Comenzó a hacer de nuevo los repetitivos ejercicios, obligando a sus piernas a ejecutar los mismos movimientos.
Era un trabajo cansado y aburrido; cansado para ella, aburrido para él. Blake volvió a ponerse de mal humor, pero esta vez, cuando le dijo que parara, ella obedeció. No quería acobardarle, imponerle en todo su voluntad. Blake no había tenido una mañana tan movida desde el accidente, y no quería forzarle más.
—¡Uff! —suspiró y, al enjugarse la frente con el dorso de la mano, notó la humedad del sudor—. Necesito una ducha antes de comer. Es una buena idea hacer un descanso antes de tiempo.
Él la miró, y la sorpresa dilató sus ojos. Dione sabía que no se había fijado en ella en toda la mañana; había estado muy preocupado pensando en su propio estado, en su propia desesperación. Ella le había dicho que tendría que esforzarse, pero ahora, por primera vez, Blake se daba cuenta de que ella también trabajaba duro. Aquello tampoco iba a ser un picnic para ella. Dione sabía que estaba hecha un desastre, acalorada y sudorosa.
—No le vendría mal un baño —dijo él con sorna, y ella se echó a reír.
—No sea tan caballeroso —bromeó—. Espere y verá. Dentro de poco no seré yo la única que sude, y no pienso apiadarme de usted.
—No he notado que lo haya hecho hasta ahora —gruñó él.
—Me he portado muy bien con usted. Le he tenido entretenido toda la mañana. Me aseguré de que tomara un buen desayuno…
—No tiente su suerte —le aconsejó él, y le lanzó una mirada sombría que ella recompensó con una sonrisa. Era importante que Blake aprendiera a bromear y a reírse con ella para aliviar el estrés de los meses siguientes. Dione tenía que convertirse en su mejor amiga, a pesar de que sabía que aquella amistad estaba sentenciada desde el principio porque se basaba en la dependencia y la necesidad. Cuando Blake ya no la necesitara, cuando hubiera recuperado su vida normal, ella se iría y pronto caería en el olvido. Lo sabía, y tenía que preservar una parte de sí misma, aunque el resto de sus emociones y su esfuerzo mental se concentrara por completo en él.
Mientras le ayudaba a vestirse, sin que se enfadara como había ocurrido esa mañana, Blake dijo pensativamente:
—Parece que va pasarse el día vistiéndome y desvistiéndome. Si vamos a seguir esta rutina, nos ahorraremos mucho tiempo si sólo llevo unos pantalones cortos de gimnasia. Puedo ponerme una bata para comer, y Alberta puede subirnos aquí las bandejas.
Dione logró ocultar su satisfacción y se limitó a decir:
—Ésa es la segunda buena idea que tiene hoy —en el fondo, estaba entusiasmada. Desde un punto de vista práctico, Blake tenía razón: de ese modo se ahorrarían mucho tiempo y esfuerzo. Sin embargo, Serena quedaría excluida de la mayoría de las comidas. Lo cual sería de gran ayuda.
En realidad, Serena no le desagradaba. Tenía la impresión de que, si la hubiera conocido en otras circunstancias, le habría gustado mucho. Pero ahora quien le preocupaba era Blake, y no quería que nada ni nadie interfiriera en su trabajo. Cuando trabajaba en un caso, se concentraba en su paciente hasta el punto de que todos los demás se desvanecían en el telón de fondo y dejaban de ser seres humanos en tres dimensiones para convertirse en figuras de cartón piedra. Después de una sola mañana, Blake saturaba casi por completo sus pensamientos, y se sentía tan en sintonía con él que creía conocerlo por dentro y por fuera. Casi podía leerle el pensamiento y adivinaba lo que iba a decir antes de que lo dijera. Le compadecía y sufría por él, pero sobre todo se sentía feliz porque podía observar su indefensión sabiendo que, al cabo de unos meses, sería de nuevo un hombre fuerte y atlético. Ya tenía mejor aspecto, pensó con orgullo. Seguramente se debía más a la ira que a sus esfuerzos, pero tenía mucho mejor color. Podía seguir enfadado con ella todo el tiempo si ello le servía de estímulo.
