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Authors: Charlotte Link

Tags: #Intriga, Relato

Dame la mano (36 page)

—No lo sé —dijo en voz alta—. ¡Es que no lo sé!

—¿Qué es lo que no sabe? —preguntó una voz detrás de ella, hacia la que Leslie se volvió de inmediato.

Dave Tanner apareció entre la niebla, como surgido de la nada, vestido con una chaqueta de lluvia negra con la capucha puesta. Parecía helado.

—Disculpe —dijo—, no pretendía asustarla. La he visto desde el otro lado del muelle y he pensado… —Dejó la frase inacabada, sin revelar lo que había pensado.

—Ah, es usted —dijo Leslie, e intentó librarse de aquellas cavilaciones que tanto la atormentaban—. No creía que hubiera nadie más aparte de mí paseando por aquí tan temprano y con este tiempo tan horrible.

—A veces uno simplemente siente la necesidad de salir —dijo él con una sonrisa—. Da igual el tiempo que haga.

Tal vez Dave huía de algo, tal vez de la desolación de su cuarto. ¿Qué debía de sentirse en una habitación como aquella cuando fuera reinaba una densa niebla y no había nada que hacer, cuando no se tenía la compañía de nadie, ni ningún tipo de perspectiva? En esos casos, Leslie solía derrumbarse.

—¿Por casualidad no habrá estado con Gwen? Colin y Jennifer no la encontraban ayer.

Dave asintió.

—Ha estado conmigo, sí. Durante todo el día de ayer. Y toda la noche, por primera vez.

—¿Todavía no se había quedado a dormir con usted? —preguntó Leslie, sorprendida.

Pensó en el par de medias negras que había visto en la habitación de Dave. Tal vez su amiga se las había dejado allí en una visita diurna tras la que Gwen, siempre tan escrupulosa, habría querido pasar la noche en la granja. Ya iba siendo hora de que cambiara su vida, realmente ya iba siendo hora.

—No —dijo Dave—. Hasta esta noche, no.

Parecía infeliz. Deprimido. Preocupado.

Leslie cayó en la cuenta de lo que ocurría. ¡Está huyendo de ella! Por esa razón, se dijo, está paseando por aquí tan temprano.

—¿Y usted? —le preguntó Dave, como si hubiera podido leerle la mente—. ¿Qué hace paseando por el puerto a estas horas?

—Mi ex marido. He vuelto a tener una discusión con él. —Al ver la mirada de desconcierto de Dave, Leslie añadió—: Se ha presentado de repente—. Quería ayudarme a sobrellevar la muerte de mi abuela. La intención era buena, pero nosotros dos debajo de un mismo techo… es que simplemente no funciona.

Dave no dijo nada, pero Leslie tuvo la impresión de que la comprendía.

—¿Ha desayunado ya? —preguntó él de pronto.

Al ver que Leslie negaba con la cabeza, la agarró por el brazo sin más ni más y tiró de ella para instarla a acompañarlo.

—Vamos. No sé si le apetece, pero estoy empapado… Estoy helado. Necesito con urgencia un café bien cargado.

Ella lo siguió, agradecida y aliviada.

2

—¡Bingo! —dijo Valerie—. ¡Lo sabía!

Colgó el auricular El sargento Reek la había interrumpido durante el desayuno, algo que a ella no solía gustarle en absoluto, puesto que en cierto modo era la única comida que conseguía tomar tranquilamente en todo el día: pan tostado, un huevo frito, café y las noticias de la radio. Durante el resto de la jornada pasaba con un simple bocadillo entre horas que, por lo general, sabía más a plástico que a jamón o a queso, mientras que por la noche llegaba tan cansada a casa que ya no le quedaban ganas ni fuerzas para prepararse nada.

Pero Reek le había comunicado algo importante que le había subido el ánimo de repente.

Después de contarle que había verificado las declaraciones de Leslie Cramer, quien, en efecto, en el momento de los hechos había estado en el Jolly Sailors, y de añadir que el dueño todavía estaba sorprendido de ver que una mujer que hubiera bebido tanto whisky pudiera seguir andando erguida, el sargento pasó a las verdaderas novedades.

—Amy Mills no se sacó el graduado en la escuela en la que impartía clases Jennifer Brankley —le había dicho—, pero de los doce a los catorce años pasó por otra escuela, ¡a ver si adivina cuál fue!

Valerie tragó apresuradamente el trozo de tostada antes de responder.

—¿La escuela de Jennifer Brankley?

—Exacto. Un colega ha estado investigando el lugar por mí y acaba de mandarme un correo electrónico.

Valerie se dio cuenta de que Reek se sentaba frente al ordenador desde muy temprano por la mañana.

—En cualquier caso —prosiguió Reek—, la señora Brankley nunca llegó a dar clases a Amy Mills. En este sentido puede que no nos haya mentido, ya que alegó no conocer el nombre de la chica. Es una escuela grande. No podía conocer a todos los alumnos.

—No obstante, cabe la posibilidad de que tuvieran algún tipo de contacto. Mediante una sustitución, por ejemplo. ¿Brankley era ya entonces una profesora de confianza? Amy Mills podría haber acudido a ella para solucionar algún problema.

