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Authors: Charlotte Link

Tags: #Intriga, Relato

Dame la mano (38 page)

El camino a pie hasta la carretera se le hizo más largo que de costumbre, pero sin duda fue debido a la humedad que había en el aire, que le dificultaba respirar. Había que esperar junto a la cabina de teléfono roja para que te recogiera el autobús, que por suerte solía ser bastante puntual. Apenas tres cuartos de hora después, Jennifer se apeaba en el centro de Scarborough, en la parada de Queen Street, no muy lejos de la Friargate Road, que es donde vivía Dave Tanner. Sin embargo, Jennifer llegó agotada a la pequeña casita adosada.

La casera abrió la puerta después de que hubiera llamado dos veces y la miró con desconfianza.

—¿Sí?

—Buenos días, me llamo Jennifer Brankley. ¿Dave Tanner está en casa?

Al oír mencionar el nombre de Tanner, el rostro de la anciana quedó petrificado.

—¿Quién es usted? —preguntó.

—Jennifer Brankley. Una amiga de Gwen Beckett. La prometida del señor Tanner.

—El señor Tanner no está en casa.

De forma inconsciente, Jennifer miró hacia el oscuro pasillo que había tras la anciana.

—¿No?

—Oiga, yo estaba arriba, le aseguro que no se encuentra aquí. Tampoco veo su chaqueta en el colgador de la entrada. Ha salido.

—¿Sabe si estuvo en casa la pasada noche?

La casera la miró ya bastante furiosa.

—No lo sé, señora Brankley, ¡no tengo ni idea! ¿Y sabe por qué no lo sé? ¡Porque ni siquiera puedo dormir en mi propia casa! Mis vecinas ya están un poco hartas porque no hago más que pedirles que me dejen pasar la noche en casa de una o de otra por el pánico que me produce dormir bajo el mismo techo que ese individuo. ¡No consigo pegar ojo! Es que seguramente es el autor de dos asesinatos y… ¡maldita sea, no tengo ganas de convertirme en su tercera víctima!

—¿De dónde ha sacado que haya cometido dos asesinatos? —preguntó Jennifer, sorprendida por la seguridad que la anciana demostraba con sus afirmaciones.

—¡Bueno, es que no hay que ser una lumbrera para darse cuenta! Al fin y al cabo vino a verlo la policía. Lo interrogaron acerca de la noche en la que asesinaron a Fiona Barnes y acerca de la noche en la que se cargaron a aquella joven estudiante. ¡Está clarísimo! Y en los dos casos quisieron saber si el señor Tanner había estado en casa. No soy tonta. Creen que es un asesino, lo que pasa es que no pueden demostrarlo. Así van las cosas hoy en día: los peores delincuentes andan sueltos porque no es posible encerrar a la gente sin pruebas, pero lo que le suceda luego al resto de las personas que no hemos hecho nada… ¡eso a los políticos les da igual!

—Entonces tampoco debe de saber si la señorita Beckett pasó la noche aquí con el señor Tanner, ¿no? —prosiguió Jennifer, puesto que de momento le interesaba más la respuesta a esa pregunta que el intercambio de reflexiones ideológicas.

—¡Naturalmente que no lo sé! —le espetó la casera—. Y le diré algo más: ¡pronto dejaré de saber nada más sobre él! Ya he avisado al señor Tanner de que voy a desahuciarle. ¡El primero de noviembre estará de patitas en la calle y entonces podré vivir tranquila de nuevo!

Dicho esto, la señora Willerton cerró la puerta de un sonoro portazo y Jennifer se quedó perpleja entre la niebla, mirando la parte superior de la fachada de la casa como si albergara la esperanza de encontrar algún indicio. No sabía cuál era la ventana de la habitación de Dave, ni siquiera sabía si su ventana daba a la calle, de hecho. Deprimida, volvió atrás por los escalones que la habían llevado hasta la puerta. Esa visita no había servido para nada. Tanner no estaba en casa, porque supuso que la casera no habría mentido a ese respecto, y tampoco había ni rastro de Gwen.

Tenía un mal presentimiento y se preguntaba si estaba justificado de algún modo.

Habría preferido volver a la granja, pero por algún motivo creyó que eso equivaldría a una derrota. Decidió ir al centro, aunque enseguida le quedó claro que lo único que tenía en mente era encontrar a Gwen, por lo que decidió volver sobre sus pasos. Tal vez debería aprovechar la oportunidad y hacer algo realmente, algo que amenizara un poco esa vida de ermitaña que llevaba. Podía hacer lo que le había dicho a Colin: dar un buen paseo por el centro, tal vez incluso sentarse sola en una cafetería y tomar algo.

Para la mayoría de la gente eso no era nada del otro mundo, pero para Jennifer suponía un gran paso. Estuvo deambulando un buen rato por las galerías del mercado. La temperatura era más cálida y el aire más seco allí dentro. Estuvo contemplando obras de arte y horteradas varias en los diminutos comercios repletos a rebosar de artículos. Estuvo ojeando postales viejas en un anticuario y quedó maravillada con un juego de té que le llamó especialmente la atención entre la oferta general de productos de dudoso gusto. Sería un bonito regalo de bodas para Gwen… en caso de que llegue a casarse con Dave Tanner, pensó.

