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Authors: Patrick O'Brian

Tags: #Aventuras, Historico

El ayudante del cirujano (43 page)

—Es el
Méduse
—dijo Hyde.

—Espero que podamos darle una tunda, con la ayuda del
Jason
—dijo Jack y se empezó a reír a carcajadas.

Estaba muy animado y se sentía estupendamente bien, y aunque hubiera recordado algo de lo que había dejado en tierra, nada le habría parecido importante. Pero tras su exaltación, su mente continuaba ocupándose del efecto de ciertos factores, de los tres vértices del triángulo y su movimiento y de las variables que podrían influir en ellos; y tras su sensación de bienestar, estaba el convencimiento de que su ruta actual era sumamente peligrosa. Aunque sólo pretendía sostener una breve lucha con el navío francés con el propósito de retenerlo, eso significaba que debía acercar mucho sus cortas carronadas a éste, a una distancia en la cual la corbeta podía ser alcanzada perfectamente por sus baterías de cañones de largo alcance, cuya descarga era de 840 libras, mientras que la descarga de las baterías de la
Arieltan
sólo era de 265 libras. Era indudable que en tiempo bonancible, con todas las portas inferiores abiertas, el
Méduse
podría hundir la
Ariel
a una milla de distancia, podría destruirla antes de que fuera capaz de lanzar contra él disparos certeros; pero incluso en estas circunstancias, había bastantes posibilidades de que ninguno de los jóvenes que ahora le rodeaban viviera hasta el día siguiente. Todo dependía de la velocidad.

—Guindalezas amarradas a los topes, señor —dijo el contramaestre.

—Muy bien, señor Graves —dijo Jack—. Muy buen trabajo.

Hizo una rápida inspección y regresó al alcázar.

—¡Todos a largar velas! —ordenó—. ¡Subir a la jarcia! ¡Preparados en las vergas! ¡Soltar! ¡Drizas de la juanete de proa! —dijo con un vozarrón que se podía oír a media milla de distancia, con viento o sin él—. ¡Despacio! ¡Despacio! ¡Una braza! ¡Y una braza! ¡Arriba! ¡Halar y amarrar!

Una tras otra subieron lentamente las velas con sus vergas y una tras otra se hincharon, formando una enorme bola en dirección a sotavento que fue reduciéndose gradualmente hasta convertirse en una suave curva, y la gran presión se repartió uniformemente entre las fuertes guindalezas. A medida que las velas se hinchaban, la
Ariel
escoraba más, y cuando se hinchó la tercera, la cubierta tenía una inclinación similar a la de un techo con una pendiente moderadamente pronunciada y la serviola de babor y buena parte de la borda de babor estaban cubiertas de blanca espuma.

Jack se agarró a una burda de barlovento y alargó la mano para tocar la guindaleza que triplicaba su fuerza. Estaba tensa, pero no demasiado, no tan tensa como para que pudiera romperse.

—Señor Hyde, tire la corredera —le dijo sonriente al primer oficial, que tenía una expresión angustiada—. Seguramente estaremos navegando a unos once nudos.

—Once nudos y dos brazas, señor —fue la respuesta de un guardiamarina con la cara roja de satisfacción, que, desde el costado de sotavento, comenzó a subir trabajosamente la inclinada cubierta.

Once nudos eran una buena velocidad, pero el
Méduse
era un navío nuevo, con excelentes características para la navegación, como la mayoría de los barcos franceses, y estaba bien tripulado; y cuando navegara de bolina aumentaría aún más la velocidad. Navegando a la velocidad actual, probablemente la
Ariel
cruzaría su ruta cuando el Sol se pusiera, pero él deseaba que fuera antes porque así tendría tiempo para pasar frente a su proa y virar y conseguir dispararle dos descargas antes de huir.

—Creo que podemos arriesgarnos a largar la vela de estay mayor —dijo.

Cuando los tripulantes cazaron las escotas de la vela de estay (fueron necesarios treinta hombres para atirantarla y llevarla hasta el lugar adecuado), la
Ariel
escoró siete grados más.

—¡Cómo se inclina el suelo! —exclamó Jagiello—. Casi no puedo estar sentado en la silla. ¿Qué cree que están haciendo?

—No sé —respondió Stephen—. Es penoso decirlo, pero, cuando se desata una tempestad, los pasajeros son seres inútiles, son una pesada carga.

—¿El capitán no le pide consejo? —inquirió Jagiello.

—No siempre —respondió Stephen.

La lluvia había cesado. El capitán había revisado las armas de la corbeta junto con el condestable y, cuando volvió al alcázar, dijo:

—La lluvia ha cesado temporalmente. Tal vez al doctor le guste ver cómo navega la corbeta. Señor Rowbotham, por favor, baje y transmita mis saludos al doctor y dígale que nos movemos a una velocidad de doce nudos y que si quiere ver cómo navega la corbeta, éste es el momento, pues dentro de poco volverá a llover.

—El capitán le envía sus saludos, señor —dijo Rowbotham—, y dice que navegamos a doce nudos. ¡A doce nudos, señor!

—¿Por qué? —inquirió Stephen.

