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Authors: Elaine Cunningham

Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Juvenil

Canción Élfica (39 page)

Vartain esbozó una ancha sonrisa y su rostro adquirió una semejanza total con un águila ratonera.

—La respuesta a la pregunta «¿por qué enterraron al rey Khalzol en un ataúd de cobre?» es mucho más simple de lo que vos creéis y lamento decir que nada tiene que ver con el lugar donde está su tumba. Lo enterraron «porque estaba muerto».

Granate levantó el arpa y, tras pulsar una única nota, apuntó con la mano hacia el cielo. Al instante, las nubes empezaron a apiñarse y un rumor familiar resonó sobre la arena. La gente que había junto a las salidas salió huyendo de inmediato en busca de algún lugar donde poder cobijarse.

De repente, una silueta enorme y verdosa irrumpió a través de las repletas nubes color púrpura y, con un rugido, un dragón verde adulto se precipitó sobre la ciudad. Un estruendo infernal resonó en la arena, la multitud empezó a chillar, empujándose y avanzando a trompicones hacia las salidas.

En la confusión que tuvo lugar a continuación, Danilo alcanzó a ver al elfo plateado que iba en cabeza de una banda de luchadores de aspecto fiero. Los mercenarios avanzaban hacia la plataforma donde estaba la bardo. La guardia personal de Piergeiron se dispuso a proteger al Primer Señor. En cuestión de segundos, una sucia lucha callejera se desató en los alrededores de la plataforma, y la hechicera y el arpa quedaron fuera de la vista.

—Esto sí que es un buen combate —anunció la enana con entusiasmo. Desató la lanza y fue a sumarse a la pelea. Dan y Wyn intercambiaron miradas de desesperación y acto seguido desenfundaron las espadas para cubrir a la enana por la espalda mientras ella se abría paso hacia el centro de la batalla. Morgalla consiguió avanzar a trompicones, mientras iba profiriendo variados insultos en lengua enana y blandía la punta roma de su lanza para aporrear a la multitud embravecida.

Antes de que alcanzaran la plataforma, la hechicera montó en su corcel y salió disparada hacia el cielo. Con un rugido de rabia, el dragón salió tras ella. El
asperii
esquivó hacia un lado como si fuera un colibrí blanco gigante, y apenas alcanzó a evitar la embestida del dragón. El caballo siguió subiendo en línea recta, lejos del alcance del dragón pero adentrándose de pleno en la masa de nubes de la tormenta.

El zigzag de un relámpago pasó cerca del corcel alado y el animal cayó presa del pánico, con la semielfa agarrada a su cuello. El granizo empezó a repicar sobre el asustado caballo y su relincho de terror y protesta se mezcló con los gritos de la gente y los aleteos regulares y pesados de las alas del dragón.

El
asperii
corcoveó en mitad del cielo y la hechicera salió proyectada junto con el arpa hacia la multitud. Mientras caía en picado hacia una muerte segura, Granate intentó en vano retener el instrumento mágico, que se le escapaba de las manos.

Con la precisión de un murciélago que agarra un insecto volador en el aire, Grimnosh hizo un picado y apresó a la hechicera con las garras. Las carcajadas del dragón retumbaron como truenos sobre la ciudad mientras salía volando en dirección este con su presa. El arpa cayó al suelo y se perdió entre la multitud agolpada junto al estrado.

Granate se había ido, pero su hechizo seguía en pie. El granizo rebotaba en la plataforma y caía a manos llenas sobre los pocos que todavía permanecían en la arena.

—¡Tengo que coger el arpa! —Danilo seguía empujando hacia el estrado. Ahora era más sencillo porque la multitud se dispersaba con rapidez. Los clérigos y los curanderos se ocupaban de aquellos que habían quedado aplastados tras la primera acometida para escapar. La mayoría de los rufianes de Elaith habían sido apresados y los miembros de la guardia se ocupaban de sacar a rastras a aquellos que todavía sentían deseos de luchar. Vartain permaneció cerca de la plataforma, con los brazos cruzados sobre la tripa en gesto triunfante y una sonrisa en su rostro de bronce.

