Una vida tal como debía ser.
La posibilidad de proporcionarles a todos una nueva ocasión, una segunda oportunidad para tomar una decisión informada acerca de si querían o no seguir viviendo así, a diferencia de la época en que eran demasiado jóvenes y estaban demasiado asustados para entender las consecuencias, de la época en que todos se apresuraron a beber sin pensárselo dos veces.
Drina se negó en redondo. Roman se rió en su cara. Los demás se limitaron a negar con la cabeza, mirarla con mucha compasión y pedirle que se marchase.
Damen era el último de su lista, su última esperanza.
Hasta que me vio a mí.
—Creía que era suficiente haber encontrado un modo de liberar a las almas y anular Shadowland, pero aún quieres que haga más —le digo, lanzándole una mirada de furia, sacudiendo la cabeza y soltándome de un tirón. Mis dedos rozan la delgada banda de oro que lleva en la mano izquierda. Siento que haya perdido a su amado, pero no sé qué se supone que debo hacer—. Me hiciste pasar por ese infierno cuando en ningún momento pensabas siquiera en el viaje. ¡Tenías otra cosa planeada para mí durante todo ese tiempo!
—Cada paso conduce al siguiente —dice con una voz mucho más serena que la mía—. Todo lo que has experimentado en esta vida y en las anteriores te ha preparado para este momento. Todas las decisiones que has tomado te han traído aquí. Y, aunque has conseguido mucho, aún queda mucho por hacer. El viaje es largo y arduo, pero la recompensa es demasiado grande para renunciar a ella. Hay muchos que te aguardan, que aguardan que les liberes. Eres la única que puede hacerlo. Por eso sigues reencarnándote, Ever. Tienes un destino que cumplir.
Sobresaltada, entorno los ojos al caer en la cuenta de que es la primera vez que me llama por mi verdadero nombre, o por lo menos por mi verdadero nombre actual. Suele llamarme Adelina, o se limita a señalarme mientras canta esa absurda canción suya. Y no puedo evitar preguntarme qué más puede esperar que haga después de todo lo que ya he padecido. He sobrevivido a una vida anterior que ignoraba haber vivido, he estado a un paso de ahogarme en el río del Olvido, he estado a punto de quemarme viva en aquel desierto con dos soles abrasadores y, para acabar, he liberado a las almas perdidas en Shadowland y he devuelto el esplendor a Summerland.
Después de todo eso, no estoy segura de estar preparada para ningún reto nuevo, y menos ahora que todo aquello por lo que Damen y yo hemos estado luchando durante este tiempo está por fin a nuestro alcance. Lo único que tenemos que hacer es volver al plano terrestre, reunir los ingredientes, preparar el antídoto, agitarlo y echar un trago, y el futuro feliz será nuestro para siempre.
—Solo tú puedes restablecer la verdad. Solo tú puedes hallarla —dice Loto con franqueza y sencillez, sin ruegos ni súplicas.
—¿Qué tiene que localizar exactamente? —pregunta Damen, sin intentar disimular su exasperación.
Pero Loto es inmune a nuestros arrebatos. Por lo que veo, su estado de ánimo oscila entre la leve desdicha y la calma y serenidad.
—El Árbol de la Vida —dice ella, mirándole—. Solo Ever puede encontrarlo. Solo Ever puede traer su fruto. El árbol fructifica siempre. Su fruto proporciona la iluminación y el conocimiento de la verdadera inmortalidad, la del alma, a quienes lo buscan, además de anular la falsa inmortalidad física de aquellos que han sido engañados.
—¿Y si no va? ¿Qué pasa si te vuelve la espalda y regresa al plano terrestre? —pregunta Damen, enarcando las cejas en un gesto de desafío.
—En ese caso será una lástima. La habré juzgado mal. La habré sobrevalorado. No cumplirá su destino y muchos sufrirán. No obstante, la decisión es suya. Yo solo puedo pedírselo; ella tiene libre albedrío para decidir por su cuenta. —Loto se sitúa de cara a mí cuando añade—: ¿Aún tienes ese saquito que te he dado?
Entorno los ojos y abro los labios. Me había olvidado de la existencia del saquito de seda que me entregó al emprender el viaje, y después de pasar por todo lo que he pasado dudo que aún lo conserve.
