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Authors: Michael Burt

Tags: #Policiaca

El caso de la joven alocada (9 page)

—¿Entró alguien mientras estaba usted escribiendo la carta?

—Nadie. Como estaba desnuda, cerré la puerta por dentro con llave.

—¿Escribió usted el sobre en su dormitorio o en la biblioteca?

—En la biblioteca, justamente antes de cenar.

—Y mientras tanto, ¿dónde estuvo la carta?

—La llevé directamente desde mi habitación a la biblioteca. Estaba entonces en el sobre, cerrado, pero en blanco. Busqué su dirección, la escribí en el sobre; sequé el sobre, lo estampillé y después lo eché en el buzón de la esquina. Puedo decir que la carta no dejó mi mano desde, que la escribí hasta que la puse en el buzón.

Esto parecía perfectamente bien, pero insistí:

—¿Entró alguien en la biblioteca mientras estaba haciendo todas esas cosas?

Impaciente, negó con la cabeza.

—Solamente Dukes, el mayordomo. Lo llamé para que me trajera un vaso de jerez. No se me acercó ni un momento, porque le dije que pusiera la bebida sobre una mesa cerca de la ventana, y así lo hizo. Y de cualquier manera, Dukes tiene por lo menos mil años y empezó a servir con el padre de mi abuelo, mi bisabuelo, como mandadero o algo por el estilo. Es de absoluta confianza el pobre viejecito, así es que puede descartarlo, Roger.

—Con mucho gusto. ¿No entró nadie más en la biblioteca aquella noche?

—No, hasta después de cenar. Y para entonces, ya estaba la carta en el buzón.

—Bueno, olvídese de eso. ¿Quién estuvo allí después de cenar?

—¡Oh!, nadie que pueda interesar. Un hombre estuvo unos minutos para verme sobre un asunto. Sería a eso de las nueve, y lo hicieron entrar en la biblioteca mientras fueron a buscarme.

Y después, cuando se fue, estuvo una de las enfermeras del abuelo, Ann Yorke, cuando estaba por salir. Es una chica muy divertida, de la que me hice bastante amiga. Pensaba salir, pero cuando vio que se había hecho tarde dijo que solamente iba a dar una vuelta. Estuvo alrededor de un cuarto de hora. Yo me quedé levantada un poco más, tomé unos traguitos y después me fui a dormir.

—Muy bien. ¿Y ayer?

—Apenas si vi un alma en todo el día, querido. Me levanté tarde, almorcé en casa, fui de compras por la tarde con un par de amigas, rehusé un copetín, rechacé una invitación a comer, volví a casa, me bañé y comí. Después de comer, subí tempranito a mi habitación, me encerré, puse algunas cosas en mi valija, preparándome para escapar por la mañana, escribí unos pocos renglones a Dukes, diciéndole que me iba por algunos días (una decisión repentina) y después me fui a la cama. Concilié el sueño bastante pronto, despertándome a las cuatro menos cuarto. Me levanté, me lavé, me vestí y me escabullí con mi valija, dejando en el hall la carta para Dukes. Me deslicé de la casa en busca del coche. Lo tenía en un garage cerrado, y no había nadie por las cercanías. Le aseguro que estuve bien alerta para tener la seguridad de que no me espiaban. Por lo que pude ver, tenía el mundo para mí. Y voila tout.

Reflexioné un instante sobre esto.

—Y usted ¿no dijo a nadie, absolutamente a nadie, que se iba? ¿Por ejemplo, a ese hombre que fue a veda el viernes, después de comer?

—No. Ni siquiera se lo dije a la enfermera de que le hablé antes aunque generalmente no nos ocultamos nada. Esto no quiere decir que desconfiara de ella, si bien ahora le cuesta bastante trabajo tener cerrada la boca. Pero yo estaba decidida a no decir absolutamente nada a nadie hasta que me hubiera marchado. Puedo agregar —terminó Bryony con una sonrisa— que la reticencia de ninguna manera me sienta bien, pero me había propuesto que nadie debía sospechar en lo más mínimo mi escapatoria.