Morgalla acabó de abrirse camino y apuntó con la lanza hacia la garganta de Vartain.

—¿Dónde está el arpa, ladrón de pacotilla halfling crecidito? —pidió.

—Esta vez no ha sido Vartain —intervino Danilo—. Elaith tiene el arpa.

17

El sol se ponía ya mientras Danilo corría en dirección al templo elfo, con Wyn y Morgalla pisándole los talones. Nubes enormes de color gris y añil seguían recorriendo el cielo y descargaban lluvia y granizo sobre varias zonas de la ciudad. El horizonte, por el oeste, se veía veteado de agujas de vivaces colores púrpura y carmesí y el sol se ocultaba por encima del mar de Espadas como si fuera un único ojo rojo incandescente.

Los tres amigos doblaron la esquina del patio del templo en el preciso instante en que Elaith empezaba a subir los escalones de la ancha escalinata de mármol blanco del edificio principal. Iba solo, con el arpa Alondra Matutina bien sujeta bajo el brazo. Danilo desenfundó la espada y soltó un grito dirigido al elfo plateado. Elaith giró en redondo y fijó unos ojos cargados de malevolencia sobre el Arpista.

—No me pongas trabas, loco. Tengo mucho en juego.

—En eso estoy de acuerdo contigo —replicó Danilo con un tono de voz igualmente frío—. Los Caballeros del Escudo han afianzado un pie en la ciudad, el archimago está fuera de combate reducido con un hechizo de seducción, monstruos que dominan la música se alimentan de granjeros y viajeros, y los bardos se han convertido en instrumentos inconscientes del demonio.

—Eso es problema tuyo y de los tuyos, Arpista. Nada tiene que ver conmigo.

Danilo dio un paso adelante.

—¿De veras? ¿Y te complace criar a lady Azariah en el tipo de mundo que acabo de describirte?

El rostro del elfo palideció de rabia.

—Nunca pronuncies ese nombre —le ordenó—. Nadie en Aguas Profundas debe saber de ella porque tengo muchos enemigos que pagarían una fortuna por acceder a esa información. Muchos de mis socios, por poner un ejemplo, no dudarían en raptarla para obtener un rescate o hacerle daño para vengarse de mí.

Elaith bajó el arpa y desenfundó su propia espada antes de empezar a descender con amenazadora lentitud los escalones.

—Ahora tengo el arpa. Según los términos de nuestro acuerdo, la búsqueda ha terminado y ya no somos compañeros.

—No, no es cierto —replicó Danilo mientras se colocaba en posición de batalla y alzaba la espada en actitud defensiva—. Me diste tu palabra de que podríamos levantar el hechizo antes de que te llevaras el arpa. ¿Acaso no vale nada tu palabra?

—Azariah es lo único que importa.

El Arpista alzó la espada justo a tiempo de parar la primera acometida veloz como el rayo de Elaith.

—Así que ella será nuestro pequeño secreto, ¿es eso lo que quieres decir?

—Es un modo de hablar. —La sonrisa del elfo era sombría y arremetió con una sucesión de golpes que pusieron a prueba toda la habilidad de Danilo con la espada. Al Arpista no le cabía duda de que Elaith podía matarlo a voluntad, pero el elfo no se contentaba con una sola embestida rápida. El combate entre ellos había tardado demasiado en llegar.

»¿Por qué no acude en tu ayuda tu fiel perro guardián enano? —se burló el elfo, mientras señalaba con un ademán de cabeza a la seria y vigilante guerrera.

—Esto es entre tú y yo. Morgalla comprende mi concepción del honor.

Elaith esbozó una desagradable sonrisa.

