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Authors: Mark Fabi

Tags: #Ciencia Ficción, Intriga

Wyrm (69 page)

Sin embargo, en el instante siguiente, la cuestión ya resultó trivial, porque Ragnar se transformó, de un delgado arpista semielfo, a un alto caballero de raza humana ataviado con una brillante armadura y con un escudo engalanado con una cruz de color carmesí. La lluvia de barro, que seguía cayendo, parecía resbalar y dejaba la armadura y la capa inmaculadamente limpias.

Mientras los demás lo contemplaban con asombro, se oyó un fuerte relincho. Se volvieron y vieron un enorme caballo blanco que se aproximaba. Estaba ensillado y con armadura, y marcado también con la cruz roja. Se acercó trotando al caballero, que obviamente era para quien estaba destinado, y se plantó como si esperase que montara sobre él.

—Bueno, Ragnar, parece que ya no tendrás que caminar más -comentó Zerika.

Megaera fue la primera en fijarse en el aura luminosa que rodeaba la cabeza de Ragnar.

—Y, además, parece que has sido canonizado -dijo.

—¿Canonizado? ¿Qué es eso? ¿El proceso de convertirte en cantante de un coro de música antigua?

—Tienes un halo.

—¡Oh!

Ragnar, que había reaccionado a su metamorfosis e incluso a la llegada de su montura con un actitud bastante ecuánime, parecía sinceramente desconcertado por esta noticia.

—San Ragnar -dijo Megaera-. Aunque no sé si debo seguir llamándote por este nombre. Desde luego, ya no te pareces a él. Quítate el caso un momento.

—Vale. ¿Qué aspecto tengo?

—La verdad, George, te pareces a ti.

George se frotó la calva.

—¡Vaya cambio! ¡Ya no puedo tener pelo ni en mis fantasías!

—Tal vez no sea un halo, después de todo -sugirió Qunn0doyak-. Puede que sea el brillo de tu calva.

—¡Eh!

—Supongo que soy el siguiente -dijo Tahmurath.

En unos momentos, se transformó en una figura majestuosa. Llevaba un manto blanco con ribetes de color púrpura y un casco coronado por un círculo de puntas doradas. Como George, parecía intocable por las gotas de fango que seguían salpicando a todos los demás.

—¡Oooh! -exclamó Zerika-. Debe de ser un rey.

—¿Por qué? -intervino George-. ¿Porque no está cubierto de mierda?

—Cállate, George.

—¡Eh! Tengo una vaina, pero está vacía -dijo Arthur, mirándose el costado.

—Es curioso, George tiene una espada en la suya -observó Zerika-. ¿Es la misma que llevabas antes?

—Sí -contestó George, desenvainando la hoja-. Sigue siendo la navaja de Hanlon.

Entretanto, Gunnodoyak había sacado la bolsa de palos de golf con su surtido de armas mágicas.

—Mira a ver qué encuentras, jefe. Elige.

—Hummm… Blackwand y Stormbringerson demasiado grandes, y probablemente me mataría a mí mismo. Creo que me quedaré con Calad Bolg. Pero os diré una cosa: si esa cosa se abalanza sobre mí con una espada, ya podernos despedirnos.

Los demás comieron sus galletas mágicas y sufrieron sus respectivas metamorfosis. Zerika y Ali fueron quienes vivieron los cambios mis espectaculares. Zerika se transformó en un pájaro grande de brillantes plumas que relucían con todos los colores del espectro. Alí se convirtió en un curioso híbrido, con cuerpo y cuartos traseros de león, y cabeza, alas y garras de águila. Las plumas y la pelambrera eran del color del oro bruñido.

La piel de Gunnodoyak se volvió azul y, en lugar de su sencilla túnica de monje, llevaba los ricos vestidos de un príncipe oriental y, de manera incongruente, el bastón de un pastor. También se encogió de tamaño y rejuveneció hasta parecer que tenía unos cuatro años de edad.

