A
terrizo en la orilla del río. Aterrizo con un golpe sordo.
Con los dedos de los pies en el agua, de culo sobre la arena. Los acontecimientos de una vida, de mi primera vida, siguen agolpándose en mi mente.
Al oír un suave roce detrás de mí, me vuelvo y veo que Loto se acerca sonriente. Me ofrece una vieja mano nudosa y me ayuda a ponerme en pie.
Mis labios se abren, y montones de preguntas se apresuran a salir a través de ellos. Me detengo cuando Loto sacude la cabeza, me coloca la mano en el brazo y dice:
—Has descubierto la verdad.
Asiento con la cabeza, aferrándome a lo que ahora sé, lo que siempre debo recordar y nunca he de olvidar, aunque en este preciso momento me agobian preocupaciones más acuciantes.
—¿Y Damen? —pregunto, con una voz que delata mi ansiedad—. ¿Dónde está?
Baja los párpados un momento como si contemplase una escena que se representa en su interior y vuelve a levantarlos cuando dice:
—Aún le queda mucho por ver. Mucho por aprender. Para él no se ha acabado. Todavía no.
Indica el río con un gesto, y yo sigo la dirección de su dedo. Observo la corriente, que forma remolinos. Luego el agua vuelve a serenarse, y los restos de la escena que acabo de abandonar se reflejan en ella. Esos restos muestran la existencia de Alrik, que sigue viviendo consumido por un dolor infinito.
Está destruido, derrotado, hecho polvo, tan confundido que lo único que se le ocurre es vengar mi muerte. Como no tiene ni idea de que es Esme quien la ha provocado, está ansioso por culpar a cualquiera, a quien sea, y acaba haciendo que la mujer del pueblo y sus dos jóvenes aprendizas sean acusadas de brujería y ejecutadas. Al comprobar que su acto de venganza no le proporciona ninguna sensación de paz, de redención, que no compensa su pérdida, que no me trae de vuelta, cae en una desesperación aún más profunda.
Vive el resto de su vida entre pasiones perdidas y sueños frustrados. Su fervor y sus ganas de luchar han quedado enterrados junto a mi cuerpo. Hace las cosas por inercia, cumple con lo que se espera de él, se conforma con el camino más fácil, se conforma con la vida que su padre había planeado.
Se casa con Esme.
Reclama la corona.
Con cada día que pasa, su corazón se endurece más y más, se encoge hasta convertirse en una piedrecita amarga.
No se atreve a creer que volverá a verme.
No se atreve a creer en nada, nunca más.
Y me parte el corazón contemplarlo, ver cómo es derrocado al final en una revuelta organizada en secreto por un hermano que se ha vuelto en su contra. Rhys acaba casándose con Fiona, la hermana de Esme, aunque no puede dejar de desear a Esme, la única mujer que jamás será suya.
Los cuatro están atrapados en su propio infierno, sin poder hallar una salida.
No tienen modo alguno de saber lo que yo he aprendido: cuando perjudicamos a otro, también nos perjudicamos a nosotros mismos.
—Alrik es Damen. —Dejo de mirar el agua y clavo los ojos en Loto. Aunque yo misma me sorprendo de mis palabras, sé que corresponden a la verdad—. Rhys es Roman, Heath es Jude, la mujer del pueblo es Ava, sus aprendizas son las gemelas Romy y Rayne, Fiona es Haven, Esme es Drina… —Está muy claro. Frunzo el ceño y pongo los ojos en blanco—. ¿Y el médico? ¿Le conozco? —Pero antes de acabar la frase lo sé con certeza—. El médico es Miles. —Sacudo la cabeza, suelto una risita y luego añado—: El único razonable del grupo. El único que no quiso tener nada que ver con curas místicas.
Suspiro al caer en la cuenta de que ya hicimos todo esto siglos atrás, para acabar cayendo ahora en una trampa similar, para repetir una versión moderna de una existencia casi idéntica.