Dione se sentía muy satisfecha con su trabajo cuando entró tras él en el comedor, pero aquella sensación se esfumó cuando Serena se abalanzó hacia Blake con la cara bañada de lágrimas.
—¡Blake! —dijo con voz entrecortada.
Él se puso de inmediato alerta y la tomó de la mano.
—¿Qué ocurre? —preguntó con una nota de ternura que faltaba en su voz cuando hablaba con los demás. Sólo Serena le inspiraba aquel tono cariñoso.
—¡El patio! —gimió ella—. El banco de mamá… ¡está destrozado! ¡Han convertido la piscina en un manicomio! ¡Es horrible!
—¿Qué? —preguntó él frunciendo las cejas—. ¿De qué estás hablando?
Serena señaló a Dione con un dedo tembloroso.
—¡Su gimnasio! ¡Han puesto patas arriba el patio!
—No creo que sea para tanto —dijo Dione juiciosamente—. Puede que ahora esté un poco desorganizado, pero no debería haber nada patas arriba. Richard está supervisando la instalación del equipo, y estoy segura de que no permitirá que el patio sufra ningún daño.
—¡Venga a verlo!
Dione miró su reloj.
—Creo que deberíamos comer primero. El patio no va a ir a ninguna parte, pero la comida se va a enfriar.
—¿Intenta ganar tiempo? —inquirió Blake con frialdad—. Se lo dije, señorita Kelley, no quiero que esta casa cambie.
—No puedo ni negar ni confirmar que se haya hecho algún cambio, porque no he salido fuera. He estado con usted toda la mañana. Sin embargo, confío en el buen sentido de Richard, aunque usted no lo haga —dijo recalcando las palabras, y Serena se sonrojó furiosamente.
—No es que no confíe en mi marido —comenzó a decir con vehemencia, pero Blake la atajó levantando una mano.
—Ahora no —dijo escuetamente—. Quiero ver el patio.
Serena se calló de inmediato, aunque parecía enfurruñada. Evidentemente, Blake seguía siendo el hermano mayor, a pesar de su mala salud. Su voz tenía el timbre inconfundible de la autoridad. Blake Remington estaba acostumbrado a dar órdenes y a que éstas se cumplieran inmediatamente. La mañana que había pasado con ella debía ir absolutamente en contra de su naturaleza.
Era la primera vez que Dione salía al patio, y le pareció muy hermoso, fresco y fragante, pese al sol brutal de Arizona. Las yucas y diversas variedades de cactus crecían en perfecta armonía con plantas que podían encontrarse en climas mucho más benignos. El riego cuidadoso explicaba la desacostumbrada variedad de plantas. Eso, y el uso bien planificado de la sombra. Se habían tendido baldosas blancas para formar un caminito, y la fuente central lanzaba al aire su agua musicalmente, en un chorro perfecto. Al fondo del patio, donde una verja muy alta daba a la zona de la piscina, había un banco bellamente labrado de delicado color gris perla. Dione ignoraba de qué madera estaba hecho, pero era precioso.
El patio estaba, en efecto, desordenado. Evidentemente, los peones que había contratado Richard lo habían usado para almacenar los muebles de la piscina que les estorbaban, y algunos materiales que no necesitaban de momento. Dione vio, sin embargo, que habían tenido cuidado de no mover ninguna planta; todo estaba pulcramente colocado sobre las baldosas. Pero Serena corrió al hermoso banco y señaló una larga grieta que había en su flanco.
—¡Mira! —gritó.
Los ojos de Blake brillaron.
