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Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Destino (30 page)

La miro a los ojos, y no puedo evitar pensar que esto va a ser aún peor de lo que me temía. Aun así, me niego a rendirme. No puedo detenerme ahora, cuando aún me quedan unos cuantos ases en la manga.

—Hay más. —Asiento con la cabeza y manifiesto al instante un cuchillo con el mango lleno de gemas que coloco sobre la palma de mi mano—. Ya sé que eres muy aprensiva, ya sé que no soportas la visión de la sangre, pero te prometo que no durará mucho.

Luego me clavo la punta en el centro de la palma y arrastro la afilada hoja hasta cruzarla por completo. Oigo el grito que Sabine es incapaz de ahogar y veo su rostro horrorizado mientras contempla la sangre que sale de mi mano, el modo en que salpica mi vestido y forma un charco en la alfombra, hasta que deja de existir.

El cuchillo ha desaparecido.

La palma de mi mano se ha curado.

Y no hay absolutamente ninguna señal de la sangre que acabo de derramar.

Y aunque ha sido una muestra impresionante, he de reconocer que empiezo a sentirme un poco avergonzada, empiezo a sentirme como la artista de circo más repelente del mundo.

—Escuchad —digo, mirándoles a ella y a Muñoz, que ni siquiera trata de disimular su conmoción por lo que acaba de ver—. Podría seguir durante horas. Podría mostraros todos los trucos de los que soy capaz. Y lo haré, si eso es lo que hace falta. Sin embargo, para ser sincera, os diré que solo necesitáis saber que todo lo que acabáis de ver es real. Y aunque pueda hacer que os sintáis incómodos, aunque pueda hacer que volváis la espalda y finjáis que no lo habéis visto, eso no impedirá que sea real. Lo siento, Sabine. Siento tener que hacerte esto. Y aunque entiendo que la decisión de creer o no es tuya, aunque entiendo que hay muchas posibilidades de que no pueda hacerte cambiar de opinión haga lo que haga, la cuestión es esta: me da igual lo que decidas, eso es cosa tuya, pero si quieres volver a verme, si quieres tener alguna clase de relación conmigo, vas a tener que dejar atrás esos prejuicios tan arraigados tuyos y aprender a aceptarme. Por completo. Incluso las partes que no te gustan. Incluso las partes que te asustan. Porque eso es exactamente lo que he decidido hacer contigo. Tu tendencia a la severidad y la cabezonería, tu inclinación a rehuirme en lugar de tratar de entenderme, bueno, me asusta tanto como mi muestra de trucos inmortales de salón te acaban de asustar a ti. Y, sin embargo, prefiero aceptarte tal como eres a afrontar un futuro en el que nunca vuelva a verte. Supongo que esperaba que haciendo todo esto pudiésemos hallar un punto de encuentro. La decisión es tuya, y yo la aceptaré en cualquier caso.

Me apoyo en el respaldo y observo cómo pierde fuelle, observo cómo su aura se desinfla y se asienta como un globo de helio de una semana de antigüedad.

—¿Cuánto hace que eres así? —pregunta por fin.

Y cuando la miro a los ojos me doy cuenta de que cree que siempre he sido así, que nací siendo un bicho raro. Supone que debe ser el motivo por el que sobreviví al accidente cuando el resto de mi familia murió. Pero me apresuro a quitarle esa idea de la cabeza.

—Morí en el accidente —digo—. Sufrí eso que llaman una «experiencia cercana a la muerte», pero esa frase no es muy correcta, porque lo que experimenté no tenía nada de «cercano». Seguramente Muñoz sabe más de todo eso que yo. Él ha leído mucho sobre el tema. —Los miro y veo que ella le lanza una mirada de interrogación, a la que él responde asintiendo con la cabeza y encogiéndose de hombros—. En cualquier caso, en lugar de cruzar el puente hacia el otro lado junto con mamá, papá y Buttercup, opté por entretenerme en Summerland, en ese prado precioso. Y eso es lo que estaba haciendo mi alma cuando Damen encontró mi cuerpo junto al coche y me dio a beber el elixir que me devolvió a la vida.