Miro el río claro. Las imágenes desaparecen enseguida cuando digo:
—¿Cómo es que no supimos esto? ¿Por qué seguimos cometiendo los mismos errores estúpidos una y otra vez?
Miro a Loto. Sus ojos se entornan y una explosión de arrugas surge en sus comisuras. Con voz baja y grave, dice:
—Es la penosa situación del ser humano. Y, aunque la culpa es en parte del río —añade, haciendo un gesto hacia las rápidas aguas oscuras—, la mayor parte de la culpa es de la tendencia del ser humano a sintonizar con el ruido que le rodea, en vez de hacerlo con el hermoso silencio que yace en su interior.
Contemplo el río y medito sus palabras, comprendiendo que reflejan todo lo que acabo de aprender. Nos pasamos la vida atrapados en cosas incorrectas, desorientados por nuestra mente y nuestro ego, viéndonos como seres separados unos de otros, en vez de escuchar la verdad que yace en nuestro propio corazón, la verdad que afirma que todos estamos conectados, que todos estamos en el mismo barco.
—El universo es paciente —añade—. Nos proporciona múltiples oportunidades de aprender, de hacer bien las cosas, y por eso nos reencarnamos.
—Así que es cierto. Damen y yo vivimos antes como Adelina y Alrik. —La miro y veo que asiente, confirmando mis palabras—. Él murió en esa vida como cualquier mortal, ¿no es así?
Mi mirada se posa en su pelo plateado y baja por la larga túnica blanca pespunteada de oro hasta los pies, sorprendentemente descalzos. Tardo un instante en darme cuenta de que el bastón que utilizaba la última vez que la vi ha desaparecido. Puede sostenerse en pie ella sola.
—Oh, sí —dice—. Ahora está atrapado, reviviendo el momento. Aunque todo debería acabar muy pronto.
Aprieto los labios y jugueteo con el dobladillo de mi camiseta, reflexionando. No tengo motivo alguno para no creerla, pero de todos modos hay algo que no tiene sentido, algo que tiene que explicarme.
—Pero, si todo eso es cierto, ¿por qué ninguno de nosotros vio esa vida cuando morimos y fuimos a Shadowland? ¿Y por qué no la vio Jude en ninguno de sus viajes a los Grandes Templos del Conocimiento? Lo siento, Loto, pero aunque todo parecía muy real no tiene ningún sentido.
Sin embargo, a pesar de que mi voz se eleva al final, a pesar de que me veo muy envuelta en mi propio argumento, Loto se mantiene tranquila, serena y completamente imperturbable cuando dice:
—¿Conoces el dicho «Cuando el discípulo está preparado aparece el maestro»?
Asiento con la cabeza, recordando que Jude me lo dijo una vez.
—Con el conocimiento sucede lo mismo. La verdad es revelada cuando estás preparado para recibirla, cuando la necesitas para seguir adelante, para dar el siguiente paso en tu viaje, para avanzar hacia tu destino. No necesitabas ese conocimiento antes ni estabas preparada para recibirlo. Y por lo tanto solo viste lo que necesitabas saber y nada más. Pero, ahora que estás preparada, el conocimiento te ha sido revelado. Cada paso conduce al siguiente. Es así de sencillo. Y lo mismo ocurre con Damen y Jude.
—Por cierto, ¿y Jude? ¿También está atrapado en esa vida?
Loto asiente. Su mirada se pierde en la distancia cuando dice:
—Jude tiene su propio viaje. Puede que no le veas durante un tiempo, aunque volverás a verle, no te preocupes.
Mi mirada cae en el río. Observo que se ha vuelto más oscuro, más fangoso, y me alegro de hallarme a cierta distancia de él, donde no corro peligro.
—Entonces, ¿ya está? —pregunto, volviéndome hacia ella—. ¿Este es el viaje? ¿Ya se ha acabado? ¿He completado lo que me has pedido que hiciese?