Megaera perdió su heroica estatura y se volvió más pequeña, delgada y de tez más oscura. Su armadura fue sustituida por un sencillo camison blanco y sus gran espada se encogió hasta caber en la palma de su mano. Llevaba también una diadema y un aura luminosa parpadeaba alrededor de su cabeza,

—Parece que tú también has sido simonizada- comentó George.

—Canonizada.

—Lo que sea.

De hecho, cuando finalizaron las transformaciones, Al, George y Arthur llevaban halos alrededor de la cabeza, mientras que Robin, Leon y Krishna tenían auras luminosas que les rodeaban todo el cuerpo.

Entonces, una figura de aspecto bastante cómico entró en escena. Era un anciano en apariencia, con una barba blanca, larga e hirsurta que parecía albergar diversas especies de aves y roedores. Llevaba unas gafas apoyadas cerca de la punta de su larga nariz, e iba vestido con sombrero en punta y una túnica del color de la medianoche, adornada con estrellas doradas, hojas y signos zodiacales. También iba seguido por dos aprendices vestido de forma similar.

—¿Es una fiesta privada o de entrada libre? -Preguntó.

—¿Estás en algún grupo? -inquirió Arthur.

Antes de que pudiese responder, Al preguntó:

—¿Es usted, doctor Oz?

El personaje parpadeó.

—Llámeme Marión. ¿Cómo me ha reconocido?

—Por las gafas.

—¿De veras es usted? -dijo George-. Mike me dijo que no tocaba nunca un ordenador. Nunca más, quiero decir.

—Habitualmente no lo hago -contestó el anciano-. En estas circunstancias me pareció necesario hacer una excepción.

—Les sugiero que ordenen sus fuerzas -dijo Oz-. porque parece que el enemigo ya lo está haciendo.

Arthur había enviado mensajeros a todos los líder de cada grupo que asistiera al consejo de guerra

—Parece que tendremos que salir combatiendo antes que cualquier otra cosa -les había dicho-. Cuando lo hagamos, todos sabéis lo que debéis hacer; tenemos que localizar los dientes de dragón y eliminarlos. No me importa como lo hagáis, aunque ello implique desconectar todo un nodo.

—Eso podría paralizar Internet -había subrayado el representante de los templarios.

—Tiene razón -dijo Arthur a Marión Oz mientras examinaba los alrededores-. Robin, ¿qué piensas?

Ella encogió sus hombros emplumados.

—No puedo ayudarte, jefe. Los juegos de guerra no son mi especialidad. Pero intentaré ser un buen soldado.

—Muy bien -dijo Arthur-. Creo que debemos poner la infantería en primera línea. -Despidió a varios miembros del consejo para que condujeran a sus respectivos grupos al campo de batalla-. Robin y Leon, voy a coloraros en los extremos para aprovechar vuestra movilidad. También deberíamos poner a la caballería en los flancos. Ludovico, quiero que conduzcas a tus caballeros y a los templarios al flanco izquierdo. George ocupará el derecho con los Jedi, los Pandios y los Caballeros Que Dicen Nih. Doctor Oz, si quiere quedarse a mi lado, agradeceré sus consejos.

—¿Y qué hay de mí? -preguntó Al.

—¿Y de mí? -intervino Krishna.

—Será mejor que os quedéis en la retaguardia, con el profesor Oz y Krishna, tú puedes ayudar a enviar mensajes a las fuerzas del flanco izquierdo.

Tras llevar a cabo las órdenes de Art, hicieron una pausa frentes a las huestes enemigas.

—Ahora, ¿qué?

—Parecen estar esperando -dijo Oz-. Me parece que nos toca mover.

Arthur empezó ordenando el avance de la caballería por el flanco derecho de la retaguardia, y Robin se desplazó al centro para potenciarlo. Una vez hecho esto, ordenaron que avanzara la parte central de la línea de infantería.

