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Authors: Michael Burt

Tags: #Policiaca

El caso de la joven alocada (8 page)

—No; no es. Apenas si lo conozco.

—Muy bien. Después se refirió usted a una especie de sindicato o pandilla. ¿Es Lowe un componente de esa pandilla?

—Sospechaba que lo era, pero no estaba segura. El pequeño episodio de hoy parece confirmar mis sospechas, ¿verdad?

—A primera vista, sí. ¿Puede decirme algo más de él?

—Mucho me temo que no.

—Bien. No la presionaré. Me dio la impresión, equivocada o no, de que es un, tipo algo siniestro. ¿No le parece a. usted?

Hizo una mueca y se estremeció levemente.

—Demasiado benévolo su concepto, querido —replicó, dejando caer la ceniza del cigarrillo sobre la vieja alfombra—. Francamente, no me atrevo a entrar en detalles, Roger, pero no tengo inconveniente en decirle que… bueno, no es simplemente lo que yo siento, sino lo que sé…

18

P
ERMANECÍ
silencioso por un tiempo, contemplándola con cierta perplejidad. Entre otras cosas, yo me preguntaba qué rama de las humanas imperfecciones podría provocar tan fuerte desaprobación a los ojos de esta mujer.

Sin desear ser farisaico, yo imaginaba que las clases más normales de delincuencia moral apenas si podrían tomarse en cuenta como fundamento de su desagrado, pues, con todos los debidos respetos a sus muchas amables cualidades, la generación actual de los jóvenes de Mayfair no se destaca por su continencia moral, y se alaban de mirar con fastidiada ecuanimidad, prácticas e indulgencias cuya simple mención hubiera llevado a sus padres al borde del sincope. Sin embargo, yo me consideraba persona bastante bien informada respecto a las diversas posibilidades de sensualidad y vicio, y no podía pensar en absoluto en alguna que pudiera chocar a la conciencia de una joven de la edad y temperamento de Bryony. Podría ser un rústico ahora, pero en mis tiempos había vivido en Arcadia, y puedo confesar, también, que lo que más fuertemente me impresionaba respecto a las pocas admisiones de Bryony, era el uso tan vehemente que hacía de la palabra «perverso», término que uno raramente oye en Mayfair, fuera de la calle Farm.

Pero en seguida localicé el problema por el momento, y proseguí mi interrogatorio.

—Con respecto al asunto de este sindicato o pandilla —desafié bruscamente— no la voy a presionar de nuevo con detalles que usted no puede divulgar, pero, por lo menos, puede darme una idea más «clara» de lo que tiene que enfrentar. ¿No puede definir usted a esta misteriosa organización un poco más precisamente? Presumo, por ejemplo, que no usa usted la palabra sindicato en sentido de negocio o pandilla, al estilo norteamericano. Bien. Entonces, ¿qué quiere decir usted? ¿Es un club, una liga, una asociación secreta o qué?

Pareció sentirse incómoda.

—No se imagina usted lo difícil que es contestar, Roger —dijo en seguida—. No se puede aplicar apropiadamente ninguna de estas palabras. No es exactamente un club o una liga, y la palabra sociedad secreta da una impresión completamente equivocada. Quiero decir, que no tiene nada que ver con la I.R.A. o con la política o cosa por el estilo. Y sin embargo, en cierta forma… ¡Oh, que demonios! ¿Realmente interesa?

Sonreí animoso, sabiendo que mi única esperanza, de conseguir información era evitar que se aturdiera.

—Me ha dicho usted todo lo que necesitaba saber —dije falsamente—; ahora, nada más que un detalle, ¿cuántos son?

Una duda auténtica oscureció su frente.

Tampoco es esto nada fácil, Roger. Podrían ser unos cuantos, veinte o treinta o acaso más.

Pero si usted quiere decir de cuántos tenemos que prevenimos realmente, cuantos están mezclados en esta amenaza de matarme, podría decir que acaso una media docena. No más de siete u ocho. Tenga en cuenta que no lo sé. Esto es una simple suposición.

