Pero Jennifer veía más cosas. Era algo que le pasaba a menudo y que formaba parte de esa marcada capacidad empática que la caracterizaba que no sabía si considerar como una bendición o como una maldición. Ni siquiera ella misma sabía si debía alegrarse o lamentarse por ello. Veía la rabia que Gwen llevaba dentro, la tristeza, la ira indecible, el dolor, la desesperación. Veía aquella vida que se estaba marchitando sin haber llegado a florecer jamás, veía el dolor que ese hecho producía y también las incontables lágrimas que no habían llegado a derramarse y habían quedado estancadas en Gwen ante la increíble indiferencia que la rodeaba. Ese padre al que tanto amaba y que no se daba cuenta de nada simplemente porque no le interesaba. Y Fiona que, incapaz de apartar las manos de aquella pequeña familia, ocultaba tras su actitud solícita una verdadera obsesión por aferrarse a Chad Beckett, algo que Gwen ya había descubierto desde hacía tiempo. Tampoco Fiona se interesaba lo más mínimo por Gwen. Jennifer incluso creía posible que los ataques de Fiona a Dave Tanner durante la celebración del compromiso no hubieran surgido ante la posibilidad de que Gwen pudiera ser infeliz con aquel hombre, sino que la máxima preocupación de la anciana hubiera sido Chad, que habría visto como un hombre más joven y decidido tomaba de repente las riendas de su granja. Pero daba igual lo que hubiera dicho; Jennifer nunca había impedido a Fiona que decidiera el destino de Gwen.
Y sin embargo algunas veces había pensado: ¿Qué ocurrirá si se abre una brecha? Todo lo que durante años ha ido acumulando Gwen, toda la rabia, todo el odio… ¿Qué ocurrirá cuando la presión sea demasiado grande?
Siempre había temido que eso ocurriera. Aun así, un asesinato era algo tan impensable, algo tan lejano a cualquier acto concebible, que Jennifer había reprimido ese temor con todo su empeño. Y la necesidad de proteger a los demás había aumentado después de conocer a la inspectora Almond. Sabía que esa mujer se lanzaría sobre el más mínimo bocado que alguien pudiera lanzarle, como un perro hambriento. También en ese caso había visto más allá que Colin y los demás: Almond podía mostrarse enérgica, competente y segura de sí misma. Tras esa máscara se ocultaban los miedos y las inseguridades de una mujer devastada. Una agente de policía nerviosa con cierta proyección profesional que ni siquiera confiaba en sí misma. Que se había obsesionado en subir un escalón más en su carrera, a pesar de que por dentro temía fracasar con el caso del asesinato de Fiona Barnes. Jennifer había notado sus vibraciones. Aquella mujer estaba al borde de un ataque de nervios.
Si Gwen se ponía a tiro, la inspectora se lanzaría sobre ella y ya no la soltaría. Daba igual si Gwen estaba o no implicada de algún modo.
Jennifer se había dicho a sí misma que no podía hacerle eso a su amiga, pero en esos momentos se daba cuenta de que su silencio tal vez podría acabar en tragedia.
Había ascendido por fin hasta el punto más alto de la extensa colina, no tardaría en llegar al puente colgante y al barranco. Tenía por delante la parte más complicada del camino. Debía dejar de pensar en ello para avanzar lo más rápidamente posible. Y no podía perder de vista su propia seguridad. No serviría de ayuda si se rompía un pie.
Eso la hizo pensar: Un pie roto… Como si no supieras de sobra que te pueden ocurrir cosas mucho peores.
Siempre había sentido compasión por Gwen, siempre había querido protegerla. Pero era lo bastante realista como para saber que Gwen nunca había correspondido a esa simpatía. Para Gwen no era más que una huésped como cualquier otra que pasaba las vacaciones en la granja. Y una persona que de vez en cuando rompía la monotonía de su vida. Pero Jennifer jamás había notado que Gwen la tratara con calidez, como a una amiga. Jamás había notado cariño en ella. La sonrisa amable que exhibía nunca había sido sincera.