El primer combate tuvo lugar entre las infanterías en medio del campo de batalla, cuando uno de los soldados vestidos de blanco de Arthur derribó a un demonio. Sin embargo, su ventaja duró muy poco. Desde la retaguardia una mujer que parecía la contrapartida de Al, coronada y vestida de negro se transformó en un enorme dragón, sobrevoló el terreno hacia el centro y redujo a cenizas al soldado victorioso. Ludovico azuzó su montura, levantando la lanza, pero antes de que sus caballeros y él pudieran acercarse, la dama se retiró a una posición en un flanco donde sus tropas podían protegerla. La caballería de Ludovico se desplazó hacia aquel flanco, a la espera de una oportunidad para atacar a la bestia.

Mientras tanto, un gran
aka-oni
irrumpió con su carro de fuego tirado por caballos en el centro del campo de batalla, seguido de una división de tétrica caballería, como en actitud desafiante. Krishna, moviéndose a una velocidad increíble se situó en el flanco derecho y amenazó al dragón, que, de forma asombrosa se retiró hacia el lado contrario ante el avance de aquella diminuta figura.

George avanzó hacia el centro, como si quisiera enfrentarse al
a-ka-oni
pero el demonio se volvió y atacó a Ludovico. Ambos empezaron a intercambiar feroces golpes; el
aka-oni
blandía una enorme hacha de guerra, mientras que Ludovico intentaba parar y contraatacar con su espada de hoja ancha.

George azuzó la montura hacia la batalla y se situó en una posición que también le permitía atacar al dragón. Éste, con gran rapidez, fue a refugiarse detrás de su propia infantería.

El
aka-oni,
que perdía icor por una docena de heridas, asestó un mandoble a dos manos en la cabeza de Ludovico y lo derribó de su montura. El caballero cayó de cabeza y se introdujo entero en el enorme casco que llevaba. Sin embargo el demonio no tuvo tiempo de saborear la victoria, ya que un soldado del extreme del flanco izquierdo arremetió contra él y lo atravesó con una pica. El demonio cayó del carro, se enredó con las riendas y fue arrastrado por el campo por sus propios caballos desbocados. La infantería enemiga avanzó para apoyar al demonio, pero era demasiado tarde.

Krishna profundizó en territorio enemigo para amenazar a otro demonio del flanco derecho, una criatura gigantesca con cabeza de caballo que tenía el nombre de Orobas grabado en el escudo. Orobas formaba parte de un cuerpo de guardia que rodeaba a un hombre de gran tamaño, ataviado con armadura y una gran corona de hierro negro; al parecer, era el general de las huestes enemigas. Aquella impresión fue reforzada por la respuesta del enemigo a la incursión de Krishna; las tropas se reordenaron en aquella zona para defender mejor al general.

Mientras tanto, Al abandonó la relativa seguridad de la retaguardia y avanzó hasta una posición más peligrosa en el flanco derecho.

—¿Qué haces? -exclamó Art.

—Ya lo verás.

—¡Robin, ve a protegerla!

Robin avanzó para cubrir a Al, pero fue un movimiento inútil, ya que Al se elevó por los aires y voló sin necesidad de alas hacia la posición del general enemigo. Un enorme y espantoso
balrog alado
se interpuso entre ella y el general. Al estiró el brazo para tocar al demonio con su diminuta espada. La criatura abrió sus cavernosas fauces, como si se estuviera riendo de aquel patético gesto, pero empezó a aullar de manera horrible cuando la tierra se abrió bajo sus pies; se hundió en el abismo en un instante, y la grieta volvió a cerrarse con un ruido semejante a un millar de truenos.

El general no se tomó a la ligera la desaparición de un miembro de su guardia personal. En un instante, creció y se transformó en un monstruoso dragón, cuyo tamaño empequeñeció a todos los demás personajes que poblaban el campo de batalla.

Se abalanzó sobre Al, quien se lo quedó mirando y sosteniendo su diminuta espada en un gesto de protección.