Encendí mi pipa.

—Bastante bien —murmuré animoso—. Y de esos siete u ocho, ¿cuántos conoce usted?

—Como le he dicho, conozco a algunos y sospecho de otros. Ahora que estoy bastante segura de Ronnie Lowe, creo poder decir que conozco con seguridad a tres, y que sospecho de uno o dos más. Posiblemente, tres más —agregó reflexivamente.

—Espléndido.

—Pero no le voy a decir quiénes son —agregó en seguida, con ojos alarmados.

—No necesito que me lo diga —mentí volublemente. La joven estaba bastante nerviosa, y yo sabía cuán esencial era que conservara su calma todo lo posible.

—Lo que podría pedirle más tarde —continué con displicencia— sería una idea aproximada del aspecto de esos sospechosos, para que yo pueda reconocerlos si comienzan a dejarse ver. No hace falta que me diga sus nombres u otra cosa de ellos, y yo le prometo no ser excesivamente inquisitivo. Pero usted debe comprender, Bryony, que de nada vale tener un perro guardián que la proteja, si no sabe distinguir el amigo del enemigo. Después de todo, no podemos vivir en un estado de completo asedio.

Siguió un breve silencio, en el curso del cual volví a encender mi pipa. Cuando levanté la vista, vi que Bryony me estaba observando atentamente con una más nueva y más suave luz en sus ojos. Después, casi repentinamente, extendió sus largas piernas sobre la incómoda silla, trepó sobre mis rodillas, me rodeó el cuello con un brazo y me besó suavemente en la coronilla.

—Roger, es usted un verdadero ángel —susurró—. Estoy… estoy empezando a comprender por qué Lulú pensaba tanto en usted.

Yo rezongaba incómodo.

—Todo lo toma con tolerancia —prosiguió— y yo desearía poder decirle lo agradecida que estoy, pero no sé cómo hacerlo…

—¡Oh!, ¡está bien! —dije con aspereza—. Puede darme las gracias después, cuando hayamos salido de todo esto. Ahora hay cosas más importantes en que pensar.

Asintió, deslizando una delgada mano a través de sus cabellos cortos y brillantes. Después de un pequeño susurro, comenzó a cantar suavemente:

«¿Dónde voy a dormir esta noche?»

Dijo Rollicky, el marinero.

Le hice una mueca y dije en tono de mofa:

—Si sabe esa canción libertina, sabrá también que el verso siguiente da la respuesta. Cuando uno piensa en eso, se da cuenta que viene a propósito. Usted va a dormir en mi cama, ya que…

—¡Oh!

—Ni más ni menos. Recuerde que prometió hacer exactamente como le dijera.

—Sí, pero…

—¡Lo dicho! —dije incisivo.

Observé con cínico placer que había caído en mi emboscada y parecía completamente alarmada.

—No necesita preocuparse —agregué tranquilo, encendiendo otro fósforo—. Yo duermo con la barba fuera de las cobijas, de manera que no le hará cosquillas ni la irritará.

Durante algunos segundos sus insondables ojos me miraron con estupor.

—Bien —capituló, trémula—. Como le parezca, Roger.

19

—¡M
UY BIEN
, muchacha! —dije, dándole palmaditas en la espalda—. Naturalmente, omití, decirle que, aunque usted dormirá en mi cama esta noche y todas las noches, hasta nuevo aviso, yo no estaré con usted. Lamento desilusionarla, queridita. Sin embargo, no estaré muy lejos: en la habitación de al lado.

Me pareció que se sintió aliviada y asombrada.

—Entonces, ¿por qué?…

—Me explicaré. Si he de ser responsable de su seguridad, Bryony, considero que es absolutamente esencial que no esté usted sola ni un momento, ni aun por la noche, ¿comprende? En rigor, me inclino a pensar que las noches pueden ser más peligrosas que los días, y por esta razón usted no puede permitirse tener una habitación individual. Por consiguiente, dormirá con mi prima Barbary. Pero puesto que la habitación de Barbary tiene solamente una cama, mientras que la mía tiene una de dos plazas, será necesario un ligero reajuste. Además, las dos habitaciones se comunican, así que estará usted bastante segura, especialmente si prescindimos de los convencionalismos y dejamos abierta la puerta de comunicación.

