—Nos gusta tratar con neimoidianos —dijo el representante de Baktoid, avanzando un paso— debido al entusiasmo y el respeto que muestran por nuestras creaciones. Por ello, tenemos pensadas nuevas armas, como cazas que ya no dependerán de pilotos androides, sino que responderán a un ordenador central. E igual deberían contactar con los colicoides de Colla IV, que se dice han desarrollado un androide de combate capaz de rodar hasta su destino. —El alienígena hizo un gesto amplio hacia el inmenso hangar—. Sería perfecto para cubrir las vastas distancias de sus cargueros y defenderlos de cualquier posible abordaje.
Gunray oyó cómo Dofine tragaba saliva, pero, una vez más, fue Haako quien habló.
—Esto es una locura —dijo, bajando la voz y acercándose cojeando a la mecanosilla—. ¿Somos mercaderes o presuntos conquistadores?
—Ya han oído a Darth Sidious —siseó Gunray—. Estas armas garantizarán que continuaremos siendo mercaderes. Son nuestra garantía de que los grupos como el Frente de la Nebulosa o los mercenarios como el capitán Cohl no volverán a correr el riesgo de atacarnos. Pregúnteselo al comandante Dofine. Él se lo dirá.
—Darth Sidious nos mantiene en un temeroso servilismo —dijo Haako, parpadeando repetidamente.
—¿Qué otra cosa podemos hacer? En vez de aceptar nuestra petición de defensas adicionales, el Senado nos amenaza con impuestos. Tendremos que resolver nosotros mismos la situación si queremos proteger nuestros cargamentos. Si no hacemos esto, seguiremos perdiendo naves a manos de los terroristas, además de una reducción en los beneficios por culpa de los impuestos.
—Pero los demás miembros de la Directiva…
—De momento no tienen por qué saber nada de todo esto. Les iremos informando de manera gradual.
—Y sólo si es necesario.
—Sí —dijo Gunray—. Sólo si es necesario.
C
oruscant invitaba a la corrupción, gracias a la profusión de lugares en los que uno podía esconderse a simple vista, en sus incontables desfiladeros oscuros, sus vertiginosas cornisas, sus entrantes ocultos y sus parapetos saledizos. Su misma geografía inspiraba secreto.
Palpatine ya llevaba varios años en Coruscant y sentía que conocía el lugar mucho mejor que algunos residentes que llevaban allí toda la vida. Lo conocía como un felino de la jungla conoce su territorio. Tenía una comprensión instintiva de sus cambios de humor, y sentía intuitivamente cuáles eran sus puntos de poder y sus zonas de peligro. Era casi como si pudiera sentir la enroscada negrura que se albergaba en el Senado, y la refulgente luz que brotaba de las torres del Templo Jedi.
Era un lugar maravilloso para alguien que, como él, llevase muchos años siendo un estudioso, un historiador, un amante de las artes y un coleccionista de objetos raros: alguien que sintiera pasión por explorar los múltiples altibajos de la vida.
Muy a menudo solía desprenderse de su complicada toga para vestirse con sencillos ropajes de comerciante o eremita. Se echaba entonces una capucha sobre sus rasgos y vagaba por aquellos abismos sin luz, por calles oscuras y plazas abandonadas, por túneles y callejones, por el resto de aquel bajo mundo siniestro. Viajaba de forma anónima a las zonas del ecuador, de los polos u otros lugares remotos. Nunca se había hecho notar al margen de lo que pudiera ambicionar para su propio futuro, el de Naboo y el de la República, y sus escasos deseos de hacerse notar le permitían viajar sin ser reconocido, casi desvanecerse entre la multitud, como sólo podría hacerlo una persona solitaria, alguien que hubiera pasado tantos años consigo mismo como única compañía.
Pero había quienes lo buscaban a él. Quizá por no haber revelado nunca gran cosa sobre su propia persona. Al principio supuso que acudían a él por encontrar intrigante su discreción, como si llevara una vida secreta. Pero no tardó en descubrir que lo que de verdad querían era hablar de ellos mismos. Y solicitarle no su consejo sino su atención, confiando en que él guardaría el secreto de sus vidas con la misma solicitud con que guardaba él la suya.
Así había sucedido con Valorum, que había trabado relación con Palpatine apenas iniciado su segundo mandato de cuatro años.
Palpatine compensaba su ausencia de carisma con candor, y era esa franqueza lo que le había hecho ampliamente apreciado dentro del Senado. Palpatine era el senador de la sonrisa dispuesta, el que estaba por encima de la corrupción, por encinta de todo engaño o duplicidad, una especie de confesor dispuesto a escuchar la más banal de las confesiones o la más vil de las bajezas sin juzgar nunca. O al menos no en voz alta. Pues él juzgaba a todo el universo dentro de su corazón, y según sus propios términos, teniendo una concepción muy clara de lo que estaba bien o lo que estaba mal.
Y no deseaba más guía que sí mismo.