Asentí aprobando.

—Fue acertado —la alabé—. Dígame, Bryony: esta mañana, cuando Dukes encontró su nota, ¿habrá habido alboroto y alarma ante la ida de usted?

—¡No, no! —me miró con gazmoñería—. No es precisamente la primera vez que me he ido de casa por algunos días, sin avisar, Roger. La primera vez se alborotaron un poco, pero ya están acostumbrados. Naturalmente, las mujeres del servicio, desde el ama de llaves para abajo, no hacen más que murmurar mi nombre, y están firmemente convencidas de que voy camino del infierno, lo que puede que sea verdad. Pero, desde que murió abuelita, soy mi propia dueña y gobierno mi casa como me parece, y ellos saben cómo las gasto. De todas maneras, cuando Dukes haya anunciado las nuevas esta mañana, habrán llegado a las más disparatadas conclusiones en el menor tiempo posible. Y esta noche posiblemente estarán apostando a quién es el hombre y dónde estamos. Pero no irán a buscar a la policía ni cosa por el estilo, si es esto a lo que usted se refiere.

Intenté dármelas de puritano, pero creo que fracasé. Por lo menos, su candor era refrescante.

—De cualquier modo —concluí—, teniendo en cuenta cuánto me ha dicho, Bryony, ¿no es de temer que el más astuto de entre ellos pueda considerar a un tal Roger Poynings como el hombre, y a
Gentlemen’s Rest
como el lugar?

—Francamente, creo que no. Ni siquiera Ann Yorke podría tener una sospecha remota.

Me levanté y me desperecé.

—Muy bien —dije—. Ahora le pediré a usted que se entretenga sola durante unos diez minutos, mientras pido prestado el teléfono a Mr. Thrush y tomo algunas disposiciones necesarias.

—Bueno —dijo Bryony con resignación.

21

P
ARA
alivio mío, el teléfono de
The King of Sussex
resultó estar colocado en la mismísima sala privada de Mr. Thrush, y como el propio tabernero estaba atareado en el bar y su hija en la cocina, pude hablar con toda reserva y comodidad.

No tenía ni idea del número de teléfono de las personas con quienes Barbary estaba pasando el fin de semana, pero por fortuna recordé el apellido y situación aproximada de su domicilio, y con la cooperación de una telefonista inteligente se estableció la comunicación con encomiable prontitud

Al parecer, la fortuna me acompañaba. Sentía un cierto recelo respecto a la reacción de mi prima cuando le pidiera que abreviara su estada especialmente porque era, desde todo punto, imposible poder detallarle por teléfono los pormenores del asunto. Mi sentido de la precaución no llegó tan lejos como para sugerir que nuestra conversación pudiera ser escuchada, pero yo sabía lo absurdo que podría parecer cualquier versión de la historia de Bryony a quien apenas conociera su existencia. Me pareció, además, que cuanto menos dijera por teléfono, era mejor. Afortunadamente, Barbary y yo, aunque bromeando, nos echamos en cara muchas cosas, tenemos gran respeto por nuestro respectivo intelecto, y yo sabía que ella no sospecharía nunca que yo le pedía que regresara por fútiles motivos.

Cuando escuchó mi voz pareció inquietarse por el temor de que pudiera ocurrirme algo.

—¡Querido! —exclamó, sorprendida—. ¿Qué ocurre? ¿Te pasa algo? ¿Estás enfermo?

—Nunca estuve mejor —le asegure—. Pero estoy algo preocupado.

—¿Preocupado? ¿Qué ha sucedido?

—Es muy complicado explicarlo por teléfono. ¿Estás sola o hay alguien cerca de ti?

—Estoy completamente sola, en el estudio de Hugo, con la puerta cerrada. Los otros están en el jardín. ¡Oh!, ya sé lo que te preocupa —exclamó, echándose a reír—. ¡Tonto!, está en la cómoda.