—¿Y Riley? —Sabine se inclina hacia delante con los ojos muy abiertos, esperando lo peor.

—Riley se quedó atrapada algún tiempo —respondo, incómoda.

—¿Atrapada?

Suelto un suspiro.

—Atrapada entre esto y Summerland. Empezó a visitarme cuando yo estaba en el hospital. Luego, cuando nos trasladamos aquí, solía pasarse por la casa casi cada día hasta que le recomendé cruzar el puente y caminar hacia delante. Y aunque creo que me visita en sueños de vez en cuando, no he podido verla desde entonces. No puedo ver a los que han cruzado. Su energía vibra demasiado deprisa. Aunque un amigo mío solía verla… —Hago una pausa, recordando que Jude intentó en vano enseñarme a verla también—. Y dice que ella dice que está bien. En realidad, dice que está mejor que bien. Es feliz. Mamá, papá y Buttercup también son felices. Al parecer, se sienten más vivos que nunca. —La miro a los ojos antes de continuar—: ¿Sabes?, que no puedas verles no significa que ya no existan. El alma es eterna. Es la única inmortalidad verdadera que hay.

No sé qué parte de mi discurso la ha conmovido por fin, pero de pronto Sabine está sollozando contra la camisa de Muñoz. Sus hombros se sacuden con violencia mientras él le pasa la mano por la media melena rubia y por la espalda de la blusa, susurrando en voz baja, proporcionándole consuelo y seguridad, hasta que ella empieza a recuperar la compostura y puede volver a mirarme.

Permanezco en silencio. Sé exactamente cómo se siente. Recuerdo demasiado bien mi primera reacción de negación al ver a mi hermanita fantasmal delante de mí, y cómo traté a Damen el día que me explicó por primera vez la verdad de mi existencia en el aparcamiento del instituto. Opté por apartarle de mi vida, alejarle con palabras crueles inspiradas por el miedo en lugar de afrontar una verdad que era incapaz de asimilar.

Sabine y yo no somos tan distintas.

Sé lo que es presenciar cómo alguien echa por tierra todas tus creencias.

Por eso, al cabo de unos momentos, digo:

—Siento mucho soltarte todo esto sin más. Sé que cuesta digerirlo, pero quería que lo supieses antes de que…

Sabine levanta la cabeza y clava en mí sus ojos llorosos y enrojecidos.

—… quería que lo supieses antes de que vuelva a ser normal.

Parpadea, sacude la cabeza y dice entre dientes:

—¿Qué? —Se pasa una manga por la cara cuando añade—: No lo entiendo.

Inspiro hondo y me miro los pies. Intento ganar tiempo mientras pongo en orden mis ideas antes de volver a mirarla a los ojos.

—Para ser sincera, tampoco yo estoy segura de entenderlo. Es una historia muy larga, y hay tanto que explicar… pero de todos modos los detalles no tienen demasiada importancia. Solo pensaba, bueno, solo esperaba que si me sinceraba acerca de quién soy ahora, entonces tal vez, cuando ya no sea así, podamos seguir juntas. Ya sabes, sin todos esos gritos, peleas e insultos. En fin, si tú quieres. Depende de ti. Prometo respetar tu decisión, sea cual sea.

Sabine se levanta del sofá y viene hacia mí con los brazos extendidos, pero yo soy más rápida que ella, tan rápida que me acurruco contra su pecho antes de que ella supere siquiera la esquina de la mesita de café.

