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Authors: James Luceno

Tags: #ciencia ficción

Velo de traiciones (21 page)

—Entonces, deja que te proporcione un motivo para esto —dijo Tiin, inclinándose hacia el objetivo de la holocámara, cerrando aún más sus entrecerrados ojos—. Coruscant tiene agravios pendientes con el Frente de la Nebulosa desde que atentó contra la vida de un dignatario de la República.

El humanoide parpadeó con claro desconcierto.

—No entiendo lo que dices, Jedi. ¿Contra qué vida se ha atentado?

—La del canciller supremo Valorum.

La preocupación inundó los toscos rasgos del humanoide.

—Vuestros rastreadores os han confundido. Ya he dicho que no tengo agravios con la República.

—La pista de los asesinos conduce a Asmeru —presionó Tiin.

—Quizá conduzca aquí, pero nosotros no sabemos nada de eso.

—Propongo que alguien con mando suba a bordo a hablar con nosotros.

—Debes tener fiebre espacial —se burló el humanoide.

—¿Permitiréis entonces que bajemos a la superficie a hablar contigo?

—¿Tenemos alguna elección al respecto?

—No, la verdad es que no.

—Eso me parecía. ¿Cuántos Jedi sois?

—Siete.

—¿Y cuantos judiciales?

—Puede que veinte.

El humanoide se volvió para discutir el asunto con alguien fuera de la imagen.

—Como gesto de buena voluntad, dejad uno de los cruceros en órbita con la mayor parte de la fuerza judicial —contestó por fin—. Dos de nuestros CloakShapes guiarán al otro crucero hasta la superficie.

Tiin miró a Yaddle y después a Billaba; los dos asintieron. Se volvió hacia la holocámara.

—Esperaremos vuestra escolta.

—¿Hay aquí alguien que tenga confianza en cómo se va desarrollando esta situación? —preguntó Vergere mientras el crucero atravesaba la fina capa de nubes que apenas enmascaraba la cuarteada superficie de Asmeru. Como nadie respondió a su pregunta, la delicada y emplumada Jedi meneó su cabeza desproporcionadamente grande—. Lo que me temía.

Qui-Gon miró significativamente a su discípulo y los dos salieron de la sala de vainas rehaciendo el camino hasta la cabina. Para cuando llegaron, ya eran visibles los rasgos del paisaje: cordilleras montañosas de heladas cumbres, áridas mesetas, colinas escarpadas y de intrincada superficie, verdes campos que trepaban desde hilachos de agua negra.

—¿Qué debemos hacer en caso de haber problemas, Maestro? —preguntó Obi-Wan en voz queda.

La mirada de Qui-Gon no abandonó el mirador de la cabina.

—Cuando hay tormenta, uno intenta mantenerse seco buscando algún refugio, pero aun así siempre acaba mojado.

—Así que es mejor asumir por adelantado que uno acabará mojado.

Su Maestro asintió.

En el horizonte aparecieron las ruinas de una antigua ciudad excavada en la piedra. Monumentos monolíticos, plataformas rectangulares y altas pirámides que se recortaban contra el cielo como si fueran una cordillera. Bajo ellos había enormes formas geométricas y símbolos de animales tallados en un suelo perpetuamente sediento. La ciudad estaba cercada por muros de ciclópeos peñascos, amontonados para adquirir la forma de rayos.

Alrededor de las ruinas se extendía un laberinto de primitivas moradas construidas con barro y arcilla. En los sucios caminos se movían pequeñas figuras, algunas de ellas montando carretas y otras conduciendo manadas de animales de pelo largo grandes como banthas. Al norte, un gran lago salpicado de islas rocosas se extendía por el arrugado terreno como un charco de negrura líquida.

—Ésa es la zona de aterrizaje —dijo la piloto, dirigiendo la atención de Qui-Gon hacia una gran plaza en el centro de las ruinas, ancha como el brazo hangar de un carguero de la Federación de Comercio y el doble de larga.

Pirámides de lisas paredes bordeaban los cuatro lados de esa plaza lo bastante grande como para acomodar a toda una flotilla de cruceros.


Prominencia
, aquí el
Eclíptica
—dijo apresuradamente la misma voz de mujer por los altavoces de la cabina—. Nuestros escáneres detectan cinco naves no identificadas apareciendo por la cara oculta de Asmeru. Los Dreadnought y Tikiar de la casa Vandron abandonan la órbita del planeta.

—Es una trampa, Capitán —dijo Qui-Gon, mirando con severidad a la piloto—. Ordene a la
Eclíptica
que se aleje.


Eclíptica
—empezó a decir la piloto, cuando un largo estallido de estática brotó de los altavoces de la cabina. Cuando volvió a oírse la voz de mujer, sus palabras sonaron alarmadas.

—¡
Prominencia
, están detonando las minas! ¡No podemos maniobrar! Las naves no identificadas se acercan. Son cuatro cazas estelares y una fragata de clase Tempestad.

Obi-Wan miro a su Maestro con ojos muy abiertos.