Loto niega con la cabeza, y esos viejos ojos legañosos se clavan en los míos.
—Esto solo ha sido el principio, la primera prueba de muchas. Te esperan muchos descubrimientos más.
Y antes de que pueda preguntar a qué se refiere, antes de que pueda pedirle que me lo aclare, el suelo se pone a temblar y el río empieza a crecer y a agitarse ruidosamente, mientras la tierra bajo mis pies comienza a moverse y a separarse de una forma que me recuerda el primer terremoto que viví en California.
Lucho por localizar mi voz, lucho por liberar el grito que se me pega al fondo de la garganta, cuando Loto desaparece, sencillamente se evapora, y un montón de tulipanes rojos surge a mi alrededor, ocupando su lugar.
Una señal que solo puede significar una cosa: Damen se ha reunido conmigo.
Centenares de tulipanes se agitan; sus suaves pétalos susurran contra su cuerpo mientras pasa a toda velocidad por encima de ellos y se acerca a mí. Me estrecha entre sus brazos, me levanta del suelo y me hace girar. Aprieta sus labios contra mi rostro, mi cabello, mis labios y mis mejillas, y vuelta a empezar. Desesperado, se asegura de que estoy aquí, de que de verdad soy yo: Adelina, Evaline, Abigail, Chloe, Fleur, Emala, Ever, su amor de tantas vidas, que lleva tantos nombres aunque solo tiene un alma. Por fin es consciente de la verdad: que en realidad nunca lo abandoné, a pesar de lo que pudo creer.
—¡Adelina! —exclama, deteniéndose y apartándome el cabello de la cara. Sus ojos me recorren ávidos de arriba abajo, me admiran embelesados. Se echa a reír, sacude la cabeza, se da cuenta de que sigue atrapado en el pasado y dice—: ¡Ever! —Vuelve a besarme, me estrecha contra su pecho—. Tenías razón. Tenías razón desde el principio. Hubo una vida antes, toda una vida que nunca habría podido imaginar. —Sus ojos me estudian con detenimiento, aún un poco abrumados por lo que acaba de averiguar—. Pero ahora que lo sabemos, ¿qué se supone que significa todo eso? —pregunta con un tono reflexivo.
Le paso los dedos por el pelo. Aunque soy consciente de que su pregunta iba en serio, deseo borrar cualquier rastro de su persistente dolor y sustituirlo por un recuerdo mucho más dulce.
—Para empezar, significa que no siempre fui virgen —contesto sonriente, recordando la hermosa noche que pasamos juntos como Alrik y Adelina, y la parte maravillosa de la mañana que vino a continuación.
Echa la cabeza hacia atrás y suelta una carcajada. Sus manos me ciñen con más fuerza la cintura mientras dice:
—Ese es un momento que no me importaría nada revivir en el cenador.
Encuentra mis labios de nuevo con un beso cálido y profundo. Luego se aparta y dice:
—¿Y Jude?
—¿Te refieres a Jude o a Heath? —Enarco una ceja—. ¿Sabes que son el mismo?
Asiente con la cabeza; ya se había dado cuenta.
Y sin saber exactamente qué parte quiere que le explique, digo:
—Insistió en venir conmigo, y por alguna razón Loto lo permitió. Dijo que encontraría allí las respuestas que él buscaba.
—Entonces también te quería, ¿verdad? —pregunta Damen, apretando los labios y mirándome a los ojos.
Asiento con la cabeza.
—Y lo demás… ¿lo viste? ¿Todo?
Inspiro hondo y vuelvo a asentir.
Damen suspira y trata de volverse, de apartarse, pero no pienso permitirlo. Lo mantengo pegado a mí.
