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Authors: Charlotte Link

Tags: #Intriga, Relato

Dame la mano (55 page)

—No quiero desesperarme por esto —dijo. De repente, su voz sonó agotada—. Quiero perderlo de vista. Quiero olvidarlo.

—El sábado pasó a buscarla por el Newcastle Packet y fue con él al Golden Ball. —Reek impuso la objetividad y volvió al tema que lo ocupaba—. Eso lo hemos verificado. Así pues, ¿el sábado todavía se hablaban?

—De hecho, no. Yo estaba decidida a romper cualquier contacto con él para no perder la salud y la autoestima. O tal vez debería decirlo al revés: la autoestima y la salud. Sí, sobre todo me afectaba en la autoestima… Todavía me afecta, de hecho.

Karen miró por la ventana. Reek pensó que realmente la chica estaba demasiado pálida.

—Pero ¿fueron juntos al Golden Ball?

—Al final me convenció. Aunque yo sabía que no era verdad. Una vez allí me di cuenta enseguida de lo que sucedía. Volvía a sentirse frustrado, infeliz. No quiso explicarme qué era lo que tanto lo atribulaba… pero es evidente que tenía algo que ver con la disputa que acababa de mantener. En cualquier caso, de nuevo no fui más que una distracción para él. Buscaba mi compañía para divertirse y pasar un par de horas agradables. Y a la mañana siguiente se habría levantado, habría desaparecido y no se habría acordado de mí durante unos días. Así es como habían ido las cosas desde el mes de julio. Y no quiero volver a prestarme a ello.

Reek contuvo el aliento.

—¿Significa eso que…?

No terminó la frase, pero Karen lo comprendió de inmediato.

—Sí. Significa que me tomé una copa de vino con él, que estuvimos hablando sobre cualquier tontería y resistí a sus intentos de acercarse a mí antes de dejarle claro que estaba cansada y que quería marcharme a casa. Sola.

—Entonces ¿el señor Tanner no pasó la noche en su casa?

—No. Yo no quise. Incluso me negué a que me acompañara a casa. Conozco muy bien su encanto. No sabía si conseguiría mantenerme firme en mi decisión si él me acompañaba.

—¿Es consciente de lo que eso significa? Según usted, el señor Tanner mintió de nuevo en su última declaración a la policía respecto a lo que hizo el sábado por la noche. Y significa además que, según usted, el señor Tanner ya no tiene coartada para el momento del asesinato de la señora Barnes.

La joven se mantuvo impasible.

—Es posible. En cualquier caso, yo le he contado lo que ocurrió.

—Es posible que tenga que volver a declarar bajo juramento.

Karen sonrió levemente.

—Mi declaración no es un acto de venganza contra un hombre que me ha dejado, sargento Reek. Es la verdad tan solo. No tendría ningún problema para repetirla bajo juramento.

Reek se metió el bloc de notas y el bolígrafo de nuevo en el bolsillo interior de la chaqueta.

—Le agradezco que haya accedido a hablar conmigo, señorita Ward. Nos ha ayudado usted mucho.

Ella lo miró con tristeza. Reek pensó en lo desgraciada que debía de sentirse: un montón de llamadas de Tanner en el móvil, que tal vez pensó que tenían como objetivo acabar con ese capítulo de su vida, que podrían haber representado una chispa de esperanza para ella. La esperanza de un nuevo inicio, de un cambio radical en la conducta de aquel hombre al que tanto amaba. Y al final tan solo había constatado que lo único que Tanner había intentado era utilizarla de nuevo, esa vez para cubrirse las espaldas ante la policía. Tras ser interrogado por Valerie Almond, era evidente que Tanner había llamado por teléfono insistentemente a su ex novia para convencerla de que cambiara su declaración, para que así coincidiera con la de él.

Mala suerte, pensó Reek con cierto regocijo. Amigo, has tenido la mala suerte de que ella se haya decidido de una vez a distanciarse de ti. ¡Estás en un buen aprieto!

