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Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Destino (20 page)

«Debí saberlo la primera vez que te maté —piensa—. Debí darme cuenta entonces de que, incluso sin tu presencia junto a él, vuestro amor nunca moriría. Puede que consiguiese tomar a Damen prestado durante un tiempo, pero nunca fue realmente mío, nunca pasó mucho tiempo antes de que saliese a buscarte otra vez. A lo largo de todos estos años, desde el primer momento en que te conoció como Adelina, su corazón ha sido siempre tuyo. Solo te pertenece a ti. El vuestro es un amor de destino. Y yo he sido una insensata al entrometerme.» Suspira, sacude la cabeza y alarga el brazo como para tocarme, pero en ese momento, al recordar la reacción de Damen, se lo piensa mejor y baja el brazo.

Y no sé muy bien quién se asombra más, si ella, Damen o yo misma, cuando decido dar un paso adelante, cuando decido coger su mano. De pronto sé por qué Damen ha dado ese respingo; lo que sorprende no es tanto el frío como el zumbido de su energía: es difícil acostumbrarse a esa intensidad extrema y vibrante.

Las palabras entran a raudales en mi mente cuando piensa: «Si puedes perdonarme, no tardaré en marcharme».

Miro a los ojos a la persona que me asesinó una y otra vez. Trató de librarse de mí, de librar al mundo de mi presencia, pero no podía. Por más que lo intentase, yo no dejaba de volver. Y me asombro al comprobar que ya no puedo considerarla una enemiga. Ahora que conozco la verdad, ahora que sé que estamos conectadas, que yo formo parte de ella y ella forma parte de mí, ya no puedo odiarla. Y aunque esto parece el final, seguramente esta despedida es solo temporal. No me cabe duda de que volveremos a encontrarnos algún día. Solo espero que consiga conservar parte de la sabiduría que ha obtenido.

Sonríe y su rostro se ilumina, dándole un aspecto radiante. Al principio pienso que es una respuesta a lo que acabo de pensar, pero veo que su mirada me recorre de arriba abajo y que le indica a Damen con un gesto que me mire también.

«Mira, ¡estás resplandeciendo! —Su expresión se vuelve confusa cuando añade—: Pero… ¿cómo puede ser? Los inmortales no resplandecen. Tú nunca has resplandecido. Pero ahora lo haces. Es muy raro. ¿Qué se supone que significa?»

Damen entorna los ojos, incapaz de ver lo que veo yo —lo que ve ella—, el leve rastro de púrpura que emana de mí, a mi alrededor.

Drina guarda silencio, esperando que se lo explique, pero como ni siquiera sé por dónde empezar me limito a encogerme de hombros y esbozar una sonrisa ladeada.

«¿Y Roman? ¿También lo has enviado aquí?»

Hago una pausa. Quiero subrayar que no fui yo quien mató a Roman, que, en contra de la opinión de algunas personas, no soy una loca asesina inmortal. Pero no tardo en comprender que mi historial de asesinatos, dos de tres, no es como para estar orgullosa, no es como para defenderlo. Me trago las palabras e indico con un gesto los dos últimos cubos que quedan.

Y tal como ha ocurrido cuando Damen se ha acercado al suyo, en el momento en que Drina se aproxima al de Roman se detiene toda actividad. Él percibe su presencia y la llama a gritos. Y en cuanto Damen lo abre, Roman se precipita fuera, en una furiosa tormenta de energía que se expande y toma forma, que pasa unos segundos como el guapo y desenvuelto Rhys antes de adoptar la apariencia que tenía como Roman, aún más guapo y desenvuelto. Con su dorado pelo alborotado, sus penetrantes ojos azules, su piel bronceada, esos vaqueros desgastados que lleva peligrosamente bajos y una camisa blanca de lino que exhibe sus abdominales bien definidos.

Pero, aunque Damen y yo estamos justo delante de él, preparados para explicárselo, justificar nuestras acciones y hacer cuanto sea necesario para quitarle hierro a lo que muy bien podría convertirse en una situación difícil, toda su atención se centra en Drina, igual que cuando estaba vivo.

Solo la ve a ella.

Sin embargo, a diferencia de lo que ha ocurrido en los últimos seis siglos, Drina por fin lo ve a él.

Los dos se sienten atraídos y se miran durante largo rato. Damen me coge de la mano y empieza a apartarse. Se está acercando al último bloque que queda cuando Roman le llama: «Hermano».

Pronto seguido de: «Amigo».

Y luego: «Enemigo».

Aunque esa última parte va seguida de una sonrisa deslumbrante que muestra sus dientes blancos.

Miramos a Roman a los ojos. Observamos que la sonrisa ilumina su rostro, ilumina su energía, haciendo que eche chispas y resplandezca mientras cierra los ojos con fuerza y se concentra en una larga serie de palabras que quiere que oigamos.

Una larga serie de palabras que no puedo situar en ninguna clase de contexto, que no puedo entender.

Una lista larga y enrevesada de hierbas, pociones, cristales y… fases lunares…

Lanzo un grito ahogado con los ojos muy abiertos de incredulidad. Miro boquiabierta a Damen, preguntándome si oye lo que oigo yo, si entiende lo que, para mí, acaba de quedar claro.