—Si te hacía ilusión herirme, lamento decirte que has fracasado, Arpista. —Sacó un largo puñal y avanzó hacia él, manteniendo los ataques con la suficiente lentitud para que Danilo pudiese defenderse de ambas hojas. Era evidente que el elfo estaba jugueteando con su presa.

—Honor —repitió Danilo con saña—. Piensa en la naturaleza de tu búsqueda. ¿Acaso puedes ganar el honor de tu hija a través del deshonor?

El elfo reculó para contemplar al Arpista con patente cólera. Enfundó sus armas y sacó la daga mágica de la funda que llevaba atada en la muñeca. Con gran lentitud, se dispuso a lanzar un disparo asesino.

Wyn pasó un brazo por los hombros de Morgalla para confortarla y durante largo rato los cuatro se quedaron helados presa de una tensa indecisión.

Elaith soltó el cuchillo hacia Danilo y la hoja fue a incrustarse a los pies del Arpista, justo en mitad de la hendidura que quedaba entre dos piezas de mármol. El cuchillo mágico se estremeció el tiempo en que tardó en latir cinco veces el corazón, y luego desapareció.

—Coge la maldita arpa y deshaz el hechizo, si puedes. —El elfo caminó hacia un extremo del patio del templo y se cruzó de brazos.

Morgalla soltó un suspiro de alivio para exhalar el aliento que había estado conteniendo y los labios de Wyn empezaron a moverse a medida que pronunciaba oraciones de agradecimiento a sus dioses elfos.

El Arpista enfundó la espada y subió despacio la escalera para recoger el arpa antigua. Se sentó en un escalón y pulsó las cuerdas a modo de tentativa. Inhaló aire con rapidez mientras apartaba la mano, sorprendido por la descarga de poder que había corrido por las silenciosas cuerdas al tocarlas.

—¡Vamos! —le urgió Elaith.

El recuerdo del rostro severo de Khelben ocupó los pensamientos de Danilo y el joven bardo se apresuró a envolver el arpa con las manos. Fuera lo que fuese lo que le aconteciese al invocar aquel hechizo, Dan estaba resuelto a hacer todo lo que pudiera en favor de su tío y mentor.

Danilo se apoyó el arpa Alondra Matutina en el hombro y ensayó con rapidez las cuerdas para comprobar sus tonos y para asegurarse de que todas estaban afinadas. Una nota mal tocada, o mal afinada, podía echar a perder el poderoso encantamiento y, si eso sucedía, el patriarca Evindal Duirsar se encontraría con otro bardo majareta alojado en el templo.

—Puedes hacerlo —murmuró Morgalla con suavidad.

Hizo un gesto de asentimiento para dar confianza a su amiga enana y alzó las manos hacia las cuerdas. Acto seguido, la rítmica melodía de baile resonó en el patio. La interpretó una vez entera hasta el final, y luego empezó a cantar el hechizo del acertijo al compás de la melodía del arpa. Una vez más, Danilo sintió que el poder fluía a través de él gracias a la música, como le había ocurrido en el Bosque Elevado.

Por el rabillo del ojo, el Arpista vio un destello plateado en el callejón. Seis hombres vestidos con los atuendos negros protectores de la luz habituales de los asesinos del sur irrumpieron en el recinto del templo. Cada uno de ellos llevaba una larga cimitarra curva.

—Sigue cantando. Nos ocuparemos de ellos —le garantizó Morgalla mientras apartaba su lanza y sacaba el hacha. Wyn también desenfundó su larga espada y ambos se situaron al pie de la escalera para asegurarse de que ninguno de ellos subiera.

Los amigos de Danilo lucharon con ahínco, pero los otros les superaban en número y además eran expertos luchadores. Morgalla peleaba con una soltura total que era a la vez inexorable y despreocupada, pero incluso la feroz enana no podía equipararse con los asesinos. En un rincón del recinto, Elaith permanecía con los brazos cruzados, contemplando la batalla con aparente regocijo.