—Adiós, señorita Ward —dijo él. Y tras un leve titubeo, añadió—: Permítame que le dé un consejo: no lo eche de menos. No lo merece.

5

—Tengo que llamar a mi jefe —dijo Ena Witty—, necesito tomarme el día libre; sería incapaz de concentrarme en mi trabajo.

Valerie asintió con cierto aire de compasión. Estaba en el pequeño y agradable salón del apartamento de Ena Witty y acababa de rechazar la taza de café que esta le había ofrecido. Ya había tomado suficiente: solo, caliente y cargado en exceso. Tenía la sensación de que el corazón le latía demasiado rápido e incluso demasiado fuerte, pero tal vez no era más que la gran cantidad de adrenalina que se acumulaba en su cuerpo. Estaba tan inquieta que le habría gustado poder echarse a volar batiendo los brazos como un pájaro.

Se había sorprendido al comprobar que había sido Jennifer Brankley quien le había abierto la puerta. Una Jennifer algo demacrada, con el pelo revuelto y el rostro trasnochado.

—¿Ya está aquí? O quizá debería preguntar: ¿todavía está aquí? —le había dicho Valerie. Era extraño, pero no conseguía disimular la antipatía que sentía por la señora Brankley.

—Todavía —respondió Jennifer—. Anoche Ena estaba muy mal, estaba desesperada ante la idea de tener que quedarse a dormir aquí sola. Por eso llamé a mi marido, se lo conté todo y le dije que me quedaba con ella. Sin embargo, Gwen Beckett vendrá a recogerme en cualquier momento. Solo tenía que salir a comprar un par de cosas y luego me llevará de vuelta a la granja.

—¿El señor Gibson se presentó aquí ayer por la noche en algún momento?

—No.

Ena estaba en el salón, sentada a la mesa, muy pálida, frente a una tostada con mermelada que, sin embargo, no parecía tener intención alguna de tocar.

—¿Fue él? —preguntó enseguida, nada más ver a Valerie—. ¿Lo hizo él? ¿Fue él quien asesinó a Amy Mills?

Lo único que pudo hacer Valerie fue eludir la pregunta.

—No lo sabemos. Él lo ha negado y no tenemos pruebas concluyentes que lo demuestren.

Pareció como si Ena no supiera si alegrarse o echarse a llorar.

—¿Eso significa que es posible que sea inocente?

—Por el momento, todo está en el aire —respondió Valerie.

Negó con la cabeza cuando Jennifer intentó tenderle una taza, pero se sentó en la mesa frente a Ena.

—Si ha decidido tomarse el día libre, podría acompañarme a comisaría a mediodía. Todavía tengo que hacerle más preguntas.

Ena asintió, obediente.

—Dígame —preguntó Valerie—, ¿dónde estaba el sábado pasado por la noche? ¿Se acuerda?

—Sí, claro. Estuvimos en Londres. Stan y yo. Salimos el sábado por la mañana hacia allí y volvimos a Scarborough el domingo al atardecer. Stan quiso presentarme a sus padres. ¿Por qué?

—Es por lo de Fiona Barnes, ¿verdad? —intervino Jennifer.

Valerie asintió. Aquella comprobación había sido una mera formalidad. Al igual que el sargento Reek, Valerie tampoco creía que Gibson hubiera mentido al respecto. Así pues, quedaba definitivamente descartado como posible asesino de Fiona Barnes.

—Estaría bien que pudiera proporcionarme un par de detalles más sobre el señor Gibson, señorita Witty —dijo Valerie—. Cualquier detalle podría ser importante. Cómo se comportaba, cosas que tal vez decía por decir. Algo que le hubiera llamado la atención… incluso aunque le parezcan pequeñeces. Todo. No se avergüence de contarme cuanto se le ocurra, por banal que pueda parecerle. Ese tipo de cosas a menudo revelan mucha información sobre las personas.