Sus ojos se clavan en el suelo cuando dice:
—No me extraña que Jude reaparezca en mi vida una y otra vez. Intenta mantenernos separados, pero no por el motivo que yo creía. Debe reconocerme, intuir quién soy; sabe de forma innata qué soy y que más tarde alcancé el éxito donde antes había fracasado, consiguiendo mi propia inmortalidad antes de ir tras la tuya. —Niega con la cabeza—. Todo este tiempo, durante todas esas vidas, sin darse cuenta siquiera, él ha tratado de detenerme, ha tratado de salvarte de mí. —Se frota la barbilla y me mira con aire de cansancio—. Pensaba que moriría por el dolor de perderte. Quería morir. Y créeme cuando te digo que mi muerte no llegó tan pronto como deseaba. Me quedé vacío sin ti, como la cáscara de un hombre. —Traga saliva con fuerza y se pasa una mano por los ojos—. Heath me rogó que no llevara adelante la acusación contra Ava y las gemelas, o mejor dicho contra las personas que eran entonces. Y cuando no pudo hacerme cambiar de opinión me rogó que la tomase con él. Nunca se perdonó habérmelas traído. Nunca superó el sentimiento de culpa, pues las había hecho venir tanto por mí como por él mismo. Heath no podía soportar perderte. Habría hecho cualquier cosa para tenerte cerca, aunque eso significase tener que ver cómo te casabas conmigo. Pero cuando moriste a pesar de nuestros intentos aceptó rápidamente tu muerte, mientras que yo seguí resistiéndome con obstinación. Lo que hicimos fue incorrecto, antinatural, algo que habría sido mejor no intentar. Él lo entendió, pero yo no. Ni en esa vida ni en la que siguió, en la que al final encontré una forma de terminar lo que había empezado. —Cierra los ojos, pensando en la locura de los últimos siglos—. ¿Has visto el resto de su vida? ¿Has visto qué fue de él?
Niego con la cabeza.
Damen suspira. Sus manos me calientan los brazos. Su mirada es distante cuando dice:
—Se retiró a algún lugar lejano y murió solo, siendo aún bastante joven. Me temo que mi karma es más desastroso de lo que nunca habría podido adivinar.
Como no sé qué decir no digo nada, pero da igual, porque Damen habla en mi lugar:
—¿Y ahora qué? ¿Esperamos aquí por si reaparecen Jude o Loto? ¿Volvemos y tratamos de enmendar las acciones de unas vidas pasadas que en realidad no podemos cambiar? Tú eliges, Ever. Es tu destino. Tu viaje. No volveré a dudar de ti.
Lo miro, no poco sorprendida por sus palabras. Sé cuánto le gusta tener razón y controlar la situación, como a la mayoría de la gente.
Pero se limita a encogerse de hombros y a decir:
—¿Acaso no se trata de eso? ¿No es esa la razón por la que sigues apareciendo en mis vidas? Lo haces para enseñarme qué es el dolor, para enseñarme a sentirlo y aceptarlo, sin intentar burlarlo. Para sacarme de la oscuridad y llevarme a la luz, para mostrarme la auténtica verdad de nuestra existencia: que estaba muy equivocado, pues el alma es lo único inmortal que tenemos. ¿No es esa la razón por la que ha ocurrido todo esto, por la que tú y yo no podemos encontrar la verdadera felicidad y no dejamos de enfrentarnos a obstáculos que resultan imposibles de superar? ¿No es ese el motivo por el que nos hallamos aquí ahora, que me he confundido y me las he arreglado para fastidiarla a una escala colosal?
El silencio flota entre nosotros. Damen no deja de pensar en su pasado, y yo me he quedado sin habla al oír sus palabras. Estoy deseosa de dejarlas atrás; no quiero demorarme en ellas. Me dispongo a decirle que no tengo ni idea de lo que va a pasar ahora, que sus suposiciones son tan buenas como las mías, cuando veo una pequeña embarcación anclada junto a la orilla, justo a nuestro lado. Una barca que ha aparecido de la nada, que no estaba ahí hace menos de un segundo.
Y a sabiendas de que aquí no existen accidentes ni coincidencias de ninguna clase, le agarro de la mano y empiezo a conducirle hacia ella, diciendo: