Y, como ha cambiado la inmortalidad del alma por la inmortalidad física, solo queda un lugar en el que pueda encontrarle.
Atrapado dentro de Shadowland.
A
unque he estado allí otras veces, tres si no me fallan los cálculos, no tengo ni idea de cómo encontrarlo. Ignoro por completo dónde está realmente y cómo localizarlo en un mapa.
Hice mi primera visita a través de la mente de Damen. La segunda fue cuando le mostré telepáticamente a Roman el lugar al que viajó el alma de Drina. Y la tercera fue cuando Haven me mató y me envió a ese horrible abismo durante un tiempo que me pareció eterno, aunque debió de ser solo cuestión de minutos.
Así es como funciona Shadowland.
Pero nunca he hecho el viaje a pie. Nunca he salido en busca de su manifestación física.
Así pues, esperando hallar respuestas, recurro a todo lo que he aprendido, a las cosas que Ava me enseñó. Y en lugar de permitir que mi mente se descontrole con preguntas y pensamientos que solo sirven para crear pánico e incertidumbre, y que nunca me proporcionarán ningún resultado útil o bueno, opto por centrarme en el silencio interior. Confío en que me guíe, me conduzca, me haga llegar al lugar en el que debo estar.
Decidida a seguir mi instinto, mi corazón, mi intuición, la verdad oculta que descansa en mi interior, abro mi propio camino, dirigida exclusivamente por mis propios impulsos, pero cuando parece que la caminata resulta demasiado larga resuelvo acelerarla un poco y manifestar a un compañero.
Cabalgo a lomos de mi montura mientras avanza, pero me bajo tan pronto como se detiene en el borde mismo del perímetro, el lugar en el que la hierba se convierte en fango, en el que todos los árboles están consumidos y desnudos a pesar del constante diluvio que no cesa de caer. Es exactamente lo que pensé la primera vez: este lugar horrible es el yin de Summerland, su aspecto de sombra, su lado opuesto, y proporciona una clara línea de demarcación entre los dos mundos: uno claro y uno oscuro. No me cabe duda alguna de que señala la entrada de Shadowland.
Le doy a mi yegua una palmadita en la grupa, instándola a dirigirse a mejores pastos. Miro a mi alrededor con la esperanza de encontrar a Loto, o tal vez a alguna otra clase de guía, pero al darme cuenta de que estoy sola me adentro fatigosamente en el barro. Recorro con esfuerzo un interminable y embrutecedor paisaje desolado, deprimente, desierto, empapado e inundado, preguntándome si llegará algún punto en el que se convierta en otra cosa, en el que deje de parecer igual. Ese punto llega mucho antes de lo que imaginaba: de pronto, me topo con una escena tan distinta que me detengo, me paso una mano por los ojos y parpadeo unas cuantas veces para asegurarme de que no se trata de ninguna alucinación, de que estoy viendo de verdad lo que creo ver. Y aun así, sigo teniendo mis dudas.
Avanzo lentamente. Vuelvo la cabeza a uno y otro lado mientras mis ojos se esfuerzan por asimilarlo todo. Es una imagen surrealista, sin duda un espejismo creado por mi mente. No obstante, por más que parpadee, por más tiempo que pase conteniendo el aliento y mirando, se niega a ceder en modo alguno, hasta que no tengo más remedio que aceptar que la escena que se encuentra ante mí no solo es real, sino también una réplica exacta de la que aparecía en mi sueño.
El sueño que estaba segura de que Riley me había enviado.
El sueño que tuve de nuevo hace muy poco.
El sueño que estaba segura de que había sido meramente simbólico, algo que yo debía considerar, analizar y diseccionar durante el tiempo necesario hasta poder dividirlo por fin en fragmentos manejables que significasen algo.
No creí ni por un momento que debiese tomármelo en sentido literal.
No creí ni por un momento que pudiese existir realmente todo un paisaje de bloques rectangulares, un laberinto de prisiones de vidrio.
Inspiro hondo, doy unos cuantos pasos prudentes y levanto la vista. Miro con detenimiento a una multitud de almas atormentadas. Sé exactamente cómo se sienten, pues yo también he estado allí.
Solas.
Aisladas.
Despojadas de toda esperanza.
Las almas están rodeadas de silencio y de una oscuridad infinita, forzadas a revivir sus peores decisiones, sus errores más trágicos y sus acciones equivocadas, las malas decisiones y actos egoístas que causaron dolor a otros; obligadas a revivir una y mil veces su propio infierno personal. Experimentan el dolor que han causado a otros como si fuese propio, tal como me pasó a mí cuando estaba en su lugar. No tienen modo de saber que hay otras como ellas, que, aunque puedan sentirse solas, lo irónico del caso es que en realidad están atrapadas entre las de su especie. Todas ellas se ven asaltadas por las imágenes, por un arrepentimiento de siglos. No tienen modo de apagar esas figuraciones, no tienen modo de acallar sus mentes.
Y justo cuando me pregunto qué se supone que debo hacer aquí, el recuerdo de la voz de Loto resuena en mi oído.
