—Dave me negó que conociera a Semira Newton cuando se lo pregunté. Pero tú ya le habías hablado de ella.
—Claro. Dave seguía figurando entre los sospechosos y sabía que eso habría podido constituir un motivo para el crimen. Podría haber sido la persona más idónea para ejecutar una venganza encargada por Semira Newton. Por eso hizo ver que no tenía ni idea. No es que fuera muy listo por su parte, debería haberse dado cuenta de que acabaría sabiéndose tarde o temprano.
—¿Cuándo… cuándo se te ocurrió la idea de… matar a Fiona y a Chad? —preguntó Leslie.
Gwen reflexionó durante unos segundos, pero a Leslie le dio la impresión de que ya sabía la respuesta, que lo único que buscaba era la manera de formularla para que no sonara tan banal.
—Desde siempre —respondió al fin.
—¿Desde siempre? ¿Desde niña? ¿Desde la adolescencia? ¿Siempre?
—Siempre. Sí, creo que desde siempre —dijo Gwen, y parecía sincera al confesarlo—. Siempre he soñado con ello. Siempre me lo había imaginado. Con los años, el deseo se hizo cada vez más intenso y ahora al fin he podido cumplirlo.
Gwen sonrió, satisfecha.
Leslie estaba horrorizada. Se dio cuenta de algo: Gwen era una bomba de relojería. Lo era desde hacía años, y nadie había reparado en ello.
Jennifer marcó por tercera vez el número de la casa de Fiona Barnes en Scarborough, pero de nuevo saltó el contestador automático.
—¡No está en casa! —dijo, desesperada.
Colin iba sentado frente al volante, conduciendo a la máxima velocidad permitida por la misma carretera que habían recorrido unas horas antes en sentido contrario.
—¿Y estás segura de que no tienes el número de móvil de Leslie Cramer? —preguntó.
—Sí, estoy segura de que no lo tengo. Por desgracia.
Jennifer sabía que en el fondo Colin la tomaba por loca, que no comprendía en absoluto lo que estaba ocurriendo.
—¿Por qué te preocupas tanto por Dave? —le había preguntado, desconcertado.
—Temo que Gwen se vuelva loca —había respondido Jennifer— si él acaba rompiendo la relación. Ella no querrá aceptarlo.
A Colin no le había parecido tan problemático.
—Dios santo, Dave Tanner es alto y fuerte. ¿Qué te da tanto miedo? ¿Que Gwen le saque los ojos? ¡Seguro que él sabrá cómo defenderse!
—Tengo un mal presentimiento. Es una bobada, Colin, pero el hecho de que nadie coja el teléfono en la granja… me parece demasiado extraño. Ojalá… ¡Ay! ¡Ojalá pudiera comprobar que todo va bien!
Colin, a pesar de estar convencido de que su mujer se encontraba al borde de la histeria, le había propuesto que llamara a Leslie.
—Tal vez tenga la amabilidad de pasarse por la granja para ocuparse de Gwen. O de Dave Tanner, si es que de verdad necesita que lo protejan.
Sin embargo, era evidente que Leslie no estaba en casa.
—Me voy a Staintondale —había anunciado Jennifer al fin mientras cogía la llave del coche de la mesa de la cocina—. Si no, no me quedaré tranquila. ¡Si quieres tómame por loca, Colin, pero tengo que ir!
—¡Está casi a una hora y media de aquí! Acabamos de llegar. ¡Creo que es una locura, Jennifer, en serio!
Ella ya se había puesto la chaqueta y estaba a punto de cruzar la puerta. Después de negarse durante años a ponerse frente al volante de un coche, en ese momento parecía decidida a conducir sola. Colin la había seguido soltando tacos y antes de llegar al garaje le había quitado la llave de la mano.
—De acuerdo. Pero déjame conducir a mí. Tú llevas años sin hacerlo. ¿Se puede saber qué demonios te pasa, Jennifer?
