Cargó con ellas hasta el vestíbulo del edificio, donde fue escaneado de pies a cabeza antes de permitírsele entrar en el turboascensor que conducía al ático. Una vez más, las credenciales de su jefe le abrieron puertas que de otro modo habrían permanecido cerradas para él. En ese momento había pocos residentes y ninguno de ellos le miró dos veces, confiando implícitamente en que cualquiera que entrase en el edificio tenía todo el derecho del mundo a estar allí.
Permaneció en el turboascensor hasta llegar al ático, propiedad de uno de los compañeros de Palpatine en el Senado, pero que en ese momento estaba desocupado, dado que el día anterior su dueño se había embarcado en una visita a su mundo natal.
Una vez en el vestíbulo del ático, Pestage cargó con las bolsas hasta la puerta y tecleó un código en el panel de la pared. Cuando el escáner solicitó una comprobación de retina, tecleó un segundo código que básicamente ordenaba al escáner que acortara su habitual rutina de seguridad y se limitara a abrir la suite.
El código hizo su trabajo y la puerta se introdujo en la pared.
Una suave luz recibió a Pestage cuando éste entró en la elegante habitación. Por todas partes había muebles y obras de arte que atestiguaban el refinado gusto del senador. Se dirigió hacia las puertas de la terraza y salió fuera.
El tráfico zumbaba ante el embaldosado recinto iluminado por las luces de edificios aún más altos que él. El aire era diez grados más frío que en los niveles medios y mucho más limpio. Al final de la terraza había un muro que le llegaba al pecho, desde el que podía ver con claridad el Templo Jedi en una dirección y el Senado Galáctica en la otra.
Pero esos paisajes no le interesaban, sólo la visión que tenía al otro lado del abismo que separaba los edificios de un ático de tamaño muy semejante al que estaba, aunque la mayoría de sus ventanas estaban a oscuras.
Depositó en el suelo las dos bolsas y las abrió. La cuadrada contenía un ordenador con pantalla incorporada y un teclado. La otra un androide de vigilancia, negro y redondo, con tres antenas sobresaliendo de los costados y la parte superior. Instaló el ordenador y situó al androide a su lado.
Los dos aparatos conversaron durante unos momentos en un diálogo de pitidos y zumbidos. A continuación, el androide de vigilancia levitó como por voluntad propia y empezó a flotar en dirección al abismo.
Pestage cambió el ordenador de sitio para poder observar el vuelo del androide de vigilancia mientras tecleaba sus órdenes.
Para entonces, la esfera negra había cruzado ya el abismo y flotaba ante una de las habitaciones iluminadas del ático, transmitiendo imágenes en color a la pantalla del ordenador. La pequeña pantalla mostró a cinco hembras twi’lekas recostadas en muebles cómodos. Una de las hembras era la consorte lethana de piel roja del senador Orn Free Taa. Las demás debían ser consortes menores o sólo amigas de la lethana que disfrutaban bebiendo y cotilleando mientras el senador de rostro fofo visitaba a Valorum en el Centro Médico.
Pestage se alegró. Las hembras estaban tan concentradas en pasárselo bien que era improbable que interfirieran en su labor.
Instruyó al androide de vigilancia para que se desplazara hasta una ventana no iluminada, a tres cuartos de distancia, y que pasara al modo infrarrojo. Un momento después, la pantalla mostraba un primer plano de la terminal del ordenador de Taa, al cual no se podía acceder a distancia. Pese a ser capaz de conectarse con sistemas distantes.
Pestage dio más instrucciones mediante el teclado.
El androide se acercó a la ventana y activó un láser que abrió un pequeño agujero en el vidrio a prueba de ruidos y de descargas láser, lo bastante grande como para permitir el paso del interfaz de ordenador que se proyectó telescópicamente desde su cuerpo esférico. Al extremo de la varilla extensible había un enganche magnético que el androide insertó en el puerto de acceso al sistema de Taa.
El ordenador se encendió y solicitó una contraseña que Pestage proporcionó sin dilación. Puede que un agente novato hubiera preguntado al senador Palpatine cómo había obtenido la contraseña, pero parte de lo que convertía a Pestage en un verdadero profesional era saber cuándo no debía hacer preguntas.
El ordenador de Taa le dio la bienvenida.
Ya sólo era cuestión de entrar en los archivos adecuados e incluir en ellos los retazos de información codificada que le habían entregado. Aun así era una infiltración que no podía considerarse rutinaria. En primer lugar la información no debía poder rastrearse, y tenía que implantarse de manera que el ordenador se convenciera de haberla descubierto por sí solo. A continuación, había que dar instrucciones al ordenador para que revelase esa información sólo en respuesta a peticiones muy específicas de Taa.
Y lo que era más importante aún, el mismo Taa debería convencerse de que había descubierto una información tan importante que querría gritarla a los cuatro vientos.