«Hay muchos que te aguardan. Aguardan que les liberes, que me liberes a mí.»
Y sé que se refería a esto. Tengo que empezar por aquí.
Me aproximo al primer bloque y observo un frenesí de energía que pertenece a un alma atormentada y angustiada que no reconozco. No hay duda de que es una de las de Roman, puesto que, aparte de mí, las únicas personas a las que Damen convirtió fueron los huérfanos. Y no puedo evitar preguntarme cuántos inmortales pudo haber hecho Roman al recordar la respuesta que le dio a Haven cuando ella se lo preguntó en una ocasión: «Eso es algo que solo yo sé y que el resto del mundo tendrá que descubrir». Por no hablar de cuántos podrían haber acabado aquí sin darse cuenta, sin querer.
Cierro los ojos, aprieto el vidrio con las palmas de las manos y espero alguna clase de señal, más instrucciones, una orden que no tarde en ser revelada, pero me responde una explosión tan oscura de desesperación, un tormento tan desolador, que apenas puedo contenerlo. Pronto le sigue una oleada tan intensa de frío que me obliga a saltar hacia atrás. Miro boquiabierta las palmas de mis manos; están heladas, congeladas, y soy consciente de que mientras esté aquí es imposible que se curen.
Desesperada por acabar, por mí misma y por ellos, le doy una patada al vidrio, le doy una patada con todas mis fuerzas, y cuando eso no funciona lo golpeo con ambas manos. Y tras lanzar mi cuerpo contra él en vano, rebusco en mi bolsillo, localizo el trozo de cristal que me ha regalado Ava, el fragmento de cavansita que aumenta la intuición y la sanación psíquica, provoca una profunda reflexión, inspira nuevas ideas, ayuda a liberarse de creencias incorrectas y sirve para inducir los recuerdos de vidas pasadas, confiando en que pueda ayudarme también en este caso. Y cuando mi mano se ilumina, cuando mi palma se cura, cuando mi piel emite esa brillante tonalidad púrpura con motas doradas que he entrevisto antes, sé exactamente lo que debo hacer.
Cojo el borde agudo, el extremo irregular que se estrecha hasta convertirse en punta, y lo arrastro en sentido vertical por un lado del vidrio, en sentido horizontal por la parte superior y finalmente en sentido vertical por el otro lado. Me estremezco al oír el sonido que produce, agudo y chirriante como el de unas uñas contra una pizarra, y sé que lo he logrado cuando la prisión se derrumba, se hace añicos, y una fría corriente de aire sale silbando mientras el alma atrapada se apresura a salir.
El corazón me late con fuerza en el pecho cuando la entidad se cierne sobre mí, creciendo y estirándose hasta convertirse en un grupo abigarrado de personajes, en todo un surtido de apariencias de vidas pasadas, ninguna de las cuales reconozco. Emite un brillante destello de color mientras se encoge de nuevo y alza el vuelo. Remonta hacia el cielo y no tarda en desaparecer de la vista.
Hago una pausa para recobrar el aliento, asombrada por lo que acabo de presenciar, por lo que acabo de conseguir. Me dirijo hacia el siguiente cubo y repito la secuencia otra vez, y una vez más. Libero a un alma atrapada tras otra, sin tener ni idea de adónde van, aunque supongo que cualquier lugar tiene que ser mejor que este.
Y entonces, justo cuando avanzo hacia el siguiente, lo encuentro.
Damen.
Aunque no es como yo creía, no es como esperaba.
En lugar de estar atrapado como yo me temía, también deambula de bloque en bloque.
Tiene el pelo revuelto, los ojos atormentados y enrojecidos, y su voz arrepentida pide perdón por todo el mal que ha hecho.
Pide perdón por la presencia de todas esas almas aquí.
—Esto no es culpa tuya —digo, aproximándome despacio—. No tuviste nada que ver con esto, fue Roman quien los convirtió. Ya sabes lo orgulloso que estaba de su elixir, cuánto le gustaba compartirlo libremente con cualquier persona a la que considerase digna, mientras que tú solo nos lo diste a los huérfanos y a mí. A no ser que… —Trago saliva con fuerza y lo miro; se me ocurre una idea nueva, y ruego para que sea una paranoia mía y nada más—. A no ser que hubiese otros de los que no me hayas hablado —acabo, aspirando entre dientes.
Me relajo cuando su mirada desconsolada se clava en la mía y dice:
—Seis huérfanos. Y tú. Esa es la grandiosa suma de mi legado personal. —Se encoge de hombros, respira hondo y mira a su alrededor antes de volverse hacia mí—. Aun así, al final, en realidad no importa quién les dio el elixir, no importa quién decidió convertirlos, porque todo esto —añade, haciendo un movimiento amplio con el brazo y trazando con la mano un arco ante sí y a su alrededor—, todo lo que ves aquí, todo se deriva de mí. Yo fui el primero. Planté la semilla. Roman nunca habría llegado ahí de no ser por mí. Así que, como puedes ver, Ever, esto es culpa mía. Es como dijo Loto: «Yo soy la razón y nuestro amor es el síntoma». No podía dejarte marchar. No podía soportar el dolor de una vida sin ti. Y aunque tú, mi dulce Ever, mi querida Adelina, puedes muy bien ser la cura, tengo que hacer cuanto pueda para corregir mi karma, para reparar todos mis errores. ¿Y qué mejor lugar para empezar que aquí mismo?