—¿El
Halcón Murciélago
?

—Pronto lo sabremos.

De los altavoces brotó un chirrido prolongado, al tiempo que el
Prominencia
se ponía a temblar de forma violenta.

—Nos remolcan —dijo asombrada la piloto, mientras forcejeaba con los controles ayudada por el copiloto.

Qui-Gon pegó el rostro al frío acero transparente del mirador. En la inclinada cara de una de las pirámides de la plaza había aparecido una abertura rectangular, mostrando la reveladora rejilla de un rayo tractor.

—Usan un sistema comercial —dijo Qui-Gon—. ¿Podemos librarnos de él?

—Podemos intentarlo —repuso la piloto.

—También podemos acabar reventando los motores sublumínicos —se le ocurrió apuntar a Obi-Wan.

El copiloto abrió un canal de comunicaciones.

—Envío una señal urgente a Coruscant para alertarlos de nuestra situación.

Bajo ellos, el tejado plano de un edificio se abría como si fuera un telón, revelando el cañón de un arma elevándose a la vista.

—Un cañón de iones —dijo la piloto con los dientes apretados.

Qui-Gon se agachó a su lado.

—Es evidente que esperaban nuestra visita, capitán.

Ella pivotó bruscamente hacia los controles del sistema eyector de las vainas de la sala.

—Maestro, dígale a sus camaradas que salgan de la sala de las vainas. Puede que aún haya una salida a esta situación.

Qui-Gon se volvió hacia el mirador. Una de las CloakShape de la escolta había alterado el rumbo para situarse ante el crucero. La zona de aterrizaje estaba justo delante de ellos, a apenas unos kilómetros de distancia.

—Hay una salida, capitán. Pero no la que tiene en mente.

—Haga lo que le digo —repuso ella cortante.

Qui-Gon titubeó antes de inclinarse hacia el micrófono del intercomunicador.

—Maestro Tiin, evacuad de inmediato la sala de las vainas.

—¿Por qué, Qui-Gon?

—No hay tiempo para explicarlo. Daos prisa.

La piloto esperó a que se le confirmara que habían evacuado la sala de vainas para después activar las cargas separadoras de las vainas. La proa del crucero se elevó cuando los magnocierres situados bajo la cabina saltaron y la sala de vainas se separó del fuselaje.

Casi inmune a los efectos del rayo tractor debido a su pequeño tamaño, la sala de vainas se dirigió hacia el caza, con las toberas encendidas y el rumbo dictado por la capitana del
Prominencia
.

El piloto del caza CloakShape ni se dio cuenta de lo que le golpeaba.

Golpeado con fuerza en la cola, el caza se inclinó hacia adelante antes de escorarse violentamente hacia un costado. El piloto intentó corregir la inclinación, pero los repulsores del motor habían quedado gravemente dañados y la pequeña nave estaba sin control. Se inclinó hacia su estabilizador derecho, emitió intermitentes bocanadas de humo blanco y un chorro de fluidos viscosos, e inició una barrena de sacacorchos hacia la plaza central de la ciudad.

La piloto se inclinó hacia adelante para seguir el camino del caza, con la mano derecha cerrada con fuerza.

—No te desvíes del blanco —urgía al caza—. No te desvíes…

El CloakShape se estrello de morro contra la cara de la pirámide que albergaba al rayo tractor y explotó en mil pedazos. La rejilla tractora, casi acertada en el impacto, mantuvo el rayo por cortos instantes, antes de que las chispas recorrieran el perímetro invisible de su campo deflector.

—¡Es todo lo que necesitamos! —dijo la piloto.

Dio plena energía a la tobera triple, y el crucero iniciaba ya su ascenso cuando se detuvo bruscamente, liberándose a continuación, pero sólo para volver a quedarse inmóvil.

—Lo ha dañado pero no ha acabado con él, capitán —dijo Qui-Gon.

Los redoblados esfuerzos de la piloto para liberar el crucero sólo consiguieron desviarlo en un mareante giro horizontal. Todavía medio atrapado en el dañado rayo tractor, el
Prominencia
se volcó bruscamente a estribor, sobrevolando la plaza y dirigiéndose hacia la pirámide situada en el norte. Qui-Gon estaba seguro de que iban a estrellarse de lleno contra el edificio, pero el crucero se elevó en el último momento. Aun así, la cola chocó con la plataforma superior de la pirámide, quedándose sin las toberas central y de estribor.

En ese mismo instante fue cuando el cañón de iones abrió fuego.

La energía brotó de los cañones alternativos del arma, haciendo blanco en el vientre de la nave. Las cargas saltaron por todo el escudo deflector, dividiéndose como relámpagos, envolviendo la nave en una centelleante red de luz azul.

Todos los sistemas de a bordo dejaron de funcionar.

El silencio reinó por una fracción de segundo, antes de que la energía volviera de forma esporádica. El crucero inició un descenso rápido y diagonal, sostenido por el único motor que le quedaba.