—En la… ¿de qué diablos estás hablando, mujer?

—Creí que no podías encontrar tu ropa interior.

—¡Si la llevo puesta! Mira, Barbary: se ha presentado algo endiabladamente urgente y delicado, algo que no puedo detallar, pero de verdad que no estoy bromeando. Me molesta que me puedas creer un tonto, pero te necesito con toda urgencia. ¿Crees que podrías volver a casa esta noche en vez de mañana?

Ella bajó la voz.

—Bueno, podría… Mira, para serte franca, no lo sentiría nada. Estuve todo el día deseando no haber venido.

—¿Cómo es eso? –interrumpí.

Suspiró.

—No sé. La vida es bastante aburrida aquí. Me parece que Gillian y yo estamos un poco desilusionadas la una de la otra, si me explico. Cuando estábamos en el colegio, nos adorábamos, pero ha pasado, tanto tiempo sin vernos, que parecería como si nuestros intereses hubieran en cierto modo tomado rumbos diferentes, sin esperanza de encuentro. Va a tener otro nene la semana próxima, además, y esto no mejora la situación. Todo es completamente obstétrico, para decirlo así. Demasiado deprimente, querido. Y algo enfermizo. Pero no importa esto. Dime qué ha sucedido.

Pedí a Dios palabras, y me las concedió.

—Barbary, escúchame: de pronto la vida se ha hecho abominablemente complicada. Te explicaré todos los pormenores cuando nos veamos, pero lo fundamental es que desde esta noche y durante una semana tendremos un visitante en
Gentlemen’s Rest
. Una pícara pelirroja de veintidós años. No es conocida y la última vez que la vi estaba en su cuna. Tú me has oído hablar de Lulú, ¿no es cierto? Lulú Hurst, que era…

—Sí.

—Bueno, se trata de su hija Bryony.

—¡Por Sambo! —exclamó Barbary. (La interjección es una herencia de familia que data del tiempo de nuestra tía Juliet.)

—¡Vaya al diablo tu Sambo! –contesté—. Escucha, Barbary. Esta muchacha se ha metido en un lío bastante feo, y ha venido a pedirme ayuda. Si soy decente, no puedo negarme, y lo complicado del asunto es que tiene que vivir con nosotros durante algún tiempo. Lo lamento, querida, pero no es posible evitarlo.

Percibí que mi prima se atragantaba.

—Supongo que… que no irá a tener un nene, Roger. No podría soportarlo.

—Nada de eso —le aseguré riendo—. Lo que ocurre es peor aún. Creo que la van a asesinar.

—¿Qué?

—No te atolondres y no me interrumpas. Parece un disparate, pero creo que es verdad. Al principio no podía creerlo, como podrás suponer, pero ahora no estoy tan seguro de que sea imposible. De cualquier forma, la situación es demasiado seria para arriesgarla.

—Se está, burlando de ti, ¡tonto!

—Ojalá fuera así, querida.

—Pero, ¿y la policía? —Mi prima estaba francamente intrigada, aunque lejos de estar convencida.

—Todavía no se puede dar intervención en el asunto a la policía. Lo comprenderás cuando sepas todo.

Sucedió un corto silencio. Después…

—¿Qué aspecto tiene ella? —La inevitable pregunta flotó a través de los alambres.

—Picante.

—¿«Picante»? ¿Qué quieres decir con «picante»?

—Justamente lo que digo. Una joven ligera, como hubieran dicho nuestros padres. Pero, con todo, muy simpática. Definitivamente atrayente. Yo creo que tú dirías linda. Pero Picante. Claro que ahora…

—¡Hum!…

Recurrí a una estratagema.

—Si no quieres, no te apures en volver —dije magnánimamente—. Yo podría acomodarla por esta noche.

Fue como por encanto.

