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Authors: Charlotte Link

Tags: #Intriga, Relato

Dame la mano (62 page)

—Comprendo —dijo Leslie, y lo comprendía de veras.

La vida de Semira Newton estaba llena de sufrimiento y de fatigas, era una vida pobre y solitaria. Robin Hood‘s Bay era un lugar encantador, pero también era muy poco concurrido en otoño y en invierno, y Leslie sabía que en noviembre y en diciembre la niebla plomiza podía instalarse en la costa durante varios días y se tragaba todos los sonidos, las voces, la luz y los colores. Semira se quedaba entonces sola en aquella vieja casita, trabajando en las piezas de alfarería que no conseguiría vender hasta la llegada del buen tiempo… O subía al autobús que la llevaba hasta Whitby, para visitar a un anciano aquejado de una deficiencia mental que seguía esperando, en vano, que acudiera a verlo la persona que así se lo había prometido más de sesenta años atrás. ¿Cuál debía de ser su estado de ánimo cuando volvía de esas visitas y se encerraba de nuevo en aquel sombrío interior?

Leslie se estremeció con solo imaginarlo.

Se puso de pie, entumecida después de haber pasado tanto rato sentada en aquel incómodo taburete.

—Debo irme —dijo mientras tendía la mano a Semira—. Le agradezco que me haya dedicado tanto tiempo, Semira. Y que haya sido tan franca conmigo.

—Vamos, no es que tenga una vida muy animada, ¿sabe? —replicó Semira en tono amistoso. Cuando estrechó la mano a Leslie, esta se dio cuenta de que la tenía helada—. Me gusta que vengan a verme. Y poder hablar.

—Yo… no puedo deshacer lo que hizo mi abuela —dijo Leslie—, pero… lo siento mucho. Se lo digo de todo corazón, siento todo lo que ha pasado.

—No tiene por qué sentirlo. —Semira también se puso de pie, no sin dificultad—. ¡No puede hacer nada al respecto! Lo único que me pregunto es qué está ocurriendo ahora para que esa vieja historia despierte de repente tanto interés.

Leslie, que ya se disponía a marcharse, se detuvo de repente.

—¿Qué ha querido decir con eso? ¿Tanto interés?

—Bueno, sí. Es raro. Durante años nadie ha querido saber nada sobre el tema y ahora, en cuestión de dos días, aparecen dos personas que quieren saberlo todo al respecto.

Leslie contuvo el aliento, muy sorprendida.

—¿Quién era la otra persona?

—Un hombre… ¿Cómo se llamaba? Vino ayer por la tarde. Tanner, creo. O algo parecido.

—¡Dave Tanner!

—Exacto. Dave. Así se llamaba. Dave Tanner. Periodista. Sabía bastante sobre el asunto, me dijo que había estado rebuscando en los viejos archivos. Pero esperaba que yo le contara más detalles. Estuvimos hablando mucho rato. Es natural que me interese que los medios de comunicación vuelvan a retomar el caso.

—¿Y para qué periódico trabaja?

Semira pensó un momento.

—Pues no lo sé —reconoció—. Bueno, me lo dijo, pero supongo que no lo oí bien. ¿Es importante?

—Tampoco debió de enseñarle ninguna acreditación que demostrara que era periodista, ¿verdad? —supuso Leslie.

—No.

—Dave Tanner no es periodista —le explicó Leslie—. No sea tan confiada, Semira. Las personas a menudo no son lo que parecen. No deje entrar a cualquiera. Y no cuente todo lo que sabe.

Semira miró perpleja a Leslie.

—Entonces ¿quién es ese Dave Tanner?

Leslie negó con un gesto.

—En realidad, da igual. Lo más importante sería saber por qué acudió a verla. E intentaré enterarme.

—Pero… usted me ha dicho la verdad, ¿no? ¿Usted es realmente la nieta de Fiona Barnes?