Y es tan agradable estar de regreso que no puedo evitar llorar también. Entre lágrimas, las dos nos deshacemos en disculpas hasta que me acuerdo de Muñoz, me recompongo y me paso la mano por los ojos mientras digo:

—Escuchad, ¿hay algo que queráis? —Los miro y añado—: Ya habéis visto lo que puedo hacer, todo aquello de lo que soy capaz. Así que, teniendo en cuenta eso, ¿qué va a ser? ¿Un coche nuevo? ¿Una casa de vacaciones en algún lugar exótico? ¿Pases para el camerino de Bruce Springsteen? —Observo a Muñoz con las cejas enarcadas, porque sé que es un gran admirador suyo.

Pero ambos niegan con la cabeza.

—¿Estáis seguros? —pregunto con el entrecejo fruncido, ansiosa por hacerles algún regalo—. La verdad, no estoy segura de si seguiré siendo capaz de todo esto una vez que… después de que vuelva a ser como era antes. Puede que pierda todos mis poderes, o al menos una buena parte. Y eso significa que esta podría ser vuestra última oportunidad.

Sabine se vuelve de nuevo hacia Muñoz. Veo que le coloca la mano en el hombro y dice:

—¿Qué más podría querer cuando tengo todo lo que podría soñar aquí mismo?

Y es entonces cuando lo veo.

Es entonces cuando veo el flamante anillo de compromiso que brilla en su dedo anular.

—La familia es lo único que significa algo para mí —dice mientras me atrae de nuevo hacia ambos—. Y ahora que has regresado, lo tengo todo. Tengo todo lo que necesito.

Capítulo treinta y siete

M
i intención era dirigirme a casa de Damen.

Mi intención era decirles buenas noches a Sabine y a Muñoz y dirigirme directamente allí.

Pero las cosas no salieron como yo tenía previsto.

Sabine y yo nos quedamos levantadas hasta tarde. Hasta muy tarde. Hasta mucho después de que Muñoz se despidiera de nosotras y regresase a su casa.

Las dos aguantamos en el sofá hasta la madrugada, picoteando con desgana de una caja de pizza sobrante (sí, me comí un par de trozos, ¡no podía creerme lo que me había estado perdiendo durante todo este tiempo!) mientras nos poníamos al día. Cuando quise darme cuenta, solo me faltaban unas horas para tener que ir al instituto.

Según Muñoz, no tenía más remedio que presentarme en la oficina del administrador y utilizar mis poderes de manifestación o hacer un esfuerzo sobrehumano para recuperar todo lo que me había perdido, o ambas cosas, si quería tener alguna esperanza de graduarme con los de mi clase.

Así que, en lugar de ir a casa de Damen, opté por dormir unas pocas horas en mi antigua habitación. Quería estar descansada y con las pilas cargadas cuando me pasase por su casa, ya que no sabía cómo reaccionaría al verme otra vez y con los frutos a punto. Lo que sí sabía era que tendría que esforzarme al máximo.

En cuanto veo su BMW negro en el aparcamiento del instituto, me doy cuenta de que no tendré que esperar mucho. Al parecer, sigue acudiendo al centro cada día, asistiendo a sus clases, prosiguiendo con los temibles estudios por inercia, aunque, por más que lo intento, no puedo imaginar por qué.

—Porque te hice una promesa —dice, respondiendo a la pregunta de mi mente cuando aparece a mi lado. Aunque aguanta mi puerta abierta y espera a que baje y me acerque a él, me quedo paralizada donde estoy.

Le recorro con la mirada y saboreo su visión, la sensación de su presencia junto a mí, mientras una profunda punzada de dolor me recuerda cuánto he echado de menos su compañía.

A pesar de la emoción de mis recientes logros, a pesar del triunfo de cumplir mi destino, sin Damen a mi lado todo se apaga, todo parece vacío y deslucido.