—Tampoco hace tanto que lo conozco —dijo Ena en voz baja.

—Lo suficiente para plantearse dejarlo —se entrometió Jennifer.

Valerie miró fijamente a Ena.

—¿Es eso cierto? ¿Quería dejarlo?

—Lo… lo estaba pensando, sí. No estaba muy segura, pero…

—¿Su decisión la motivó la… pasión que Stan demostró tener por Amy Mills? ¿O había otros motivos?

—No me gustaba que fuera tan dominante —dijo Ena—. Todo tenía que hacerse como él quería. Sin excepción. Se mostraba encantador y atento, siempre y cuando no le llevaras la contraria porque si lo hacías se ponía furioso. Le cambiaba la voz, la expresión del rostro; cambiaba por completo.

—Cuando eso sucedía, ¿llegó a atemorizarla?

Ena titubeó.

—Directamente no —respondió—. Pero pensaba que acabaría teniendo miedo. Tenía la impresión de que iba a peor: la primera vez que le llevé la contraria, no sé por qué tontería, reaccionó de forma bastante contenida. La siguiente ocasión fue algo más airado. La siguiente, todavía más. Ya sabe… A veces me preguntaba hasta dónde sería capaz de llegar.

—¿Reñían muy a menudo por ese motivo?

Ena hizo una mueca de disgusto. Parecía deprimida.

—No soy una persona que suela llevar la contraria, inspectora. Por desgracia. Por eso me apunté al curso en el que conocí a Gwen Beckett. Nunca he sabido enseñar los dientes cuando algo no me gusta. Creo que debió de ser por eso por lo que Stan se fijó en mí. Y no, no nos peleábamos a menudo. Precisamente por eso me asustaba la manera como se enfadaba las pocas ocasiones en las que tuvimos algún roce.

—¿Alguna vez le ha parecido que Stan estaba a punto de perder el control? ¿Que pudiera llegar a comportarse de manera violenta si alguien, una mujer, se oponía a lo que él quería o tenía previsto hacer?

—Sí, no me habría sorprendido —dijo Ena.

Valerie asintió. La imagen que ya tenía de Stan Gibson no hacía más que completarse. Las piezas encajaban sin fisuras. Aunque la argumentación de Ena no contribuía a avanzar ni un solo paso.

Valerie se puso de pie.

—Gracias, señorita Witty. Era un punto importante. Por favor, venga a verme a comisaría a las dos. Y anote todo lo que se le ocurra hasta entonces.

Jennifer la acompañó hasta la puerta.

—¿Cree que fue él? —preguntó.

A Valerie le habría gustado afirmarlo con rotundidad, pero ante la falta de pruebas no le fue posible hacerlo.

—Lo que yo crea, desgraciadamente, no cuenta para nada —dijo—. Lo decisivo es lo que pueda probar. Y en ese sentido queda aún mucho trabajo por hacer.

—Adiós, inspectora —dijo Jennifer.

Valerie la saludó con la cabeza. Al llegar a la calle vio a Gwen Beckett, que en aquel momento salía de un coche aparcado al otro lado de la calle. Llevaba puesto un grueso anorak y se había recogido en un moño la trenza rubia. Gwen no había visto a la inspectora. Tras un segundo de titubeo, Valerie cruzó la calle y se le acercó.

—Buenos días, señorita Beckett. Ha venido a buscar a la señora Brankley, ¿verdad?

Gwen se sobresaltó.

—Oh… No la he oído acercarse. Buenos días. —Como siempre que se dirigía a alguien por sorpresa, lo hizo sonrojada.

Pobre, pensó Valerie para sí.

—Ha llegado temprano.

—Sí. Como bien decía usted misma, venía a recoger a Jennifer. Menuda locura, ¿no? Me costaba creerlo mientras Colin me lo contaba.

—Acabo de estar arriba. Creo que la señorita Witty está bastante tranquila; ya puede quedarse sola.

