Read Destino Online

Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Destino (7 page)

Me rodeo el cuerpo con los brazos como si así pudiese ahuyentar sus palabras. No trataba de decepcionarle; eso no era en absoluto lo que pretendía. Aun así, no puedo desechar la idea de que resolver el enigma de la anciana pueda conducirnos a un futuro más feliz y brillante. Eso es lo único que quiero en realidad, y sé que también es lo único que quiere él en realidad, a pesar del humor depresivo del momento.

Pero no digo nada de eso. Yo no lo hago sobre todo porque Damen, mi alma gemela, el amor de todas mis vidas, es la persona con la que siempre puedo contar para que desactive mis minas emocionales mucho antes de que tengan la oportunidad de explotarnos en la cara. Así que lo mínimo que puedo hacer es devolverle el favor.

Damen me mira, todavía irritado. Por eso, mantengo una voz suave y dulce, relajo el cuerpo y extiendo las manos hacia delante con los dedos separados y las palmas abiertas en un gesto de paz cuando digo:

—¿Estás disgustado porque he detenido la escena y me he salido del personaje o estás disgustado porque he insinuado que tal vez hayas vivido antes como otra persona, o ambas cosas? Y si son ambas cosas, ¿cuál te disgusta más?

Aguardo su respuesta. Me preparo para lo peor, me preparo para oír cualquier cosa a estas alturas, y no obstante me coge por sorpresa cuando dice:

—Todo esto es ridículo. ¿Una vida anterior? Ever, por favor te lo pido. Ya llevo aquí más de seiscientos años. ¿No te parece tiempo suficiente?

—Va… le… —Alargo innecesariamente la palabra, concentrada en mi intención de puntualizar. Sé que tengo que ir con pies de plomo, pues está claro que se trata de un tema delicado—. Y yo he entrado y salido de la existencia durante cuatrocientos años… que nosotros sepamos —añado, a sabiendas de que mis palabras van a irritarle, aunque tengo que decirlas de todos modos.

—¿Que tú sepas? —Me mira, optando por tomárselo de forma personal—. ¿Crees que te estoy ocultando alguna otra cosa? ¿Tal vez otra vida como esclava?

—No. —Niego con la cabeza, apresurándome a desmentirlo, ansiosa por borrar esa impresión—. No, en absoluto. En realidad estaba pensando más bien en que pudiese haber otras vidas de las que… de las que no tengamos noticia. Al menos tienes que reconocer esa posibilidad, Damen. Al fin y al cabo, ¿es que crees que el mundo apareció a tu alrededor el día que naciste como Damen Augustus Notte? ¿Crees que eras un alma recién salida del cascarón, sin pasado ni karma?

Sus cejas se unen y sus ojos se ensombrecen, pero su voz se mantiene serena y tranquila cuando dice:

—Lo siento, Ever. Siento echar por tierra tu idea con la verdad. Pero la cuestión es que toda alma tiene que tener un comienzo, «salir del cascarón», como tú lo llamas. Así que ¿por qué no entonces y allí? Además, si hubiese habido otra vida, una vida anterior, a estas alturas yo lo sabría. La habría visto en Shadowland.

—Entonces, ¿me estás diciendo que no la has visto? —pregunto, sin querer dejar el tema a pesar de la observación irrefutable que acaba de hacer y a pesar de mi desánimo.

—No la he visto —responde con expresión solemne y resuelta, decidido a no aprovechar en exceso su victoria.

Suspiro, cierro los ojos y me meto las manos en los bolsillos. Recuerdo mi propio viaje a Shadowland, las imágenes borrosas que se desarrollaron ante mis ojos, a mi alrededor, sin que viese ni una sola vez nada que no esperase, ninguna vida anterior de la que no tuviese ya conocimiento.

Ninguna otra versión de mí que fuese conocida con el nombre de Adelina.

Nada que tuviese lugar en el año 1308.