Jennifer siguió avanzando por aquel terreno trillado cuesta abajo, poco antes de llegar a las escarpadas rocas del barranco. Luego vendría el puente colgante y, a continuación, los desiguales escalones tallados en las rocas, cuya altura y separación variaban de un modo caprichoso. Tendría que pasar por allí casi a ciegas.
Todavía no había llegado al final del camino cuando percibió el reflejo de una luz entre la oscuridad que tenía delante. No conseguía identificar el origen, pero tuvo la impresión de que procedía del otro lado del barranco o del último tramo del puente colgante. La luz no se movía.
Jennifer se detuvo. Se esforzó por divisar algo entre la oscuridad. No consiguió reconocer nada, estaba demasiado lejos. Tenía que acercarse más a ese objeto que supuso que sería una linterna. Pero ¿por qué no se movía? ¿Habían llegado las personas que había ahí delante a su destino? No lograba distinguir si se trataba de Gwen, de Leslie, de Dave o acaso de los tres juntos. ¿O se habían dado cuenta de que alguien los seguía y estaban esperando?
Pero en ese caso habrían apagado la luz, pensó Jennifer.
Conteniendo el aliento, se acercó con precaución un poco más.
Cuando hubo llegado al puente colgante, pudo reconocer la escena y lo que vio al fin confirmó sus peores sospechas: habían dejado la linterna en una de las rocas al otro lado del barranco, desde donde arrojaba una luz espectral, casi deslumbrante. Leslie Cramer estaba casi al final del puente colgante, con la espalda apoyada en las cuerdas trenzadas que lo sostenían. Frente a ella estaba Gwen. Llevaba un arma en la mano, con la que apuntaba a Leslie. Las dos mujeres se miraban inmóviles, sin decirse nada.
—¡Salta de una vez! —dijo Gwen de repente.
—No —replicó Leslie—. No pienso saltar. Estás loca, Gwen. No pienso obedecer a lo que me ordena una loca.
—Entonces tendré que dispararte —dijo Gwen—, y luego tirarte yo misma. Yo en tu lugar me lo pensaría, Leslie. Si saltas, tal vez tengas alguna posibilidad.
—Si salto desde aquí, no tengo ninguna posibilidad —replicó Leslie.
Gwen levantó el brazo. El silencio absoluto de la noche permitió a Jennifer oír con claridad el leve clic que salió del arma.
—Por favor —susurró Leslie.
Jennifer dio un paso adelante.
—Gwen —la llamó.
Gwen se dio la vuelta. Miró en dirección al lugar desde el que había oído su nombre, pero no pareció reconocer quién la llamaba.
—¿Quién hay ahí? —preguntó con voz crispada.
Jennifer subió al puente. Sabía que el balanceo delataría su presencia, pero también que Gwen no podría matarla de un disparo tan fácilmente, puesto que la oscuridad la protegía.
—Soy yo —dijo—. Jennifer.
—¡Quédate donde estás! —le advirtió Gwen.
Jennifer se detuvo. Se hallaba lo bastante cerca como para vislumbrar la mirada aterrorizada de Leslie, iluminada por la luz de la linterna. Sin embargo la cara de Gwen seguía oculta entre la oscuridad.
—Gwen, sé sensata —le pidió Jennifer—. Colin está en la granja. Ha llamado a la policía. Esto no tardará en llenarse de agentes. No tienes ninguna posibilidad, deja a Leslie. No te ha hecho nada.
—Me ha dejado colgada igual que todos los demás —dijo Gwen.
—Pero no solucionas nada disparando a todas las personas con las que has tenido problemas. Por favor, Gwen. Tira el arma y ven conmigo.
Gwen soltó una carcajada. Fue una carcajada desagradable, pero también triste.