—¡Podrías ayudarnos, canalla orejudo pariente de orcos! —le gritó Morgalla—. ¡Seguís siendo compañeros hasta que se deshaga el hechizo!

Sus palabras pusieron el dedo en la llaga, y un matiz de indecisión se dibujó en el semblante del elfo. Su pecho se hinchó y se contrajo con un suspiro de resignación, y acto seguido desenfundó el cuchillo mágico. Un leve gesto de muñeca y el asesino que peleaba con Wyn cayó de bruces al suelo, sujetándose el pecho. El elfo de la luna intervino entonces en el fragor de la batalla y por todos lados se vio cómo refulgían con destellos plateados y rojizos los filos de sus armas.

Danilo siguió cantando y el hechizo fluyó a través de su cuerpo, forzando a que su mente y su habilidad siguiera el equilibro del poder del canto elfo. Cuando las últimas notas del hechizo resonaron en el patio, sintió que la brujería se disolvía de pronto, se contraía y absorbía con ella la magia como si fuera un torbellino.

Se derrumbó, jadeando por causa de una fuerza que sólo él era capaz de sentir.

Los resultados visibles del hechizo fueron igualmente espectaculares. Las nubes sobrenaturales se disiparon y los cielos adquirieron los tonos plateados propios de una tarde plácida de verano. El granizo y la lluvia cesaron de inmediato, pero lo más sorprendente de todo fue que el arpa Alondra Matutina desapareció de sus manos. Danilo se puso de pie, mirándoselas, incrédulo.

Morgalla despachó al último asesino y luego se abalanzó sobre Danilo para envolverle la cintura en un abrazo que era capaz de romperle los huesos.

—¡Sabía que podías hacerlo, bardo! —chilló, y en su rostro enrojecido se pintó una ancha sonrisa.

Danilo le devolvió el abrazo mientras miraba a Wyn por encima de su cabeza.

—¡La misma arpa formaba parte del hechizo! ¿Sabías que el instrumento se esfumaría?

—Tenía una idea de que podía ocurrir. El éxito que has conseguido hace que merezca la pena el sacrificio —repuso Wyn con calma.

—Dudo que el elfo opine lo mismo —comentó Morgalla mientras se separaba de Danilo y señalaba a Elaith.

Tras proferir un juramento, Danilo echó a correr a través del recinto. Elaith permanecía de pie sobre los cuerpos de los cuatro asesinos que había tumbado, con el rostro torcido en una mueca y sujetándose con una mano el hombro. Con un rápido movimiento, el elfo se extrajo un diminuto cuchillo del antebrazo. El Arpista llegó hasta Elaith justo a tiempo de sujetarlo para que no se derrumbase.

Dan llamó a gritos a Wyn y, juntos, alzaron al elfo y empezaron a subirlo escalera arriba, en dirección al templo. Morgalla cogió el cuchillo y lo olfateó.

—Algún tipo de veneno. Será mejor que lo llevemos para que los sacerdotes puedan averiguar qué es. —Echó a andar tras los hombres en dirección al templo.

—Lord Thann —musitó el elfo con voz débil.

—No hables —le aconsejó Wyn—. Permanece lo más quieto posible para no acelerar el efecto de la poción.

—Es importante. Escúchame, Arpista. En mi bolsa hay una llave que te dará acceso a mi casa de la calle Selduth. Ocúpate de vender la propiedad y de que los fondos para criar a Azariah se traspasen al templo. —Elaith se detuvo para esbozar una sonrisa—. Resolver ese acertijo te habrá servido de práctica para desenmarañar mis negocios.

Un espasmo de dolor cruzó por el rostro del elfo, y gotas de sudor se apiñaron en el labio superior. Sus ojos color ámbar buscaron los de Danilo y la fiereza de la mirada recordó al Arpista la expresión de un halcón moribundo. Sin embargo, el elfo no sucumbiría al veneno hasta que hubiese vaciado la mente.

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