—Nada de eso —resopló mi prima, indignada—. ¿Dejarte solo con una casquivana toda la noche?

¡Demonio! Saldré dentro de diez minutos.

—No harás tal cosa —ordené severamente antes de que pudiera colgar el tubo—. Escúchame, querida. La situación no es nada fácil. En primer lugar, no me encuentro en casa. Estoy con Bryony en
The King of Sussex
, la conoces, ¿no?

—Naturalmente, pero ¿cómo?

—Te explicaré todo más tarde. Escucha ahora: nuestro problema más urgente es cómo haremos entrar reservadamente a Bryony en
Gentlemen’s Rest
sin que nadie la vea. Tenemos motivos para sospechar que puede haber sido seguida. Tú tienes mi auto y yo tuve que sudar tinta en la bicicleta para encontrarme con ella aquí. Bryony tiene coche, pero es tan llamativo que no nos atrevemos a usarlo y lo hemos guardado, aquí, en un galpón. Bryony casi tiene la seguridad de que es seguida, acechada, por los otros, y probablemente la han relacionado conmigo, en cuyo caso ya estarán vigilando
Gentlemen’s Rest
. Si fuéramos andando podríamos deslizarnos después que anocheciera y atravesar los terrenos de la Parroquia. Pero ahora no anochece hasta después de las diez, y casi hay luna llena. Te aseguro, Barbary, que es un problema de cuidado.

Mi prima asintió entre dientes.

—Sin embargo, he dado con una solución —proseguí—, pero depende de tu cuidadosa cooperación: ¿Me escuchas?

—Sí.

—Necesito que te disculpes, sin referirte para nada al asunto, naturalmente, y que salgas en seguida de
Pease Pottage
para llegar a
The King of Sussex
por la carretera de Pulmer a las siete menos veinte en punto. ¿Puedes hacerlo?

—Naturalmente.

—No te detengas frente a la taberna. Ve derecho a la parte posterior y te quedas allí. No pares el motor, porque Bryony y yo estaremos esperándote y nos iremos en seguida. A propósito; pon tu valija en el portaequipaje o a tu lado en el asiento de adelante, porque Bryony y yo iremos agazapados en la parte de atrás, procurando no ser vistos. Una vez en el coche te daré mayores instrucciones. ¿Está claro?

—Como la tinta. ¿Estás seguro de que no estás bebido?

—Seguro. ¡Ojalá lo estuviera!

—Bueno. Supongo que todo irá bien. De cualquier manera estaré ahí a las siete menos veinte.

Huelga decir que estoy muriéndome de curiosidad, pero… Roger, ¿me agradará esa joven?

Mi prima parecía anhelante. Consideré el punto.

—No sé —dije con franqueza un momento después—. Tú la querrás o la aborrecerás, pero creo más bien que la querrás. Es de costumbres licenciosas, aunque tiene un fondo decente. Pero –concluí, volviendo a mi primera estratagema—, si no quieres no tienes por qué meterte en el asunto. Alguien debe dormir con ella, pero, creo que yo podría…

Barbary colgó el tubo bruscamente.

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C
OLGUÉ
el receptor y me enjugué el sudor de la frente. Había salvado un obstáculo, pero tenía todavía muchas por delante. Una voz muy suave llegó a mis oídos.

—No estoy muy segura de ese fondo decente, Roger.

Di una rápida media vuelta como si hubiera recibido un tiro, y me encontré con Bryony que me contemplaba junto a la puerta. Debía haber entrado sin hacer ruido, pues no la oí. Sonreía, pero por sus ojos parecía curiosamente pensativa.

—Bryony —protesté—, ¿qué diablos está usted haciendo aquí? Creo haberle dicho que permaneciera arriba.

Puso un dedo en sus labios.

—Ssh… ¡No tan fuerte! —me amonestó violentamente—. No vine a espiarle, ¡imbécil! ¿No oyó llegar el auto?

—¿Auto? ¿Qué auto?

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