—Por desgracia así es —respondió Leslie antes de salir para emprender el camino de vuelta por aquella calle tan empinada como oscura.

Oía el murmullo del mar, fuerte y muy próximo. La marea había alcanzado su punto máximo.

13

Se sentó en el coche e intentó ordenar las ideas que se agolpaban en su cabeza. ¿A qué estaba jugando Dave Tanner? Ella le había preguntado esa misma mañana si sabía quién era Semira Newton y él lo había negado de manera tajante. Había fingido la más absoluta ingenuidad.

«No. ¿Quién es?», le había dicho.

Doce horas antes, Dave había estado en Robin Hood‘s Bay haciendo preguntas a Semira. Y al parecer estaba al corriente de todos los detalles. Lo que sin duda significaba que también había leído las cartas que Fiona había escrito a Chad. ¿Las habría conseguido furtivamente? ¿Se las había dado Gwen?

¡Gwen! Leslie golpeó el volante con la mano abierta. Era típico de ella. Tras haber hurgado en el correo electrónico de su padre, había encontrado una historia explosiva que no estaba dirigida a nadie más que a su destinatario original. Lo había impreso todo y se lo había mostrado a la práctica totalidad de sus conocidos.

Era inmadura, muy infantil.

No seas injusta, Leslie, se dijo a sí misma a modo de amonestación. Después de haber leído todo aquello, Gwen no podía quedarse como si nada y debió de sentir la necesidad de hablarlo con alguien.

¿Con Dave?

Al fin y al cabo era el hombre con el que pensaba casarse. Al menos eso era lo que esperaba hacer en su momento. ¿Se le podía echar en cara que le hubiera mostrado algo que la había revuelto por dentro? ¿Algo que la había conmovido? ¿Hasta qué punto debía de haber quedado afectada la imagen que tenía de su propio padre?

Además, había mostrado las páginas impresas a Jennifer, luego las vio Colin y este las compartió con ella, con Leslie. Los engranajes de divulgación se habían puesto en marcha a buen ritmo.

Circulaba completamente sola por la carretera rural que unía Scarborough y Whitby. A ambos lados no había más que oscuridad y quietud. El haz de luz que proyectaban los faros de su coche iluminaba los bordes de la carretera y en algún momento hizo brillar los ojos de algún animal, Leslie supuso que debía de ser un zorro. Reparó en lo rápido que estaba conduciendo y decidió bajar el ritmo. Nadie merecía morir por culpa de lo alterada que estaba.

Al ver una amplia pista forestal que se abría a mano izquierda, decidió desviarse por allí y detener el coche. Tenía que pensar un momento, necesitaba un poco de calma.

Se recostó en el asiento y respiró hondo.

Dave había leído los escritos de Fiona, o tal vez Gwen se lo había contado todo. Él había querido hacerse una imagen más clara de lo sucedido y había ido a visitar a Semira Newton. Tal como ella misma había hecho. Había mentido respecto a su identidad, pero era comprensible: no sabía si Semira accedería a hablar con él si no se atribuía un papel significativo. Y presentarse como periodista no había sido una mala idea, sobre todo teniendo en cuenta que se enfrentaba a una mujer que, era de imaginar, sufría lo indecible al ver que una tragedia como la de Brian Somerville había pasado desapercibida.

¿Y por qué me mintió?, se dijo Leslie.

Porque soy la nieta de Fiona. Porque no podía sospechar hasta qué punto yo también estoy al corriente de todo. Porque no quería ser él quien me revelara los detalles más estremecedores del carácter de mi abuela.

Leslie cerró los ojos. Tras los párpados, vio el rostro de Semira Newton. Esos rasgos ligeramente hinchados que revelaban que llevaba demasiado tiempo tomando demasiados medicamentos. Calmantes para el dolor, sin duda. Su cuerpo debía de ser un montón de escombros cuando la encontraron. Con toda seguridad había días en los que le dolía hasta el último de los huesos del cuerpo, hasta el último de los músculos; días en los que hasta el menor movimiento se convertía en una tortura. Pensó en Gordon McBright, el hombre que había dejado a su víctima medio muerta en el bosque como si no fuera más que basura. Ese hombre que había muerto mientras estaba aún en prisión preventiva.