—¿Barbary? ¿Quién es Barbary? —Bryony interrumpió ansiosamente—. Yo no sabía que vivía alguien con usted. No sé por qué, pero tenía la impresión de que vivía solo.

—Técnicamente hablando, vivo solo, pero Barbary está conmigo en estos momentos. Es mi prima, Barbary Poynings. Unos años mayor que usted, pero toda un alma de Dios. Somos hermana y hermano, por decirlo así, desde muchachos. La mitad de su vida transcurre en Gentleman's Rest, y conmigo, más de la mitad. No tiene hogar propio, y así divide su tiempo entre una tía nuestra y yo.

—¡Oh! —murmuró Bryony con interés, saqueando mi cigarrera—. Y ¿qué opina, de esto la vieja gente de Merrington?

—Creí que sería innecesario —contesté— decirle lo que piensa sobre esto Merrington, siempre exceptuando las personas que conocen a Barbary personalmente. Sin embargo, en general, los «merringtonianos» son buena gente, con lo cual no quiere decir que no piensan lo que piensa usted, pero su mente estrecha se lo explica perfectamente bien, recordando que soy escritor y que Barbary es pintora y música. En resumen, temperamento artístico, sinónimo de «vive como quieras». No obstante, es buena gente y, por fortuna, las personas que interesan no son miembros de la brigada
mal-y-pense
.

—Ya veo –dijo Bryony, un tanto dudosa.

—De cualquier forma, ya no nos preocupamos de ellos. ¿Qué nos importan, si sabemos –continué— que es una relación estrictamente fraternal?

Bryony arrugó la nariz y se deslizó de sobre mis rodillas.

—¿Y qué dirá Barbary de mí? —preguntó pensativa.

—Barbary tomará su llegada con toda filosofía, y contemplará el asunto como parte del trabajo diario, o acaso como una gran diversión —le aseguré—. Esto me recuerda que tengo que telefonearle en seguida para anular su fin de semana. Desgraciadamente, se fue a
Pease Pottage
.

—¡Oh!, pero ¿es necesario, Roger? Seguramente no hay razón para…

—Perdón. Sí la hay —dije con firmeza—. Vendrá velozmente. No se preocupe.

—Pero no puede haber peligro esta noche, Roger. El ultimátum no vence hasta medianoche y después tienen que saber dónde estoy. ¿Por qué han de suponer que estoy con usted? Nunca se lo dije a nadie.

—No sé —repliqué con sinceridad—; pero al mismo tiempo no quiero aventurarme. Aparte de todo, debo recordarle a usted que estamos todavía en
King of Sussex
, a ocho millas y media de Merrington, y que el problema de que llegue usted a
Gentlemen’s Rest
reservadamente está todavía sin solucionar. Barbary tiene mi auto. El de usted es demasiado llamativo, y me parece que no podré llevarla sobre el volante de mi bicicleta. Ergo, es esencial que Barbary la lleve desde aquí.

Es más: sabemos que un miembro de la pandilla. Custerbell o Lowe o sea cual fuere su inmundo nombre, está por los alrededores, y puede que haya otros. A lo mejor, ya están montando la guardia en casa.

Arrugó el entrecejo, perpleja.

—¿Por qué han de estar haciéndolo, Roger? Cómo van a saber siquiera que lo conozco a usted, si apenas hace una o dos horas que nos encontramos. No pueden haberlo previsto.

La interrumpí.

—¿Que no? Entonces, ¿acaso puede usted decirme cómo es que el granuja de Custerbell vino a parar aquí, hoy, buscando encontrarse con la chica pelirroja del Maraton amarillo?

—Debe haberme seguido desde la Capital…

—¿Desde las cuatro y media de la mañana? ¡Vamos, vamos!… ¿La siguió todo el camino desde Londres a Portsmouth, y después hasta aquí, para perderla de vista en el último momento?