Dedico unos momentos a sopesar sus palabras mientras pienso cuidadosamente las que voy a pronunciar.
—Bueno —digo en voz baja y serena, sin apartar los ojos ni una sola vez de sus elegantes rasgos—. Por lo que he experimentado hasta ahora, la mejor forma de compensar todo eso es liberarles. Es lo único que podemos hacer en este momento.
Le muestro el cristal, le muestro cómo lo he utilizado para atravesar el vidrio y liberar a las almas. Le invito a acompañarme con un gesto de la mano y le observo cuando apoya las palmas en la superficie y pide perdón en silencio. Su carne palpita, se cubre de ampollas y se ennegrece antes de adquirir un aspecto casi momificado. Rehúsa el cristal que le ofrezco y que le permitirá curarse; prefiere sufrir, convencido de que se lo merece, mientras me sigue de un bloque a otro. Los dos repetimos la secuencia: Damen expresa su arrepentimiento y yo hago añicos el vidrio para que otra alma pueda apresurarse a salir.
Cuando llegamos al siguiente bloque, percibimos de inmediato algo distinto y nos detenemos. Nos alerta al instante algo inusual que lo distingue de los precedentes. Y aunque la energía que hay en el interior se muestra igual de frenética que todas las demás, agitándose con violencia, estrellándose contra las paredes, moviéndose tan deprisa que es difícil percibirla y ver algo que no sea una masa borrosa y confusa, aun así, es una energía que ambos reconocemos.
Así que me retiro. Me aparto a un lado.
Esta alma en particular debe ser liberada por Damen, no por mí.
Aunque los tres compartimos un pasado, una historia larga e intrincada de celos que siempre acaba en asesinato, en mi asesinato, los dos tienen recuerdos que no me conciernen, que no tienen nada que ver conmigo, y no todos ellos son malos.
Le entrego el cristal y oigo cómo la llama en silencio, telepáticamente. Y cuando coloca las manos a ambos lados del cubo, todo se calma.
«¿Damen?», le llama ella, sintiendo su presencia y su energía. Aunque tal vez es solo una ilusión mía. Tal vez le está llamando desde el día en que la maté y envié su alma aquí.
«Estoy aquí. —Él cierra los ojos y apoya la frente en el vidrio, agarrándose a los lados con las manos—. Te he fallado. Te he fallado en muchos sentidos. No supe amarte de la forma que querías, de la forma que necesitabas. Y, aunque puede que te salvase la vida cuando te libré de la peste negra, me temo que al final intervine cuando no debía hacerlo y te aboqué a esto.»
Su aliento empaña el vidrio, le incita a pasar un dedo por él y luego a limpiarlo con la palma chamuscada de su mano humeante.
«Drina Magdalena, ya no eres Poverina. Así que, por favor, vete. Sé libre. Tienes otros lugares en los que estar. Yo nunca fui tu destino.»
Da un golpecito al vidrio con el cristal, lo arrastra hacia abajo por cada lado y un poco por la parte superior. El vidrio se parte en tiras largas y delgadas que caen al suelo y se rompen en trozos mucho más pequeños que se desmoronan a sus pies.
Me preparo. Me preparo para cualquier cosa. Espero un torbellino iracundo de energía que, a juzgar por el pasado, probablemente se abalanzará contra mí.
Por eso me sorprendo cuando opta por salir despacio.
Su energía se cierne sobre nosotros, creciendo y estirándose. Al principio forma una breve imagen de sí misma: mi prima Esme. Esa imagen dura solo unos segundos, y luego adopta la apariencia de su última encarnación: la esplendorosa Drina, con su cabellera roja y sus ojos verdes, una belleza tan asombrosa que ni siquiera la muerte puede deslucir.
Flota más cerca de Damen. Su mirada se mueve sobre él, admirándole embelesada mientras entre ellos se produce una comunicación silenciosa. Y aunque puedo oírla, aunque ninguno de los dos trata de ocultármela, les vuelvo la espalda e intento proporcionarles intimidad. Alcanzo a oír más o menos una de cada tres palabras, y su diálogo suena algo como:
«Lo siento – perdonarte – perdonarme – mal – desperdiciado – equivocación – arrepentimiento – lo siento.»
Ella alarga los brazos hacia Damen y le sujeta el rostro con los dedos. Las comisuras de su boca descienden cuando él da un respingo involuntario al sentir su contacto. Su mirada se entristece ante el pozo sin fondo de arrepentimiento que encuentra en los ojos de él.
Y cuando se vuelve hacia mí, no veo en absoluto lo que esperaba. El habitual contenido de odio, pullas y amenazas ha sido sustituido por una suave y cadenciosa veneración.