El dragón se la tragó entera.

—¡Maldición! -gritó Art-. Le dije que se quedara con nosotros.

—Pero mire eso -dijo Oz-. Ella ha abierto por completo su posición. -Vamos a aprovechar la circunstancia.

En efecto, la posición enemiga estaba desbaratada. Las tropas circulaban de forma caótica en la estela del gran wyrm. Krishna se desvió hacia el flanco, en un intento de atacar al rey-dragón, que ahora retrocedía con la intención aparente de restablecer sus defensas antes de perder el control de la situación por completo. En lugar de perseguirlo directamente, Krishna fue a cortarle la retirada y le obligó a volverse y hacer frente a las tropas enemigas, que ahora estaban preparadas para lanzar un ataque masivo.

De súbito, un gran bulto asomó en el centro del cuerpo del dragón. Las huestes de Arthur titubearon, pensando que el rey-dragón estaba a punto de transformarse en otra horrorosa criatura; en cambio, abrió las fauces y rugió de dolor y rabia. Un segundo después, el objeto que había creado el bulto desgarró el vientre de la bestia; era la espada de Al, que de tener el tamaño de una miniatura había crecido hasta alcanzar proporciones descomunales. El rey-dragón se desplomó sin vida, y Al salió de sus entrañas a través del agujero que había abierto.

El ejército de Arthur prorrumpió en una gran ovación y cargaron de forma generalizada contra el enemigo. La horda infernal se defendió con brutalidad, sin dar cuartel.

De súbito, una figura titánica con cuerpo de hombre y cabeza de caballo apareció en el fragor del combate. Blandía una enorme maza y, allí donde golpeaba, los demonios huían gimoteando. Parecía que iban a emprender una fuga general, cuando la tierra empezó a temblar. El centro del seísmo parecía encontrarse en medio del campo de batalla. Todos los combatientes volvieron la mirada hacia ese lugar. Entonces, algo surgió del suelo.

Era una pirámide. La corteza terrestre se resquebrajó y partió, y la pirámide se alzó, cada vez más, como si nunca fuese a dejar de crecer, como si pudiera destruir todo el campo de batalla.

Entonces, se detuvo. Por unos momentos, pareció que todas las criaturas contenían el aliento.

De pronto, el ápice de la pirámide explotó.

La multitud, tanto héroes como demonios, se arrojaron al suelo en busca de cobijo, mientras grandes bloques de piedra llovían sobre ellos. Cuando alzaron las cabezas, vieron un gran dragón con siete cabezas que se alzaba del interior de la pirámide en ruinas. Sobre el dragón volaba una figura alada y con armadura, rodeada por un aura resplandeciente y que empuñaba una espada de fuego.

Sobrevolé la pirámide truncada, a la espera del feroz ataque que estaba esperando. Mi espada era un arma poderosa, pero ¿cómo podía defenderme de las siete cabezas del monstruo? Cualquiera de ellas podía destrozarme de un solo mordisco.

Entonces, el monstruo dio media vuelta y desapareció en el laberinto de ruinas.

Cabe pensar que es difícil que pueda esconderse un ser de aquel tamaño. Yo también lo pensaba, pero debía de haber fuerzas mágicas actuando, porque la bestia se desvaneció.

Salí de entre las ruinas y miré a Eltanin, pensando que podía serme útil en la búsqueda. De súbito, se oyó el aleteo de unas grandes alas en el aire sobre mi cabeza. Me volví, maldiciendo
y
tirando a Eltanin al suelo mientras buscaba la espada y me reprochaba lo idiota que había sido al picar en una estratagema tan burda. Sin embargo, cuando me volví, vi que no había un dragón, sino una enorme criatura que parecía el resultado de un fallido experimento genético, que tenía cuerpo de león y cabeza y alas de águila. Aquella imagen me inquietó y levanté la espada para defenderme.

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