—Eso no lo sé —tuvo que admitir Reek.

—Averígüelo. De todos modos, buen trabajo, Reek. Gracias.

Después de la conversación estaba demasiado agitada para seguir desayunando. Mientras metía los platos en el lavavajillas, intentó tranquilizarse un poco. Era consciente de que tenía tendencia a actuar demasiado atropelladamente cuando las cosas no marchaban con la agilidad deseada, y el caso Amy Mills llevaba demasiado tiempo en dique seco. Se sentía presionada porque sabía que sus superiores observaban su trabajo con ojo crítico, que esperaban algún tipo de progreso, en especial tras el asesinato de Fiona Barnes. Nadie se lo había dicho, pero notaba que se acercaba a un punto decisivo de su carrera profesional, uno que probablemente podría abrirle nuevas perspectivas. Tenía fama de ser una agente con talento, inteligente, pero también nerviosa. Eso era lo que provocaba que ella percibiese aquella situación como un estancamiento. Su ascenso quedaba en suspenso porque cabía la duda de si su sistema nervioso estaba en verdad preparado para asumir un nivel de estrés más elevado.

Tenía que solucionar los casos Mills y Barnes, que con toda probabilidad eran un mismo caso, tan rápido como fuera posible. Pero para ello tenía que conservar la calma y no precipitarse en ningún momento. No podía dar por sentado que los hechos de ambos homicidios pudieran imputarse al mismo autor, por muchos indicios que tuviera al respecto; pero tampoco podía perderse entre el resto de las posibilidades, entre las que estaba la implicación de Jennifer Brankley, solo porque esta hubiera perdido su empleo, estuviera psicológicamente tocada y pareciera amargada.

Y no solo era eso, pensaba Valerie; también estaba el hecho de que Jennifer Brankley conociera a ambas víctimas. A Fiona Barnes, desde luego. Y en el caso de Amy Mills, había muchas probabilidades de que también la hubiera conocido. Si acababa por confirmarse, tendría que preguntarse por qué la ex profesora había negado haber oído siquiera su nombre alguna vez antes de que estuviera en boca de todo el mundo, al menos en la zona de Scarborough.

Valerie decidió que a mediodía iría a la granja de los Beckett.

Quería confrontar a Jennifer Brankley con sus últimas averiguaciones para poder observar su reacción.

La conversación que había tenido el día anterior con Paula Foster no había revelado nada significativo, o mejor dicho solamente le había permitido llegar a la conclusión de que la joven no estaba en la lista de víctimas potenciales y que podía sentirse segura casi al cien por cien. No había nada que indicara que Foster pudiera estar en el punto de mira de un asesino, a menos que se tratara de alguien con una fijación por las mujeres jóvenes en general, pero en ese caso Foster tendría las mismas posibilidades de convertirse en una víctima que miles de chicas más. Paula Foster no conocía a Dave Tanner ni a Jennifer Brankley. No hacía mucho que trabajaba en la granja, y tenía tanto trabajo de la mañana a la noche que no le quedaba tiempo para conocer a gente de la zona. A finales de año volvería a Devon. Había encontrado el cadáver de una anciana en un barranco y parecía como si esa fuera la única vivencia destacable que podría llevarse en el futuro de su estancia en Yorkshire.

Valerie se lavó los dientes, se pintó un poco los labios, cogió el bolso y salió de casa. Fuera había niebla, nada más que niebla. Sin embargo, estaba de buen humor. Tenía la sensación de haber encontrado finalmente el cabo de un enorme ovillo enredado. Esa circunstancia no parecía resolver todavía el enredo del ovillo, pero la inspectora albergaba la esperanza de que en algún momento se produjera algún progreso.

3

—¿Gwen está aún en su habitación? —preguntó Jennifer.

Entró seguida de sus dos gigantescos perros, a los que había estado intentando secar un poco fuera, con una toalla. Colin salía en ese momento de la cocina.

—No. ¡Dios mío, estáis empapados!

—La niebla —dijo Jennifer mientras se quitaba la chaqueta—. No se ven tres en un burro. Es como atravesar un muro de agua.

Él la miró con afecto. El pelo húmedo y enmarañado, las mejillas enrojecidas. El viejo jersey lleno de pelos de perro, los vaqueros salpicados de lodo. Le pareció que nunca la veía tan natural como cuando volvía de pasear con Cal y Wotan. Esa era la verdadera Jennifer: tranquila, desenvuelta, relajada. Serena por medios espontáneos y naturales. Esa Jennifer era muy distinta a la que había sido expulsada de la escuela, siempre inmersa en sus depresiones, capaz de ver su propia vida solo como un fracaso.

—No eras feliz —solía decirle él—. También estabas tensa, nerviosa. A menudo superada por las circunstancias. Demasiado comprometida, demasiado implicada con todo lo que sucedía. Te has consumido. Te has…

En ese punto, Jennifer siempre lo interrumpía.

—Ajá, y ahora soy una persona completamente feliz, ¿no?