Más tarde pasó por la zona peatonal. Compró una bufanda de lana suave para Colin y una gorra de punto para ella. Las dos cosas las pagó con el dinero de él, algo de lo que era dolorosamente consciente. Tiempo atrás había tenido sus propios ingresos. Hasta el momento, a Colin no le había importado ser quien lo pagaba todo, incluida la hipoteca de la casa de Leeds, los gastos diarios, la comida de los perros, las facturas del veterinario y, por supuesto, también las vacaciones en la granja de los Beckett.

Por primera vez pensó que quizá le sería posible encontrar un empleo. No podría volver a la docencia, pero tal vez lograría hallar algo distinto. Entonces podría quitarle esa carga a Colin e incluso permitirse algún que otro capricho ocasional sin tener por ello remordimientos de conciencia.

Que la hubieran echado no significaba que todo hubiera acabado. A pesar incluso de que desde el primer momento se lo hubiera parecido. Y aunque no hubiera sabido cómo vencer aquella parálisis en la que se había sumido.

Tal vez lo consiga, pensó mientras contemplaba un escaparate en el que había expuestos candelabros y adornos antiguos en los que apenas se fijó. Si de algún modo consigo dar un primer paso, pensó, creo que entonces podría…

—Señora Brankley —dijo una voz a su espalda.

Jennifer se dio la vuelta con un respingo, porque se había quedado completamente ensimismada con sus atribulados planes de futuro. Con la frente fruncida, observó a la joven que tenía detrás. Estaba segura de conocerla, pero no consiguió ubicarla a la primera.

—¿Sí? —preguntó.

La joven se sonrojó.

—Ena —dijo—, Ena Witty.

Al final recordó. El patio de la Friarage School, en aquella tarde tan plácida pocos días atrás. La gente que salía del edificio y que había participado en el curso que Gwen acababa de terminar. Ena Witty era una de ellas. Gwen las había presentado.

—¡Ah, señorita Witty, ya me acuerdo! —dijo—. La semana pasada, en la escuela…

—Gwen Beckett también estaba presente —dijo Ena—, y Stan, mi novio. Estuvimos hablando un rato…

—Sí, claro, lo recuerdo —dijo Jennifer. Se acordó de que Ena apenas había dicho nada, mientras que su novio había hablado mucho—. Me alegré de conocerlos. —En ese momento le vino a la memoria la llamada del día anterior—. Dios mío, mi marido me dijo ayer que llamó usted a la granja porque quería hablar con Gwen. Lo siento mucho, pero Gwen todavía no ha vuelto a casa, o en cualquier caso no había vuelto cuando yo he venido hacia aquí. Todavía no hemos podido…

—No importa —la interrumpió Ena—. De todos modos no he dejado de darle vueltas, creo que no debería molestar a Gwen. Me he enterado por el periódico de que tenía relación con la mujer asesinada… Barnes se llamaba, ¿verdad? Naturalmente, Gwen debe de tener muchas otras cosas en la cabeza.

—Todos estamos bastante confusos —admitió Jennifer.

—Como le decía, me hago cargo de ello. No habría llamado si no fuera porque… Bueno, me enfrento a un problema bastante gordo y no tengo a nadie con quien poder hablar de ello. Tampoco es que haga mucho tiempo que soy amiga de Gwen, nos conocimos en ese curso, pero desde el primer momento me pareció muy agradable y pensé… bueno, que me gustaría poder hablar un poco con ella… Gwen ya conoce un poco a Stan, mi novio, porque siempre venía a recogerme a la escuela.

—Tranquila, lo arreglaremos —le aseguró Jennifer al tiempo que veía confirmadas sus sospechas: el problema del que tanto le apetecía hablar con alguien a Ena tenía nombre propio y se llamaba Stan. El tipo dominante, el que a buen seguro había llegado como un huracán a su pacífica existencia y que al parecer no solo había acarreado vivacidad sino también unas cuantas dificultades—. Cuando vea a Gwen le diré que la llame cuanto antes. También a ella le vendrá bien poder hablar de algo que no sea lo que ocurrió en la granja.

Ena pareció un poco aliviada, incluso algo animada.

—No me gustaría resultar pesada, pero en caso de que… bueno, en caso de que no tenga nada que hacer… ¿Le apetece tomar un café conmigo?

Jennifer supuso que Ena había tenido que reunir mucho coraje para proponérselo. Al fin y al cabo había participado en el curso de la Friarage School porque debían de costarle enormemente ese tipo de cosas: invitar a un café a alguien que le caía simpático pero a quien, no obstante, apenas conocía.

Hay muchas personas, pensó, que luchan a diario contra todo tipo de miedos, contra la timidez y la falta de seguridad en uno mismo, y en muchos casos nadie llegaría a adivinar cuánto se sufre con ello.

No quiso dar calabazas a Ena.