Ella no había respondido. Pero a la luz de la farola exterior de la casa, Colin se había dado cuenta de que su esposa lo estaba pasando francamente mal. Estaba preocupadísima, y no fue la primera vez que Colin se preguntaba en los últimos días cuántos secretos debía de ocultarle su mujer.
—Si tanto te preocupa Tanner —dijo él—, tal vez deberías llamar a policía. ¡Y no tendríamos que ser nosotros los que salimos a la caza de noche cuando podríamos estar durmiendo!
—¡Nadie te ha dicho que vengas conmigo!
—En esta situación no podía dejar que fueras sola. Jennifer, ¿qué es lo que te da tanto miedo?
Ella no lo miró, en lugar de eso apoyó el lado de la cara contra el cristal.
—No lo sé con exactitud, Colin, de verdad. Lo único que sé es que Gwen podría ser capaz de cometer un acto irreflexivo si Dave corta con ella.
—¿A qué te refieres en concreto cuando dices «un acto irreflexivo»?
Jennifer no respondió.
Colin repitió la pregunta con impaciencia:
—¡Jennifer! ¿A qué te refieres con lo del acto irreflexivo?
Parecía como si ella estuviera luchando consigo misma.
—Está sometida a una presión horrible —dijo por fin—. La corroe el odio y la desesperación. No sé si será capaz de encajar esa derrota.
—¿Odio? ¿Gwen?
En ese momento Jennifer sí se volvió hacia Colin. Él la miró un instante y luego devolvió su atención a la oscuridad de la carretera. Jennifer tenía los ojos muy abiertos, llenos de terror.
—No puedo llamar a la policía —dijo— porque la dirigiría hacia Gwen. Y es posible que Gwen no supiera manejarse en esa situación. Pero sé que odia su vida desde hace años y que se ve como alguien en quien se concentra toda la mala suerte del mundo. Y está furiosa por ello. No me lo ha dicho pero lo intuyo. Simplemente lo sé, Colin.
—¿Te das cuenta de lo que estás diciendo?
—Sí. Pero justo por eso no debió de ser ella quien mató a Fiona.
—Aunque tampoco te atreves a descartar esa posibilidad, ¿no?
De nuevo, Jennifer guardó silencio.
Colin levantó una mano del volante y se frotó la frente. Tenía la piel fría y húmeda.
—La coartada —dijo él—, esa maldita coartada falsa. No es que quisieras protegerte, lo que querías era protegerla a ella. Tenías a una sospechosa, y en lugar de decírselo a la policía, te preocupaste de que Gwen dejara de estar en el punto de mira. Fue una locura, Jennifer. Fue una verdadera locura.
—No se merece seguir sufriendo.
—¡Puede que haya matado a una persona!
—Pero ¡no lo sabemos!
—Eso quien tiene que descubrirlo es la policía. Y tu deber consiste en contarles todo lo que sabes. Nos hemos metido en un buen lío. ¿Te das cuenta?
Ella respondió con otra pregunta:
—¿Puedes conducir más rápido?
—Tienes que llamar a la policía ahora mismo, Jennifer.
—No.
Colin soltó un taco en el mismo momento en que pisaba a fondo el acelerador.
En aquellas circunstancias le daba igual superar el límite de velocidad.
—Tu padre morirá si no recibe ayuda enseguida —dijo Leslie.
No podría soportarlo mucho más. No sabía cuánto tiempo había transcurrido. Tenía la impresión de que Gwen no sabía cómo salir de esa situación en la que ella misma se había metido. Pero los minutos iban pasando, y las posibilidades de que Chad sobreviviera a ese drama desaparecían con ellos. Y lo mismo respecto a Dave Tanner. Ella no podía hacer nada por él, tenía que seguir frente a aquella demente con la esperanza de que no entraría en pánico y acabaría apretando el gatillo.
Gwen hizo un movimiento brusco con los hombros.