¡Es el antídoto!

Roman está cumpliendo su parte del trato de forma voluntaria, sin pedírselo, sin intimidarle, manipularle ni torturarle.

Del trato que hicimos minutos antes de que fuese asesinado y enviado aquí.

Ese trato en el que yo aceptaba darle lo que él más quería a cambio de que él me diese lo que más quería yo.

Drina a cambio del antídoto que nos permitirá a Damen y a mí estar juntos de la forma en que lo estuvimos como Alrik y Adelina, sin necesidad de escudos energéticos, sin miedo a que nuestro ADN entre en conflicto, sin la amenaza de que Damen muera.

Roman está cumpliendo su palabra.

Dedica unos momentos a repetirlo una vez más, asegurándose de que lo tenemos, de que hemos tomado nota, de que lo hemos memorizado, porque no tardará en marcharse con Drina y no espera volver a vernos, al menos en mucho tiempo. Esta es nuestra última ocasión. La oportunidad no volverá a presentarse.

Trago saliva y asiento con la cabeza. Me siento tan agradecida, tan embargada por la emoción, que me escuecen los ojos y se me hincha la garganta. No tengo ni idea de por dónde empezar, de qué decir.

Pero no hace falta que diga nada. Drina y él ya han unido las manos, ya nos han dado la espalda. Ya se dirigen al siguiente cubo, donde, sin necesitarnos, aúnan su energía y lo parten por la mitad, permitiendo que Haven salga de estampida de su propio infierno personal.

Se me acerca como una exhalación. Como una bola irritada de violenta energía roja que, según todas las apariencias, sigue furiosa conmigo.

Sigue acusándome.

Sigue pretendiendo cumplir las últimas palabras que pronunció, su amenaza de acabar conmigo.

Damen grita, salta entre nosotras con los brazos muy abiertos, haciendo lo posible para cubrirme, para defenderme de lo que ella tenga planeado, sea lo que sea.

Pero justo cuando ella nos alcanza, cuando flota a escasos milímetros de nosotros, se detiene y se calma de golpe. Observo con unos ojos como platos que su furioso resplandor rojo empieza a adquirir un matiz rosado mucho más suave. Este comienza a mostrar todas las apariencias de sus vidas pasadas, empezando por la de mi prima, la hermana de Esme, Fiona, antes de efectuar una transición hacia varias más que reconozco vagamente de escenas que he visualizado de mis encarnaciones pasadas. Me asombra saber que ha estado conmigo todo este tiempo, por lo general a distancia, nunca como una amiga íntima o una hermana, pero aun así…, vaya, que no tenía ni idea.

Empiezo a disculparme. Quiero que sepa cuánto lo lamento, pero ella se muestra demasiado impaciente y se apresura a descartar mis palabras con un gesto. Aún tiene más cosas que mostrarme, no ha terminado todavía, y observo mientras efectúa transiciones a todos los aspectos que adoptó en su vida más reciente. Todo, desde su fase de primera bailarina, la fase gótica en la que se hallaba cuando nos conocimos, la breve fase de aspirante a Drina que la siguió, la fase emo que vino poco después, el look de gitana rocanrolera, con su cuero y su encaje negro, que no duró mucho, hasta efectuar una transición a la fase de bruja inmortal superespeluznante, como Miles la llamó un día, la fase con la que acabó su vida, hasta adoptar por fin una versión de sí misma que nunca había visto. Una en la que tiene el pelo largo, reluciente y bien cuidado, los ojos limpios de maquillaje y brillantes, la ropa ligeramente extremada, al estilo propio de Haven, aunque sin pedir atención a gritos ni resultar desafiante. Pero el mayor cambio de todos es la sonrisa radiante que ilumina su rostro, indicándome que por fin se ha encontrado a sí misma, que por fin está en paz.

Por fin se gusta como es.

Señala con el pulgar a Damen, Roman y Drina, un triángulo amoroso que ha abarcado demasiados siglos. Sacude la cabeza, pone los ojos en blanco y exhala un largo suspiro nostálgico que no tarda en convertirse en una risa contagiosa que no puedo combatir. Las dos nos reímos con ganas, de un modo que me recuerda días mejores, días pasados con Miles ante la mesa del almuerzo, tardes ociosas metidas en su habitación con un montón de revistas apiladas entre nosotras, noches de viernes en mi jacuzzi después de devorar una pizza entera.

Vuelve a dedicarme toda su atención cuando piensa: «No te odio. Aunque no voy a mentirte: antes te odiaba. Y no solo en esa última vida, sino también en la mayoría de las otras. Pero eso solo se debía a que estaba tan descontenta de mí misma que tenía la absoluta certeza de que todos los demás estaban mejor, de que tenían lo que a mí me hacía falta. Estaba convencida de que, si consiguiese lo que ellos tenían, yo también podría ser feliz». Sacude la cabeza y pone los ojos en blanco ante lo absurdo de esa idea. «De todas formas, te alegrará saber que todo ha terminado. Soy libre en muchos aspectos. Ahora solo deseo que suceda lo que tenga que suceder, sea lo que sea.»