—Sí, ya lo veo. Bien, señorita Kelley, parece que sus trabajadores han dañado un banco cuyo valor considero incalculable. Mi padre se lo regaló a mi madre cuando se mudaron a esta casa; ella se sentaba ahí cada tarde, y es ahí donde me la imagino cuando pienso en ella. Quiero que todo eso desaparezca de mi vista antes de que causen algún otro daño, y quiero que salga usted de mi casa.
A Dione le preocupaba que el banco hubiera sufrido algún daño, y abrió la boca para disculparse; pero entonces vio un destello de júbilo en los ojos de Serena y se detuvo. Para darse tiempo a pensar, se acercó al banco y se inclinó para examinar la madera arañada. Pasó un dedo pensativamente por la grieta. Al echar un vistazo a Serena, creyó distinguir un asomo de nerviosismo en sus expresivos ojos. ¿Qué era lo que le preocupaba? Volvió a mirar el banco y la respuesta se le hizo evidente: la madera estaba dañada, en efecto, pero la grieta era lo bastante antigua como para estar desgastada por la intemperie. Ciertamente, no se había hecho esa mañana.
Podría haber acusado a Serena de intentar causar problemas deliberadamente, pero no lo hizo. Serena estaba luchando por su querido hermano, y aunque su batalla era absurda, Dione no podía juzgarla por ello. Sencillamente, tendría que separarla de Blake para poder continuar con su trabajo sin interrupciones. Richard tendría que poner a funcionar aquel cerebro suyo, parecido a un rayo láser, para mantener a su mujer ocupada.
—Entiendo que estén disgustados —dijo con suavidad—, pero esta grieta no es de hoy. ¿Ven? —preguntó, señalando la madera—. No una cicatriz fresca. Creo que lleva ahí varias semanas.
Blake acercó la silla de ruedas y se inclinó para inspeccionar el banco. Luego se enderezó lentamente.
—Tiene razón —suspiró—. De hecho, me temo que el culpable soy yo.
Serena dejó escapar un gemido de sorpresa.
—¿Qué quieres decir?
—Hace un par de semanas, salí con la silla y me tropecé con el banco. Como verás, esa grieta está a la altura de la rueda —se frotó los ojos con una mano flaca y temblorosa—. Dios, lo siento, Serena.
—¡No te culpes! —gimió ella, y corrió a su lado para darle la mano—. No tiene importancia. Por favor, no te disgustes. Ven, vamos dentro. Tenemos que comer. Sé que estarás cansado. No puede hacerte ningún bien agotarte así. Necesitas descansar.
Dione observó a Serena mientras ésta caminaba junto a la silla, toda amor y preocupación. Sacudió la cabeza un poco, entre divertida y exasperada, y los siguió.
Serena permaneció junto a Blake el resto del día, revoloteando a su alrededor como una gallina con un solo pollito. Blake estaba cansado después de su primer día de rehabilitación, y se dejó mimar. Aunque Dione tenía prevista otra sesión de ejercicios y masaje, decidió no presentar batalla. Al día siguiente… Al día siguiente, todo sería muy distinto.
Richard llegó a la hora de la cena. Alberta le había dicho a Dione que solía ir a cenar allí cuando estaba Serena; o sea, todos los días. Observaba a su esposa en silencio mientras ella merodeaba alrededor de Blake con nerviosismo, y aunque su semblante parecía inexpresivo, Dione comprendió que aquello no le hacía ninguna gracia. Después de la cena, mientras Serena acomodaba a Blake en su despacho, Dione aprovechó la oportunidad para hablar en privado con Richard.
Salieron al patio y se sentaron en uno de los bancos dispersos por allí. Dione levantó la mirada hacia las incontables estrellas que se veían en el cielo transparente del desierto.
—Tengo un problema con Serena —dijo sin preámbulos.
Él suspiró.
—Lo sé. Yo tengo problemas con ella desde el accidente de Blake. Entiendo cómo se siente, pero me está volviendo loco.