—Solo podías ser tú, Jennifer. Mira, te aconsejo que te marches, ¡de lo contrario tú también acabarás ahí abajo! No te metas donde no te llaman. Vuelve con tu Colin, tus chuchos y tu vida, tan llena de satisfacciones. ¡Deja en paz a la gente más desgraciada que tú!
—Nunca he llevado una vida llena de satisfacciones, ni mucho menos, y tú deberías saberlo, me conoces desde hace años. Y Leslie tampoco, por mucho que tú creas que sí. Los demás también tenemos problemas, Gwen, aunque tú no seas capaz de imaginarlo.
—¡Que te quedes quieta! —gritó Gwen.
A Jennifer le pareció ver que el arma que Gwen sujetaba temblaba ligeramente. Estaba nerviosa e insegura. Sin duda había tenido la esperanza de que Leslie obedecería y de que se lanzaría al vacío en cuanto la amenazara con el revólver. Al parecer no había sido capaz de matar a tiros a la que había sido su amiga. Y entonces había aparecido alguien más que seguía oculto entre las sombras y que por ello suponía una amenaza invisible. Gwen parecía encontrarse entre la espada y la pared, lo que podía complicar la situación en cualquier momento.
—Gwen, no importa lo que sientas ahora mismo, Leslie y yo siempre hemos sido tus amigas —dijo Jennifer—, y seguiremos siéndolo. Por favor. Tira el arma y lo arreglaremos hablando.
—No quiero hablar contigo —gritó Gwen—. Lo que quiero es que me dejéis en paz. Quiero ver cómo desaparecéis todos de una vez.
Leslie se movió un poco. Gwen se dio la vuelta enseguida y la apuntó otra vez con el arma.
—¡Te voy a matar!
Jennifer se atrevió a acercarse aún un poco más.
—Gwen, no lo hagas.
De repente, Gwen se volvió de nuevo. El arma apuntaba directamente al pecho de Jennifer.
—Te veo —dijo con un tono triunfal en la voz—. Puedo verte, Jennifer, y te lo advierto: si das un solo paso más, te dispararé. No te quepa la menor duda.
—Gwen —suplicó Jennifer.
Dio otro paso más hacia delante y, al segundo siguiente, se oyó el disparo.
Todo sucedió al mismo tiempo: Leslie soltó un chillido agudo. Jennifer se agarró con fuerza a la barandilla porque el puente empezó a balancearse amenazadoramente. Esperaba sentir el dolor que creía que la atravesaría como un cuchillo. Esperaba desplomarse, que las piernas le cedieran. Esperaba que la sangre empezara a fluir en cualquier momento.
Y entonces vio que quien caía era Gwen. Poco a poco, casi como si lo hiciera a cámara lenta. Se desplomó sobre el puente de madera con la misma suavidad con la que una bailarina cambia de posición. El arma cayó de lado justo frente a la barandilla, y se la habría tragado el vacío si el puente hubiera oscilado con más intensidad.
Leslie se arrodilló junto a Gwen y le tocó el brazo para encontrarle el pulso. Jennifer también lo vio, mientras se sorprendía de seguir de pie, de no estar sintiendo ningún dolor.
Entonces fue cuando oyó una voz detrás de ella.
—¡Policía! ¡No se muevan!
Se dio la vuelta y descubrió que una sombra surgía de la oscuridad y subía también al puente. Jennifer reconoció a Valerie Almond. Llevaba la pistola en la mano, y entonces fue cuando comprendió que había sido la inspectora la que había disparado. A Gwen.
Se dio cuenta de que había salido ilesa, de que ya no tenía que seguir esperando a sentir dolor.
El día era gris y ventoso, más frío que los anteriores. El cielo estaba cubierto de nubarrones gruesos y cargados. El viento que azotaba los pantanales era gélido. Un par de ovejas corrían juntas por las colinas. No había rastro del dorado octubre que había reinado a principios de la semana anterior, pero tampoco se había instalado todavía la atmósfera neblinosa y lluviosa de noviembre. Ese día parecía especialmente anodino. Era un día gris, un día vacío.