Al separar los párpados me encuentro con Damen de pie ante mí. Su mirada es suave y tierna cuando me pone en la mano un ramo de tulipanes. Las palabras «Lo siento» aparecen escritas en una sofisticada y audaz caligrafía de color púrpura que flota en el aire, entre nosotros.

«Yo también —escribo debajo de su frase—. No pretendía decepcionarte.»

—Lo sé —susurra, rodeándome con los brazos. Cierro los ojos y me apoyo en el abrazo de Damen, saboreando la sensación de su cuerpo contra el mío—. Y sé que voy a arrepentirme de esto, pero puedes recuperar tu semana. De verdad. Investiga tanto como quieras y yo haré cuanto esté en mi mano para ayudarte. Pero cuando acabe la semana, Ever, eres toda mía. Estoy haciendo unos planes de viaje muy serios.

Capítulo siete

—C
uando accedí a ayudarte creí que acudiríamos a los Grandes Templos del Conocimiento. ¿Qué vamos a hacer aquí? ¿Pasarnos seis días acampados? —Me pregunta horrorizado. Tras dar por hecho que había dejado atrás los días de apañárselas de cualquier manera, de prescindir de cosas a las que ahora está habituado, como la magia y la manifestación, por no mencionar las instalaciones de fontanería, se siente consternado al encontrarse aquí—. ¿Y si ella no vuelve? ¿Qué hacemos entonces?

Se sienta a mi lado. Me da la impresión de que su cuerpo se mueve con más energía de la necesaria. Sus gestos hacen que la lona de plástico se hunda y tiemble. El suelo eructa y se asienta debajo de nosotros con un desagradable sonido que recuerda a un sorbetón.

El sonido me provoca un ataque de risa. Sin embargo, Damen se limita a sacudir la cabeza y a poner los ojos en blanco, absolutamente agobiado.

Antes de llegar aquí, a la parte de Summerland en la que la magia no es reconocida y la manifestación no existe, he tenido la previsión de manifestar un par de grandes lonas de plástico —una para sentarnos y otra para protegernos de la constante lluvia—, así como unos cuantos artículos básicos. No puedo dejar de pensar que deberíamos haber manifestado algo más, tal vez una autocaravana totalmente cargada que habríamos podido aparcar a un lado. Aun así, estoy decidida a arreglármelas mientras espero que la anciana vuelva a presentarse.

Y más vale que se presente, o nunca lograré que Damen olvide esto.

El suelo continúa hundiéndose y haciendo ruidos cada vez que uno de nosotros efectúa el más leve gesto, por lo que reprimo un nuevo ataque de risa y vuelvo a centrarme en Damen.

—En lugar de preocuparte por lo que harás si ella no viene, quizá deberías plantearte lo que harás cuando venga. Al fin y al cabo, ¿no estamos aquí por eso?

Me mira y se pasa una mano por el pelo para apartárselo de la frente cuando dice:

—¿De verdad quieres saberlo, Ever? La única razón por la que estoy aquí es porque te juré lealtad eterna. ¿Sabes esa parte que dice «en lo bueno y en lo malo»? Pues supongo que esto debe de ser «lo malo», así que a partir de ahora solo podemos mejorar.

Lo miro, tentada de recordarle en broma que no estamos casados, pero decido que es mejor no forzar la suerte y lo dejo correr.

—Bueno, ¿qué vas a hacer? Si es que viene, claro. —Damen se inclina hacia atrás y levanta los ojos hasta la lona que cuelga encima de nosotros; no hay magia, no hay manifestación, nada mejor que hacer.

—Voy a enfrentarme a ella directamente. Le pediré que se deje de acertijos y vaya al grano. Voy a…

Me mira, esperando oír más. Pero no hay más. Mi plan llega hasta ahí. Así que apoyo las manos en mi regazo sin añadir nada.

—Vale, ¿y qué hacemos hasta que llegue ese momento? —pregunta con una ceja enarcada.

Lo miro con cara inexpresiva hasta que recuerdo la bolsa de viaje que he manifestado. Voy corriendo a buscarla, la dejo caer ante él y le observo mientras se incorpora y atisba el interior. Repasa deprisa el contenido: unas cuantas revistas, un par de libros, una baraja de naipes, unos juegos de mesa y varias botellas frías de elixir.