—Qué bien —dijo Gwen. Parecía algo indecisa.

Cerró la puerta del vehículo y se guardó la llave en el bolso.

—Me he atrevido a venir en coche hasta aquí —le dijo entonces, casi como si se estuviera disculpando—. No me gusta conducir, ¿sabe? Pero quería recoger a Jennifer de todos modos. Y hay pocos autobuses para venir desde la granja hasta aquí… Además, quería comprar un par de cosas. Colin me ha prestado su coche. Es más fácil de aparcar que el de mi padre.

—Colin… ¿El señor Brankley está en la granja?

—Jennifer quería que se quedara con los perros. Siempre se preocupa mucho por ellos.

—No tardará en verlos de nuevo. Oiga… —Valerie decidió aprovechar la ocasión—. Ya que la tengo aquí… ¿Conoce usted a Stan Gibson?

—Ligeramente, sí.

—¿Hasta qué punto lo conoce?

Gwen pensó un momento.

—No muy bien. Trabaja en la empresa de construcción que se encargaba de las obras de reforma de la escuela y siempre se las arreglaba para estar frente al aula en la que se impartía el curso. Era evidente que le había echado el ojo a Ena Witty. Enseguida empezaron a salir juntos. A veces los acompañaba un trecho a pie después de clase. Yo iba a la parada del autobús, y Stan y Ena, hacia el centro. Esas fueron, de hecho, las únicas ocasiones que tuve de conocerlo un poco, si es que se puede considerar que eso es conocerlo.

—¿Qué impresión tiene de él?

—Era… bueno, era evidente que estaba interesado en Ena. Se mostraba encantador y atento. Una vez le llevó una rosa cuando pasó a recogerla. Pero también era…

—¿Sí? —preguntó Valerie al ver que Gwen se detenía.

—Era muy decidido —dijo Gwen—. Era amable y simpático, pero a la vez no dejaba dudas acerca de cómo debía ser todo; es decir, como él quería. Siempre llegaba con planes para la tarde o para el fin de semana, y nunca se preocupaba de que Ena pudiera desear hacer otra cosa distinta. A veces te daba la impresión de que podía reaccionar de forma bastante brusca si le llevabas la contraria.

—¿Qué le hacía pensar eso?

—No lo sé… Simplemente me daba esa impresión.

—¿Alguna vez llegó a ver cómo Ena Witty le llevaba la contraria en público?

—No. Pero tampoco es que ella me pareciera muy feliz. En una o dos ocasiones me di cuenta también de que a él no le gustaba que Ena asistiera al curso. Decía que no eran más que bobadas, que para qué quería ella ganar confianza en sí misma. En alguna ocasión hizo comentarios despectivos, como que de cursos como esos saldríamos convertidas en absurdas feministas… o algo parecido. Y se burlaba de un modo casi ofensivo de los juegos de roles que Ena le había contado.

—¿Juegos de roles? —preguntó Valerie, algo confusa.

Gwen se acongojó un poco. El tema parecía avergonzarla un tanto.

—Bueno, sí… Practicábamos situaciones críticas, con esos juegos de rol.

—¿Y qué se entendía por «situaciones críticas» en el curso?

—Situaciones en las que… Me refiero a esas cosas que resultan embarazosas para gente como nosotras. Presentarse sola a una fiesta, ir sola a un restaurante, dirigir la palabra a un desconocido, dejarse aconsejar por una vendedora y luego marcharse de la tienda sin comprar nada de todos modos. Ese tipo de cosas. Sin duda usted debe de encontrarlo ridículo, pero…

Valerie negó con la cabeza enseguida.

—En absoluto. Todo lo contrario. No se creería la de veces que he comprado cosas que no quería solo porque no sabía cómo sacarme de encima a una vendedora. Quien más quien menos tiene problemas de ese tipo.

—¿De verdad? —preguntó Gwen, sinceramente sorprendida.

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