Meto los dedos en cada uno de mis bolsillos y al final lo encuentro encajado al fondo del bolsillo trasero derecho, el último que compruebo. Está arrugado, totalmente aplastado y chafado, pero aun así lo saco y lo hago oscilar delante de mí.
Su rostro se ilumina con una sonrisa al preguntarme:
—¿Recuerdas las palabras que te dije al dártelo?
La miro con los ojos entrecerrados y rebusco entre el contenido confuso de mi mente.
—Dijiste: «Todo lo que crees necesitar está aquí. Decide tú qué significa eso». O algo así.
Asiente con la cabeza y sonríe de oreja a oreja. Me llaman la atención los grandes huecos que vislumbro entre sus dientes, y en ese momento dice:
—Entonces, teniendo eso en cuenta, ¿qué es lo que más deseas, por encima de todo? Ahora mismo, en este preciso momento, ¿qué es lo que quieres?
Vacilo. Me quedo mirando la pequeña zona de hierba que hay a mis pies. Soy consciente de la mirada de Damen que pesa sobre mí. Se pregunta por qué no lo digo, a qué se debe el retraso.
Yo también me lo pregunto.
Me pregunto por qué no llega la palabra, por qué me cuesta tanto pronunciarla cuando es lo que hemos estado buscando todo este tiempo.
Clavo la mirada en Loto y lucho por pronunciar las palabras. Mi voz suena acartonada, indiferente y vacía de emoción cuando digo:
—El antídoto. Yo… bueno, nosotros tenemos la receta, pero todavía debemos reunir los ingredientes, esperar todas las fases lunares… y cosas así…
El corazón me late con fuerza, se me hace un nudo en el estómago y contraigo los dedos nerviosamente mientras la mirada de Loto oscila entre Damen y yo.
—Y así es —dice, asintiendo como si estuviera hecho, y al ver que su gesto es acogido por dos miradas escépticas añade—: Por favor. Mira dentro. Comprobarás que contiene todo lo que necesitas para preparar ese antídoto tuyo, incluyendo una hierba muy rara que será difícil de encontrar en el plano terrestre. Y sí, se han tenido en cuenta todas las fases lunares.
Sin añadir nada más, empieza a alejarse arrastrando los pies. Solo se detiene cuando la llamo y digo:
—Estás de broma, ¿verdad?
Hago oscilar el saquito, a sabiendas de que es imposible que pueda contener todos los elementos que Roman ha incluido en su larga lista de la compra. Es demasiado pequeño. Una lista como esa requeriría una o dos bolsas de viaje llenas hasta los topes.
Loto se detiene, se lleva las manos al pecho y dice:
—¿Por qué no vacías el contenido y lo ves?
Frunzo el ceño, me arrodillo sobre la hierba y tiro de los cordones mientras ladeo el saquito. No puedo evitar lanzar un grito ahogado al ver que cae de su interior un montón de hierbas, cristales y líquidos en frasquitos de vidrio. Ignoro por completo de dónde pueden haber salido; el saquito contiene muchos más elementos de los que por lógica podrían caber en él.
—Todo está ahí. Todas las cosas que necesitáis para poneros manos a la obra. Únicamente tenéis que seguir las instrucciones de Roman, y la vida con la que soñáis será vuestra. —Se detiene y me mira al añadir—: ¿O no?
Trago saliva. Me cuesta respirar. Me quedo mirando el regalo extendido ante mí, una generosa pila de ingredientes complicados y difíciles de encontrar que he estado buscando durante todo este tiempo, la respuesta a todos nuestros problemas aquí mismo… si la queremos.
Sin embargo, aunque sé que debería estar contenta, si no completamente exultante, no logro parar las palabras que se repiten en mi cabeza, no puedo apagar la duda que ha suscitado cuando ha dicho: «¿O no?».
—¿Algún problema? —pregunta, recorriéndome con sus ojos legañosos—. ¿Has cambiado de opinión? ¿Hay otra cosa que preferirías tener?
—Ever… —empieza a decir Damen, dejándose caer de rodillas junto a mí. Desea que lo mire, que diga algo, que le ofrezca alguna clase de explicación.
Pero no puedo.
¿Cómo podría explicárselo cuando en realidad apenas lo entiendo yo misma?