—No lo entiendo —dice, un poco confundido—. ¿Qué es todo esto?

—Son unas reservas que me gusta llamar «apañárselas en una situación penosa».

Le hago un gesto con la cabeza y contengo el aliento al ver que vacila. Luego decide seguirme la corriente. Quita la tapa de un juego de mesa y se pone a prepararlo. Yo me sitúo a su lado.

Estiro las piernas hacia delante hasta que mis pies casi llegan a la altura de los suyos. Miro a mi alrededor buscándola a ella, y al ver solo el habitual paisaje de cielo gris, tierra empapada y una lluvia que se niega a menguar deseo en silencio que se presente cuanto antes. A continuación, vuelvo a centrarme en Damen y le indico con un gesto que tire los dados.

Capítulo ocho

T
res partidas, una siesta (por parte de Damen, no por la mía) y dos botellas y media de elixir después, aparece.

Quiero decir que aparece sin más. Estamos absolutamente solos, y de pronto ella está ante nosotros. Esos ojos decrépitos me observan como si nunca se hubiesen marchado.

—¡Damen! —Al mirarle, veo que se mueve dormido y empieza a darse la vuelta. Le agarro de la pierna y le imprimo un par de buenas sacudidas mientras repito—: ¡Damen, despierta! ¡Está aquí!

Lo digo como si la mera visión de ella prometiese algo fantástico, como si acabase de divisar a Papá Noel con un trineo lleno hasta los topes de regalos y una flota de renos voladores.

Damen se incorpora y se pasa la mano por los ojos para despejarse antes de alargarla hacia mí. Pero va con retraso, yerra el contacto y pierde la oportunidad de atraerme hacia sí mientras me pongo en pie y avanzo hacia ella. No tengo ni idea de lo que voy a decirle, pero he esperado demasiado rato bajo la lluvia para desperdiciar la ocasión.

—Tú… —comienza ella, levantando el brazo. Me apresuro a frenarla. No necesito que empiece a salmodiar cuando resulta que ya lo hemos oído todo y no nos hace falta oírlo de nuevo.

—En cuanto a eso… —Me sitúo ante ella procurando mantener una distancia de seguridad entre nosotras, aunque dada su edad avanzada estoy segura de que no puede perjudicarme demasiado—. He oído la canción, he memorizado la letra y, créeme, no pretendo faltarte el respeto, pero ¿crees que podríamos comunicarnos en un idioma que yo entienda o al menos en la clase de idioma a la que estoy acostumbrada, esa clase que realmente tiene sentido?

Recorro su cuerpo con los ojos, abarcando los mechones de cabello plateado, los ojos singulares y la piel, tan frágil y fina que parece que vaya a desgarrarse. Busco una reacción, algún indicio de que mis palabras la han ofendido. Sin embargo, no puedo encontrar otra respuesta que no sea la mirada vieja y legañosa que se clava en Damen cuando este se sitúa junto a mí con los hombros cuadrados, las piernas firmes y los pies en una posición que le permita entrar de inmediato en acción, hacer lo que haga falta para, si llegara el caso, defenderme de esta extraña centenaria.

La idea parece tan tonta a primera vista que, si la situación no fuese tan seria, podría darme otro ataque de risa.

Al recordar que una de las últimas veces que vi a la anciana Misa y Marco me sorprendieron al salir de detrás de ella, me pongo de puntillas tanto como es posible cuando estás hundido hasta las rodillas en el fango. Sin embargo, por lo que veo, hoy no están aquí.

De momento solo estamos Damen, la anciana loca y yo. Y me da la impresión de que no parece nada sorprendida de encontrarnos a ambos esperándola.