E
n el centro de la torre del Sumo Consejo del Templo Jedi había una enorme representación holográfica de la galaxia en la que se marcaban los lugares donde había algún conflicto y aquellos con actividad Jedi. La proyección esférica cambiaba en función de las señales recibidas por el complejo de antenas multialimentadas situado en la torre de la cámara de reuniones, donde un disco colimador situado bajo las antenas delimitaba las señales y las mantenía constantes a través de cualquier fluctuación energética.
Qui-Gon y Obi-Wan estaban en el paseo circular que rodeaba el holomapa, esperando a ser convocados ante el Sumo Consejo. En la sala había otros Jedi, estudiando el mapa o dirigiéndose hacia uno de los tres balcones exteriores de contemplación que se asomaban al vasto paisaje urbano que se abría bajo el Templo. Qui-Gon había tenido su primera visión del verdadero Coruscant desde el balcón que daba al amanecer.
—Ésta es la primera vez que veo marcado a Coruscant —comentó Obi-Wan mientras miraba la esfera, apoyando los codos en la barandilla del paseo.
Qui-Gon miró el brillante esferoide que era Coruscant y se permitió desviar la mirada hasta la mitad del perímetro del holomapa, donde brillaba un segundo esferoide, Dorvalla.
—Coruscant debería estar constantemente iluminado —empezó a decir cuando se puso a brillar otro esferoide, mucho más lejano aún que Dorvalla.
—Eriadu —dijo Obi-Wan leyendo el gráfico adjunto. Miró inquisitivamente a Qui-Gon.
—El lugar de la próxima Cumbre —comentó el Caballero Jedi.
—¿De quién fue la idea, Maestro?
—Del senador Palpatine —dijo tras ellos una voz humana de barítono.
Se volvieron para descubrir que eran observados por Jorus C’baoth, un anciano Maestro Jedi, de cincelados rasgos, cabello blanco tan largo como el de Qui-Gon y una barba el triple de larga.
—Palpatine representa a Naboo —añadió C’baoth.
—Es el mundo ideal para Qui-Gon —dijo otro Jedi humano desde un lugar más alejado del paseo.
—Tienen más especies indígenas en un kilómetro cuadrado que las que se encuentran en cien mundos —asintió C’baoth, insinuando una sonrisa—. Me imagino fácilmente al Maestro Qui-Gon perdiéndose emocionado en ese lugar.
Adi Gallia entró en la sala del holomapa antes de que Qui-Gon y Obi-Wan pudieran responder a sus compañeros.
—Ya estamos listos para ti, Qui-Gon —anunció.
Qui-Gon y Obi-Wan doblaron los brazos, haciendo que cada mano desapareciera en la manga opuesta de sus túnicas, y siguieron a Gallia basta el turboascensor que llevaba a la cámara de reuniones.
—No Digas nada, padawan —repuso Qui-Gon en voz queda cuando llegaron a la cámara circular—. Limítate a escuchar y a aprender.
—Sí, Maestro.
Paneles de acero transparente, cuya parte superior concluía en un arco, permitían una visión sin obstáculos en todas direcciones. El techo también era una arcada y el pulido suelo mostraba un diseño de círculos concéntricos entrelazados con motivos florales.
Qui-Gon dejó a su discípulo ante el turboascensor y avanzó hacia el centro de la sala, parándose con las manos cruzadas ante sí.
A la derecha del turboascensor se sentaba Depa Billaba, una esbelta hembra casi humana de Chalacta, llevando una marca de iluminación entre los ojos y la frente. A su lado estaba Eeth Koth, cuyo rostro era un puzzle de arrugas y en su cabeza sin pelo destacaban vestigios de unos cuernos amarillos de diferente longitud. Después estaban Yarael Poof, un quermiano de cuello largo, así cono Adi, Oppo Rancisis y Even Piell, un guerrero lannik en cuyo rostro destacaba una rugosa cicatriz. A la izquierda de Piell se sentaba Yaddle, una hembra de la especie de Yoda; Saesee Tiin, un iktotchi de cuernos que apuntaban hacia abajo; Ki-Adi-Mundi, un humanoide de Cerea asombrosamente alto; Yoda, en su silla roja en forma de copa; y el igual de Yoda, Mace Windu, un humano de poderosa constitución, complexión oscura y el cráneo afeitado. A la izquierda de Windu, casi frente a la entrada del turboascensor se sentaba Plo Koon.
Mace Windu se inclinó hacia delante, con los dedos cruzados, y se dirigió a Qui-Gon.
—Acabamos de hablar con el Departamento Judicial referente al interno de asesinato del canciller supremo Valorum. Confiamos en que puedas arrojar una nueva luz sobre lo acaecido en el Senado Galáctico.
—Confío poder hacerlo.
Yoda miró a Windu, antes de clavar la mirada en Qui-Gon.
—¿Cómo es que en el Senado estabas? ¿Alertado por tu informador del Frente de la Nebulosa, quizá?
—Yo responderé a eso —dijo Adi Gallia—. Pedí a Qui-Gon que me acompañara al Senado para que hablara personalmente con el canciller supremo Valorum.
—¿Con qué objeto? —preguntó Windu con el ceño fruncido.