Fiona y Chad habían entregado a Brian Somerville a un individuo al que ni siquiera el más benévolo de los jueces habría permitido vivir de nuevo en compañía de nadie. Leslie volvió a abrir los ojos porque las imágenes eran ya demasiado funestas y desagradables.

Había dos personas con un motivo claro para matar a golpes a Fiona Barnes y lanzarla al fondo de un barranco. Brian Somerville. Y Semira Newton. Uno tenía entre setenta y ochenta años, una severa deficiencia mental y vivía en una residencia de Whitby. La otra rondaba los sesenta y cinco, apenas podía moverse y si lo hacía era con la ayuda de un andador.

—Ninguno de los dos puede haberlo hecho —dijo Leslie en voz alta en medio de la oscuridad—. Pero podrían haber pagado a alguien para que lo hiciera, al menos Semira Newton.

¿Dave Tanner?

Pero Dave Tanner había ido a ver a Semira el día anterior por primera vez. Varios días después de que asesinaran a Fiona.

Y aparte de eso: ¿Dave Tanner sería capaz de matar por dinero? ¿El Dave Tanner que ella conocía?

Más bien el que no conocía, a decir verdad. Le gustaba, pero no lo conocía. Por un momento Leslie pensó, extrañada, que eso curiosamente no excluía que aquel interés fuera recíproco.

Una cosa tenía clara: lo que no podía ser era que supiera todo lo que había sucedido y no lo compartiera. La historia debía llegar a la inspectora Almond tan rápido como fuera posible.

De lo contrario me sentiré culpable, pensó Leslie, y volvió a pasarle por la cabeza un pensamiento que ya la había sobresaltado anteriormente: que Chad Beckett podía estar en peligro.

Encendió la luz interior del coche y rebuscó en su bolso. En un bolsillo lateral encontró la tarjeta de la inspectora Almond.

Se la había dado la primera vez que había hablado con ella. Le había dicho que si se le ocurría cualquier cosa que pudiera tener algo que ver con el asesinato de su abuela, por muy banal que pudiera parecerle…

—Pues lo que tengo para usted no tiene nada de banal —murmuró.

Marcó el número en el móvil. En el monte no había muy buena cobertura, pero sí la suficiente. La inspectora Almond respondió tras el cuarto tono. Parecía como si le faltara un poco el aliento.

—¿Sí?

—¿Inspectora? Soy Leslie Cramer.

—¡Doctora Cramer! Yo también estaba pensando en llamarla.

De fondo se oían bocinas de coches, ruido de motores y voces. Al parecer, Valerie Almond acababa de salir a la calle.

—Debo verla a toda costa, inspectora —dijo Leslie—. Se trata del asesinato de mi abuela.

—¿Dónde está ahora mismo?

—Volviendo de Robin Hood‘s Bay, estoy a punto de llegar a Staintondale. Dentro de veinte minutos podría estar en Scarborough.

—Yo iba a la pizzería de Huntriss Row —dijo Valerie—. Hoy todavía no he comido nada. ¿Puede acercarse hasta aquí?

—Sí, claro. Sé donde está.

—Por cierto —dijo Valerie—, ¿sabe que tenemos a un sospechoso en el caso Mills? ¿Se lo ha explicado la señora Brankley?

Leslie pensó en lo que Chad le había contado vagamente a mediodía.

—Chad Beckett me lo dijo, sí.

—La investigación es especialmente complicada, pero lo que sí podemos excluir es que el sospechoso fuera el asesino de Fiona Barnes, por lo que sabemos. Tiene una coartada para el momento del crimen.