—Es posible que no haya nadie tan feliz como tú. Pero tienes idealizada la vida que llevabas antes. Y te niegas a apreciar la vida que llevas en la actualidad.

—Tampoco es que haya muchas cosas por apreciar en la vida de una fracasada.

—No eres una fracasada…

Así eran las típicas conversaciones que tenían en la intimidad. Jennifer siempre acababa hurgando hasta el fondo de la melancolía y de un desesperado sentimiento de insuficiencia. Era difícil, casi imposible, intentar sacarla de nuevo de ese pozo. Por eso ella se abstenía de hablar en momentos como aquel, en los que tenía tan buen aspecto y desprendía tanta armonía consigo misma. Lo habría desmentido. Como si fuera incapaz de aceptar, ni siquiera de vez en cuando, que las cosas le iban bien. Colin a menudo tenía la sensación de que su esposa se había tomado esas depresiones como una especie de castigo por su fracaso y que se aferraba a ellas, que las llevaba marcadas a fuego porque ella misma consideraba que las merecía. No se permitía a sí misma sentirse bien después de haber fracasado tan estrepitosamente.

—El desayuno está listo —se limitó a decir él.

—Me cambio en un minuto, me seco el pelo y enseguida estoy con vosotros.

Colin entró en el salón. Chad estaba sentado a la mesa, pero había apartado hacia un lado su plato y se limitaba a remover el café de su taza, ensimismado. En los pocos días que habían pasado desde la muerte de Fiona, parecía haber envejecido bastante. Colin se obligó a recordar lo que Fiona había escrito. Chad y Fiona nunca llegaron a ser pareja, pero desde muy jóvenes habían estado unidos por un estrecho vínculo que había sobrevivido a los años y a las décadas y que les había permitido acompañarse mutuamente hasta la edad madura. Los dos se habían casado con otras parejas y habían fundado sendas familias, pero jamás se había roto ese vínculo que los unía. Chad había perdido a la que tal vez era la persona más importante de su vida y además de un modo brutal e inesperado. Era muy propio de él que no quisiera hablar sobre ello con nadie, aunque a todas luces estaba sufriendo.

—Gwen todavía no ha vuelto —dijo Colin.

Chad levantó la mirada.

—Debe de estar con su prometido.

—¿Pasa la noche fuera de casa muy a menudo? —preguntó Colin.

Jennifer le había asegurado que Gwen todavía no había pasado ni una sola noche con Dave y, puesto que Gwen confiaba mucho en ella, debía de ser cierto. Chad dijo que no lo sabía.

—Ni idea. Creo que no. Pero ya es mayorcita. Además, sin duda tienen muchas cosas de las que hablar después de lo que ocurrió el sábado.

—Sí —dijo Colin en voz muy baja.

Al parecer, aparte de Jennifer y de él, no había nadie más preocupado. Ni su propio padre, ni tampoco Leslie Cramer, que había reaccionado con una mezcla de despreocupación y de irritación. Colin pensó con disgusto en la llamada de la noche anterior. Desde el principio Leslie no le había parecido especialmente simpática; lo único que había conseguido era confirmar esa apreciación.

—Sé que no está bien que Gwen no esté aquí para preparar el desayuno —dijo Chad—. Si tiene huéspedes en casa, también debe ocuparse de ello. Pero no se preocupen, les haremos el descuento correspondiente antes de que se marchen, Colin.

—Por favor, no lo he mencionado por eso. Jennifer y yo nos consideramos más unos amigos que unos simples clientes que vienen aquí a hospedarse por vacaciones, no supone ningún problema en absoluto que hayamos tenido que prepararnos el desayuno alguna vez. No, es solo que me preocupa. No me parece propio de Gwen eso de pasar una noche entera fuera de casa sin haber dicho nada a nadie.

—Así son los jóvenes —dijo Chad.

Colin se preguntó una vez más si Chad debía de ver a Gwen como a su hija o como a un simple mueble más de su casa, no muy distinto del sofá del salón o de la mesa de la cocina, algo útil, algo a lo que estaba acostumbrado, pero a la vez algo en lo que raramente pensaba o a lo que miraba de cerca. Cuando había dicho «así son los jóvenes», parecía que estuviera hablando de una adolescente y no de una mujer de treinta y tantos. Y por encima de todo, no parecía que estuviera hablando de Gwen. Porque ella no era joven ni nunca había formado parte de esa generalidad que representaban «los jóvenes». En eso consistía su peculiaridad, pero también su tragedia. Y su padre al parecer no había comprendido nada de nada.

Colin se sentó y cogió la cafetera. Le habría gustado hablar con Chad sobre los escritos que había recibido de Fiona y que a esas alturas ya habían leído todos los habitantes de la casa, pero no se atrevió. Chad no tenía ni idea de que su hija había hurgado en su cuenta de correo electrónico, por no hablar de que había compartido el contenido con otras personas. Por otra parte, contenían un potencial que, visto lo sucedido… Pero era Leslie quien tenía que decidirlo. Cuando lo hubiera leído todo, tendría que ser ella quien diera el siguiente paso. Tanto él como Jennifer eran ajenos a ello. No podían entrometerse.

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