—Así es como debe ser. De eso se trataba. De que muriera Fiona, de que muriera Chad. Él bloqueó mi vida y ella le ayudó a hacerlo. Por lo demás, tanto uno como la otra son los culpables de que mi madre muriera tan pronto. Fiona se negó a apartarse de mi padre y este fue incapaz de ponerla en su lugar. Mi madre enfermó por culpa de eso. ¿O crees que le encantaba tener a tu abuela en la granja un día tras otro? Incluso guisaba para mi padre. Lo cuidaba cuando estaba enfermo, compartía sus preocupaciones; a veces actuaban como si mi madre no estuviera. Ni yo tampoco. No nos hacían ni caso. Eso fue lo que le provocó el cáncer a mi madre. Y yo… —Gwen dejó la frase inacabada.
—Quedaste traumatizada —dijo Leslie, que procuraba elegir con sumo cuidado las palabras, de forma muy precisa—. Y puedo entenderlo. Siento de todo corazón no haber prestado la debida atención a tu situación. Tuviste una infancia y una juventud muy duras, Gwen. Pero ¿por qué no te has marchado? Quiero decir, después, ¿por qué no te fuiste al cumplir dieciocho años? ¿Por qué te quedaste aquí?
—Sí que quería marcharme. ¿Qué crees? ¡Si supieras todo lo que he intentado! Seguro que pensabas que leo todas esas novelas romanticotas y que soñaba con otro mundo, pero en lugar de eso…
—¿Sí?
—Creo que debo de haber respondido a más de cien anuncios de relaciones. No sé a cuántos hombres habré conocido. Desde hace unos años, por internet. Conozco todos los portales de contactos matrimoniales, conozco todos los sistemas. Me pasaba muchas horas al día frente al ordenador. Y un buen número de noches atendiendo a citas con hombres.
—Pero no surgió la persona adecuada —supuso Leslie. Jamás lo habría sospechado, pero cada vez la sorprendía menos lo que estaba descubriendo.
Gwen soltó una carcajada que sonó bastante estridente.
—¡Nuestra Leslie es inimitable! ¡Siempre se te ha dado bien encontrar las palabras correctas para describir la mierda! «No surgió la persona adecuada…» ¡Es una manera suave de decirlo! ¡Gracias por demostrar tanto tacto! No, no surgió la persona adecuada, el hombre que yo habría querido. Pero la triste realidad es que nunca llegué a tener una segunda cita con ninguno de ellos. Me veían, soportaban el tormento de aguantarme durante una noche, con suerte pagaban la cena y luego se esfumaban, aliviados de haber dejado atrás ese mal trago. Y no volvían a aparecer más, ni siquiera respondían a mis correos electrónicos, por no hablar de acceder a una segunda cita.
—Lo siento mucho.
—Sí, es triste, ¿verdad? ¡Pobre Gwen, hay que compadecerla! Pero los hombres se esforzaban en mantener una conversación tensa en el mejor de los casos. ¿Sabes qué otra cosa me sucedía a menudo? Imagínatelo, estás sentada en un restaurante, nerviosa. Esperas a un hombre que tal vez sea el adecuado. Te has acicalado, sabes que no eres guapa y que no tienes mucha maña para arreglarte, pero te has esforzado. Estás tan nerviosa que incluso tiemblas. Y luego se abre la puerta y el tipo que entra no está nada mal. Y tampoco es antipático. Sabes que es él, sabes que es el hombre con el que te estuviste comunicando por internet desde hace unas semanas. Poco a poco aprendes a distinguirlos, ¿sabes? No es necesario establecer señales pactadas, una rosa roja o un determinado periódico bajo el brazo ni nada parecido. Simplemente se nota. Y él también lo nota. Su mirada vaga por la sala y se detiene en ti. Te reconoce, igual que tú lo has reconocido a él. Y entonces ves que se asusta. Ves que no eres en absoluto lo que él esperaba encontrar. Que de un segundo a otro quedará horrorizado por la idea de tener que pasar la noche contigo y, encima, tener que gastar dinero en ello. Y de repente te das cuenta de otra cosa: de que ni siquiera tendrá la decencia de aguantar la velada y escapar a la situación con alguna excusa más tarde.