—Para alcanzar el
Méduse
, señor —respondió Rowbotham—. Está por el través de estribor. Es un navío francés de setenta y cuatro cañones —especificó al notar que no comprendía—. Esperamos darle una tunda, con ayuda del
Jason
. El
Jason
le sigue a dos millas de distancia y navega rápido como un rayo.

—¿Entonces va a haber una batalla? —preguntó Stephen—. No sabía nada.

—¿Una batalla? —inquirió Jagiello, ya sin torpor—. ¿Puedo participar yo también?

Después de ser empujados por la primera ráfaga de viento, que les habría hecho caer en los imbornales de babor, o incluso en el Atlántico, si no hubiera sido porque el suboficial que gobernaba la corbeta lo había impedido con su fuerte brazo, les amarraron a dos candeleros próximos a la aleta de barlovento, donde no pudieran estorbar.

—Pensé que te gustaría ver cuál es la situación —dijo Jack, y con voz más fuerte añadió—: y también pensé que te gustaría ver cómo navega la corbeta cuando se utilizan todos los recursos posibles.

—¡Esto es velocidad! —exclamó Stephen mientras la espuma rozaba su rostro—. Uno siente la misma emoción… —se interrumpió porque pensaba decir «de Ícaro antes de caer», pero prefirió añadir—: que al bajar con rapidez una montaña, que al verse amenazado por un peligro… Esto es como el vuelo de un halcón.

—Es una extraordinaria embarcación —dijo Jack—. Me alegro de que la hayas visto navegar de la mejor forma que puede hacerlo. Ahora es el mejor momento, porque dentro de media hora estaremos muy ocupados y esta noche habrá tormenta —añadió, señalando con la cabeza hacia el oeste, hacia unos negros nubarrones de los que salían rayos—. Creo que esa es la tormenta que auguraba Pellworm. Nos estamos aproximando al navío, como puedes ver, y tenemos la intención de orzar y pasar frente a su proa disparando, luego virar y pasar otra vez disparando y después huir antes de que pueda reaccionar. La corbeta es el doble de ágil que el navío y las carronadas pueden disparar el doble de rápido que sus cañones.

Entonces se fue a medir los ángulos con el sextante y Jagiello le dijo a Stephen.

—Ese barco parece el triple de grande que la
Ariel.

—Creo que es cuatro veces mayor —dijo Stephen—. Pero la desproporción no es tan grande como usted podría suponer. Como puede ver, la fila de cañones más baja está hundida en el agua debido a su inclinación o
escora
, mientras que nuestras carronadas están muy por encima de la superficie. He visto al capitán Aubrey obtener el éxito en ataques donde tenía menos posibilidades de ganar.

—¿Cuándo empezará la batalla?

—Dentro de media hora más o menos, según creo.

—Iré a buscar mi sable y mis pistolas.

En verdad, empezó mucho antes. El
Méduse
viró de repente, por lo que parecía que su capitán se proponía pasar frente a la popa de la
Ariel
y destruirla. Inmediatamente Jack orzó, y ambos barcos, navegando a una extraordinaria velocidad, convergieron bajo el cielo gris. Jack todavía tendría la oportunidad de pasar frente a la proa del navío si sus cañonazos no causaban demasiado daño a la corbeta. Más cerca, más cerca… Cada vez la corbeta se acercaba más al
Méduse
por la amura de babor. Se acercó todavía más… Ya casi podía alcanzarlo con sus carronadas.

—¡Disparen cuando dé la orden! —gritó mientras pasaba tras la fila de artilleros tensos y expectantes—. ¡Apunten hacia arriba, hacia las cofas!

Por fin el
Méduse
dio una guiñada a babor e hizo fuego con los cañones de la cubierta superior. Las balas estaban muy juntas pero pasaron muy por encima de la corbeta, y todos oyeron el silbido que emitían al pasar sobre sus cabezas, un silbido más agudo que el del viento, y luego un terrible estruendo. La corbeta se acercó más todavía.

—¡Fuego! —ordenó Jack.

Las carronadas de la
Ariel
, que ya podían alcanzar el navío, dispararon. Una vela de estay del navío francés se desprendió y gualdrapeó hasta romperse en pedazos, e inmediatamente los artilleros de la
Ariel
empezaron a cargar las carronadas otra vez dando vivas. Pero las portas inferiores del
Méduse
se abrieron y los largos cañones asomaron por ellas, pues ahora, debido a la inclinación del navío, estaban muy por encima del agua. El navío se acercaba a toda velocidad a la
Ariel
por el través.

—¡Fuego! —gritó Jack de nuevo.

Las baterías de ambos barcos dispararon al mismo tiempo. El mastelero de velacho de la
Arielcayó
por la borda y la verga trinquete se soltó de los estrobos. La corbeta giró bruscamente sobre la quilla y la proa quedó situada en contra del viento.

—¡carronadas de babor! —gritó Jack, sin prestar atención a la maraña de cabos, velas y palos.