—Qui-Gon tenía motivos para creer que el Canciller Supremo erraba al confiar en que los mundos de la Runa Comercial de Rimma se encargasen de acabar con el terrorismo de sus sectores.
—¿Es así, Qui-Gon? —preguntó Ki-Adi-Mundi.
—El Frente de la Nebulosa recibe gran parte de sus fondos de esos mismos mundos.
—Mucho sabe Qui-Gon sobre la situación —repuso Yola con falsa adulación—. Correcto estuvo sobre que el capitán Cohl a la explosión de Dorvalla sobreviviría. —Hizo una pausa antes de continuar—. ¿Tras el intento de asesinato estaba Cohl?
—No, Maestro. Cohl aún está huyendo. Y lo que es más, no estoy convencido de que el Frente de la Nebulosa quisiera hacer daño al Canciller Supremo.
La expresión de Yoda se endureció.
—Que le dispararon, seguro es. Y hasta su base secreta en el sector Senex, el rastro de sus documentos seguimos.
—Con demasiada facilidad, Maestro —repuso Qui-Gon, aguantando el interrogatorio—. Las pistas eran demasiado obvias.
—Terroristas eran. No soldados.
Windu miró primero a Yoda y después a Qui-Gon.
—Es evidente que has meditado mucho en esto. Continúa.
—Los asesinos apuntaban a los guardias del Canciller Supremo. Creo que si le alcanzó ese disparo fue por error. Su forma de escapar tampoco era muy convincente. Y ¿por qué iban a llevar documentación cuando debían saber por anticipado que había muy pocas posibilidades de que escapasen todos?
—A diferencia del capitán Cohl, ¿eh, Qui-Gon?
Qui-Gon asintió.
—Él no habría sido tan descuidado.
Yoda se llevó el dedo índice a la boca.
—Esto debió desde lejos planear. Buscar tu contacto bith en el Frente de la Nebulosa debes.
—Así lo haré, Maestro. Pero, ¿por qué iba el Frente a atacar al Canciller Supremo justo cuando por fin se enfrenta a la Federación de Comercio?
—Responde a tu propia pregunta —dijo Windu. Qui-Gon respiró profundamente y meneó la cabeza.
—No estoy seguro, Maestros. Pero me temo que el Frente de la Nebulosa tiene en mente una acción aún más traicionera.
Rayos discontinuos de furiosa luz pasaban por todas partes junto al
Halcón Murciélago
cuando éste abandonaba la superficie de un planeta verde, casi rozando en la huida con sus dos pequeñas y próximas lunas llenas de cráteres. Sus decididos perseguidores eran un trío de esbeltas naves, con el rojo de Coruscant adornándolas de proa a popa, morros achatados, un trío de toberas sublumínicas y múltiples parejas de baterías de turboláser.
En el estrecho puente de la fragata, Boiny estudiaba las pantallas de la consola verificadora.
—¡Cruceros espaciales corellianos, capitán! ¡Nos ganan terreno! El tiempo estimado para que nos den alcance es de…
—No quiero saberlo —dijo Cohl desde el asiento del capitán, mientras una explosión escoraba la nave a babor—. ¡Maldito Departamento Judicial! ¿Es que no tiene nada mejor que hacer?
—Parece que no, capitán.
Cohl se apartó de los miradores delanteros para dirigirse a Rella, que era quien pilotaba la nave.
—¿Cuánto falta para que podamos pasar a la velocidad de la luz?
—El ordenador de navegación no responde —respondió ella dedicándole una mirada furiosa.
—Convéncelo —repuso Cohl dirigiéndose a Boiny.
El rodiano se levantó, tambaleándose por la cabina, y golpeó con la mano el ordenador de navegación.
—Eso ha servido —dijo Rella, aliviada. Otro disparo hizo temblar la nave.
—Desvía energía a los escudos traseros —ordenó Cohl.
—Estoy en ello, capitán —dijo Boiny, mientras volvía a su asiento. Rella se volvió hacia Cohl.
—¿Sabes una cosa? No todo el mundo disfruta viviendo al borde de la muerte.
Él lanzó una carcajada teatral.
—¿Y me lo dice alguien que dice que no hay escapatoria que valga la pena como no sea por los pelos?
—Ésa era yo antes. La nueva tiene otras ideas sobre lo que es divertido y lo que no lo es.
—Entonces, será mejor que guardes a la nueva mientras no estemos en espacio libre.
El
Halcón Murciélago
fue alcanzado en la cola y vibró mientras giraba lateralmente.
—¿Qué pasa con esas coordenadas de salto? —exclamó Cohl.
—Ya aparecen —le aseguró la mujer—. Va siendo hora de que dejemos este sector. Tienen vigilados todos nuestros escondites.
—¿Y a dónde se supone que vamos a ir?
—Como si nos vamos a vivir con los hutt. Sólo sé que esto se ha puesto demasiado caldeado para nosotros.
—¡No me digas que trabajarías para uno de esos gusanos hinchados!
—¿Quién ha dicho nada de trabajar?