Leslie no se extrañó lo más mínimo al conocer aquello.

—Inspectora, no la oigo muy bien —dijo—. Enseguida estoy con usted y luego…

—Solo una cosa más, muy rápida —la interrumpió Valerie—. ¿Tiene idea de dónde podría estar alojado Dave Tanner?

Leslie podría haber respondido: «Sí, este mediodía estaba en la granja de los Beckett, pero si no lo encuentra usted allí, supongo que debe de estar en casa de mi abuela». En lugar de eso, tuvo la cautela de responder con otra pregunta:

—¿Por qué?

Tal vez había sido una especie de gesto de lealtad lo que la había frenado, aunque también podría haber sido el miedo que le daba que la policía supiera que Dave Tanner vivía en su casa, aunque fuera temporalmente, por si eso podía causar a la inspectora una impresión que pudiera comprometer a Leslie.

—Lo estamos buscando —explicó Valerie—. Su declaración acerca de dónde y cómo pasó la noche del sábado al domingo ha demostrado ser falsa. Tenemos que hablar con él cuanto antes.

Leslie no fue capaz de replicar nada por un momento. Se le había secado la boca por completo y tuvo que tragar saliva.

—¿Me ha oído? —preguntó Valerie.

—Sí, sí. La he oído. Pero no demasiado bien… Enseguida estoy con usted, inspectora. —Dicho esto, Leslie colgó y volvió a meter el móvil en el bolso.

El corazón le latía más rápido.

Conocía la historia que Dave había contado a Valerie Almond. Era la misma que le había contado a ella por la mañana: que había pasado la noche con su ex novia. Cualquiera habría comprendido que ocultara aquella historia en primera instancia, puesto que al hacerlo habría puesto en peligro su relación con Gwen. En cuanto la situación se había vuelto demasiado delicada para él se había sacado ese as de la manga. ¿Y ahora? ¿Su ex novia ya no participaba en el juego? Algo debía de haber sucedido para que Valerie ya no creyera a Dave Tanner. Para que incluso lo estuviera buscando con tanta urgencia.

Había vuelto a mentir. Había mentido cuando ella le había preguntado por Semira. Había mentido respecto a su paradero en el momento de los hechos. Igual que había mentido al principio cuando había afirmado que había pasado la noche tranquilamente en su cama.

Mentía cada vez que abría la boca.

Y ella lo había llevado a la granja de los Beckett. Lo había dejado allí solo, junto a Chad Beckett, el hombre sobre el que acababa de pensar hacía un momento que corría un gran peligro. Chad, con lo viejo que era y lo que le costaba moverse. Su estado físico no podía siquiera compararse con el de Dave Tanner.

Leslie arrancó el coche e hizo derrapar las ruedas sobre el camino forestal dando gas a fondo. Luego las ruedas chirriaron cuando el coche se incorporó a la carretera. De inmediato hizo subir de vueltas el motor; condujo rápido, más rápido de lo permitido. Cuando llegó a la estrecha carretera secundaria que llevaba a Staintondale decidió no continuar por la vía principal. Tomó el desvío. Tenía que cerciorarse.

La inspectora Almond tendría que esperar un poco.

14

Lo primero que le llamó la atención fue que el coche de los Brankley no estaba aparcado en el patio como a mediodía. ¿Podía ser que Gwen y Jennifer aún no hubieran vuelto de la ciudad? Eran poco más de las siete. ¿Dónde demonios habían estado todo el día?

Leslie detuvo el coche y salió de él.

Todo estaba en silencio y se preguntó por qué la desconcertaba esa calma, hasta que se dio cuenta de lo mucho que se había acostumbrado durante los últimos días a los ladridos de los perros. Los dogos de Jennifer. Se ponían a ladrar en cuanto alguien llegaba a la granja. A mediodía tampoco los había oído, pero luego Chad le había dicho que Colin había salido con ellos. ¿Se los había vuelto a llevar de paseo?

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