Saltando sobre ella, llegó hasta la carronada más próxima, y la apuntó él mismo. Estaban junto a él los artilleros más perspicaces, y entre todos, cuando el
Méduse
terminaba de pasar por su lado, destrozaron el cangrejo de la vela cangreja y arrancaron cinco trozos de la vela mayor. Dos minutos después, y a una distancia de casi una milla, el navío respondió, disparando con extrema precisión sus cañones de proa, y el agua saltó por encima de la cubierta de la
Ariel
y los botes quedaron destrozados. El navío ya no estaba al alcance de las carronadas de la corbeta y seguía navegando muy rápido, aunque no tanto como antes.

Apenas quitaron una parte de los destrozos y lograron situar la corbeta con el viento en popa cuando
el Jason
alcanzó la estela del
Méduse
y empezó a dispararle con sus cañones de proa. También izó la señal:
¿Necesita ayuda?

—Respuesta negativa —dijo Jack.

Y cuando el navío inglés pasaba junto a la corbeta, se oyeron vivas en ambas embarcaciones.

Pasaron muchos trabajos para poder situar a la
Ariel
con la proa contra el viento otra vez y poder seguir a los dos navíos de línea, que podían verse claramente al sureste, luchando sin acercarse demasiado el uno al otro. La corbeta tenía colocado un mastelerillo de juanete mayor de repuesto en el palo trinquete, que había sido guindado con gran esfuerzo y con la ayuda de Dios en un mar imposible; llevaba la vela trinquete envergada a un cangrejo; y tenía tantos nudos en la jarcia que daba pena verla. Su velocidad se había reducido mucho, pero aún podía navegar con bastante rapidez, así que siguió a los dos navíos con la intención de volver a participar en el combate después de que ambos hubieran luchado un rato.
El Jason
había perdido la verga cebadera, aunque no podía saberse si derribada por una bala o por desprendimiento, y ellos sabían lo que le habían hecho al
Méduse
. Ahora los dos navíos de línea navegaban mucho más lentamente.

—Hemos escapado de ésta —dijo Jack mientras tomaba una taza de té al anochecer, cuando por fin pudo bajar—. Nunca pensé que nos fuera tan bien. No hubo muertos ni heridos, ninguna bala dio en el casco y sólo se rompieron algunos palos y los botes; y nosotros, en cambio, les dimos una tunda. Pensé que nos haría saltar en pedazos en un abrir y cerrar de ojos, ¡ja, ja, ja! Si hubiera tenido un momento libre, no hay duda de que lo hubiera hecho. Nunca me he sentido más satisfecho que cuando lo vi llegar adonde ya no podía alcanzarnos con sus cañones, llevando todavía los restos del cangrejo roto.

—¿Qué piensas hacer ahora? —inquirió Stephen.

—Bueno, debemos seguirlos durante la noche, y si no podemos tomar parte en el combate, en lo que no estoy demasiado interesado, podremos atraer a algún barco que se encuentre cerca, aunque no esté a la vista, poniendo luces azules, lanzando bengalas y disparando cañonazos. Hay muchas probabilidades de que nos encontremos con uno de nuestros cruceros o con algún barco de la escuadra de Brest.

—¿Y qué piensas de la tormenta que auguraba Pellworm?

—¡Al diablo Pellworm y su tormenta! No hay que cruzar el río hasta que se llega a su margen. Nuestro deber es seguir a los navíos. Pero ahora voy a comer algo. ¿Quieres compartir una pierna de cordero fría?

Durante la primera parte de la noche fue bastante fácil seguirlos, no sólo porque el
Jason
llevaba una luz muy potente en la cofa, sino porque, a pesar de que la lluvia o las nubes bajas pasajeras los ocultaran, los fogonazos de los cañones indicaban dónde estaban. La
Ariel
los siguió envuelta en un resplandor azul, disparando cañonazos con frecuencia y lanzando bengalas cada vez que sonaban las campanadas, y hubo un momento en que se acercó un poco a ellos. Eso ocurrió al principio de la guardia de media, cuando, al sureste, el cielo no fue iluminado por fogonazos aislados sino por los de las descargas de las baterías, por los de seis descargas seguidas, cuyo estruendo pudieron oír a pesar del rugido del viento, apenas un instante después de ver los fogonazos.

Pero después no vieron nada más, ni luces ni fogonazos. Todo quedó oculto por una copiosa lluvia, una lluvia tan fuerte que los marineros tenían que agachar la cabeza para poder respirar y que era arrastrada casi paralelamente a la cubierta por el viento, un viento cuyo bramido habría ahogado el ruido de cualquier batería a media milla a la redonda. Al principio pensaron que sólo era una ráfaga, pero duró mucho, duró toda la noche, y finalmente ellos se convencieron de que habían perdido de vista el
Jason
y la presa.

—No importa —dijo Jack—. Volveremos a verles a barlovento cuando amanezca.

«Si el
Méduse
no ha hecho rumbo a Cherburgo», pensó, ya que según sus cálculos, basándose en la posición que el
Jason
tenía hacía algunas horas, el navío había llegado al mejor punto para escapar que había en medio del Canal, donde, en una noche como esa, no corría el riesgo de ser interceptado por un navío inglés.

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