—Te busqué. —Sus ojos me estudian con detenimiento, sedientos, admirándome embelesados, diciéndome que me ha echado de menos tanto como yo a él—. Te busqué por todo Summerland. Y aunque me resultó imposible encontrarte, podía sentirte. Fue así como supe que estabas bien. Lejos, en un lugar que no podía identificar, pero bien. Y fue ese consuelo lo que me ayudó a seguir adelante, esperando el día en que encontrases el camino de regreso hacia mí.

Trago saliva con fuerza para intentar deshacer el nudo que se me ha formado en la garganta. Sé que debería decir algo, pero no puedo. Solo soy capaz de mirarlo fijamente.

—Bueno, ¿cuándo has vuelto? —me pregunta con mirada serena y, aunque se esfuerza por mantener el buen rollo, me temo que mi reacción es justo la contraria.

Su pregunta me pone en movimiento, un movimiento horrible, capaz de poner nervioso a cualquiera. Cojo mi bolso, me toqueteo el cabello, me rasco el brazo y me remuevo en mi asiento hasta que por fin salgo del coche sin aceptar la mano que me ofrece. Mis ojos saltan de un punto a otro, buscando un lugar seguro en el que aterrizar, cualquier sitio que no sean sus ojos.

Mi respiración se vuelve rápida y superficial cuando digo:

—Ayer.

Una verdad tan horrible que no puedo evitar sentirme abochornada. Sé exactamente cómo decide interpretarlo: de la única forma en que se puede interpretar. Y, aunque me encantaría negarlo, no puedo. Hace un día entero que volví de mi viaje y sin embargo no he encontrado el momento para verle hasta ahora, cuando me ha abordado él.

He puesto a otras personas por delante de él.

Y entre ellas se incluye Jude.

Damen permanece junto a mi coche, sopesando cuidadosamente esa única palabra hasta que se vuelve permanente, irreversible, como una huella accidental dejada en un cuadrado de cemento fresco que no intento aplanar, que no intento borrar.

Sé que tengo que decir algo, pero no sé qué podría ser.

Damen me mira, y está claro que no sabe si sentirse dolido, confuso o algo a medio camino entre ambas cosas.

—Tenía miedo de verte —le digo—, sobre todo porque no quiero que volvamos a discutir. No podría soportar que volviésemos a discutir. Y sin embargo, tú y yo sabemos que eso es lo que va a ocurrir. Pero antes quiero que sepas que el hecho de que haya aplazado este instante no significa que no te haya echado de menos… —Mi voz se quiebra, y me siento tan conmovida que me veo obligada a carraspear unas cuantas veces antes de continuar—: Por favor, no se te ocurra pensar que no te he echado de menos —acabo, mientras clavo en él una mirada suplicante y llorosa.

Pero en lugar de reconocer que también me ha echado de menos, en lugar de acercarse a consolarme tal como yo esperaba, dice:

—¿Por qué crees que es tan inevitable una discusión?

Sus ojos oscuros se posan sobre mí y se abren de par en par, incrédulos y escandalizados, cuando meto la mano en mi bolso, busco el paquete que me dio Honor y se lo entrego, diciendo:

—Por esto.

Observa el paquetito envuelto con sencillez, lo examina mientras le da vueltas entre las manos.

—Es la hierba —aclaro, mirándole—. Es la hierba rara y difícil de encontrar que encargaste y que te hace falta para terminar tu antídoto. Ese antídoto que nos permitirá estar juntos de la forma que queremos para poder continuar con nuestras vidas como inmortales.

Cierra los dedos y el papel cruje en señal de protesta. Su mirada me recorre, y al notar su peso lleno los pulmones de aire. Se oye el primer timbre, un sonido que desata una actividad frenética cuando todos nuestros compañeros de clase echan a correr hacia el edificio. Pero Damen y yo nos quedamos donde estamos. Aunque tengo que ir a clase y empezar a recuperar el tiempo perdido durante mi prolongada ausencia, antes tenemos que acabar esta conversación. Tenemos que llegar a alguna conclusión antes de que pueda ir a ninguna parte ni hacer nada más.

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