Debajo se extendía el lago negro, radiante a la luz del sol vespertino.

—Y yo que creí que sólo hablabas de forma figurativa cuando dijiste que acabaríamos por mojarnos, Maestro —dijo Obi-Wan mientras buscaba algo a lo que agarrarse.

Capítulo 19

E
l
Prominencia
rozó la superficie del lago antes de darse una panzada contra el agua e hidroplanear hacia el centro. El crucero iba en un rumbo de colisión con una de las islas rocosas hasta que se le hundió la proa y el agua le quitó todo el impulso. Se detuvo traqueteante en las turbulentas aguas, para inclinarse hacia el dañado flanco y empezar a hundirse lentamente.

Para entonces, tanto los siete Jedi como los pocos judiciales de a bordo ya se habían reunido ante la escotilla de estribor. Tras eyectar la puerta, se metieron en las frías aguas y nadaron hacia la cercana isla, la cual se alzaba hasta una altura de unos cien metros como un amasijo de peñascos alisados por el viento y el agua.

Qui-Gon fue el primero en llegar a la costa, propulsándose hasta terreno seco y cayendo en una estrecha playa rocosa. Las olas creadas por el crucero al hundirse rompieron contra sus tobillos. Se escurrió con las manos el agua de barba y cabellos, y vació las botas. Se apartó la empapada túnica del pecho y se puso la capa que había mantenido sobre las aguas mientras nadaba. Cogió el sable láser y activó la hoja, agitándola ante él. Una vez comprobó que el arma no estaba dañada, la apagó y la devolvió a su gancho en el cinturón de cuero.

Respiró profundamente, pero no consiguió llenar los pulmones de oxígeno. El aire a esa altitud era escaso, y el cielo era un cuenco invertido de un profundo azul que parecía apoyarse en los hombros blanco hielo de las cordilleras montañosas que se vislumbraban en la lejanía. El sol de Asmeru era una enorme mancha roja en el horizonte occidental. La temperatura descendía con rapidez y estaría por debajo del punto de congelación para cuando anocheciera.

Al sur, el cielo estaba listado por las estelas de vapor de las naves que entraban en la gravedad del planeta en dirección a la zona de aterrizaje. Qui-Gon se preguntó por un momento cuál de ellas sería el
Halcón Murciélago
.

Le dio la espalda al lago y dejó que su mirada vagase por las rocas sin vida.

Formada más por la mano del hombre que por la naturaleza, la isla era en sí misma una pirámide coronada por ruinas de antiguos edificios.

Jedi y judiciales empezaban a salir del lago a ambos lados de Qui-Gon, retrasados por las túnicas y los uniformes empapados en agua. Obi-Wan siguió el ejemplo de su Maestro y saltó desde el agua para aterrizar sobre una de las rocas pequeñas. Vergere flotó como un ave acuática hasta llegar a la rocosa playa, usando entonces sus poderosas piernas de articulaciones invertidas para catapultarse hasta la costa. Las grandes manos de Saesee Tiin cortaban las aguas como aletas de foca. Yaddle iba sobre los anchos hombros de Ki-Adi-Mundi, aferrándose a la elevada cabeza con sus cortos brazos, del moño de cabello castaño dorado pegado al verde cráneo. Cerca de ellos, Depa Billaba saltaba con elegancia a la playa, como si saliera de tomar un baño caliente.

A trescientos metros de distancia, aún era visible sobre las aguas el casco dorsal del
Prominencia
. Gigantescas burbujas de aire rompían la superficie del agua, reventando sonoramente.

Todos estaban algo aturdidos. La piloto del crucero tenía un brazo roto y era el herido de mayor gravedad. Se dirigió hacia Qui-Gon con gesto claramente dolorido, llegando hasta él sin aliento.

—Pensé que conseguiríamos librarnos —dijo ella, a modo de disculpa.

—No condenes aún tus actos. Nada pasa por casualidad.

La piloto asintió y miro a Saesee Tiin.

—¿Ha sido la casa Vandron quien nos ha traicionado?

El iktotchi cruzó los brazos sobre su amplio pecho.

—Eso tiene poca importancia en nuestra actual situación —respondió, mirando luego a Yaddle—. La cuestión es qué haremos ahora.

—Respuesta inmediata esa pregunta exige —contestó la pequeña Jedi—, pues compañía vamos a tener.

Qui-Gon siguió su mirada. Varias naves se acercaban hacia ellos desde la costa sur.

Obi-Wan buscó su sable láser, pero su Maestro lo contuvo con una mirada.

—Siempre hay tiempo para eso. En este momento lo que necesitamos es conocer el terreno en que nos movemos.

—En una isla, en medio de un lago, con enemigos acercándose, Maestro —respondió el discípulo, mirando a su alrededor.

—¿No fuiste tú quien dijo que las cosas no son siempre lo que parecen?

—Acepto la corrección.

—Aun así, no tiene sentido ofrecer un blanco fácil —añadió el Jedi, tocando al joven en el hombro y moviendo la barbilla en dirección a los demás.

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