Su reputación entre los delegados que representaban a los sistemas fronterizos era especialmente notable, y más por ser el pequeño Naboo uno de esos mundos que orbitaban solitarios en el confín del Borde Medio, teniendo como único vecino importante a Malastare, hogar de gran y dug. Como muchos de sus vecinos, Naboo estaba gobernado por un monarca electo y poco instruido, pero era un mundo pacífico, sin saquear, rico en elementos clásicos y que los humanos compartían con una especie indígena en su mayoría acuática conocida como gungan.
Aunque la mayoría de sus compatriotas concluían el servicio público a los veinte años, Palpatine había preferido seguir en él, proporcionándole su estancia en Coruscant una singular comprensión de los problemas que se cebaban en los sistemas estelares fronterizos.
Fue mientras confraternizaba con un grupo de delegados bith cuando conoció por primera vez la existencia del Frente de la Nebulosa, siendo un bith quien le presentaría posteriormente a varios de los miembros que dirigían esa organización. En teoría, Palpatine no debía haber tenido nada que ver con terroristas, pero sus miembros fundadores no eran ni fanáticos ni anarquistas, y muchas de sus quejas contra la Federación de Comercio a Coruscant eran completamente legítimas. Y, lo que era más importante, resultaba muy difícil permanecer imparcial en todos los asuntos relacionados con la Federación.
Si Palpatine hubiera sido uno de los muchos senadores que recibían comisiones de la Federación, le habría resultado muy sencillo mirar a otro lado, o hacer oídos sordos a la actual situación, tal y como había comentado Valorum. Pero representaba a un mundo como Naboo, que dependía de la Federación de Comercio para obtener alimentos y otros bienes, y le resultaba imposible ignorar lo que había visto u oído personalmente.
Con el tiempo, los bith acabaron presentándole a Havac, nuevo líder del Frente.
Para sus anteriores encuentros con Havac, Palpatine había elegido lugares alejados de los niveles inferiores de Coruscant. Pero la presente crisis del Senado exigía un mayor secreto que antes, así que optó por un club sólo para humanos de los niveles medios del planeta, un lugar donde se reunían los patricios para fumar t’bac, beber algo de brandy, jugar al dejarik y leer en paz, y donde todavía había menos ojos curiosos que en los niveles inferiores. Y se había tomado la molestia de informar a Havac de su localización en el último momento posible. Por muy estratégicamente que pensara Havac, carecía de la habilidad necesaria para pillar a Palpatine con la guardia baja.
—Valorum es muy audaz —dijo Havac furioso apenas se sentaron en una mesa del comedor de paneles de madera del club—. Ha tenido el valor de anunciar una Cumbre en el Borde Exterior, y encima en Eriadu, sin solicitar la participación del Frente de la Nebulosa.
—El Frente, a diferencia de la Federación de Comercio, carece de representación en el Senado —dijo Palpatine.
—Sí, pero el Frente tiene muchos amigos en Eriadu, senador.
—Entonces, yo diría que es mejor para usted.
Havac había acudido solo, igual que Palpatine, aunque tanto Sale Pestage como Kinman Doriana se sentaban cerca de los dos. Palpatine había aceptado desde el principio que «Havac» era un alias, y Pestage había confirmado posteriormente ese hecho, además de descubrir que era originario de Eriadu, donde sus apasionados holodocumentales le habían proporcionado fama de ser enemigo de la Federación de Comercio, de defensor de los derechos de los no humanos, y de ser un descontento y un idealista. Quería cambiar la galaxia desesperadamente, pero sus discursos visuales contra la injusticia habían pasado desapercibidos.
Al poco de entrar en el Frente de la Nebulosa, la facción militante de la organización lo reclutó para llevar a cabo un objetivo especial. Exasperados por la indiferencia del Senado y la violación continuada de los tratados comerciales por parte de la Federación de Comercio, los militantes habían decidido aumentar sus acciones y pasar de ser una mera interferencia en los asuntos de la Federación al terrorismo simple y llano. Havac y los nuevos radicales del Frente estaban decididos a castigar a la Federación allí donde más lo notarían los neimoidianos y sus colegas: en su abultada bolsa.
Palpatine había animado a ello a Havac, pero sin llegar a abogar por la violencia. Más bien había mantenido que la forma más segura de conseguir un cambio duradero era empleando el Senado.
—Estamos hartos de Valorum —iba diciendo Havac—. Actúa de forma dócil en todo lo que se refiere a la Federación de Comercio. Su amenaza de imponer impuestos a las rutas comerciales es pura retórica. Ya va siendo hora de que alguien le convenza de que el Frente de la Nebulosa puede ser un enemigo mucho más peligroso que la Federación de Comercio.
Palpatine hizo un gesto casual corto desechando esa idea.
—Aunque el Canciller Supremo no comprende cuáles son los objetivos del Frente de la Nebulosa, tampoco es su principal obstáculo.
Havac sostuvo la mirada de pesados párpados de Palpatine.
—Necesitamos un Canciller más fuerte. Alguien que no se haya criado rodeado de riquezas.