Solo se enfadará.
No lo entenderá.
Y, al menos a primera vista, no puedo reprochárselo.
Pero esto va mucho más allá. Esto se remonta al viaje, a mi destino, a la verdadera razón por la que sigo reencarnándome.
Y de pronto lo sé. De pronto estoy completamente convencida de que beber el antídoto es solo otra distracción, no es la respuesta que en realidad buscábamos.
Al final, no resolverá nada.
No resolverá lo que hace falta resolver más que cualquier otra cosa.
Desde luego, nos permitirá estar juntos de la forma que queremos, pero eso es todo. Será como poner una tirita encima de una gran herida abierta: no servirá para curar los daños que ya se han provocado.
No servirá para cambiar el hecho de que estamos en el camino equivocado.
Cuando nos demos cuenta de que nos hemos privado de la vida que estábamos destinados a vivir al elegir la inmortalidad física y no la del alma, el antídoto ya no será la cuestión.
Si Damen y yo vamos a estar juntos realmente, deberíamos aspirar a mucho más. Deberíamos reconocer que nuestros problemas no empezaron el día en que Roman me engañó; empezaron varios siglos antes, cuando Alrik no soportó perder a Adelina, y culminaron cuando se reencarnó como Damen, perfeccionó el elixir y cambió el rumbo de nuestras almas para siempre.
Si Damen y yo vamos a estar juntos realmente, deberemos liberarnos de ese camino, deberemos deshacer las decisiones que tomamos, deberemos saldar esa enorme deuda kármica haciendo este viaje al Árbol de la Vida, obteniendo su fruto y ofreciéndoles a todos los demás una oportunidad de liberarse también.
Solo entonces seremos libres para seguir adelante.
Solo entonces conseguiremos nuestro futuro feliz.
De lo contrario, no me cabe duda de que algún otro obstáculo hallará una forma de presentarse, y así seguirán las cosas para siempre.
Inspiro hondo, pero observo que en realidad no lo necesito. Es como si pudiera sentir una vez más ese resplandor púrpura que irradia dentro de mí. Nunca me he sentido tan segura de mí misma.
—Hay otra cosa que preferiría tener —digo, mirando a Loto a los ojos durante largo rato—. Quiero cumplir mi destino. Quiero completar mi viaje —añado con voz firme y serena, más segura que nunca—. Quiero completar la tarea para la que nací.
Oigo que Damen toma aire de golpe junto a mí y, sin necesidad de mirar, sé que se debe en parte a mis palabras y en parte a que los ingredientes han desaparecido.
Pero no miro. De momento, mi mirada se centra en Loto. Veo que me concede una breve inclinación de cabeza mientras esboza una sonrisa y dice:
—Como quieras.
M
ucho después de que Loto se haya ido permanecemos en silencio. Damen está dominado por pensamientos de indignación y reproche, mientras que yo me preparo para dar explicaciones.
El silencio se prolonga hasta que él me mira y dice:
—Ever, ¿cómo has podido?
Esas cuatro palabras me llegan al alma, pero claro, eso era lo que pretendían. Mueve la cabeza y entorna los ojos sin comprender.
—¿Cómo has podido hacer eso? —añade—. ¿Cómo has podido echarlo todo a perder? En serio. Vas a tener que explicármelo, porque no tiene ningún sentido. Todo este tiempo te has estado culpando porque no podíamos estar juntos. Todo este tiempo te has estado culpando porque Roman te engañó. Incluso después de que te lo explicase, incluso después de que te dijese que, al darme de beber, en realidad acabaste salvándome la vida y evitando que mi alma quedase atrapada en Shadowland, seguías convencida de que tenías la culpa, hasta el punto de que solo pensabas en obtener el antídoto. Tanto deseabas ponerle las manos encima que estabas dispuesta a meterte en cosas que suponían un grave riesgo para ti. Y ahora, ahora que por fin has conseguido lo que has estado buscando durante todo este tiempo, decides echarlo todo a perder con objeto de embarcarte en el viaje de una anciana loca para buscar algún árbol que, lamento decírtelo, ¡no existe! —Me mira flexionando las manos a los costados, con los ojos llenos de todas las palabras que se ha guardado—. Y por eso, lo que necesito de ti ahora, lo que necesito de ti más que cualquier otra cosa, es que me respondas por qué. ¿Por qué has hecho eso? ¿En qué estabas pensando?