Trago saliva con fuerza y me obligo a asentir. No son esas las palabras que esperaba, y eso hace que las aprecie aún más. Tardaré en olvidarlas.

Y a continuación, Drina señala, Haven chilla, Roman sonríe, y todos se dan la mano. Los tres se apresuran hacia algo que solo ellos pueden ver y desaparecen en un brillante destello de luz blanca sin mirar atrás ni una sola vez.

Capítulo veinticinco

D
amen me estrecha entre sus brazos y me aprieta con fuerza contra su pecho. A continuación me levanta del suelo y me hace dar vueltas y más vueltas en el aire. Mis cabellos se levantan detrás de mi cabeza como una brillante capa de oro mientras giramos, bailamos y reímos. Contemplo asombrada este campo antes yermo, que empieza a transformarse.

Las esquirlas irregulares del vidrio que formaba las prisiones se hunden en el suelo. Primero se reciclan en arena y luego en una tierra oscura y rica en nutrientes que proporciona un alimento instantáneo a los árboles antes consumidos, alimento que permite que se enderecen, que se estiren, que echen un espeso manto de hojas, mientras junto a sus raíces brota una banda de flores silvestres púrpuras y amarillas.

A los dos nos embarga la emoción; nos sentimos rebosantes de entusiasmo por nuestro triunfo. La voz de Damen suena en mi oído como una canción cuando me dice:

—¡Lo conseguimos! Les hemos liberado, les hemos resarcido, hemos obtenido incluso la receta del antídoto, ¡y todo gracias a ti! —Sus labios hallan mi frente, mi mejilla, mi nariz y mi oreja. A continuación se aparta y añade—: Pero, Ever, ¿te das cuenta de lo que significa todo esto?

Lo miro con una sonrisa de oreja a oreja, tan amplia que mis mejillas no dan más de sí, aunque sigo queriendo oír cómo lo dice, queriendo oír las palabras pronunciadas en voz alta para que ambos las oigamos.

—Significa que por fin podemos estar juntos. —Apoya su frente en la mía con la respiración entrecortada—. Significa que todos nuestros problemas están resueltos. Significa que nunca tendremos que volver a visitar el cenador, ni siquiera como Alrik y Adelina, salvo que queramos hacerlo, claro está. —Mueve las cejas y emite una carcajada grave y profunda—. Lo único que tenemos que hacer es volver al plano terrestre, ponernos a trabajar en el brebaje y… —Se interrumpe, me pasa el pulgar por la mejilla y se inclina para besarme de nuevo.

Correspondo con una intensidad y un fervor iguales que los suyos. Consciente del finísimo velo de energía que flota entre nosotros y que le mantiene a salvo de lo que gracias a Roman se ha convertido en mi mortífero ADN, el cual, también gracias a él, no será una amenaza durante mucho más tiempo. Apenas puedo creerme que los días de eso que hemos dado en denominar nuestro «casi beso» estén a punto de terminar.

Pronto, muy pronto, podremos vivir como todo el mundo. Podremos tocarnos abierta y libremente, sin preocupaciones. Como hacemos en el cenador pero mejor, porque será real.

Pronto nos abrazaremos tal como somos en el presente, en lugar de hacerlo en nuestras diversas apariencias de vidas pasadas.

Me aparto ligeramente, cierro los ojos y vuelvo el rostro al cielo, tomándome un instante para enviar un agradecimiento silencioso a Roman, esté donde esté, por hacernos este maravilloso regalo.

Entonces, justo cuando estoy a punto de volver a besar a Damen, se aparta de mí con expresión desanimada y responde a la pregunta que hay en mi mirada con un breve gesto de la cabeza en dirección a Loto, que se arrodilla a lo lejos.

Se sienta a la orilla de una laguna, a pocos metros. Sus ralos mechones plateados flotan libres a su alrededor mientras murmura en voz baja con las manos unidas sobre el pecho. Contempla una profusión de flores de loto que se elevan a través de las aguas oscuras y cenagosas para aflorar a la superficie. Sus suaves pétalos blancos y rosados se elevan, rodeados de brillantes hojas verdes de borde festoneado. Las flores aparecen una tras otra hasta que apenas se ve el agua.

Permanece así durante un rato. Se complace en meditar sobre la maravillosa visión que se despliega ante ella, hasta que se vuelve hacia nosotros con una expresión que, si bien no es exactamente lo que yo llamaría «inquieta», no corresponde en absoluto al mar de triunfo en cuyo centro nadamos ahora mismo Damen y yo.

Damen entorna los ojos y aprieta la mandíbula, preparándose para la mala noticia que está seguro de que nos trae, sea cual sea.

Los dos avanzamos con movimientos cautos hacia ella. Ambos nos quedamos igual de sorprendidos cuando se levanta de la orilla fangosa, nos mira y dice:

—Enhorabuena.

Esperamos. Esperamos algo más. Pero, al menos durante un rato, eso parece ser todo.

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