Leslie sabía lo que iba a decirle.
—Y entonces finge que se ha equivocado de puerta y se marcha.
—Qué bonito, ¿verdad? —dijo Gwen—. Y al camarero ya le has dicho que estabas esperando a alguien, por lo que te tocará explicarle en algún momento que tu acompañante al final no aparecerá. Pagas el vaso de agua al que has estado aferrada todo ese tiempo, te levantas y te vas. Percibes un par de miradas compasivas por parte del personal. Han comprendido la situación y sienten lástima por ti. Vuelves a casa, rechazada, humillada, y el odio que ya sentías no hace más que crecer, se vuelve más intenso que cualquier otra cosa, pasa a ser más fuerte incluso que el dolor. Llega un momento en que tienes la sensación de que lo único que posees es ese odio y piensas que acabarás explotando si no pasa algo que cambie las cosas.
Leslie lo comprendió. Comprendió lo que Gwen había estado acumulando, percibió que, tras aquella apariencia plácida y sonriente, durante años había fraguado un odio cada vez mayor que había acabado por convertirse en una especie de huracán incontrolable, e intentó averiguar cuál era la lógica que Gwen veía y reivindicaba para sí.
Probablemente sacar las dudas a relucir ante una enferma mental armada con un revólver no fuera lo más sensato del mundo, pero lo hizo de todos modos porque el instinto le aconsejaba que hiciera una única cosa: continuar con la conversación a cualquier precio.
—Hay dos cosas, Gwen —dijo Leslie—, que no acaban de convencerme. Por una parte, ¿por qué culpas de todo a Fiona y a Chad? Y por otra, ¿por qué no se te ocurrió jamás que pudiera haber otra salida a tu situación aparte de la posibilidad de encontrar al hombre perfecto? ¿Por qué no una formación? ¿Un empleo? ¿Ganar tu propio dinero, ser independiente? Ese podría haber sido el camino. Solo ese.
Gwen la miró, sorprendida.
—No lo habría conseguido jamás —dijo, y se mostró perpleja ante la idea de que Leslie pudiera sopesar siquiera algo como aquello.
Leslie, por su parte, cayó en la cuenta de que no sería una tarea fácil ni rápida hacer ver a Gwen que era una persona inteligente y capaz, que habría podido aprender un oficio como casi cualquier otra persona y elegir así su propio camino. Lo más probable es que fueran necesarios varios meses de terapia para convencerla de algo así. Necesitaría un buen psicólogo, pero no solo para ello, habría que luchar contra varias décadas de la vida de Gwen, empezando por su infancia, y eso sin tener la certeza de que pudiera resultar de ayuda.
—Vamos, Gwen —dijo Leslie en voz baja.
No insistió en que Gwen respondiera a su otra pregunta, cualquier explicación sobraba ante la evidencia de lo que estaba presenciando. El odio que Gwen sentía por Fiona y por Chad, la acusación de que las consecuencias derivadas de ese odio solo podían acabar en un asesinato. El motivo surgía de la falta de confianza que tenía aprisionada a Gwen, de su angustia vital, de su incapacidad para responsabilizarse de sí misma y de su futuro. Su vida era puro dolor. Era inseguridad, un eterno sentimiento de inferioridad. La experiencia no asumida de un rechazo continuo. Era lo suficientemente inteligente para comprender que las bases se habían sentado ya durante su infancia: el padre, que tanta indiferencia había mostrado por ella; Fiona, que siempre se había entrometido en el matrimonio de sus padres; la muerte de su madre, que Gwen había atribuido, no sin cierta razón, a la relación indisoluble y torturada entre Chad y Fiona. Las acusaciones de Gwen no eran delirios de una demente; a Leslie le parecieron lógicas y justas, aunque las consecuencias, la reacción que Gwen había tenido, era enfermiza. Para alguien como ella, no obstante, una persona que se había sentido toda la vida entre la espada y la pared, representaban la única salida, lamentable e inevitable por igual.