Me miro los pies, dejando que sus palabras fluyan a través de mí, serpenteen por mi cerebro, se repitan una y otra vez, pero aunque he oído la pregunta y sé que espera una respuesta, sigo atascada en la frase: «algún árbol».
Lo ha llamado «algún árbol».
Ha cuestionado su existencia misma.
Y me asombra que no lo vea. Me asombra que no comprenda que es el árbol y no el antídoto lo que ofrece una salvación real y duradera. Que es la única forma de anular nuestra inmortalidad física.
El árbol es nuestra única oportunidad de cambiarlo todo.
Pero, claro, puede que sí lo comprenda.
Puede que lo comprenda demasiado bien.
Y puede que por eso esté tan en contra.
—Tienes razón —respondo, mirándole a los ojos—. Todo este tiempo me he sentido responsable. Me ha atormentado el sentimiento de culpa. He estado tan consumida por los remordimientos que he jugado con magia cuando no debería haberlo hecho. He intentado incluso hacer tratos con gente de la que debería haberme alejado. Estaba tan llena de desprecio por mí misma y me sentía tan culpable, deseaba tanto deshacer lo que había provocado, que estaba dispuesta a correr todos los riesgos necesarios a fin de recompensarte, de recompensarnos. Estaba dispuesta a hacer lo que hiciese falta para asegurarme de que pudiésemos estar juntos de verdad, hasta que todo mi mundo giró alrededor de la obtención del antídoto, a costa de todo lo demás. Pero ahora sé lo equivocada y desacertada que era mi actitud. Ahora sé que, en lugar de centrarme exclusivamente en conseguir el antídoto, debería haberme centrado en salvar nuestras almas.
Incómodo, traga saliva y percibe la verdad que hay en mis palabras; lo veo en el destello de sus ojos, pero ese destello desaparece al instante. Su determinación se endurece hasta que está menos dispuesto que nunca a escuchar mi versión, lo cual no hace más que convencerme de que debo continuar.
—Damen, por favor, escúchame. Sé que, al menos a primera vista, mi decisión debe dar la impresión de ser bastante alocada, pero es mucho más profunda de lo que parece. Es que… por fin lo comprendo. Por fin lo comprendo de verdad. Si no hubiese sido Roman insistiendo en mantenernos separados, habría sido alguna otra cosa. El motivo por el que no podemos estar juntos es que el universo no lo permitirá. Nuestro karma no lo permitirá. Al menos hasta que hagamos lo que haga falta para reparar el enorme y flagrante error que cometiste. Hasta que cambiemos el curso de nuestras vidas, el curso de nuestras almas, volviendo a convertirlas en lo que siempre estuvieron destinadas a ser. Tú mismo lo dijiste, antes incluso de que emprendiésemos este viaje; reconociste libremente que lo que somos no es natural ni correcto. Que no estamos viviendo las vidas que la naturaleza pretendía que viviésemos, que nos hemos equivocado al escoger la inmortalidad física y no la inmortalidad del alma. Son tus palabras, Damen, no las mías. También reconociste libremente que ambos hemos pagado un precio muy alto, que ese es el motivo por el que no dejamos de enfrentarnos a todos esos obstáculos insuperables, el motivo por el que nuestros intentos de superarlos se ven frustrados siempre de un modo que no logramos vencer. Dijiste que por eso Jude no deja de aparecer e interponerse en el camino de nuestra felicidad. Que, sin tan siquiera darse cuenta, está cumpliendo su propio destino al tratar de impedir que revivamos los errores de nuestro pasado. —Lo miro, decidida a hacérselo ver, decidida a llegar hasta él. Mi voz sube de tono hasta convertirse casi en un chillido—: ¿No ves que es una oportunidad enorme? Es una ocasión muy real de que estemos juntos de verdad, para siempre, del modo en que deberíamos haber estado. Es mi ocasión de apoderarme por fin del destino para el que nací, el mismo destino que me ha reclamado a lo largo de varias vidas, y que ahora por fin estoy dispuesta a aceptar. Solo espero que encuentres un modo de aceptarlo junto a mí.