ojos gris verdosos bastaron para asegurarme que no era cosa de broma. Una muchacha tiene que ser notable actriz para poder llorar a voluntad. Las estrellas de cine usan gelatina, según creo (¿o es glicerina?). No era nada de eso lo que vi en los ojos de Bryony.

—Por última vez —repitió mi frase con cansada deliberación—, esto no es cosa de broma, querido. Es la horrible y sangrienta verdad. Se me ha emplazado hasta hoy a medianoche para… para hacer algo que yo no puedo hacer, y la pena por no hacerla es… la muerte. ¡Oh, por amor de Dios!, créame, Roger, que no estoy bromeando. Se lo aseguro.

Terminó con una nota de suave intensidad, que era evidentemente sincera. Con avergonzado disgusto se enjugó los ojos con un diminuto pañuelo, y sus hombros comenzaron de nuevo a estremecerse.

Otra vez la rodeé con mi brazo protector.

—Naturalmente que le creo, querida —dije con firmeza—. Es más: estoy aquí para ayudada… y la ayudaré. Estoy extraordinariamente contento de que haya venido y de que Lulú haya tenido el buen juicio de decirle que viniera. No soy tan tonto como parezco, ¿sabe? Creo que soy un tipo bastante competente, y saldremos adelante en este asunto.

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