Estoy a punto de hablar de nuevo, decidida a aclarar este asunto de una vez por todas y conseguir aquello que he venido a buscar. Pretendo liberar mi conciencia de las persistentes dudas que me agobian: ¿podría Damen tener razón después de todo? ¿No será esto una especie de cruel broma cósmica? ¿Me están tomando el pelo de la peor manera posible? ¿Y si ni Damen ni yo vivimos antes? Pero entonces ella me mira y dice:

—Adelina.

Ya está. Solo dice «Adelina». Luego baja los párpados y se inclina levemente. Se aprieta las palmas de las manos contra el centro del pecho, en un movimiento que se dirige hacia mí como si ella fuese la devota y yo una especie de deidad sagrada.

—Hummm… verás, la cosa es que… —empiezo. No sé cómo responder a semejante gesto y deseo pasarlo por alto, fingir que no se ha producido—. No sé de qué me hablas. Me llamo Ever, y este es Damen. —Damen me lanza una mirada de horror absoluto; le preocupa verse metido en esto, así que frunzo el entrecejo y pongo los ojos en blanco. Vuelvo a centrarme en ella cuando añado—: Tú ya lo sabes. —Le lanzo a Damen otra ojeada rápida, recordándole que su identidad no es ningún secreto para ella. De hecho, parece saberlo todo acerca de él, o al menos su nombre completo—. Y no tengo la menor idea de quién es esa Adelina o de qué tiene que ver conmigo, así que tal vez puedas ponerme al tanto. ¿Qué te parece?

—Yo soy Loto —dice en un susurro mientras sus ojos se posan en los míos.

Vale, no es exactamente lo que he preguntado, pero sigue siendo un avance. Supongo.

—Damen es la razón —añade, volviendo la cabeza hacia él—. Vuestro amor es el síntoma —prosigue, dirigiéndose a ambos—. Pero tú, Adelina, eres la cura. La clave —acaba, clavando su mirada en mí.

Vaya.

Que yo reprima un suspiro no significa que no piense: «Ya estamos otra vez, más divagaciones crípticas sin sentido alguno».

—Escucha, la cuestión es esta: tal como acabo de decir, me llamo Ever, no Adelina. De hecho, nunca he sido Adelina. Me he llamado Evaline, Abigail, Fleur, Chloe y Emala, pero nunca Adelina. Te equivocas de chica.

Suspiro y desvío la mirada. Este juego me fastidia. Vislumbro un atisbo de alivio en los ojos de Damen, pero el alivio no tarda en convertirse en rabia cuando la vieja da un paso adelante y me agarra por la manga.

—¡Eh!

La voz de Damen es seca, pero Loto le ignora. Me sujeta el brazo con más fuerza y me mira concentrada.

—Te lo pido por favor. Hemos esperado tanto… Te hemos esperado, Adelina. Debes regresar. Debes hacer el viaje. Debes encontrar la verdad. Es la única forma de liberarles, de liberarme a mí.

—¿Dónde están Misa y Marco? —pregunto sin saber por qué, tal vez porque son lo único que parece tangible y real en esta escena surrealista.

—Hay muchos que te aguardan. El viaje es tuyo. Tuyo y solo tuyo.

—Pero ¿qué viaje? —pregunto, con una voz temblorosa como un sollozo—. Lo siento, pero nada de esto tiene sentido. Si es tan importante que lo haga, aunque no sea Adelina, tal vez puedas dejarte de acertijos y explicármelo de un modo que tenga significado para mí.

—El viaje de regreso —dice, inclinando la cabeza de nuevo y ofreciéndome una imagen confusa de pelo plateado.

—¿De regreso adónde? —suplico con el rostro encendido por un principio de histeria, consciente de que tengo que controlarme.

—De regreso al principio. A la escena que te falta ver. De regreso a su origen mismo. Debes verlo. Aprenderlo. Saberlo. Todo. Aunque debo advertirte de que solo es el principio. El viaje es largo y arduo, pero la recompensa resulta muy grande. La verdad genera auténtica felicidad, aunque solo los puros de corazón pueden comprenderla. —Su mirada se traslada a Damen cuando añade—: El viaje es tuyo y solo tuyo, Adelina. Damen no es bienvenido allí.

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