Su expresión de disgusto se hizo más intensa.

—Entonces, ¿cómo? –inquirió.

—Lo ignoro —dije alegremente—. Lo único que sé, es que esta cara averrugada cayó por aquí, y que no hay duda de que la andaba buscando a usted. Es un punto a nuestro favor, ciertamente, que no sospechara que yo estoy relacionado con usted, de alguna manera, y a menos que no sea muy buen actor, se tragó el cuento de que la vi lanzarse por este lado del camino. Pero hay que recordar, Bryony, que a esta altura no solamente no habrá podido encontrarla por el camino de Berrington, sino que tampoco habrá encontrado quien le diga que la vió en esa dirección, a menos que, por una improbable coincidencia, dé la casualidad de que otra pelirroja hubiera estado manejando un Maraton amarillo esta mañana en este camino. Ahora bien: es un espectáculo llamativo, para decir poco, ver a una pelirroja manejando un Maraton amarillo con almohadones verdes. Y me imagino que al amigo Custerbell le parecerá extraño, y con razón, que ni un alma la haya vislumbrado desde aquí a Berrington o en el mismo Berrington. Hay varias tabernas a lo largo del camino, y sé de un cruce donde siempre hay policía caminera. Por consiguiente, no me parece imposible que nuestro joven haya empezado a dudar de mi buena fe, y a preguntarse si no habré sido yo, por casualidad, la persona a quien usted había venido a ver en Sussex. Más aún: ahora él conoce mi nombre, lo supiera o no antes, y lamento decir que cualquiera que viva en un radio de doce millas de Merrington podrá decide dónde vivo. Entre nosotros, mi barba y yo somos lamentablemente notorios en estos sitios. Al no encontrarla, él y sus compinches, pueden pensar que no estará de más no perder de vista mi humilde morada. Y así… —alcé los hombros, terminando la declamación.

Bryony me correspondió con una risita retorcida. —¡Demonios! ¡Qué imaginación tortuosa tiene usted, Roger!

—La necesito —repliqué—. Me gano el pan de cada día, y ocasionalmente, un poco de queso y manteca con mi tortuosa imaginación. De todas maneras, siempre es un error fatal menospreciar la inteligencia del enemigo. Además, repito: todavía sigo sin creer que Custerbell Lowe la siguiera hasta aquí hoy. De una u otra forma, él sabía que usted iba a venir.

20

B
RYONY
gesticuló, impaciente.

—Es que no puede saberlo, Roger. Ni un alma conocía mi decisión de venir, excepto yo. ¡Oh, ya sé lo que está usted pensando! —prosiguió malhumorada—. Usted cree que yo me encontré en un aprieto y que fui con el cuento a una docena de amigos. Pero ¡no lo hice!, ¡no lo hice! ¡¡no lo hice!!

Escuche: esto sucedió el viernes por la noche. Yo estaba en el baño, para ser exacta, cuando decidí que no podía soportarlo sola por más tiempo, que tenía que conseguir una ayuda o darme por vencida. Estaba bañándome y pensando sucesivamente en todos los hombres conocidos, y ninguno de ellos me pareció apropiado. Después, pasé directamente desde el cuarto de baño a mi dormitorio (los que se comunican) exactamente como estaba, sin nada encima, y lo primero que alcancé a ver fue la fotografía de Lulú en mi escritorio. Como le dije, esto me hizo pensar en usted. Me recosté en la cama, y allí estuve durante unos diez minutos dando vueltas al asunto. Luego fui al escritorio y escribí esta carta. Fue puesta en el correo la misma noche, cuando di con su dirección en el Quién es Quien de la biblioteca del abuelo. La eché yo misma, para estar segura; y le juro que no dije a nadie lo que había hecho o lo que pensaba hacer. Así es que, no pueden haberlo sabido. Ronnie Lowe estuvo aquí por casualidad o me habría seguido. No hay ninguna otra posibilidad.

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