Palpatine volvió a gesticular.
—Busque a sus enemigos en otro lugar. Busque en la Directiva de la Federación de Comercio.
Havac lo meditó un momento.
—Quizá tenga razón. Quizá necesitemos mirar en otra parte —sonrió débilmente y bajó la voz para añadir—: Hemos conseguido un aliado nuevo y poderoso que nos ha sugerido diversos rumbos a seguir.
—¿Ah, sí?
—Fue él quien nos proporcionó la información que necesitábamos para destruir un carguero de la Federación en Dorvalla.
—La Federación tiene miles de cargueros —dijo Palpatine—. Se engañan si esperan conseguir la victoria destruyendo sus naves. Deberían ir a por los responsables. Tal y como he hecho yo en el Senado.
—¿Tenemos algún amigo allí?
—Pocos. En cambio, la Federación de Comercio goza del apoyo de muchos delegados importantes. Toonbuck Toora, Tessek, Passel Argente… Todos ellos se han enriquecido con su lealtad.
Havac negó ultrajado con la cabeza.
—Resulta patético que el Frente necesite comprar apoyos en el Senado, de la misma y deplorable manera en que se ve forzado a emplear mercenarios.
—No hay otro modo —dijo Palpatine con un suspiro lleno de significado—. Los tribunales son inútiles y parciales. Pero la corrupción no deja de tener sus ventajas cuando uno sólo necesita comprar el voto de delegados carentes de escrúpulos, en vez de esforzarse por convencerlos de las virtudes de tu postura.
Havac posó los codos en la mesa y se inclinó hacia adelante.
—Tenemos los fondos que nos solicitó.
—¿Ya? —comentó Palpatine, alzando las cejas.
—Nuestro benefactor nos dijo que el
Ganancias
…
—Es mejor que no sepa cómo los han conseguido —le interrumpió Palpatine.
Havac asintió comprensivo.
—Hay un posible problema. Está en forma de lingotes de aurodium.
—¿Aurodium? Sí, eso puede suponer un problema —comentó el senador, recostándose en la silla y uniendo los dedos—. No puedo ponerme a distribuir lingotes entre los senadores a los que esperamos… impresionar.
—Es demasiado fácil de rastrear.
—Justo. Habrá que convertir el aurodium en moneda de la República, pero eso requerirá tiempo —dijo Palpatine, guardando silencio por un momento—. Puedo sugerir que uno de mis ayudantes le ayude a establecer una cuenta especial en un banco de un mundo fronterizo que no hará preguntas sobre el origen de los lingotes. Una vez el aurodium esté depositado allí, podrá transferir fondos mediante el Banco InterGaláctico y sacar dinero en créditos de la República.
Era evidente que a Havac le gustó la idea.
—Sé que dará a los fondos el mejor uso posible.
—Haré todo lo que esté en mi mano.
Havac sonrió con admiración.
—Es usted la voz de los sistemas fronterizos, senador.
—Yo no soy la voz de los sistemas fronterizos —replicó Palpatine—. Si insiste usted en concederme un título honorífico, considéreme entonces la voz de la República. No debe olvidar eso, porque si empieza a pensar en términos de sistemas interiores contra sistemas fronterizos, sectores estelares contra el Borde, nunca se podrá lograr unidad. En vez de equidad para todos, sólo conseguiremos anarquía y secesión.
Q
ui-Gon se detuvo a la salida de la puerta este del Templo Jedi y meditó hacia dónde debía dirigirse. El día era cálido y carente de nubes, salvo en el norte, donde tormentas microclimáticas se retorcían alrededor de las cumbres de algunos de los edificios más altos de Coruscant, y Qui-Gon no tenía nada que hacer.
Se puso a caminar en dirección al sol, mientras recuerdos de juventud acudían a su mente, como si fueran imágenes atisbadas en el barajeo de un mazo de cartas de sabacc. Como siempre, se vio en el interior del Templo, meditando, estudiando, entrenando, haciendo unos amigos y perdiendo otros. Recordó el día que se escapó a una de las torres y tuvo su primera visión del fantástico paisaje de Coruscant, y que desde ese momento ansió poder explorar de arriba abajo todo el planeta-ciudad. Una tarea que siguió siendo un sueño hasta bien entrada la adolescencia y que, de hecho, aún debía satisfacer por completo.
En las escasas ocasiones en que se permitía a los estudiantes dejar el Templo, éstos se desplazaban en grupos como los turistas, y siempre acompañados por alguna carabina. Eran visitas al Senado Galáctico, al Edificio de los Tribunales, al Edificio de Autoridades Municipales… Pero ya en esas primeras exploraciones. Qui-Gon se dio suficiente cuenta de que Coruscant no era la tierra de fábula que había imaginado que era. El clima del planeta estaba más o menos regulado, y hacía mucho que su topografía original había sido arrasada o enterrada, y que la poca naturaleza que quedaba existía en el interior de los edificios, donde se la cuidaba o controlaba.