Tal vez solo lo es para mí, pensó Leslie; quizá lo único que veo es mi propio vacío ahí fuera.
Iba en su coche por la carretera que llevaba a Whitby y por dentro sentía una fría soledad.
Había llamado a Semira Newton y le había preguntado por la residencia en la que vivía Brian Somerville y, tras un par de minutos de vacilación, Semira le había dado aquella información.
—No le haga daño —le había pedido.
Leslie tan solo esperaba no molestar al anciano con su visita.
Puedo volver atrás en cualquier momento, pensó mientras divisaba las primeras casas de Whitby al borde de la carretera. En el lado izquierdo se extendía un enorme cementerio. La calle bajaba en una pendiente pronunciada hasta el centro. A la derecha, sobre una colina que quedaba por encima de ella, Leslie pudo ver la famosa abadía.
Apenas recordaba lo que había hecho el día anterior.
Lo había pasado en casa de Fiona, donde había estado fumando y mirando por la ventana. En algún momento salió para dar un paseo y estuvo caminando por la playa durante una o dos horas, ida y vuelta hasta la bahía norte. Compró un billete para el funicular y subió desde el balneario hasta Prince of Wales Terrace sentada en los bancos de madera junto a cuatro personas más. Leslie recordaba la sensación de encontrarse dentro de ese habitáculo reducido con otras personas con las que no tenía nada en común. Habían sucedido demasiadas cosas horribles.
Chad había muerto. Sabía que seguía vivo cuando ella había salido de la casa con Gwen, porque le había oído emitir un leve gemido. Cuando llegaron Valerie Almond y Stephen, este solo pudo confirmar la muerte del anciano. Se había desangrado. Podría haberse salvado si hubiera recibido la ayuda necesaria a tiempo.
La inspectora Almond disparó a Gwen Beckett en una pierna. En ese momento estaba en el hospital, pero pronto le darían el alta. Le esperaba un juicio por doble asesinato consumado y un asesinato en grado de tentativa, así como por privación de la libertad y coacción. Aún estaban a la espera de los resultados del examen psiquiátrico. Leslie creía posible que no acabara en la cárcel, sino recluida en un centro para enfermos mentales. Tal vez para siempre.
Se había pasado el día anterior recordando las imágenes de la escena del puente que le habían quedado grabadas en la mente. La luz deslumbrante de la linterna. Gwen, que se había desplomado de repente. Jennifer Brankley, visible solo como una mera sombra, algo alejada, en apariencia inmóvil después del disparo. Y Valerie Almond, que había surgido de la oscuridad como un ángel de la guarda.
—Solo la he herido, no se preocupen. Solo tiene una herida leve —había dicho, refiriéndose a Gwen.
Y Leslie recordó haber saltado de inmediato, gritando.
—¡Tenemos que bajar a la cala! ¡Rápido! Dave Tanner está allí. ¡Le ha disparado! ¡Rápido! ¡Rápido!
Lo había repetido varias veces, hasta que Valerie le había puesto una mano en el hombro y le había hablado con voz clara, mirándola a los ojos, para que entendiera que no admitiría réplicas.
—Nosotros nos ocuparemos de él, ¿de acuerdo? Usted no tiene por qué bajar ahí abajo. Enseguida llegarán más agentes. No se preocupe.
Tenía un recuerdo oscuro del rato que pasó sentada en la granja de los Beckett, entre un ir y venir de policías y de personal sanitario. Alguien le había echado una manta sobre los hombros y le había puesto en la mano una taza de té caliente muy azucarado. Se sorprendió al ver que Stephen también estaba allí y de que fuera él quien le dio la noticia de que habían rescatado a Tanner herido, pero con vida.