Con un movimiento algo ceremonioso, se subió un poco la manga de la chaqueta para consultar el reloj. Eran casi las doce y media, demasiado temprano para volver a casa. Y había querido tomarse un café de todos modos, si bien tenía previsto hacerlo tranquilamente y en soledad. Tenía el presentimiento de que Ena estaba sometida a mucha presión, y pensaba que si empezaba a soltarse y a perder la timidez, cabía suponer que lograra superar cualquier preocupación, en especial las que tenían que ver con su incipiente relación con Stan Gibson. Tal vez sería un buen paso que consiguiera abrirse ante alguien a quien acababa de conocer. Jennifer no estaba segura de si en esos momentos sería la interlocutora ideal. Ella misma tenía también un buen puñado de problemas.

—Bueno —dijo—, creo que…

Ena notó que vacilaba.

—Por favor. Me… me alegraría mucho que aceptara.

Hasta el momento, Jennifer no había negado ayuda a nadie, y entonces reparó en que justo era ese el meollo de la cuestión: Ena le estaba pidiendo ayuda. No es que tuviera un problema cualquiera, sin importancia. Le estaba pidiendo ayuda seriamente.

—De acuerdo —respondió Jennifer, resignada—, vayamos a tomar un café juntas.

Al fin y al cabo había estado reflexionando mucho acerca de dar primeros pasos, y un primer paso en su caso personal podría consistir en volver a relacionarse con otras personas en lugar de evitarlas.

Tal vez podría ayudar de verdad a Ena Witty. Aunque ayudarla significara limitarse a escucharla.

Quizá conseguiría que Ena se acostara esa noche con la sensación de que realmente había gente que podía interesarse por ella.

Jennifer decidió alegrarse por ello.

6

—Sí, es una lástima —dijo Valerie Almond—. Me habría gustado poder hablar con su esposa, señor Brankley.

Estaban uno frente al otro ante la puerta de la granja.

Colin no le había ofrecido entrar, se había limitado a informarla fríamente de que Jennifer no estaba en casa.

Valerie le había preguntado si sabía cuándo volvería, pero él se había encogido de hombros.

—No puedo ayudarla —dijo—, pero le diré a mi esposa que quiere usted hablar con ella.

Valerie reparó en el matiz hostil que teñía la voz de Colin.

Él se dio cuenta, o al menos le pareció, que Valerie buscaba a Jennifer para encarnizarse con ella.

—Hemos descubierto que Amy Mills no estudió solo en la escuela en la que acabó graduándose —dijo—, sino que además pasó dos años en la escuela de Leeds en la que su esposa impartía clases.

Por una fracción de segundo, Colin no pudo ocultar su sorpresa. Al parecer no estaba al corriente. Eso tampoco debe hacerme suponer que Jennifer tampoco lo sepa, pensó la inspectora. Tal vez no se lo explica todo a su marido.

—¿De verdad? —dijo él, justo antes de examinar a Valerie a través de los cristales redondos de sus gafas.

Tenía una mirada inteligente, parecía un hombre por cuya cabeza pasaban más reflexiones de lo que podría dar a entender su discreta apariencia, y más profundas también.

Es muy inteligente, pensó Valerie, sin duda es algo más que el afable burgués que parece ser a primera vista.

—¿Ella no ha hecho nunca ninguna alusión acerca de que pudiera conocer a Amy Mills, aunque solo fuera de manera superficial? ¿O al menos que conociera su nombre?

—No, inspectora. A mí no me había contado más que lo que ya le dijo también a usted.

—Volveré para hablar con ella —dijo, frustrada.

Se preguntó si acaso Colin estaba actuando a la defensiva o si es que empezaba a sospechar que aquello guardaba alguna relación con él.

Pero ¿cuál? ¿Cuál? Si Jennifer Brankley hubiera conocido a Amy Mills, ¿qué motivo habría podido tener para matar a la joven de ese modo tan brutal?

Su teléfono móvil empezó a sonar en cuanto llegó de nuevo al coche.

Al mismo tiempo, vio a Gwen Beckett saliendo de un taxi frente a la puerta de la granja. Parecía helada y trasnochada.

¿De dónde debe de venir?, se preguntó Valerie a sabiendas de que nadie le daría una respuesta para esa pregunta. Y que la llamada tampoco se la daría.

—¿Sí? —Respondió a la llamada mientras abría el coche. Quería alejarse rápidamente de aquel frío tan húmedo.

Era el sargento Reek. Parecía nervioso.

—Inspectora, la situación ha cambiado. Ha llamado la señora Willerton. Ya sabe, la casera de Dave Tanner. Afirma conocer a una vecina que vio cómo el señor Tanner abandonaba la casa de la señora Willerton la noche en la que Fiona Barnes fue asesinada. Es decir, hacia las nueve.

—¿Hacia las nueve? Entonces lo que hizo fue salir de nuevo justo después de haber llegado.

—Eso parece. Por supuesto, no sabemos qué crédito merece la testigo, pero creo que deberíamos hablar con ella.

—Sin duda alguna. ¿Tiene la dirección?

—Sí. Vive casi en frente de la señora Willerton.

Valerie se mordió los labios. Respecto a los horarios de Tanner, no había mandado preguntar a los vecinos. Eso podría considerarse un error.

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