—Blake ha dicho hoy que fue él quien la crió.
—Prácticamente. Serena tenía trece años cuando murió su madre. Fue muy duro para ella. Pasaron semanas sin que pudiera perder de vista a Blake ni un instante. Parecía sentir que todas las personas a las que amaba se morían. Primero su padre; luego, su madre. Estaba muy unida a ella. Sé que le aterroriza que le pase algo a Blake, pero al mismo tiempo no puedo evitar sentir rencor.
—Pese a quien pese —dijo Dione con cierta tristeza.
—Exacto. Quiero recuperar a mi mujer.
—Blake dijo que no le haces caso, que estás muy liado con tu trabajo.
Él se frotó la nuca con nerviosismo.
—Tengo mucho trabajo, estando Blake así. Dios mío, qué no daría yo por irme a casa y disfrutar de un poco del cariño con que asfixia a Blake a todas horas.
—Hablé con Alberta de cambiar las cerraduras, pero, cuanto más vueltas le doy, más me parece que no es buena idea —confesó—. Blake se pondría furioso si alguien impidiera entrar a su hermana en su casa. El problema es que no puedo obligarle a cumplir un horario si ella interfiere.
—Veré lo que puedo hacer —dijo él, indeciso—, pero cualquier sugerencia que suponga apartarla de Blake será recibida como un brote de peste —la miró, y sus dientes brillaron de pronto al sonreír—. Debes de tener los nervios de acero. ¿Ha sido interesante lo de hoy?
—Ha tenido sus momentos —contestó ella, riendo un poco—. Me tiró el desayuno.
Richard se echó a reír.
—Ojalá lo hubiera visto. Blake siempre ha tenido malas pulgas, pero llevaba un año tan deprimido que no había manera de hacerle enfadar, por más que uno lo intentara. Si hubiera estado aquí para verlo, habría sido como en los viejos tiempos.
—Espero llevarle a un punto en que ya no haga falta que se enfade —dijo ella—. Estoy segura de que progresará más rápidamente si no nos interrumpen. Confío en que se te ocurra algo para mantener a Serena ocupada.
—Si tuviera alguna idea, ya la habría usado —dijo él con fastidio—. Aparte de secuestrarla, no se me ocurre nada que funcione.
—Entonces, ¿por qué no lo haces?
—¿Qué?
—Secuéstrala. Llévatela a una segunda luna de miel. Lo que haga falta.
—Lo de la segunda luna de miel suena bien —reconoció él—. Pero no puedo tomarme vacaciones hasta que Blake vuelva al trabajo y se haga cargo de todo. ¿Alguna otra idea?
—Me temo que tendrás que pensar algo tu solo. Yo apenas la conozco. Pero necesito intimidad para trabajar con Blake.
—Entonces la tendrás —prometió él tras pensar un momento—. No sé qué voy a hacer, pero la mantendré alejada de aquí todo lo que pueda. A menos que esté completamente muerto, no creo que tarde mucho tiempo en darse cuenta de que, de todos modos, prefiere que le atosigues tú a que lo atosigue su hermana.
Dione se removió, incómoda, al advertir en su voz un evidente tono de admiración. Era consciente de su belleza, pero al mismo tiempo que quería que nadie hablara de ella. Blake era su paciente; no podía entablar con él una relación sexual de ningún tipo, eso estaba descartado. No sólo iba contra sus principios éticos, sino que le resultaba imposible. Ya no se despertaba de noche intentando gritar desesperadamente, con la garganta constreñida por el terror, y no iba a hacer nada que pudiera despertar de nuevo aquellas pesadillas. Había dejado el horror atrás, donde debía quedarse.
Richard, que sintió su desasosiego, dijo:
—¿Dione? —su voz era baja y parecía sorprendida—. ¿Ocurre algo? —le puso la mano sobre el brazo y ella se sobresaltó, como si la hubiera pinchado. Era incapaz de soportar su contacto.